El 5 de abril pasado tuvo lugar una movilización simultánea en 40 ciudades de EEUU en contra de las deportaciones. Este suceso se da en un contexto de luchas aisladas pero persistentes (y recurrentes) a lo largo y ancho del país. Las huelgas de hambre y los encadenamientos para evitar las deportaciones son cada vez más frecuentes. Aunque todavía hace falta mayor coordinación y una postura más firme frente al gobierno y el partido demócrata, el descontento que se respira entre los no-ciudadanos tiene un potencial que puede dar fuerza y oxigenar otros sectores del movimiento obrero en EEUU.
El peso de los inmigrantes en la clase obrera norteamericana
La composición de la clase trabajadora en los Estados Unidos ha experimentado un gran cambio en las últimas décadas debido a la afluencia de inmigrantes. En 1970, solamente el 5,2% de los trabajadores eran inmigrantes. En 1990 esta cifra ya se había elevado a 8,8%, y para 2011 alcanzó un 16,2%. Esto se traduce en 25 millones de personas en el mercado laboral, de los cuales la mitad son latinos. [1] , [2] Aunque es difícil determinar con precisión la cantidad, se calcula que los trabajadores indocumentados suman alrededor de 12 millones, equivalente a un 5 % del total de la fuerza de trabajo del país. [3]
¿Adónde se concentran?
Si bien existe un pequeño porcentaje de trabajadores altamente especializado en sectores como programación en sistemas, enfermería, ingeniería y medicina, la gran mayoría de los inmigrantes son empleados en trabajos de baja remuneración. [4] Debido a la condición de indocumentados, muchos de ellos mantienen un bajo perfil para no llamar la atención sobre su estado migratorio. El cinismo y la connivencia entre el estado y los empresarios es enorme: el patrón le pide al obrero un número de seguridad social (similar al CUIL en Argentina) y documentos que certifican su estado legal, como la partida de nacimiento o la licencia de conducir. El empleador sabe, o al menos sospecha, que los papeles pueden ser falsos. Luego el estado hace el trabajo sucio: las redadas en los lugares de trabajo llevados a cabo por las fuerzas de seguridad cumplen la función de aterrorizar a los trabajadores inmigrantes. ¿El costo para el patrón? Ninguno. El obrero es reemplazado rápidamente. Las consecuencias para el trabajador, por supuesto, son desastrosas. Las redadas tienen el efecto de reforzar aún más el dominio del capital sobre la clase trabajadora. El temor a ser deportados los hace resignar derechos universales y aceptar condiciones de explotación abusivas.
Hay ciertos sectores en los que la fuerza de trabajo inmigrante está más concentrada: construcción, comercio, fast-food y, sobre todo, el trabajo rural. Según el escritor y activista Michael Yates, “casi todos los hombres y mujeres que plantan, cultivan y cosechan nuestros granos son inmigrantes”. Entre los trabajadores rurales, las condiciones son deplorables: la jornada laboral es extenuante, el trabajo infantil es moneda corriente, y hasta se han documentado casos de trabajo esclavo. La expectativa de vida de un trabajador rural en California hoy es de 49 años, igual que en 1960. En líneas generales, los trabajadores nacidos fuera de los EEUU ganan alrededor de un 75% del salario de un estadounidense nativo. [5]
La primera explosión
Los sindicatos no han tenido una política consecuente de inclusión hacia los inmigrantes. En el año 2003 se realizó la primera marcha importante de inmigrantes, organizada por el sindicato HERE, y apoyado por la central AFL-CIO y otros sindicatos. La demostración de fuerzas más importante, sin embargo, tuvo lugar el 1ro de mayo de 2006, día en que millones de inmigrantes en todo el país salieron a las calles y pusieron su reclamo en la agenda política.
Los amagues de Obama y el cepo en el congreso
A partir de entonces, los demócratas han hecho un gran trabajo de cooptación del movimiento, al incluir la reforma migratoria como slogan de las campañas electorales, y especialmente a través de un sinnúmero de ONGs acólitas (los centros de trabajadores y otros grupos de apoyo –advocacygroups-). Aunque Obama prometió la reforma migratoria en ambas campañas electorales, la única política que implementó fue una prórroga de 2 años (la DeferredActionforChildhoodArrivals) para un sector muy selecto de inmigrantes jóvenes. El gran mérito de Obama, en cambio, es el de ser el presidente con el mayor número de deportaciones en la historia de los EEUU: casi 2 millones. Esta política está fuertemente fogoneada por la industria carcelaria, que embolsa 5 millones de dólares por día gracias a la detención de inmigrantes. [6]
Luego de las elecciones de 2012, y tomando nota del peso del voto latino, los demócratas aprobaron una ley de reforma migratoria en el senado que concede la residencia legal prácticamente a todos los inmigrantes sin documentos. Para lograr la ciudadanía, sin embargo, había que transitar un proceso legal de hasta 13 años, y muchos quedarían en el camino. Por otro lado, el proyecto de ley incluye un recrudecimiento de la militarización de la frontera y otros mecanismos de control. Esa ley nunca fue aprobada por la cámara baja con mayoría republicana. En cambio, los republicanos han propuesto leyes individuales para grupos especiales, excluyendo la posibilidad de obtener la ciudadanía, y siempre acompañado de un fortalecimiento de los controles de frontera.
A dónde me llevan
Las deportaciones tienen un poder destructivo atroz. El sujeto deportado es arrancado de su hogar o de su lugar de trabajo y llevado a un centro de detención antes de ser definitivamente arrojado del otro lado de la frontera sin papeles, sin dinero y sin su familia, amigos y la vida que construyó durante años. No sorprende entonces que, en un giro defensivo, la principal lucha de los inmigrantes hoy sea por frenar las deportaciones, y que la pelea por la ciudadanía haya quedado en un segundo plano.
Pero este giro también significa que la presión se ha trasladado del Congreso a la Casa Blanca. En este escenario ya no sirve la excusa de un congreso dividido donde la oposición republicana no aprueba la reforma migratoria. Los inmigrantes hoy le reclaman directamente al presidente Obama que tome cartas en el asunto y cambie la política de deportaciones a través de una acción ejecutiva (decreto presidencial). La decepción y el desengaño se expresan en una caída en la intención de voto a Obama entre los latinos en el último año de un 71% al 48%. [7]
Más o menos progres, pero todos burgueses
Los republicanos, con un discurso y una política anti-inmigrante, buscan complacer a su base nacionalista y reaccionaria. No obstante, son conscientes de la necesidad de una acción por parte del gobierno, por más tímida que sea, que dé respuesta a este gran problema social. Los demócratas supieron posar de progres durante años sin pagar ningún costo, con un proyecto de ley que nunca pasó la cámara baja. Por supuesto que en caso de otorgarle la ciudadanía a millones de latinos, sus votos les garantizarían el triunfo electoral a los demócratas durante años. El único problema es que el Partido Demócrata representa, tanto como el Partido Republicano, los intereses de la clase capitalista. Y para los capitalistas nada mejor que un escenario donde la clase obrera está debilitada. Mantener a millones de trabajadores indocumentados y sometidos, obligados a trabajar bajo condiciones inhumanas y por poco dinero, es la función central de la política migratoria estadounidense.
Me cansé de este juego
Pero se están acabando los fusibles: los inmigrantes se desengañan y cobran coraje. La proliferación de encadenamientos, huelgas de hambre y manifestaciones aisladas muestran un gran potencial de movilización, aunque todavía de carácter defensivo. Por otro lado, la cooptación del movimiento por parte de las ONG’s excluye la posibilidad de una escalada similar a la de 2006. La principal tarea de hoy es trascender el camino diplomático que ofrecen las organizaciones aliadas al Partido Demócrata como CHIRLA, CARECEN, Hermandad Mexicana, NDLON, etc. Ninguna de ellas busca realmente movilizar a la población inmigrante: no hay siquiera un llamado a movilizarse este 1ro de mayo en sus páginas web. Aunque el movimiento ha hecho una experiencia con los demócratas, todavía hace falta romper completamente y lograr una organización independiente de los partidos burgueses. Es necesaria una verdadera movilización de las bases para demostrar en los lugares de trabajo y en las calles el poder de los trabajadores inmigrantes. La alianza que hace falta fortalecer es con el resto de la clase obrera, para luchar en conjunto por las demandas comunes. Para esto es necesario que, por un lado, la clase obrera inmigrante reconozca a su verdadero aliado en la clase obrera nativa, y abandone la táctica de presionar al congreso o a la Casa Blanca de la mano de los demócratas progres; por otro lado, la clase obrera organizada en sindicatos, partidos de izquierda y otras organizaciones, debe luchar codo a codo por conquistar plenos derechos para los trabajadores inmigrantes. Cualquier alianza con los partidos burgueses marcha inevitablemente a la cooptación o al fracaso.
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