La crisis en Ucrania sigue escalando, tanto en el plano político como en el terreno donde continúan los enfrentamientos con decenas de muertos y heridos. El domingo 11/5 tuvieron lugar los referéndums independentistas en las regiones del Donetsk y Lugansk en el Este del país. Estos comicios tuvieron una participación aproximada del 75% y ganó la opción de independizarse del gobierno central de Kiev con el 86%. Con este aval los dirigentes de ambas regiones declararon la República Popular del Donetsk y la República Popular de Lugansk y anunciaron el inicio de conversaciones para unificar ambas regiones en una única unidad política que podría llamarse Nueva Rusia y que intentaría anexarse a la Rusia de Putin.
Por su parte, el gobierno pro europeo de O. Turchínov, que asumió en el 22/2 tras el derrocamiento del ex presidente pro ruso Yanúkovich, desconoció el referéndum y lo ha tildado de ilegal e impulsado por terroristas. La estrategia para legitimar su gobierno está puesta en las elecciones generales convocadas para el 25/5 que cuentan con el apoyo de la Unión Europea y EEUU. Las regiones separatistas anunciaron que no reconocen las elecciones y que seguirán su camino por la independencia para lo cual convocaron una Asamblea Legislativa que redactará una Constitución.
Rusia, que viene apoyando a los separatistas, había pedido que se suspendieran los referéndums para no agravar la situación, a la vez que se pronunció en contra de realizar elecciones generales en medio de la ofensiva militar que lanzó Kiev a principios de mayo sobre las regiones orientales. Sin embargo, luego de que los separatistas mantuvieran los referéndums, realizados a pesar de todas las presiones y del acoso militar del ejército que logró cerrar varias escuelas, el gobierno de Putin hizo declaraciones ambiguas, sin reconocer directamente los referéndums pero llamando a “aceptar la voluntad del pueblo del este”.
Más cerca de la guerra civil
En el terreno, los enfrentamientos urbanos lejos de ceder, se profundizan. A la “masacre de Odesa” de principios de mayo, donde el ejército y los paramilitares de ultraderecha incendiaron el edificio de la Casa de los Sindicatos con decenas de separatistas que se habían refugiado allí, se sumaron varios enfrentamientos en otras ciudades especialmente en Slaviansk conocida como “el bastión rebelde” donde el ejército destruyó con armas pesadas una comisaría matando a los efectivos se habían negado a reprimir una movilización popular, y otras como Kramatorsk donde el 13-5 los rebeldes pro rusos mataron 9 soldados ucranianos en una emboscada, o en Lugansk donde el “gobernador popular” fue herido en un atentado.
De esta manera, se viene escalando peligrosamente hacia una guerra civil que enfrenta por un lado a las fuerzas regulares del ejército ucraniano, mucho mejor equipado que los separatistas junto a destacamentos paramilitares formados por los partidos de la ultraderecha, responsables de los principales ataques como el de Odesa, y por el otro a las milicias independentistas pro rusas que cuentan con el apoyo mayoritario de la población en esas regiones que incluso ha salido a enfrentar con palos y piedras a las fuerzas de Kiev.
Los intereses en juego
Si la situación no ha degenerado aún en una guerra civil abierta, se debe a que ni los imperialismos que intervienen, EEUU y la UE, ni la gran potencia regional, Rusia, quieren llegar a ese extremo. En un país de la importancia geoestratégica y económica de Ucrania, un conflicto abierto tendría consecuencias impredecibles. Ya el nivel de confrontación actual es el más grave desde el fin de la guerra fría y aunque las sanciones que hasta hoy vienen tomando EEUU y la UE contra algunos funcionarios rusos son en esencia formales (igual que las amenazas rusas de no colaborar con la estación espacial internacional), la situación ya tiene consecuencias en la OTAN que desde los años 90 ha logrado integrar a 12 países que eran parte de Pacto de Varsovia y zona de influencia directa de la Unión Soviética. El 13/5 el primer ministro británico David Cameron anunció “más apoyo” y ejercicios de la OTAN en esos territorios y planteó prepararse para “unas relaciones muy difíciles con Rusia a largo plazo”, lo que da una idea de los riesgos potenciales que podría tener una escalada militar en Ucrania.
Por eso hasta el momento todos tratan de llegar a un acuerdo diplomático y evitar que el conflicto se profundice. Sin embargo, ninguna de las grandes potencias puede ceder más allá de ciertos límites muy ajustados. Rusia no puede aceptar la pérdida de influencia en este país y su eventual acercamiento a la OTAN, y con los referéndums del 11/5 ha quedado todavía más en una situación difícil, con márgenes de maniobra aún más acotados. EEUU no puede retroceder y aparecer cediendo a la posición rusa pues además de sus intereses en Ucrania afectaría seriamente su rol como principal potencia mundial tendiendo a agravar conflictos crónicos como con Corea del Norte o Irán entre otros.
La Unión Europea, dirigida fundamentalmente por Alemania, quiere poner a Ucrania bajo su control y debilitar a Rusia pero debe mantener una postura más moderada ya que no puede arriesgar el abastecimiento del gas ruso así como tantos otros negocios que comparten.
La negociación más “aceptable” para todas las partes sería que los separatistas (y Rusia) renuncien a las pretensiones de independencia y de anexión a Rusia, aceptando el gobierno central de Kiev y a la vez redactar una nueva Constitución que otorgue amplia autonomía económica y política a las regiones (de forma tal que garantice a Rusia por ejemplo que Ucrania de conjunto no pueda ingresar a la OTAN). Evidentemente una negociación muy difícil y sin entrar en cuestiones secundarias como el desarme de las milicias o la amnistía para los prisioneros, que podrían complicarla aún más. Las negociaciones en Ginebra de fines de abril fracasaron al otro día de haberse firmado, lo que muestra la gran dificultad para llegar a acuerdos duraderos y aplicables en el terreno.
Solo los trabajadores pueden dar una salida progresiva
La gran movilización y combates en la plaza Maidan que llevaron a la caída del presidente pro ruso Yanukovich, terminaron dirigidas por la derecha pro europea y la ultraderecha fascista imponiendo un nuevo gobierno capitalista dirigido por Turchínov. Con el apoyo de EEUU y la UE, el nuevo presidente negoció un “rescate” del FMI para paliar la crítica situación económica al precio de durísimos planes de ajuste que deberán enfrentar las masas trabajadoras y los pobres, en especial de las regiones del Este donde se concentrarán los despidos, cierres de fábricas y quitas de subsidios.
Por eso este nuevo gobierno pro imperialista y ajustador y que no respeta la identidad cultural de los rusos parlantes, es ilegítimo entre las masas del este de Ucrania. Sin embargo, las expectativas en una salida favorable a sus intereses de la mano de la Rusia de Putin son completamente falsas. El control de Rusia sobre estas regiones significa el control de las mafias capitalistas rusas asociadas a los multimillonarios oligarcas ucranios pro rusos para explotar a las masas del este.
La clase trabajadora es la única que puede ofrecer un curso progresivo para Ucrania, independiente tanto de las potencias imperialistas como de la Rusia capitalista, y basado en que la crisis económica la paguen los explotadores: los monopolios extranjeros y los millonarios locales.
|