La gira de Francisco por Jordania, el territorio palestino de Cisjordania y el Estado de Israel recibió el beneplácito del establishment internacional hacia un “estratega político”. Por un lado, el viaje tenía un objetivo “estrictamente religioso” para limar asperezas con el patriarca ortodoxo Bartolomeo I, a 50 años del encuentro entre Paulo VI y Antenágoras que puso fin al cisma del año 1.054, donde ambas fracciones se excomulgaron mutuamente. Bergoglio se propone terminar de consumar la reunificación del cristianismo para fortalecer la autoridad moral de la Iglesia tras la crisis expresada en la declinación del pontificado de Benedicto XVI. En ese sentido, hace más de 5 meses que el comité que supervisa la aplicación de la Convención de los Derechos del Niño denuncia que el Vaticano sigue apañando a los curas violadores y sus encubridores evitando su entrega a la justicia penal. Cuando culminaba la gira Francisco se vio obligado a improvisar una reunión con una comisión de víctimas de abuso para desplazar de escena el desaguisado.
Por otro lado, la astucia del jesuita utilizó la cobertura del ecumenismo para ocultar el objetivo más importante del viaje: sacar del estancamiento las negociaciones entre israelíes y palestinos mantenidas durante 9 meses bajo el curso del secretario de Estado norteamericano John Kerry. Así, Francisco tomó la posta para remontar la ilusión sobre la solución de dos estados basada en los acuerdos de Oslo en 1993, la misma que sirvió como engaño para agravar las penurias del pueblo palestino.
El plan de Kerry fue una farsa desde el principio, pues exigía la renuncia a los tratados internacionales de derechos humanos y excluía a Hamas, eliminando así la representación de la Franja de Gaza, un campo de concentración a cielo abierto donde más de 1,5 millones de palestinos padecen el bloqueo israelí desde 2007.
Kerry designo como responsable de las negociaciones a Martin Indyk, ex funcionario de AIPAC (Comité de Asuntos Públicos de EE.UU. e Israel) que sostuvo la solución de dos estados a partir de la creación de un hipotético Estado palestino desarmado y desprovisto de soberanía, asentado sobre bantustanes separados por colonias de judíos ortodoxos y el Muro del Apartheid. Durante este proceso, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahyu siguió promoviendo la ocupación de Jerusalén oriental y Cisjordania mediante la construcción de nuevas colonias con 13.000 viviendas, más de 4500 operativos militares con 61 asesinatos, 196 demoliciones y 660 ataques de colonos ortodoxos. Como si fuera poco, Netanyahu exigió el reconocimiento del carácter judío del Estado de Israel, una provocación que desencadenaría el suicidio político de Mahmoud Abbas, y la Autoridad Palestina, corrompidos hasta los tuétanos por los dineros del sionismo y de EE.UU. Si bien el Fatah y la OLP reconocieron al Estado de Israel en 1988 durante la convención de Argel y mas tarde en los acuerdos de Oslo de 1993 (capitulando de su programa histórico por una Palestina laica y democrática), la petición de Netanyahu implicaría la legitimación de la sojuzgación racista sobre 2 millones de “árabes israelíes” como ciudadanos de segunda categoría.
Del mismo modo, significaría la clausura del derecho de retorno de más de 6 millones de palestinos, gran parte concentrados en campos de refugiados de los países árabes. Abbas terminó tan desacreditado que buscó fortalecerse mediante la reconciliación con Hamas, llamando a un gobierno de unidad y próximas elecciones en seis meses. La ironía es que Francisco suscribió el plan de Kerry en marzo bajo el mensaje papal Urbi et orbe y ahora convoca a recauchutar la misma solución de dos estados, con un utópico Estado palestino basado en dos pequeñas porciones de tierra (Cisjordania y Gaza) sin unidad territorial ni control sobre el agua y la energía, mientras la ocupación del Estado de Israel abarca el 83% del territorio de la Palestina histórica, y aún sigue expandiéndose de acuerdo a su naturaleza colonial irreformable. De ese modo, Bergoglio pretende volver a la carga con esta “solución” en desmedro de los intereses del pueblo palestino.
Gestos fuertes
Mediante una serie de “gestos fuertes”, aunque estrictamente formales, Francisco ganó la simpatía del pueblo palestino, provocando algunos roces con el gobierno de Netanyahu. Entre esos gestos, Francisco voló desde Jordania hasta Belén (Cisjordania) sin pasar por Tel Aviv, guiñando así un ojo a la “soberanía” palestina y más tarde rezó frente al Muro del Apartheid bajo una inscripción que decía “free Palestine”. El muro es una línea de concreto y acero de 6 metros de alto por 700 km de longitud, trazado para estrangular las comunicaciones entre las aldeas palestinas en pequeños archipiélagos, en tanto el Estado de Israel se apropia de las tierras más fértiles con reservas de agua dulce. Sin embargo, cuando Netanyahu increpó a Bergoglio señalando que el muro “previno muchas muertes israelíes”, este condenó el “terrorismo” y rindió un significativo homenaje en la tumba de Theodor Hertzl, quien postuló las bases del Estado judío como “avanzada del progreso europeo” contra la “barbarie asiática” de los pueblos árabes. No casualmente invocó ante los jóvenes palestinos de Dheisheh que “no dejen que el pasado les determine la vida”, así como que “la violencia no se combate con más violencia”. Es que el pasado vive en el presente de Dheisheh, un campo de refugiados fundado en 1949, poco después de la Nakba cuando las milicias sionistas expulsaron 1 millón de palestinos y arrasaron 531 aldeas y 11 ciudades. ¿Acaso un pueblo oprimido no tiene todo el derecho de recurrir a la violencia para defenderse de la brutalidad de un pueblo opresor? Para concluir, Francisco sostuvo que Jerusalén es la “tierra santa” donde se concentran los sitios emblemáticos de las tres principales religiones monoteístas, por lo cual debía ser una ciudad de “libre acceso para toda la humanidad”. Sin embargo, omitió condenar los frecuentes ataques contra la minoría cristiana efectuados por Tag Mejir, una banda fascista formada por colonos judíos que profanan iglesias con las inscripciones “muerte a los cristianos” y “griegos fuera”, del mismo modo que hacen en las mezquitas, bajo la complicidad del Estado sionista.
El pleno derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino es incompatible con la vigencia del Estado de Israel, un estado racista y colonialista en expansión y guerra permanente contra los pueblos árabes. Esa demanda democrática sólo podrá hacerse efectiva mediante la movilización independiente de los trabajadores y los campesinos de la región imponiendo una Palestina obrera y socialista, la única forma de afianzar la paz entre judíos, árabes, musulmanes y cristianos, desmantelando el Estado sionista como gendarme del imperialismo.
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