Escribo estas líneas sobre el puente grúa. Aquí no solo hay motores y poleas. Aquí hay nueve hombres, con sus contradicciones y sus miedos, pero con unas ganas y una fuerza enorme. Cuando decidimos entrar, la Policía nos siguió, pero sacamos las fuerzas y logramos cruzar la puerta. Todos corrimos hacia el puente. Y los compañeros quedaron helados. La “casualidad” quiso que el puente grúa esté posicionado perfectamente y, a pesar de que los policías manotearon a dos compañeros, entre nuestros gritros de rabia lograron soltarse y subir.
Una vez arriba, pasamos frío. Y sin buen alimento, el frío se potencia aún más. Bancamos la noche sobre cartones. Dormimos de a grupos. Tuvimos que caminar sobre los rieles del puente, mostrándoles que no jugamos. De esa forma nos ingresan cosas a cuentagotas. Las oficinas de gerencia se han trasformado en un verdadero cuartel militar. Hay uniformes de todo tipo. Y hombres dentro de esos uniformes que nos miran con odio. Se los nota nerviosos.
No está descartado un desalojo, pero puedo asegurarles que sería un caos con posibilidad de una tragedia. No hay mucha superficie donde luchar aquí arriba, en el puente grúa.
En la plena noche escuchamos el agite de los piquetes. Eso nos da más fuerza, más de la que hay sobre este puente que diariamente carga toneladas. Todos estamos aprendiendo que sin miedo no hay coraje.
Los negociadores intentan taladrarnos los oídos; los fiscales, hacernos sentir culpables, y los policías nos hostigan al punto de la burla. Pero acá hay valor. El valor de una clase que aprende que sus enemigos llevan uniforme y que los patrones, y sus fiscales, no tienen las manos sufridas como las de los obreros.
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