El empresario Sergio Szpolski atacó con inquina al periodista Pedro Brieger por su postura crítica respecto del Estado de Israel, acusando la batería de políticas archi reaccionarias lanzadas por el primer ministro y líder del derechista Likud, Benjamín Netanyahu, que incrementaron las penurias del pueblo palestino. “Es un judío que con tal de quedar bien con todos los que lo rodean, porque quiere ocultar su condición de judío, no tiene ningún problema en atacar al Estado de Israel”. Emparentándolo con el “antisemitismo”, Szpolski desacreditó a Brieger como parte “de los judíos que se odian a si mismos” a partir de sus observaciones sobre los tres adolescentes israelíes secuestrados y hallados asesinados como consecuencia de “la ocupación (que) genera resistencia y violencia”.
Szpolski recurre a una maniobra de baja estofa aunque utilizada recurrentemente por el “sentido común” del establishment: establece una falsa identidad entre judaísmo y sionismo como una unidad indisociable, obviamente con el afán de legitimar la opresión nacional sobre el pueblo palestino. Debería comenzar por explicar, entonces, por qué el Estado de Israel apoyó a la dictadura genocida de Videla a sabiendas de que torturaba militantes políticos de origen judío, del mismo modo que fue parte del encubrimiento del atentado a la AMIA, secundando al dirigente de la DAIA Rubén Beraja, procesado por esa cuita. El sionismo se convirtió en la corriente mayoritaria de la comunidad judía recién tras el genocidio de 6 de los 10 millones de judíos que habitaban Europa en medio de la Segunda Guerra Mundial, utilizando vilmente esa orgía de sangre para montar un Estado opresor y gendarme de los intereses del imperialismo contra los intereses de los pueblos árabes.
A las antípodas de Szpolski, hay miles de personas de origen judío en el mundo que repudian la brutalidad de ese Estado colonialista y racista que practica los mismos métodos que los nazis. ¿Acaso la Franja de Gaza no es un campo de concentración a cielo abierto (la zona más densamente poblada del mundo), aislado por aire, mar y tierra desde el bloqueo de 2007? Desde la segunda guerra de Líbano en 2006, pasando por el operativo Plomo Fundido de 2009 y la operación Pilar Defensivo de 2012, miles de judíos en distintas partes del mundo salieron a las calles a manifestar su disconformidad con los métodos de “castigo colectivo” empleados por ese Estado que legalizó la tortura y los “asesinatos selectivos”, asimilados del arsenal de los nazis. El intelectual israelí Ilan Pappe es probablemente quien mejor ilustró los fundamentos del Estado de Israel en su libro “La limpieza étnica en Palestina”, describiendo la anatomía política de la Nakba, un curso que lo obligó a optar por el autoexilio en Londres, perseguido al igual que toda su corriente de “historiadores revisionistas” de la Universidad de Tel Aviv.
La brutalidad troglodita de Netanyahu, quien persiste en la construcción de colonias judías sobre los territorios palestinos de Jerusalén oriental y Cisjordania, no hizo más que poner al desnudo la naturaleza de un Estado terrorista que empalidece a los judíos que se reivindican progresistas. Encima, el nuevo presidente Reuven Rivlin, un viejo halcón del Likud, ni siquiera hace demagogia con la supuesta solución de dos estados, mientras una parte del gabinete de ministros se pronuncia abiertamente por la anexión lisa y llana de Jerusalén oriental, Cisjordania y Gaza, cuando el Estado de Israel ya ocupa el 82% del territorio de la vieja Palestina histórica, y aun continúa expandiéndose.
Claro que Brieger tiene razón. Los tres adolescentes israelíes asesinados son el boomerang envenenado que vuelve cargado de sangre producto de esa maquinaria de guerra permanente. Una maquinaria apoyada sobre un ejército de ocupación que hasta consiente el accionar de bandas fascistas como Tag Mejir, los que extendieron sus atentados contra la minoría católica, griega, turcomana y circasiana, que históricamente convivió fraternalmente con árabes y judíos. La doble moral de sionistas como Szpolski omite premeditadamente que el lamentable asesinato de los adolescentes israelíes fue la excusa perfecta para que Netanyahu alentara el odio anti árabe desde los funerales en Modiin, que inmediatamente cobró la vida de Mohamad Abu Khdeir, un adolescente palestino de 16 años carbonizado, al tiempo que lanzara un bombardeo sobre Gaza desde el aire y el mar, así como una seguidilla de requisas en más de 2200 edificios de Cisjordania donde fueron asesinados cinco palestinos, en tanto otros 420 fueron arrestados.
Como señalaba en alguna oportunidad el extinto filósofo León Rozitchner, es el mismo Estado de Israel el que termina damnificando la suerte de los judíos. Un Estado racista que censura la voz de intelectuales críticos de origen judío como Brieger y Noam Chomsky, admitiendo solo personajes como Szpolski, un defensor a ultranza de sus políticas de barbarie.
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