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¿Un conflicto eterno?
por : Miguel Raider

18 Jul 2014 | El conflicto entre israelíes y palestinos parece estar condenado a la eternidad. La conclusión se desprende de la experiencia de numerosos intentos de negociación, fracasados en el lapso de 66 años de existencia del Estado de Israel. Al respecto, el periodista Marcelo Cantelmi señaló que los acuerdos de paz de Oslo en 1993, que promovían la solución (...)
¿Un conflicto eterno?

El conflicto entre israelíes y palestinos parece estar condenado a la eternidad. La conclusión se desprende de la experiencia de numerosos intentos de negociación, fracasados en el lapso de 66 años de existencia del Estado de Israel. Al respecto, el periodista Marcelo Cantelmi señaló que los acuerdos de paz de Oslo en 1993, que promovían la solución de dos estados, fueron el intento de negociación más audaz que abrió “verdaderas esperanzas”, las que no prosperaron porque en 1996 el partido laborista encabezado por Shimon Peres perdió las elecciones ante el Likud de Benjamín Netanyahu. “De permanecer Peres en el cargo, los acuerdos de Oslo hubieran continuado” (Clarín, 12/07). El enunciado de Cantelmi es equivocado. Poco antes de esos comicios, Peres ordenó la operación Uvas de Ira, una ofensiva de 16 días contra Hezbollah con cientos de bombardeos sobre Líbano, desenmascarando su presunta vocación pacifista. En realidad, los acuerdos de paz de Oslo fueron un fraude en desmedro de los intereses del pueblo palestino que solo se proponían descomprimir los vientos levantiscos de la primera Intifada (1987-1993), una profunda rebelión de masas que hizo crujir la ocupación sionista.

Firmados por Bill Clinton, Itzjak Rabin y Yasser Arafat, los acuerdos de Oslo crearon la actual Autoridad Nacional Palestina (ANP), en ese entonces un gobierno con jurisdicción sobre un tercio de los territorios palestinos que estaban bajo administración militar israelí. Bajo la artimaña de extender progresivamente el gobierno de la ANP, el acuerdo mantuvo la indefinición de las principales demandas palestinas: el derecho de retorno, el establecimiento de la ciudad capital en Jerusalén oriental y las fronteras del Estado de Israel, una capitulación histórica como bien denunció el extinto y celebre intelectual palestino Edward Said.

Obviamente, esa indefinición no era casual. Desde la extrema derecha hasta la izquierda sionista jamás admitieron el derecho de retorno de los 8 millones de palestinos que residen en la diáspora, predominantemente en campos de refugiados de otros países árabes, tras su expulsión en mayo de 1948 durante la Nakba. El flujo de esa masa atentaría contra el equilibrio demográfico sobre el que se funda el Estado sionista apoyado sobre una mayoría judía que consagra la opresión nacional sobre la minoría palestina, a partir de un ejército de ocupación. Del mismo modo, el reclamo por la ciudad capital hacía abstracción de la resolución del ex premier Menajem Beguin quien en 1980 designó a Jerusalén “capital única e indivisa del Estado judío”, extendiendo las colonias sobre la zona oriental árabe, que ya habían comenzado a tomar impulso tras la Guerra de los Seis Días de 1967 mediante la ocupación del Ejército. El Estado de Israel es el único estado del mundo que no posee fronteras delimitadas pues dada su naturaleza colonialista está en permanentemente expansión.

El asesinato de Rabin en 1995 a manos de un colono barrió la hojarasca de esos acuerdos, abriendo paso a la derechización política del régimen israelí, diezmando a los viejos movimientos pacifistas liberales, vinculados a la izquierda sionista.

Así, con el espaldarazo de EE.UU. y la ONU, estos acuerdos sirvieron de cobertura para corromper a Fatah y la OLP como agentes de la ocupación (cooptados por los aportes financieros de EE.UU.) y extender la colonización judía de Palestina al 82% de su territorio histórico. Sin unidad territorial, hoy Gaza y Cisjordania son dos porciones de tierra completamente desarticuladas. Desde 2007 el Estado de Israel bloquea Gaza por aire, mar y tierra, con la colaboración del gobierno de Egipto que regula a conveniencia el paso de Rafah, mientras más del 60 % de la población depende de la asistencia humanitaria. Ocupada por 500 mil colonos judíos armados hasta los dientes sobre la mitad de su superficie, Cisjordania está atravesada por el Muro del Apartheid de 700 km. más cientos de checkpoints del Ejército israelí que estrangulan las aldeas palestinas en un archipiélago de bantustanes inconexos.

Históricamente, el Estado de Israel jamás se propuso contemplar las demandas del pueblo palestino. En su libro La limpieza étnica en Palestina, el historiador israelí Ilan Pappe describe que ya en 1935 (13 años antes de la Nakba) el estratega sionista David Ben Gurión sostenía que sólo podría permanecer una pequeña minoría de palestinos para asegurar el desarrollo de un Estado judío, y el resto debía ser “transferido” a otros países árabes. Evidentemente, la vigencia de ese Estado racista y colonialista es el verdadero obstáculo que conspira contra las legítimas aspiraciones de paz entre árabes y judíos y el pleno derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino en todo su territorio histórico.

 

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