El derribo del avión del vuelo 17 de Malaysia Airlines que causó la muerte de sus 298 ocupantes mientras sobrevolaba la zona este de Ucrania, conmovió la opinión pública mundial y provocó un salto en la crisis política que atraviesa este país del este europeo desde hace más de 7 meses y que tiene importantes implicancias geopolíticas como uno de los frentes de las disputas entre las potencias imperialistas (EEUU y la UE) y Rusia.
Inmediatamente después de conocerse que la causa más probable de la tragedia era el impacto de un misil, todas las partes comenzaron a descargar responsabilidades y acusaciones contra sus adversarios y a tratar de sacar ventaja. El gobierno ucraniano culpó a los separatistas pro rusos del este que mantienen bajo su control gran parte de las provincias de Donetsk y Lugansk y acusó a Rusia de proveerle las baterías misilísticas. Los rebeldes lo negaron y culparon al gobierno de Kiev. EEUU y la UE cargaron las tintas sobre Rusia con el argumento de que solo esta potencia asiática tendría la tecnología necesaria para derribar un avión a más de 10.000 metros de altura. El presidente ruso Vladimir Putin acusó a Ucrania del siniestro y a EEUU de ocultar las pruebas que mostrarían las imágenes de un satélite norteamericano que habría estado sobre la zona en el momento de la tragedia.
Hoy sigue habiendo especulaciones de todo tipo y lo único que es seguro es que fue derribado por un misil de una lanzadera de origen ruso. No se sabe quién lo disparó ni cuáles eran las intenciones. Aunque el gobierno norteamericano, ante la falta de pruebas para sus acusaciones contra Rusia, dio a conocer el 24/7 información de inteligencia de que no fue la responsable del siniestro, las relaciones diplomáticas con Moscú (que ya desde la crisis en Siria entraron en su peor fase desde el fin de la guerra fría) se siguen deteriorando día a día y la Casa Blanca también difundió el mismo día que Rusia ha disparado en los últimos días desde su territorio contra posiciones del ejército ucraniano. Esto constituye un nuevo salto en las tensiones políticas y diplomáticas porque llevaría la situación al borde de una guerra abierta entre Rusia y Ucrania y presionaría al extremo por una intervención de la OTAN en el conflicto con consecuencias impredecibles.
Una guerra civil sin perspectivas resolución en el corto plazo
El derribo del vuelo 17, más allá de quién haya disparado y de si se trató de un error en medio de los combates, es consecuencia directa de la guerra civil que vive Ucrania. Desde noviembre de 2013 cuando el ex presidente pro ruso Yanukovich vetó un acuerdo comercial con Europa, se desató en el país una grave crisis política y social (sobre la base de una economía en quiebra), que mantuvo ocupada la plaza central de Kiev durante semanas y provocó enfrentamientos que dejaron casi 100 muertos y que terminaron con la destitución del presidente.
Su reemplazo por un gobierno provisional pro-occidental encabezado por Turchínov y basado en un acuerdo entre los partidos de la derecha, puso en marcha un acuerdo económico con la UE y el FMI que implica un duro ajuste y un alto costo para la economía en particular para la región más industrializada del este. Al mismo tiempo, elevó al máximo las tensiones con Rusia que perdía su última posición en su antigua zona de influencia en el este de Europa, lo que llevó a su intervención en Crimea (cuya población es de mayoría rusa), que se independizó a través de un referéndum y fue anexada rápidamente por Rusia a su territorio.
Las regiones orientales, también de mayoría ruso-parlante, quisieron seguir este ejemplo y declararon su independencia y pidieron anexarse a Rusia con la cual limitan geográficamente. Esto era intolerable no solo para la nueva oligarquía gobernante en Kiev sino para las potencias imperialistas europeas y norteamericana, y hasta el gobierno de Putin trató de tomar cierta distancia de los rebeldes no haciendo lugar a la anexión, aunque sin quitarles su apoyo en su pelea contra el gobierno central. Desde abril el gobierno provisional de Turchínov lanzó una ofensiva militar, encabezada por los paramilitares facistas del partido Sector de Derecha, contra las provincias orientales de Donetsk y Lugansk.
Tras meses de combates, entre los que hubo sangrientos y crueles episodios protagonizados por los facistas como el asesinato de decenas de personas que se refugiaron en la Casa de los Sindicatos en Odesa y fueron quemados vivos dentro del edificio, el ejército ucranio no ha tenido avances cualitativos. Lo más notorio fue la recuperación de la ciudad de Slavianks que los rebeldes abandonaron para concentrar fuerzas en la capital Donetsk y el estrechamiento del cerco sobre otras ciudades y zonas controladas por los rebeldes.
Un gobierno muy débil, una crisis muy fuerte
La nueva situación abierta por el derribamiento del vuelo 17, ha mostrado entre otras cosas, que los rebeldes se mantienen fuertes y hasta han reforzado sus defensas con nuevas armas provistas por Rusia. La visita a Donetsk de las autoridades malayas donde los rebeldes hicieron entrega de la caja negra del avión, hizo evidente esta situación de estancamiento de la ofensiva militar del gobierno central. Así, la incertidumbre sobre el futuro político de estas regiones permanece inalterado y hasta amenaza con agravarse.
Junto a esto, ha dado un salto la debilidad y la impotencia política del nuevo gobierno encabezado por el magnate pro europeo Poroyhenko. A semanas de haber asumido, acaba de sufrir la sorpresiva renuncia de su primer ministro Arseni Yatseniuk debido a la ruptura de dos partidos que formaban parte de la coalición gubernamental derechista. El retiro del apoyo parlamentario al gobierno por parte de estos partidos está frenando los planes del ejecutivo ante la crítica situación económica del país, y que contemplan entre las principales medidas la aprobación de una ley de energía. Como no podría obtener una nueva mayoría parlamentaria más que pactando con el Partido Comunista y el Partido de las Regiones (del derrocado Yanukovich), a quienes vienen persiguiendo con causas penales entre otros ataques represivos, el gobierno tiene que convocar a elecciones parlamentarias anticipadas para octubre de este año.
De esta manera la crisis en Ucrania, detrás de la cual se expresan las fuertes disputas geopolíticas entre las potencias imperialistas y Rusia, se sigue profundizando y tensando las relaciones internacionales. Los imperialismos norteamericano y europeos mantienen importantes diferencias frente a cómo lidiar con la Rusia de Putin: mientras que EEUU presiona por sanciones más duras, la mayoría de la UE comandada por Alemania y en menor medida por Francia, se mantienen más cautos tratando de mantener un complicado equilibrio que ponga límites a Rusia pero que a la vez no afecte las profundas relaciones económicas que mantienen.
Pese a estas diferencias entre las potencias imperialistas, muchos analistas toman la situación como una nueva “guerra fría” que está escalando amenazadoramente incluso hacia posibles enfrentamientos con la OTAN, que desde la anexión de Crimea viene realizando serios movimientos preventivos en todo el frente europeo con Rusia.
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