Harlem, el 16 de julio de 1964 un policía asesinó un adolescente, James Powell, delante de sus amigos y varios testigos. El asesinato de Powell desató la furia de la juventud: 6 noches consecutivas de revueltas, la mayoría en Harlem y Bedford, los dormitorios de obreros y pobres de la ciudad de Nueva York.
Ferguson, el 9 de agosto del 2014, un policía asesinó un adolescente, Michael Brown, delante de su amigo y varios testigos. El asesinato de Brown desató la bronca de los amigos y familiares de Brown, luego se sumaron sus vecinos: van 10 noches consecutivas de marchas y protestas.
Las revueltas que sucedieron al asesinato de estos jóvenes afroamericanos polarizaron al país y ponen al descubierto que el racismo sigue vigente en Estados Unidos. No es casual la similitud de los hechos separados por 50 años uno del otro.
Si las masivas movilizaciones y luchas en los años 60 lograron conquistar derechos civiles elementales como el fin de la segregación racial, 50 años después, salvo una minoría que ha logrado ascender socialmente incluido el histórico hecho de que un negro sea presidente norteamericano, para la amplía mayoría de los 44 millones afroamericanos la discriminación es moneda corriente.
Algunos datos muestran cómo la mayoría de ellos se sienten discriminados frente a los blancos. Sólo uno de cada cuatro afroamericanos (26%) considera que la vida de los negros ha mejorado desde que se firmó en 1964 la Ley de Derechos Civiles.
Dentro de la media del desempleo de 7,6%, el 13% de la población negra se encuentra desocupada (entre los blancos, este porcentaje es del 6,8%); el 28% de los hogares negros vivía en la pobreza en 2011, casi tres veces más que los hogares blancos.
Entre personas de cualquier raza con el mismo nivel de educación, el desempleo afecta más a los negros. Por ejemplo, entre las personas que no terminaron la secundaria, el 20,5% de los negros no tiene trabajo, mientras que este porcentaje llega a la mitad (9,7%) entre los blancos.
Para los afroamericanos hay seis veces más probabilidades de terminar en la cárcel que los blancos. Hoy, el 38% de la población carcelaria de EE.UU. es negra.
El asesinato de Michael Brown es una muestra más del racismo que, como evidencian los datos anteriores, se mantiene vivo en el país norteamericano.
La revuelta en Ferguson no es más que la expresión del rechazo a esta situación que en este caso llevó a miles a las calles para exigir justicia. En esa localidad los vecinos del barrio en que murió Brown se quejan de la falta de oportunidades laborales y del círculo perverso en el que entran si cometen cualquier delito. El desempleo ronda el 9%. Los ingresos medios son de 37.000 dólares anuales, un tercio menos que el promedio de Misuri. Cerca de una cuarta parte de la población vive por debajo del nivel de pobreza federal.
El racismo en Estados Unidos es la expresión de cómo la opresión que este país ejerce sobre otros lugares del mundo, se reproduce “puertas adentro” contra las minorías raciales. No es casual que muchos vieron en la represión a los manifestantes en Ferguson imágenes que hacían recordar “la invasión a Irak”.
El gobierno de Obama prefirió militarizar y disciplinar con la fuerza el justo reclamo de los manifestantes y evitar que se repitan protestas similares a las de 1992 en Los Ángeles (durante la “revuelta de Rodney King”), en un momento donde el reclamo de otras minorías, como la latina, tampoco es resuelta. Aún a costa de que millones de afroamericanos se vean defraudados y decepcionados por la respuesta del “primer presidente negro”.
Ferguson, es la muestra de cómo la lucha por los derechos democráticos de las minorías, incluso por hacer que se apliquen los que formalmente ya fueron conquistados, no puede más que chocar contra una sociedad de clases donde, como denuncian los jóvenes de OWS, el 1% de la población decide sobre el 99% restante.
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