El pasado domingo, milicianos del Estado Islámico (ISIS por su sigla en inglés) tomaron el control de la base aérea de Tabqa, próxima a la ciudad de Raqqa, expulsando a las fuerzas regulares del régimen de Bashar al Assad. De esta manera, ISIS busca consolidar el control del territorio que abarca desde Aleppo en Siria hasta el este de Irak, sobre el cual pretende fundar un califato.
La crisis del Medio Oriente tiene a maltraer al gobierno de Obama que ha autorizado bombardeos aéreos sobre las posiciones del ISIS en Irak, tratando de detener su avance, pero mantiene su posición contraria a la intervención militar directa en Siria.
La semana pasada, el ISIS transmitió por video la decapitación del periodista norteamericano, James Foley, tomado de rehén hace dos años, y amenazó con ejecutar a otro periodista que mantiene en cautiverio, como respuesta a la acción militar de Estados Unidos en Irak. Luego trascendió que fuerzas especiales norteamericanas había intentado sin éxito rescatar al periodista y otros rehenes occidentales en poder de ISIS hace unos meses atrás.
Esto generó una crisis para el gobierno de Obama, que viene sufriendo un desgaste importante tanto por cuestiones domésticas como por su política exterior.
La oposición republicana está aprovechando el avance de ISIS para volver a exigir que Estados Unidos se involucre directamente en la guerra civil siria.
La paradoja ahora sería que para combatir al Estado Islámico el gobierno norteamericano tendría que colaborar con el régimen dictatorial de Bashar al Assad, al que hasta hace muy poco intentaba derrocar de manera indirecta, apoyando a sectores de la oposición.
Según agencias Assad ya ha dicho que autorizaría bombardeos norteamericanos contra posiciones de ISIS en Siria, siempre y cuando sean coordinadas con su gobierno. De concretarse esta colaboración, dejaría expuesta la posición insostenible en la que se encuentra Estados Unidos, obligado a hacer alianzas incluso con sus propios enemigos y con potencias regionales rivales para combatir lo que considera un mal mayor. En esta lógica se inscribe también la colaboración con Irán
La existencia de milicias islamistas radicalizadas en Siria y Libia no es ninguna novedad, sin embargo la capacidad operativa del ISIS fue una sorpresa. Algunas fuentes sugieren que en sus inicios contaron con el financiamiento discreto de la monarquía saudita y otras monarquías del Golfo.
La escalada comenzó a mediados de junio cuando el ISIS se hizo del control de Mosul, ubicada en la región petrolero de Irak, quedándose además con los bancos y los arsenales, ante la defección del ejército regular iraquí. Y continuó con la proclamación del califato y la constitución de un verdadero ejército que contaría decenas de miles de combatientes, muchos de ellos provenientes de países occidentales.
La crisis en Irak y Siria es una consecuencia directa del fracaso de la política ofensiva de Estados Unidos bajo la presidencia de Bush luego de los atentados del 11S. El Estado Islámico, un ala radicalizada escindida de la red al Qaeda, surgió en las condiciones creadas por la ocupación norteamericana de Irak y la guerra civil entre shiitas y sunitas que amenaza con desatar un conflicto regional. La pérdida de liderazgo de Estados Unidos hace que este escenario parezca cada vez más cercano.
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