Obama se cuida de utilizar la palabra “guerra”. Asegura ante la audiencia uniformada de la base militar de Tampa que no va a enviar a su soldados a otra guerra terrestre en Irak. El Congreso tampoco votó la autorización al presidente para ir a la guerra. De hecho lo que votaron la Cámara de Representantes y el Senado el miércoles y el jueves fue un resolución para que Estados Unidos arme y entrene a unos 5.000 rebeldes “moderados” sirios, enemigos del Ejército Islámico (conocido como ISIS por la sigla en inglés de su antigua denominación). Pero aunque no se lo quiera llamar por su nombre, Estados Unidos está en guerra, o mejor dicho, no encuentra la salida a la “guerra contra el terrorismo” que ya lleva más años que la guerra de Vietnam.
Obama acaba de dar un paso decisivo hacia la intervención en la guerra civil en Siria, un complejo rompecabezas tejido de rivalidades y alianzas regionales, del que ningún analista serio augura una resolución rápida. Probablemente, esta decisión comprometa no solo lo que resta de la presidencia de Obama, sino que le quedará como herencia al próximo presidente.
La administración demócrata viene haciendo un trabajo fino tanto en el frente doméstico como en la “comunidad internacional” para no ir solo contra el EI. Pero los resultados son dudosos.
La semana pasada se dio a conocer una encuesta según la cual el 71% de la población apoya los bombardeos aéreos contra el EI. Pero esto no implica que la población norteamericana haya entrado en modo guerrero y esté dispuesta a dar la vida por los intereses imperialistas. Pasado el efecto de las decapitaciones de los periodistas occidentales y con las primeras bajas, este apoyo seguramente se disolverá como una pompa de jabón.
De esto son conscientes los políticos de los principales partidos. A poco más de un mes de las elecciones de medio término, los representantes y senadores también evaluaron cuidadosamente su voto, ya que una decisión equivocada puede hacerles perder sus bancas. Mientras que una alianza bipartidista le dio el apoyo por 273 contra 156 votos, una no menos sorprendente coalición de demócratas antiguerra y halcones republicanos se opuso al presidente. Los primeros porque ven que este es el primer paso de una escalada militar. Los segundos porque lo ven un presidente demasiado débil para conducir a Estados Unidos a una guerra que se sabe cómo empieza pero no cuándo termina.
Obama tampoco goza del apoyo popular. En una encuesta de New York Times/CBS News realizada el miércoles, en vísperas del voto en el Congreso, solo un 34% aprobó la política exterior del presidente, un porcentaje más bajo que el que apoyaba a Bush en 2006, cuando la guerra de Irak ya se había revelado como una pesadilla justificada por la mentira de las armas de destrucción masiva. Ironías del destino, Obama, que le debe en gran medida su triunfo a la promesa de terminar con las guerras de Irak y Afganistán, se despedirá iniciando una nueva.
En el plano externo, el Secretario de Estado John Kerry peregrinó por las capitales europeas y árabes para reunir voluntades para combatir al EI. En los papeles, Kerry consiguió que se comprometieran las potencias de la UE, los países del Consejo de Cooperación del Golfo (entre ellos Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos), Egipto, Turquía, Jordania. En concreto todavía está por verse qué aportará cada uno.
Las dificultades para consolidar la coalición tienen que ver con las rivalidades regionales y el juego de intereses que hace que algunos de los aliados indispensables para unos sean los peores enemigos de otros. Como otras veces, Estados Unidos optó por sostener públicamente sus alianzas tradicionales comandadas por Arabia Saudita, con quienes comparte el interés de derribar al régimen de Assad en Siria, y mantener una colaboración tras bambalinas con el régimen de Irán, que tiene la llave para lograr una relativa estabilidad en Irak. Por otra parte difícilmente Estados Unidos pague el precio de sacrificar lo avanzado hasta ahora con Irán, que es sentar al régimen a la mesa de diálogo para encontrar una manera de mantener bajo control el programa nuclear de los ayatolas.
El miércoles Francia comenzó a participar de los bombardeos contra las posiciones del EI en Irak. Pero como se sabe, esta es la parte más fácil de la operación.
Ahora viene lo difícil, no solo porque ninguna fuerza combatiente que se apropia de un territorio, se derrota desde el aire, sino porque una cosa es Irak y otra Siria. Esto ya ha llevado a roces entre Obama y los jefes militares, como el General Dempsey, que insiste en que tarde o temprano volverán las “botas” norteamericanas al terreno.
En el caso de Irak, Obama usa el espantajo del EI como legitimación y el pedido de auxilio del propio gobierno de Irak para que tropas extranjeras lo ayuden a combatir este “cáncer”.
En Siria la situación es bien distinta. Assad es tan enemigo del EI como de Estados Unidos y sus aliados, que vienen buscando medios indirectos (y algunos más directos) para derrocarlo, manipulan una guerra civil sangrienta que ha tomado un curso reaccionario.
La semana próxima Obama se dirigirá a la Asamblea General de las Naciones Unidas para conseguir respaldo en esta nueva cruzada militar. Pero difícilmente consiga la legitimidad del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se espera el veto de Rusia, que es aliada de Assad y ha visto deteriorada cualitativamente su relación con Estados Unidos y occidente a partir de la crisis de Ucrania.
Según James Clapper, el Director de Inteligencia Nacional, el de Obama sería un “nuevo paradigma” de guerra basado en encontrar una “infantería” que se haga cargo del trabajo sucio. Obviamente es muy escéptico del éxito de esta estrategia.
Y no es para menos. Cada vez que Estados Unidos tercerizó la guerra terrestre, no hizo más que crear su próximo enemigo. Los “freedom fighters” armados por Estados Unidos para combatir a la URSS en Afganistán fueron los precursores de los talibán y Al Qaida. En Libia, las “milicias rebeldes de Bengazi” que actuaron como tropa terrestre de los bombardeos de la OTAN y se alzaron con el poder tras la caída de Kadafi, terminaron fragmentándose en incontables fracciones rivales, algunas de las cuales terminaron atacando la embajada y asesinando al embajador norteamericano en Tripoli.
En Irak Obama parece estar repitiendo los errores de Bush. Consiguió que se formara un nuevo gobierno, encabezado por Al Abadi, un shiita supuestamente comprometido a respetar las cuotas de poder de las tres principales comunidades –shiitas, kurdos y sunitas. Y tiene como estrategia para contrabalancear el peso de las milicias shiitas, y por consiguiente de Irán, comprar a los líderes tribales sunitas y ganarlos así como aliados circunstanciales de Estados Unidos. Para muchos esta política ya está condenada al fracaso. De la frustración de este mismo armado político-militar se alimentaron las milicias que hoy conforman el EI. Todo indicaría que Siria es el nuevo pantano para las ambiciones imperialistas de Estados Unidos.
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