A dos días de haber extendido los bombardeos de Irak a Siria, Obama usó el escenario de la 69 Asamblea General de las Naciones Unidas para buscar legitimación para la nueva guerra que está emprendiendo en el Medio Oriente.
El presidente norteamericano pintó un mundo peligroso, bajo el acecho del virus del Ébola, el “cáncer” del Estado Islámico y sus grupos asociados, y las “ambiciones imperiales” de Rusia, que estaría pidiendo a gritos que Estados Unidos reasuma su rol de “nación indispensable” y así salvar el maltrecho orden internacional de posguerra y sus instituciones, como las Naciones Unidas.
Del discurso de Obama se desprende que si en el mediano plazo la amenaza viene del EI y otras variantes islamistas similares, estratégicamente, el enemigo más importante para las potencias occidentales es Rusia. Obama aprovechó la oportunidad para atacar duramente a Putin, con quien occidente se encuentra enfrentado por el conflicto de Ucrania, y, por momentos, pareció recrear la atmósfera de la guerra fría, polarizando el mundo entre Estados Unidos y su antítesis, Rusia.
Lejos del presidente electo para terminar “con todas las guerras”, Obama adoptó una retórica guerrerista (el EI solo entiende el lenguaje de la fuerza), intentando borrar la imagen de debilidad e inacción con la que se ha asociado su presidencia, y que busca explotar sus rivales republicanos.
Pero para cualquier observador atento, su discurso tuvo dos registros: uno ofensivo, con el que trató de apuntar el liderazgo norteamericano seriamente cuestionado en la última década, y otro, defensivo, con el que intentó diferenciarse de la estrategia puramente militarista y unilateral de Bush, para evitar enfrentar en soledad los riesgos de involucrarse en una guerra que ya ha tomado dimensiones regionales. Pero este liderazgo que reclama Obama para Estados Unidos no es para enfrentar conflictos potenciales –ni mencionó a China y el “pivote” hacia el Asia Pacífico- sino para salir de la “guerra contra el terrorismo” que insume desde hace trece años gran parte de los recursos militares de la principal potencia imperialista.
Para exorcizar el fantasma de Irak y Afganistán, Obama intenta ponerle límites al compromiso de Estados Unidos en esta nueva guerra, el más importante, insistir que no habrá “botas norteamericanas” en el terreno para combatir al EI y que esta tarea es de interés exclusivo de árabes y musulmanes.
Pero a decir verdad, más allá de los bombardeos aéreos no hay certezas de cómo seguirá esta guerra ni cuánto tiempo llevará. El gobierno norteamericano habla en términos de años
El plan norteamericano de entrenar a 5.000 rebeldes sirios y a unidades del ejército iraquí (entre 10.000 y 20.000) para que combatan al EI puede llevar no menos de un año.
La complejidad que enfrenta Estados Unidos para diferenciar amigo/enemigo muestra la dimensión del conflicto.
El primer bombardeo sobre territorio sirio Estados Unidos lo hizo con la cobertura de cinco países árabes: Arabia Saudita, Qatar, Jordania, Bahrein y Emiratos Árabes Unidos, tratando de demostrar que no está en guerra contra el islam. Sin embargo, no se pueden ocultar las contradicciones que tiene con estos “socios y amigos” que hasta hace poco tiempo atrás, en función de sus intereses y rivalidades regionales, sobre todo de Arabia Saudita contra Irán, han financiado diversas milicias islamistas en Libia y luego en Siria, donde han sido actores clave en la guerra civil en curso contra el régimen de Assad.
Turquía, otro de los aliados y miembro de la OTAN, todavía no ha explicitado su compromiso. Se espera que tras haber negociado la liberación de 49 ciudadanos turcos que el EI mantenía como rehenes asuma un rol más activo. Sin embargo, el temor del gobierno turco a que la guerra contra el EI fortalezca al separatismo kurdo, trasladando el conflicto al interior de sus fronteras, condiciona también su participación. Sin ir más lejos, Turquía gaseó a decenas de miles de kurdos provenientes de Siria que huían de las matanzas del EI.
En Siria Estados Unidos no encontró aun la manera de evitar que Assad capitalice sus acciones militares contra los dos enemigos más fuertes del régimen: el EI y el frente al Nusra (relacionado con Al Qaida). Incluso a regañadientes tuvo que reconocer que notificó al gobierno sirio de los bombardeos en su territorio. La oposición siria proimperialista está pidiendo que Estados Unidos garantice una zona de exclusión aérea para evitar que el ejército sirio avance sobre ellos, una vez eliminada la amenaza del EI. Assad mientras tanto trata de salir de su lugar de paria, presentándose como principal víctima de la “amenaza terrorista”. Como muestra de este rompecabezas, mientras que Rusia y China cuestionan la legitimidad de los bombardeos norteamericanos en Siria, Assad quiere formar parte de la coalición.
La combinación de estos y otros factores puede derivar en una situación potencialmente explosiva.
Lo cierto es que Estados Unidos y sus aliados van a la guerra no por razones “morales” sino por sus propios intereses, que como se ha demostrado, son opuestos a los de las grandes mayorías populares del mundo árabe y musulmán.
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