Hong Kong, uno de los principales centros financieros del mundo, está siendo sacudido por un gigantesco movimiento de protesta. Hong Kong y las posibles consecuencias de la “revolución de los paraguas”
La llamada por la prensa “revolución de los paraguas” cambió la fisonomía del distrito tradicional de negocios que desde el pasado domingo luce, por momentos, como una zona de guerra por los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes. El movimiento Occupy Central, predominantemente estudiantil, al que se le sumó en solidaridad la central obrera, reclama a Beijing elecciones libres y exige la renuncia del jefe del ejecutivo de la isla.
En 1997, China recuperó el control de esta antigua colonia británica de 7 millones de habitantes. Desde entonces está gobernada bajo la modalidad llamada “un país, dos sistemas”. Este acuerdo alcanzado entre la burocracia central china y Hong Kong, con el auspicio de Estados Unidos y Gran Bretaña, se basó en un principio a primera vista sencillo: la isla se integraba como parte de China pero seguía organizada bajo las reglas del libre mercado y conservaba un grado considerable de autonomía política.
China se había comprometido a permitir, en 2017, la realización de elecciones bajo la modalidad del sufragio universal. Pero luego decidió cambiar el criterio: si bien respeta el sufragio universal, solo se pueden presentar los candidatos que ya cuenten con la bendición del Partido Comunista Chino.
El feriado del 1 de octubre, mientras se celebra el 65 aniversario de la revolución china, la protesta continúa. Hasta el momento nadie parece dispuesto a ceder por lo que el conflicto tiene un final abierto. Y si bien se niega la intervención del ejército chino, no se puede descartar que se repita en pequeño una represión como la de la Plaza Tianamen de junio de 1989.
El gobierno chino denuncia que tras las movilizaciones actúan Estados Unidos y Gran Bretaña, al estilo de las llamadas “revoluciones coloridas” de los países de la ex Unión Soviética. Aunque efectivamente puedan manipular la movilización de la que participan sectores pro occidentales de la elite económica y política, una crisis de dimensiones no parece estar en el interés inmediato de las potencias imperialistas ni tampoco del gobierno de Beijing.
El desenlace de este conflicto podría tener múltiples implicancias.
Desde el punto de vista económico, podría disminuir el intenso flujo comercial y de inversiones entre China territorial y Hong Kong. Solo en 2013 el comercio entre ambos fue de U$ 384.800 millones de dólares y las inversiones de la isla alcanzaron los U$ 73.400 millones. Además de afectar el mercado de valores de Hong Kong donde cotizan la mayoría de las empresas chinas. Esto sin dudas tendría un fuerte impacto en la economía mundial.
Desde el punto de vista político, el presidente Xi Jinping viene promoviendo el modelo “un país dos sistemas” para la “reunificación de China”, con el doble objetivo de conjurar tendencias separatistas y de fortalecer al estado para enfrentar desafíos geopolíticos, como la disputa por el Mar del Sur de China. En medio de la crisis de Hong Kong, Xi propuso aplicar este modelo para avanzar en la integración de Taiwán que no forma parte de la República Popular China. Aunque la burocracia del PCCh viene sosteniendo que el principio de “un país dos sistemas” rige también para Taiwán, hasta el momento mantenía relaciones cordiales en la medida en que Tapei no agitara el fantasma de la independencia. Estas relaciones mejoraron en 2008 con la llegada al poder del Partido Nacionalista Chino (KMT), que expresa el sector de la elite taiwanesa más favorable al acercamiento con China. Pero ya hay signos de que esta política que el PCCh sostiene desde el llamado “consenso de 1992” puede estar cambiando. Esto le costó una crisis profunda al presidente taiwanés Ma Ying-jeou en marzo de este año, cuando el llamado “Movimiento de los girasoles” –similar en su composición al de Hong Kong- ocupó el parlamento en protesta por la propuesta china.
Por último la cuestión social. Los medios comparan las imágenes de las movilizaciones de esta semana en Hong Kong con la revuelta anticolonial de 1967, cuando miles de trabajadores en huelga y estudiantes, inspirados por la Revolución Cultural china, desafiaron el poder de Gran Bretaña.
Si bien las escenas de violencia pueden recordar esa primavera de 1967, las protestas actuales en Hong Kong no han alcanzado ese grado de radicalidad. Hasta el momento, tienen un carácter fundamentalmente democrático y policlasista. Su principal límite es no plantear las demandas de los explotados de la isla y del territorio, aunque la intervención de la principal central sindical puede abrir otra perspectiva.
Después de tres décadas de restauración capitalista, la clase obrera china es la más numerosa y concentrada del mundo. En los últimos años, ha entrado en un estado de conflictividad y efervescencia sin precedentes. La retroalimentación y la eventual unificación de estas luchas sería una verdadera pesadilla para la burocracia del PCCh y para el mundo capitalista.
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