Por más de una década, todos los años los bancarios salen a la huelga. Este año, la huelga bancaria se caracterizó por haber tenido una muy corta duración. Se evidenció la contradicción entre el descontento de las bases por las condiciones laborales y las preocupaciones de la cúpula sindical por la reelección de Dilma.
La huelga nacional de bancarios en Brasil empezó el 30/9 y terminó el 7/10, cuando los últimos sindicatos aislados en su disposición a seguir luchando, terminaron aceptando el acuerdo hilvanado por la CUT con la patronal del sector el último sábado 4/10.
Aunque pueda resultar extraño, por más de una década los trabajadores bancarios han salido año tras año a la huelga en todo el país. El hito que inicia este proceso se encuentra en el 2004, durante el primer año del gobierno de Lula, cuando una rebelión de las bases amenazó sobrepasar a la conducción sindical del PT-CUT en el Sindicato de San Pablo y la región. Este sindicato es el más poderoso del país, con cerca del 30% del total de trabajadores en una rama que tiene más de 500 mil (eso contando sólo los que trabajan “en blanco”) y por tanto, es el que le dicta los ritmos al gremio a nivel nacional.
Este año no fue diferente, aunque desde el principio los trabajadores olfateaban la perspectiva de una traición explícita por parte de la dirección sindical del PT. Como señaló la compañera Thais M., delegada de base de la sede central de la Caixa Económica Federal en San Pablo: “Desde antes de empezar la campaña por aumento salarial, muchos compañeros en la base decían que la traición sería aún más descarada que en otros años... al Sindicato no le importa nuestra lucha y nuestras condiciones de trabajo, sólo le interesa la reelección de Dilma”.
En la huelga confluyó un complejo juego de intereses: a los banqueros les interesa romper el pacto que desde el 2005 asegura aumentos salariales por encima de la inflación y otras concesiones (menores frente a sus jugosas ganancias). A la dirección sindical le interesa un movimiento lo más dócil posible, que no le provoque desgastes electorales al gobierno (que administra 2 de los 4 bancos más grandes) sin comprometer el aparato partidario y sindical del PT-CUT, que debía centrarse en la campaña electoral.
A esto se le sumó la situación de los trabajadores que acumulan un importante descontento con las condiciones de trabajo. A muchos trabajadores bancarios la candidatura de Dilma y el PT no les resulta propia sino impuesta por la dirección sindical oficialista. Aunque una expresivo sector de los bancarios hayan votado a Dilma como “mal menor”, sobre todo en los bancos públicos (el Banco do Brasil y la Caixa Federal).
El resultado fue una huelga extraordinariamente corta, de no más de una semana. Para tener una referencia, la huelga del año pasado duró 23 días. Económicamente, el acuerdo final no ha sido del todo malo para los trabajadores (un 9% de aumento en la Caixa, el 8,5% en los demás bancos, contra una inflación oficial –algo maquillada- del 6,8%). Pero subjetivamente caló fondo el sentimiento de que la lucha estaba entregada antes de empezar. De un lado, por las enormes ganancias de los bancos, que aumentaron un 28% con respecto al año pasado -que ya había sido un récord- y así sucesivamente desde hace años. Por otro, porque los trabajadores del sector aprendieron a lo largo de los últimos años, que el impacto económico y social de las huelgas se hace sentir especialmente luego de 10 ó 15 días de paro.
En síntesis, el sector bancario de los trabajadores sale empatado, sin aprovechar la coyuntura favorable para imponer conquistas históricas, pero a la vez sin derrota. El desgaste de la dirección del PT-CUT se incrementa y los espacios para la oposición organizada en el gremio se amplían. Si logran avanzar y transformar la desconfianza en la dirección actual en efectiva movilización, el ensayo de rebelión del 2004 podría convertirse en un verdadero estallido del gremio, que tanta tradición tiene en las luchas obreras en Brasil.
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