Las recientes movilizaciones y la amplia indignación popular con la masacre de Ayotzinapa, recrea lo que vimos en otros momentos de la historia reciente: ante el avasallamiento de las libertades democráticas, surge un profundo movimiento en las calles.
Existe, en México, una larga tradición de lucha contra los atropellos perpetrados por la democracia de los ricos y poderosos. En 1994, la ofensiva militar contra la rebelión indígena-campesina de Chiapas, despertó importantes acciones en las ciudades, que rodearon de solidaridad al movimiento encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El año de 1994 dejó honda huella, y en los años siguientes se forjó una nueva generación juvenil.
En febrero del 2000, el gobierno quebró una huelga en la UNAM de más de 9 meses, con la ocupación policíaco-militar. Eso provocó una histórica movilización que obligó al Partido de la Revolución Institucional (PRI) a liberar a la mayoría de los estudiantes presos.
Más recientemente, en el año 2006, ante el fraude que llevó al conservador Felipe Calderón a la presidencia, millones se movilizaron en todo el país durante semanas. Eso hizo rememorar las protestas masivas que en 1988 surgieron contra otro fraude, en aquel entonces contra el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtémoc Cárdenas. Asimismo, la represión salvaje al magisterio oaxaqueño en junio de ese año, abrió el camino para una heroica lucha de todo el pueblo de ese estado y el surgimiento de la Comuna de Oaxaca.
Si las décadas recientes de México están signadas por el ataque a las libertades y derechos más elementales es un hecho también que una y otra vez emergen impetuosos movimientos democráticos.
Los mismos son motivados por la aspiración de millones hartos del autoritarismo. Muestran la irrupción de nuevos sectores populares, de trabajadores y jóvenes, los que tratan contener los partidos del régimen político.
En los años recientes, la degradación de las instituciones llamadas “democráticas”, se expresó en una “guerra contra el narco”. La misma se cobró cerca de 200 mil muertos y desaparecidos, la mayoría trabajadores, campesinos y estudiantes, mientras que el estado y las distintas facciones del narco se mostraban coludidos de múltiples formas.
El movimiento actual concentra el repudio a esta “narcoguerra” y la indignación ante una masacre cuyas víctimas son activistas sociales reconocidos: los estudiantes normalistas, satanizados por los medios de comunicación y los poderosos. Una vez más, la lucha democrática es la forma que asume, en México, el hartazgo con las instituciones responsables de la represión y las reformas estructurales.
Los estudiantes, en el centro de la escena
Una vez más, nada cae del cielo. En el 2012, el movimiento #YoSoy132 irrumpió en cielo sereno y señaló que la juventud estudiantil mexicana se ponía a tono con lo que pasaba en otras latitudes, desde el mundo árabe hasta las calles de Santiago de Chile. Surgió en una universidad privada, como parte del repudio a la candidatura de Enrique Peña Nieto por parte del PRI, y se extendió a las casas de estudio más politizadas. El año pasado, después de una salvaje represión contra un acampe de los maestros, miles de estudiantes se organizaron en asambleas y se movilizaron, abrazando con su solidaridad a los maestros reprimidos.
En estos días, miles recibieron a los normalistas en Ciudad Universitaria y protagonizaron tomas y paros de sus escuelas con una demanda unificada: que aparezcan ya los 43. Muchos de esos miles fueron protagonistas de las luchas mencionadas, otros tantos, “chavos” y “chavas” de reciente ingreso, que participan en su primer paro, su primera toma, su primera movilización. Esto, mientras el Politécnico, casa de estudio gobernada con mano férrea por el PRI y sus grupos de choque está paralizado por sus estudiantes, un hecho impensable meses antes.
Una nueva generación estudiantil está emergiendo al calor de la lucha contra los aspectos más bárbaros de este régimen político. Y lo hace con un mar de fondo de indignación amplia y profunda que recorre a todo México y que está cimbrando a los de arriba.
La primera gran crisis
Esta es, sin duda, la primera gran crisis del gobierno de Enrique Peña Nieto, que enfrenta la indignación popular hacia una “democracia” basada en la militarización y la represión a los opositores.
El gobierno tratará de evitar la marejada, buscando, posiblemente, que los platos rotos lo pague el PRD, que gobierna el estado de Guerrero. Sin embargo, más allá de la dinámica inmediata, el descrédito y la pérdida de legitimidad “democrática” del gobierno y del régimen político aparecen como algo difícil de remontar, que requerirá de toda la “ingeniería política” de un gobierno que no alcanza aún los 2 años.
Sin duda, las movilizaciones actuales se potenciarían si participasen de las mismas las organizaciones sindicales y la lucha de clases se expresara a un nivel superior. El movimiento obrero viene de duras derrotas previas; sin ir más lejos, la reforma energética pasó sin un paro nacional ni una movilización unificada de las principales organizaciones obreras. Y mientras las direcciones sindicales mayoritarias no participaron de las recientes acciones por Ayotzinapa, sectores como el magisterio y otros sindicatos han empezado a sumarse.
Mientras las organizaciones de trabajadores no están presentes, el movimiento democrático y los estudiantes ocupan el proscenio, el centro de la escena, repitiendo la historia de otros episodios que mencionamos arriba.
Hay un antes y un después de Ayotzinapa. Cabe preguntarse si este amplio movimiento logrará impactar y abrir el camino para que sectores importantes de la clase obrera irrumpa, con sus métodos de lucha. Hay que apostar a que emerja en toda su potencia el México bronco y profundo.
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