Dos palestinos armados con un cuchillo y una pistola ingresaron el pasado martes 18/11 a una sinagoga de Jerusalen durante el rezo matinal y mataron a 4 judíos israelíes, mientras que otros 5 resultaron heridos. Rápidamente la policía israelí tomó el lugar y mató a los dos atacantes.
El incidente es el cuarto acto de este tipo desde el 22/10 cuando otros palestinos atropellaron a un grupo de civiles israelíes en una parada de colectivos. Por su parte, grupos de colonos judíos (israelíes que, amparados por su gobierno, se asientan en territorios palestinos desplazando a la población local) realizaron actos de similar crueldad contra ciudadanos palestinos. El 11/11 fue incendiada la mayor mezquita del pueblo de Al Maghir, cerca de Ramala, capital de Cisjordania y el 17/11 fue ahorcado un chofer de colectivos palestino, entre otros ataques.
La política antipalestina del gobierno sionista
El crecimiento de la violencia con ataques desesperados y de venganza entre sectores de las poblaciones árabe y judía, tiene su base en la política antipalestina del gobierno de Benjamin Netanyahu que sistemáticamente viene promoviendo el odio contra los árabes, impulsando la construcción de más colonias ilegales en territorio palestino, y atacando de diversas maneras a la población árabe.
Netanyahu y la ultraderecha sionista están aprovechando políticamente estos ataques con un doble objetivo. En primer lugar para acusar de “terroristas” a los palestinos y revertir el aislamiento internacional en el que quedó el Estado de Israel tras la brutal ofensiva militar de julio en la que bombardeó durante más de 50 días la Franja de Gaza, la invadió con sus tropas y dejó un tendal de más de 2.000 muertos, 10.000 heridos, 400.000 desplazados y miles de viviendas e infraestructura destruidas.
¿La tercera intifada?
En segundo lugar, pretenden desviar el foco de atención con la “ola de ataques extremistas”, de la enorme movilización y rebelión popular que viene emergiendo en los territorios ocupados desde julio en repudio a la masacre perpetrada por Israel. Decenas de miles de palestinos protagonizan cotidianamente grandes protestas en las ciudades y pueblos más importantes de Cisjordania, haciendo frente a la represión del ejército israelí que ataca con munición real a los manifestantes, en su mayoría jóvenes. Las protestas se han extendido incluso a los barrios árabes dentro del territorio israelí (casi el 20% de la población del Estado de Israel es árabe) y el gobierno amenaza con quitarles la ciudadanía a quienes denomina “violentos”.
Desde hace meses se habla de una “tercera intifada” en alusión a los anteriores estallidos de ira popular de 1987 y 2000, cuya base está en la intolerable situación de opresión que sufren los palestinos: un régimen de virtual apartheid basado en el Muro ilegal de 700 kilómetros que serpentea dentro de Cisjordania aislando las comunidades árabes en su propio territorio, y en la persecución sistemática de las fuerzas de seguridad israelíes contra la población local que sufre detenciones arbitrarias, desalojos violentos, entre otros atropellos.
Los imperialistas con el Estado de Israel
Con estos desesperados ataques de palestinos contra judíos, Israel consigue el apoyo y la solidaridad de la “comunidad internacional”, más precisamente de los imperialismos yanqui y europeos y las organizaciones internacionales que le son funcionales como la ONU, que ya parece haber olvidado la ofensiva militar de julio que incluyeron bestiales crímenes de guerra como bombardear escuelas y hospitales incluso algunos protegidos por la ONU, o asesinar más de 500 niños y niñas. Obama, la ONU, el Papa Francisco, la Unión Europea, todos repudiaron el ataque a la sinagoga y llaman al “entendimiento” y la “paz”. Frases que no tienen más contenido que el de legitimar y fortalecer la opresión del Estado de Israel sobre las masas palestinas y la política de limpieza étnica que lleva adelante desde hace décadas.
Luego que la resistencia palestina y la campaña de repudio internacional obligaran a Israel a detener la ofensiva de julio y negociar con Hamas y Fatah, el gobierno de Netanyahu dio un nuevo impulso a la extensión ilegal de las colonias de judíos en Cisjordania. La habilitación para la construcción de cientos de nuevas viviendas, provocó más indignación entre los palestinos a lo que se sumó a fines de octubre la inédita provocación en décadas por parte del gobierno sionista de cerrar y militarizar el principal centro religioso palestino conocido como Explanada de las Mezquitas (o Templo del Monte para los judíos).
El colaboracionismo de la dirección palestina fortalece a los sionistas
Esta nueva provocación llevó al extremo las tensiones, elevando las protestas. La política del presidente palestino Mamud Abbas, enemigo acérrimo de la movilización popular, es completamente funcional y subordinada al gobierno sionista. Más allá que en los discursos critique al gobierno de Netanyahu por promocionar la violencia contra los palestinos, toda su política pasa por contener y frenar la rebelión palestina en curso. Su estrategia es desarmar y en última instancia derrotar la resistencia a cambio de un acuerdo con Israel que le otorgue cierto control formal sobre algunas zonas del territorio palestino. Cuenta para esto con el apoyo del imperialismo norteamericano que desde hace años esgrime la farsa de un “proceso de paz” hacia la concreción de “dos estados” que convivan armoniosamente.
Más allá de algunos avances políticos como el reconocimiento de Palestina en la ONU en 2012, esta estrategia es completamente utópica y reaccionaria ya que solo sirve para fortalecer la posición de los sionistas que siguen atomizando y aislando la población y territorios palestinos. Por si hicieran falta pruebas, baste mencionar que la construcción de 78 nuevas viviendas que acaba de autorizar Israel se encuentran sobre la línea de frontera que separaría ambos estados.
En este camino de colaboración con el gobierno israelí, Abbas critica en los más duros términos el “radicalismo” de la organización palestina Hamas que se vio fortalecida tras encabezar la resistencia a la ofensiva de julio. Trata de mostrarse como la única dirección palestina que puede garantizar un “proceso de paz”, pero se debilita cada vez más frente en medio de la doble presión entre las masas árabes que quieren pelear y el gobierno sionista que no quiere la paz y siguen apostando a la limpieza étnica.
Hamas, por su lado, mantiene su discurso radical e incluso ha llegado a saludar los desesperados atentados como el de la sinagoga, pero accedió a ceder el control de la Franja en pos del “gobierno de unidad” pactado con Fatah en abril y ratificado pocas semanas atrás. Esta organización islámica no tiene como política un colaboracionismo abierto como el de Abbas, pero su radicalismo es completamente impotente para lograr la liberación palestina.
La única salida posible para que puedan convivir en paz árabes y judíos pasa por la movilización de las masas árabes en la perspectiva de la unidad con el proletariado judío que debe luchar contra su estado colonialista y terrorista. El desmantelamiento de este Estado que se ha fundado sobre la limpieza étnica y el terrorismo de estado, será el primer paso necesario para la constitución de una Palestina obrera y socialista en todo su territorio histórico que pueda integrar a todas las comunidades étnicas y religiosas.
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