La llegada de Syriza al gobierno de Grecia, junto al meteórico ascenso electoral de Podemos en el Estado español, han generado grandes expectativas en millones de trabajadores y sectores populares que buscan terminar con las políticas de recortes y ajustes en los países del sur de Europa. Son nuevos fenómenos políticos reformistas que no se veían desde hace décadas en el viejo continente.
En Europa la crisis ha generado una fuerte polarización política, por derecha y por izquierda del “centro” tradicional que hegemonizaban socialdemócratas, liberales y conservadores. En países del norte, partidos de derecha, xenófobos y euroescépticos ganaron las últimas elecciones europeas, mientras en Grecia y el Estado español crecen las nuevas formaciones reformistas.
Las causas profundas de esta nueva situación se encuentran en la crisis económica, con sus graves consecuencias sociales, la crisis política de los regímenes bipartidistas y el desarrollo de un fuerte ciclo de movilización social que, sin embargo, fue insuficiente hasta ahora para derrotar las políticas de los gobiernos y la Troika. El descontento se canalizó entonces por la vía electoral, con el ascenso de Syriza y Podemos como contracara de la crisis de la socialdemocracia, que en las décadas anteriores se volvió abiertamente “social liberal” y constituye un elemento clave para comprender el cambio en el tablero político.
Grecia, del “gobierno de izquierdas” al gobierno “anti austeridad”
Desde el año 2012, las proyecciones electorales de Syriza crecieron de forma inversamente proporcional a la radicalidad de su programa. Tsipras fue suavizando sus propuestas, presentadas en reuniones con miembros del establishment financiero y de otros gobiernos. Después del triunfo, Tsipras formó un gobierno de coalición con ANEL (Griegos Independientes), un partido nacionalista de derecha, xenófobo y pro burgués, otorgándole nada menos que el estratégico ministerio de Defensa, máximo control civil de las fuerzas armadas de Grecia. Una resolución que marcó “el fin simbólico de la idea de un gobierno de izquierda anti austeridad”, como sostuvo Stathis Kouvelakis, integrante de la “Plataforma de izquierda” de Syriza. [1]
Un argumento que se esgrimió para justificar la decisión de Syriza fue que se desplazó el eje “izquierda/derecha” hacia una confrontación “dura” entre austeridad/anti-austeridad. Pero esta afirmación, además de justificar una opción política totalmente conservadora, se muestra errónea si se analiza el contenido real de la política del gobierno.
Como reconoce Kouvelakis, Syriza no sólo “moderó” su discurso en lo que hace a “la dimensión de clase” (en la que nunca fue muy radical), sino que lo hizo también en relación a la Troika, la cuestión de la deuda y la “austeridad”. Pasó de plantear una “auditoria de la deuda” y “dejar de pagar su parte ilegítima”, a sostener una quita parcial, una reestructuración y finalmente una refinanciación, con plazos más largos y bonos atados al crecimiento. Es decir, una política de “honrar los compromisos” contraídos y no plantear medidas “unilaterales” frente a los “socios” europeos.
El resultado preliminar de las negociaciones entre el gobierno griego y el Eurogrupo, en el cual Grecia claudicó en la defensa de casi todos los puntos de su agenda inicial para lograr una extensión del rescate, es una viva muestra de esta dinámica. [2] Como dijo en un demoledor artículo el histórico militante comunista griego, Manolis Glezos, actualmente eurodiputado de Syriza: “Cambiar el nombre de la troika por ‘instituciones’; memorándum por ‘acuerdo’ y el de los acreedores por ‘socios’, no cambia en nada la situación anterior”.
El espectro del eurocomunismo y el revival socialdemócrata
La llegada al gobierno de Syriza y la emergencia de Podemos ha reabierto debates estratégicos de la izquierda europea. ¿Es posible que una coalición de izquierda llegue por la vía parlamentaria al gobierno e inicie un proceso de transformaciones sociales que permitan una “vía democrática al socialismo”? Este interrogante marcó el debate estratégico con el eurocomunismo europeo hace casi medio siglo.
El eurocomunismo no fue una corriente homogénea de doctrinas y programas, sino una reorientación de los principales partidos comunistas europeos, desde mediados de los ‘70, para adecuarse a las condiciones de la democracia burguesa. Al mismo tiempo que se distanciaban políticamente de la burocracia de Moscú, acercándose a la doctrina de “defensa de los DDHH” impulsada por Washington, postulaban una “vía democrática al socialismo”.
En palabras de uno de sus principales impulsores, Santiago Carrillo, “Los partidos incluidos en la corriente eurocomunista coinciden en la necesidad de ir al socialismo con democracia, pluripartidismo, parlamento e instituciones representativas, soberanía popular ejercida regularmente a través del sufragio universal, sindicatos independientes del Estado y los partidos, libertad para la oposición, derechos humanos, libertades religiosas, libertad de creación cultural, científica, artística y el desarrollo de las más amplias formas de participación popular en todos los niveles y ramas de la actividad social. Paralelamente, en unas u otras formas, esos partidos reivindican su total independencia en relación con todo eventual centro dirigente internacional y con los Estados Socialistas, sin por ello dejar de ser internacionalistas.” [3]
En 1977 se produjo un encuentro en Madrid entre los comunistas italianos, franceses y españoles, que dio forma a este nuevo “eurocomunismo”. En el caso de Grecia, se produjo un poco antes la escisión entre el KKE pro Moscú y el KKE “del interior”, en 1968 como reacción frente a la Primavera de Praga. Este giro fue atacado, por derecha, como una operación de “camuflaje” orquestada desde Moscú; y por izquierda, como un renunciamiento a la estrategia insurreccional y una conversión al credo histórico de la socialdemocracia.
“No puede haber ninguna confusión entre eurocomunismo y socialdemocracia en el terreno ideológico (…) lo que se denomina vulgarmente ‘eurocomunismo’ se propone transformar la sociedad capitalista, no administrarla; elaborar una alternativa socialista al sistema del capital monopolista de Estado, no integrarse en éste y ser una variante de gobierno”, escribía en 1977 Santiago Carrillo, uno de los máximos referentes del eurocomunismo. [4]
Pero la impostura del discurso eurocomunista se vio en la práctica. Los partidos eurocomunistas actuaron como artífices de la recomposición de las “democracias occidentales” y garantes de su estabilidad. El caso italiano fue paradigmático, con el “compromiso histórico” de Enrico Berlinguer con los empresarios, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista para fortalecer a la democracia capitalista italiana frente a las tentativas “totalitarias”. Mientras en el caso español, Santiago Carrillo dirigió la política de la “ruptura democrática” durante la Transición, que en función de “conquistar la democracia”, aceptó la Constitución del ‘78, el retorno de la monarquía, las bases norteamericanas en la península y los pactos de la Moncloa. [5]
No pretendemos aquí debatir en profundidad sobre la experiencia eurocomunista. El dato que nos interesa es su “recuperación” por los referentes de los nuevos reformismos. Recientemente, en un debate sobre el “populismo” en el programa Fort Apache conducido por Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y el líder de Podemos hicieron una llamativa reivindicación del eurocomunismo italiano en la posguerra. Evitaron, no obstante, toda referencia al devenir posterior de la experiencia italiana y su rol en el proceso revolucionario abierto con el “otoño caliente” de 1969. [6]
Sin embargo, en una entrevista posterior al historiador Juan Antonio Andrade, Pablo Iglesias sostiene que el PCE de Carrillo e incluso el PSOE, no tenían mucho margen para hacer algo muy diferente de lo que hicieron durante la Transición.
Del mismo modo, el líder de Syriza, Alexis Tsipras, en más de una ocasión se ha reivindicado como parte de la izquierda de “Togliatti, Berlinguer y Gramsci”. Sin dudas la acelerada moderación política de Tsipras hace un gran homenaje a la realpolitik de los dos primeros, aunque sea un verdadero deshonor para el último.
Sin embargo, si en ambas formaciones hay un retorno al espíritu eurocomunista, lo es aún más aggiornado, después de varias décadas de “restauración burguesa” neoliberal y retroceso de la clase obrera mundial. [7] Si los eurocomunistas sostenían hace 30 años que seguir hablando de revolución con las mismas ideas del pasado ya “no era revolucionario” y había que adecuarse a las condiciones de la democracia capitalista occidental, el nuevo reformismo ha reducido aún más los “márgenes de lo posible” en sus objetivos estratégicos.
En el eurocomunismo de los años ’70 operó una redefinición del socialismo como una la ampliación y desarrollo de la democracia burguesa, como único camino para no caer en una concepción “totalitaria” de la sociedad, pero con la promesa de una “vía democrática al socialismo”. La impostura no era gratuita; los partidos comunistas de entonces dirigían los sindicatos y tenían cientos de miles de afiliados como base de maniobra a quienes “convencer”.
Careciendo de fuertes relaciones orgánicas con amplios sectores del movimiento obrero (y en el caso de Podemos, despojados incluso de toda ideología o referencia a la izquierda), los líderes de Syriza y Podemos caen en una suerte de impotencia estratégica, sin siquiera plantear el socialismo como horizonte, sino apenas el retorno al “estado de bienestar”. Un intento de revival socialdemócrata, en el que claramente no se proponen “transformar la sociedad capitalista”, sino “administrarla”.
Democracia capitalista, fetichización del Estado y lucha de clases
“La ‘ilusión política’ de querer recuperar la democracia en los marcos de este sistema capitalista por medio de un ‘gobierno decente’”, decíamos en otro artículo hace unos meses, “está basada en la premisa ilusoria de un carácter ‘neutral’ del Estado, como un espacio de poder vacío de contenido, al que podría otorgársele un contenido político más allá de los poderes reales en los que se sustenta”. [8] Esta ilusión de las bondades de la democracia capitalista, que ya era parte del acervo ideológico del eurocomunismo, reaparece con fuerza en la concepción de los líderes de Syriza y Podemos.
En un artículo publicado en 1977 [9], Daniel Bensaïd cuestionaba los fundamentos teóricos y estratégicos del eurocomunismo. Con perspicacia, sostenía que sólo la ignorancia de la historia puede dar un “aire de novedad” a las ideas que se inscriben en una robusta tradición reformista. Hoy deberíamos recordar esta frase al escuchar a los dirigentes de Podemos y Syriza, pero sobre todo a los integrantes de las fuerzas “anticapitalistas” en su seno, que dotan de un “aire de novedad” a estas formaciones. [10]
Para Bensaïd, “el parlamentarismo no elimina sino que pone al desnudo el carácter innato de las repúblicas burguesas más democráticas, como órganos de opresión de clase.” Una idea en la que seguía a Lenin, cuando en su famosa polémica con Kautsky afirma que “incluso en el estado burgués más democrático, el pueblo oprimido tropieza a cada paso con la flagrante contradicción entre la igualdad formal, proclamada por la ‘democracia’ de los capitalistas, y los miles de limitaciones y subterfugios reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados…”. [11]
Al hablar de recuperar la “democracia” en general, sin adjetivos, las direcciones de Syriza y Podemos razonan al modo de los liberales. Su defensa del sistema político instalado en Europa occidental, empezando por la Unión Europea, y su utópica aspiración de “democratizar” sus reaccionarias instituciones, es quizá uno de los aspectos clave de su recuperación del credo socialdemócrata. Al reivindicar una democracia “pura”, sin clases, o por encima de estas, hacen un fetiche de la democracia parlamentaria y del propio Estado capitalista actual, presentándolo como el único espacio de acción política posible.
Hace unas semanas Chantal Mouffe -una de las referencias teóricas, junto a Ernesto Laclau, de los dirigentes de Podemos- fue entrevistada por Pablo Iglesias en el programa “Otra vuelta de Tuerka”. Allí Mouffe sintetizó lo que considera más relevante de sus teorizaciones de hace 30 años, planteando que su reformulación más importante del marxismo fue la idea de “radicalizar la democracia”. Pero, advirtió, esto fue malinterpretado, como que primero estaba la democracia liberal y después venía un momento de ruptura y radicalización de la democracia. En realidad, precisó, no hay “momento de ruptura” ni mucho menos de revolución, sino de alcanzar transformaciones sociales al interior del Estado actual.
“Finalmente, lo que nosotros proponíamos era una radicalización de la socialdemocracia”, pero después de 30 años de neoliberalismo, lo que está planteado es “recuperar los fundamentos de la socialdemocracia”, dice Mouffe, antes de desarrollar una crítica a los movimientos sociales por considerar al Estado como enemigo, algo a “destruir” o “simplemente dejar de lado”. A lo que Iglesias responde: “Seguramente el Estado es la última esperanza que les queda a los pueblos”. “Si, exactamente”, confirma Mouffe. Iglesias vuelve sobre la idea de que Podemos y Syriza buscan entrar al Estado para transformarlo, “sobre todo porque no hay otra cosa…”, y se pregunta: “¿Pero qué otro espacio político existe más que el Estado?”.
Lo que escapa al dialogo entre Iglesias y Mouffe, es que el intento de recuperación del horizonte socialdemócrata, haciendo del Estado el eje de la intervención política, plantea una serie de problemas que limitan de antemano esta perspectiva: 1) que el contexto de crisis capitalista estrecha enormemente los márgenes de cualquier intento de recreación de una ilusión socialdemócrata; 2) que se plantea sin transformar radicalmente las relaciones de fuerzas, dando cuenta a su vez de la “debilidad de origen” del nuevo reformismo: su falta de anclaje social; y 3) que tiene como consecuencia la “pasivización” de los movimientos sociales y populares, alimentando la “ilusión gradualista” [12] de que se puede transformar la sociedad capitalista sin enfrentar la resistencia de quienes la dominan.
La ilusión en la democracia capitalista, la fetichización del Estado y la ausencia de una dialéctica entre parlamentarismo y lucha de clases -en que la segunda sea la determinante-, condena al nuevo reformismo a la impotencia estratégica, al mismo tiempo que contribuye a desarmar política y organizativamente a los trabajadores y sectores populares tanto para las batallas actuales como futuras. Porque sin poner en movimiento fuerzas sociales y materiales que enfrenten al establishment, cambien la relación de fuerzas y preparen el “momento de ruptura”, sólo quedan los “acuerdos” con los poderes reales del capitalismo para hacer “lo que se pueda”.
En este sentido, hay otro fetiche que deriva de esta concepción del Estado y la democracia, del cual se nutren los discursos de los líderes de Syriza y Podemos: el fetiche de la “mayoría” electoral. Si tenemos la mayoría, entonces someteremos a la Troika o la “casta” por medios democráticos. Pero este razonamiento choca a cada paso con la realidad. Veamos el caso de Grecia: un amplio sector del pueblo griego votó a Syriza por su promesa de que aboliría el “plan de austeridad” y hoy esta formación tiene un apoyo mayoritario. Sin embargo, las “instituciones” han exigido al gobierno de Tsipras que aceptara todas sus imposiciones… y este lo ha hecho. Una dura demostración de que lograr la “mayoría” para llegar al gobierno, no garantiza el poder real.
No es vano reafirmar que esta dinámica contiene el doble peligro de acabar en la asimilación política de los nuevos reformismos por parte del capitalismo y la desmoralización popular, una vía regia para abrir el camino a otras “soluciones políticas”, las provenientes de la extrema derecha del arco político.
¿Ciudadanía o clase?
A pesar de las consecuencias de la crisis capitalista, cuyos costos han sido descargados sobre los hombros de la amplia mayoría de la clase trabajadoras y los sectores populares de Grecia y el Estado español, atacando sistemáticamente sus condiciones de vida, las respuestas populares en el terreno de la lucha de clases ha sido hasta ahora insuficiente para parar los ataques. A ello, por supuesto, ha colaborado decisivamente el rol de las burocracias sindicales y los viejos aparatos reformistas.
En este marco, la “cosmovisión” de los nuevos fenómenos reformistas como Syriza o Podemos, plantea la posibilidad de generar trasformaciones políticas y económicas sin la intervención de la clase trabajadora como sujeto político, sino mediante la formación de una mayoría de ciudadanos-electores que transforme el Estado desde las instituciones de la democracia liberal representativa.
El autogobierno de los ciudadanos a través de las instituciones de la democracia liberal, sin embargo, es una ficción engañosa, que remite a la vieja ilusión bersteniana de que es posible atenuar progresivamente los conflictos entre las distintas clases desde las instituciones del régimen parlamentario y el Estado representativo, hasta resolver la contradicción entre la “igualdad política” y la “desigualdad social” propia de los regímenes democráticos capitalistas. [13]
Una ilusión que, en la misma medida que muestra desconfianza en la potencialidad trasformadora de la clase trabajadora y, por ende, niega toda posibilidad de superación del sistema capitalista, justifica la colaboración de clases con los capitalistas.
En otro artículo decíamos recientemente que “transformar el Estado y el poder implica transformar las relaciones sociales sobre las cuales se sustenta ese mismo Estado. En la sociedad capitalista esto requiere imponer un programa que cuestione el poder y la propiedad de los capitalistas. Ya sea a nivel estatal como municipal, lograr una ‘democracia sustantiva’ implica poner en movimiento poderosas fuerzas sociales y crear nuevos organismos de autoorganización de masas que operen como un poder alternativo al de los capitalistas.” [14] A lo largo de la historia, este tipo de organismos de democracia directa y doble poder (soviets, consejos, coordinadoras) han aparecido por fuera de las instituciones estatales burguesas, enfrentando con su legitimidad a las instituciones existentes.
Sin una perspectiva de autoorganización obrera y popular que cuestione la propiedad privada capitalista, toda experiencia de “gobierno anti austeridad”, “gobierno de la gente”, o como quiera llamarse, termina inevitablemente atrapada en una lógica donde los “compromisos” con las clases dominantes y la “gestión” del Estado capitalista se imponen irremediablemente.
Una vez más, la corta experiencia realizada hasta ahora por el gobierno de Syriza en Grecia, muestra que esta estrategia, lejos de abrir un nuevo camino democratizador, sólo puede preparar nuevas derrotas y frustraciones.
* Este artículo es una versión levemente modificada del publicado en la revista Ideas de Izquierda N° 17, Buenos Aires, Argentina.
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