La huelga de los trabajadores subcontratistas de Codelco fue una huelga dura. Se extendió por días por intransigencia de la gerencia y el directorio de Codelco.
Fueron intransigentes porque sólo intentaron hacer arrodillar a los trabajadores en huelga, y debilitar a su naciente organización sindical, la Confederación de Trabajadores del Cobre. ¿O es que acaso las demandas económicas de los trabajadores afectarían el funcionamiento económico de la empresa, alzarían significativamente sus costos? No.
¿Entonces por qué esa intransigencia? Porque esta huelga estaba llamada a convertirse en un ejemplo para el resto de los trabajadores de Chile. Es por esto entonces que la clase patronal exigía a la gerencia y al directorio que derrotara a los trabajadores en huelga, y hacia el final del conflicto pedía “mano dura” y declaraba inútil el diálogo.
No lo lograron.
Aunque los resultados totales son mixtos, lo que obliga al trabajador a reflexionar y sacar las enseñanzas.
El terreno en el que la propia clase patronal puso la huelga, terminó implicando la relación de fuerzas más general entre las clases, al convertirla en un debate político nacional sobre cómo negociar los justos derechos e intereses de los trabajadores, y las mezquinas pretensiones de la clase patronal ávida de ganancias.
Luchas, precios del cobre y trabajadores de segunda categoría
La huelga nace de la lucha de los trabajadores subcontratistas de Codelco de fines de 2005, principios de 2006 cuando demandaron, con inteligencia porque había campaña presidencial y se podía comprometer a los candidatos patronales de la Concertación y hasta de la derecha, que se les reconociera su aporte fundamental a la explotación del cobre.
Ese reconocimiento era posible: el precio del cobre había iniciado la carrera ascendente en sus precios, que aún no concluye ni parece que vaya a hacerlo por el momento. Además, se les había reconocido a los trabajadores de planta con un bono. Y aunque parezca increíble, los gerentes y directores de Codelco se gratificaron a sí mismos con un bono de 20 millones de pesos.
Así, los trabajadores subcontratistas de Codelco comenzaban a plantear que no había que diferenciar entre trabajadores de primera y de segunda.
También era posible porque los trabajadores subcontratistas habían construido su organización, la Coordinadora Nacional de Trabajadores Contratistas. Además, reconocía a la CUT, para no dividir a trabajadores de planta de trabajadores externalizados.
Sin embargo, aquella lucha fue detenida por una promesa de atender las demandas, en mesas de diálogo, y en un desvío parlamentario, es decir: salir de las calles para que el Parlamento lo resuelva. ¿Y qué hizo el parlamento? Votó la Ley de Subcontratación, que lo único que hace es consagrar esta forma de explotación del trabajo, en lugar de terminar con él. Esto fue un triunfo de la clase patronal, que de contragolpe se impuso sobre el triunfo de los trabajadores: haber instalado en la discusión nacional que no debía existir esa discriminación entre trabajadores de primera y de segunda, que la clase patronal impone para aumentar su explotación y para dividir a los trabajadores debilitando su fuerza, y no solo que no debía existir esa discriminación, sino que era posible organizar y unir a los trabajadores subcontratistas, aunque parecía difícil y hasta imposible.
La ley de subcontratación: la clase patronal impone las reglas del juego
¿La ley de subcontratación con sus regulaciones, resolvería en algo el motor principal de la huelga de los subcontratistas -la discriminación entre trabajadores de primera y de segunda- que con la bencina de los altos precios del cobre, y con el encendido de la creciente dificultad de la Concertación para seguir apareciendo falsamente como amigos del pueblo haciendo que los trabajadores esperen que les resuelva los problemas, se ponía en marcha?
Pasaron los meses y no era así. La ley de subcontratación nada resolvía. Y para colmo, los compromisos firmados por Bachelet (no por “gobierno ciudadano”, pues también el candidato de la derecha se había comprometido) no se cumplían. La huelga se anunciaba. Los trabajadores constituyeron la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), un paso adelante en la organización de los trabajadores subcontratistas. La dirigen dirigentes sindicales del PC y de la Concertación, principalmente.
La respuesta a la pregunta es: no, la ley de subcontratación no resolvería en nada los problemas fundamentales de los trabajadores subcontratistas. Con el triunfo de contragolpe de la clase patronal, consagrando la externalización en su ley de subcontratación, había impuesto las reglas del juego.
¿Las aceptarían los trabajadores?
La huelga: un hecho político nacional
El 25 de junio, los trabajadores declararon su huelga. El PC realizó sus máximos esfuerzos para que no se llegara hasta allí. Según el mismo diario “El Siglo”, J. Insunza, dirigente del PC, tuvo reuniones privadas con altos directivos de la empresa para comprometerlos al cumplimiento de los compromisos de Bachelet y evitar así la huelga. No tuvo éxito. La gerencia y el directorio de Codelco, los neoliberales de la Concertación, la clase patronal, querían quebrar a la organización sindical, la CTC, que pocos días atrás se había constituido.
Los trabajadores iniciaron su huelga. Se trató de un hecho político nacional. Porque fue en el corazón de la economía nacional. La hicieron los trabajadores que se creía que al haber sido divididos en múltiples empresas jamás lograrían agrupar sus fuerzas para luchar por sus derechos. La hicieron los trabajadores subcontratistas, que se supone no deberían negociar con la empresa mandante, para algo la clase patronal los había fragmentado en múltiples empresas: para que tuvieran menos fuerza a la hora de negociar sus derechos. Fue la primera vez que se proclamaba el llamado a huelga general de toda la empresa por sus trabajadores subcontratistas.
Aunque se declaró como huelga general de los trabajadores subcontratistas de Codelco, no llegó a serlo. En la División Norte fue escasa su adhesión, como en Ventanas que fue oscilante. El Teniente, de mayor peso político, y Andina, fueron activas pero de adhesión dispar. El Salvador, se podría decir, estuvo a la cabeza, alcanzando a paralizar el 100%, logrando el apoyo del pueblo de Diego de Almagro y la adhesión solidaria de los trabajadores de planta.
¿Por qué no se logró una efectiva paralización del 100%? Hubo varios motivos. Pero hay dos de importancia. Uno es que la dirección de la huelga, aún con toda su novedosa combatividad, aceptó las reglas del juego: pedía la “aplicación a rajatabla” de la Ley de Subcontratación, concentrándose en los bonos y beneficios sociales. Las diferencias relativas de condiciones de trabajo entre los trabajadores de las distintas divisiones, podían así ser utilizados por los patrones. Lo que unía por encima de toda diferencia, lo que estaba como motor de la lucha -la discriminación entre trabajadores de primera y de segunda- se mantenía incuestionado. Desde Clase contra Clase, por esto mismo, planteamos la necesidad de luchar por un Tarifado Nacional por Oficio, que igualara las condiciones de salario entre trabajadores de planta y subcontratistas, y así avanzar al pase a planta permanente de todos los trabajadores subcontratistas, porque se hace innecesaria entonces la subcontratación, terminando con esta forma de explotación del trabajo.
La huelga con movilización, que incluyó enfrentamientos con los prepotentes Carabineros, medidas de fuerza empujadas por la intransigencia patronal, es decir, el método propio de la clase trabajadora, vuelve a mostrar su importancia y necesidad. Aún contra la ley patronal, que la impide en los hechos.
Neoliberales y anti-neoliberales
La clase patronal movilizó todos sus recursos contra la huelga y se mantuvo intransigente. Las mesas de negociación eran para alargar el tiempo esperando el desgaste de los trabajadores. No les resultó. Los trabajadores tuvieron la fuerza para sostenerse.
Ayudaba a esto que la clase patronal y sus políticos estaban divididos. Hubo un sector (más progresista, más sensible, algunos serían antineoliberales) que se declaró a favor de las demandas de los trabajadores. Las Comisiones de Trabajo de la Cámara de Senadores y Diputados, recibieron a los dirigentes de la CTC, se ofrecieron como mediadores, y hasta como garantes de los futuros acuerdos.
Párrafo aparte merece la mención de que, aunque en estas Comisiones de Trabajo de Senadores y Diputados había parlamentarios de la derecha, sus dirigentes se pronunciaron siempre contra la huelga de los trabajadores y sus demandas. Esto el trabajador debe tenerlo siempre presente y nunca olvidarlo. No es algo de hace 30 años, es de ahora, continuidad de su pinochetismo de hace 30 años.
Pero esa confianza en los sectores más progresistas, más sensible, en algunos casos más anti-neoliberales, fue el segundo motivo de importancia de por qué no se logró paralizar al 100% la producción, y sumar más trabajadores activamente a la huelga. Así, el PC en su periódico El Siglo anunció y dio espacio en sus páginas a estos sectores. ¿Había que recibir estas declaraciones y aprovechar esas divisiones para mantenerse firmes porque la línea de quebrar la huelga no se lograba imponer? Sí, pero no más que eso. Era esencial exigir que la CUT, que había convocado a una movilización para el 29 de agosto (¡dos meses después de declarada esta trascendental huelga!), y que está co-dirigida también por la Concertación y el PC, adelantara esa convocatoria, llamara a un Paro Nacional en Solidaridad. Esto planteamos desde Clase contra Clase, y hubiera ayudado cien veces más que los apoyos de políticos patronales antineoliberales de la Concertación.
Por el contrario, la dirección de la huelga, del PC en primer lugar, llamó a confiar activamente en esos sectores de políticos patronales. Esto dio aires a los neoliberales. El director sindical de Codelco, R. Espinoza, presidente de la Federación de Trabajadores del Cobre (FTC), hizo declaraciones contra la huelga y sus dirigentes, contribuyendo al trabajo de la gerencia y la clase patronal de aislar a los trabajadores en huelga, desgastarlos, criminalizarlos, etc. A los pocos la gerencia hizo la burda maniobra de negociar con sindicatos que no estaban en huelga, firmando acuerdos divisionistas. La base de esos sindicatos los rechazó. Pero la misma Comisión de Trabajo del Senado que tanto entusiasmo les despertó, avaló los acuerdos divisionistas. La huelga se encontraba en un impasse y llegaba a una máxima tensión de fuerzas.
La máxima tensión de fuerzas
Se había atado un nudo: la intransigencia patronal no lograba hacer arrodillar a los trabajadores, la huelga no lograba hacer retroceder a la gerencia y el directorio. Había que desatar ese nudo. Se llama a intensificar las movilizaciones.
La combatividad demostrada por los trabajadores en huelga, y que incluso el PC asume, no apuntaba a la paralización al 100% de la producción. En ese momento, había que asegurar eso. No lo lograrían más movilizaciones. ¿No estaba planteado hacer como en El Salvador, que con los accesos tomados, dejaba planteado avanzar a la toma de los yacimientos logrando la paralización al 100%, y de ese modo demostrando que sólo los trabajadores son los que producen, que no se justifica el bono de 20 millones de los directores, mientras que a los trabajadores subcontratistas, parte esencial de la producción, se los empujó a una dura huelga por negar lo innegable: su aporte fundamental a la extracción del cobre y el funcionamiento de Codelco?
Nada de esto sucedió. Aunque los trabajadores comenzaban a inquietarse, las movilizaciones crecían, la participación en asambleas también iba en ascenso. Nada parecía desgastar la huelga. Por su parte, la clase patronal amenazaba con mano dura y declaraba la ruptura de todo diálogo. Parecía una declaración de guerra.
El fracaso del sector progresista y anti-neoliberal de los políticos patronales, no desalentó al PC y la dirección de la huelga. Encontrarían en otra institución al aliado progresista: la Iglesia Católica. Se ofreció como “facilitadora” del diálogo. Declaró justas las demandas de los trabajadores, comprendió que las movilizaciones nacían de la inequidad en sus condiciones de trabajo. Con disgusto, los intransigentes de la gerencia y el directorio, y la clase patronal misma, debieron aceptar esta salida a una huelga dura, larga, que por 37 días acaparó la atención política y sindical del país.
Resultados mixtos
La huelga, fue un hecho político porque puso en la discusión nacional la discriminación entre trabajadores de primera y de segunda, fuente de explotación de la clase patronal. Y además, porque implicó la relación de fuerzas más general entre las clases: porque la negociación de los trabajadores subcontratistas con la empresa mandante, manteniendo vivo el debate sobre los alcances de la negociación colectiva, trata sobre los términos de la negociación de los derechos e intereses de la clase trabajadora, y los intereses mezquinos de las multimillonarias ganancias de la clase patronal, abriendo una nueva dinámica sindical, nueva desde el fin de la dictadura. Lo que incluyó elementos de acción directa de los trabajadores en huelga, traspasar la legalidad vigente, fortalecer la organización sindical combativa como punto de apoyo para la unidad de las fuerzas obreras. Y que planteó -objetivamente- este mecanismo de explotación que caracteriza al neoliberalismo. Si el 2006 el movimiento estudiantil secundario puso en cuestión -objetivamente- el neoliberalismo en la educación, el 2007 los obreros subcontratistas de Codelco pusieron en cuestión -objetivamente- el neoliberalismo en la relación de trabajo.
Pero los resultados fueron mixtos. Hubo importantes avances: Se obtuvieron demandas importantes que antes ni se podía pensar que pudieran ser, como el bono, aunque no fuera lo que correspondía ni en los términos que correspondía. También otras demandas como compromisos salariales y beneficios sociales.
Pero esos avances tuvieron costos altos: la dirección del PC y la Concertación, en los acuerdos, firmaron la aceptación de la ley de subcontratación. Es decir: habrían impedido la posibilidad de la lucha por terminar con la subcontratación, con la discriminación entre trabajadores de primera y de segunda, apuntando más bien entonces a “humanizarla”, a un mejor trato por medio de mejorar ciertas condiciones y beneficios. Así, se ayuda a encausar el cuestionamiento -objetivo- al neoliberalismo en las relaciones de trabajo. En segundo lugar, aún con una política sindical combativa, se reafirmó la política del PC de colaboración de clases: no sólo recibieron la “comprensión” de los sectores amistosos con la huelga, sino que activamente llamaron a confiar en los sectores anti-neoliberales de los políticos patronales como la Concertación: por eso alentaron a la Comisión de Trabajo de Diputados y del Senado, por eso siempre buscaron salvar a Bachelet diciendo que es engañada por los “tecnócratas neoliberales”, y por eso reivindicaron a “la Iglesia obrera”.
Así con esta ayuda, el debate nacional abierto inmediatamente con el fin de la huelga, da tiempo para alcanzar los objetivos proclamados por la Iglesia: anticiparse a hacer algo, reformas parciales por arriba, para tratar de contener y evitar que una nueva cuestión obrera se imponga, con los trabajadores tomando en sus manos la resolución de los problemas que le impone la clase patronal en sus propias manos, abriendo quizás un ciclo de alzas de la huelga obrera y del fortalecimiento de sus organizaciones.
Es por eso que debemos sacar todas las enseñanzas de esta huelga, y avanzar en la lucha de Clase contra Clase por la construcción de un partido de trabajadores revolucionario, alternativo a la política de colaboración de clases del PC, aun con un tipo de sindicalismo combativo, un partido de trabajadores revolucionario que luche con una política de clase independiente de toda variante patronal, por los derechos actuales y los intereses históricos de la clase trabajadora.
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