Un atípico día de urnas. La masacre de Iguala abrió un proceso de históricas movilizaciones en México y una importante crisis política. Aunque en los meses previos esto fue contenido, el terremoto político que cruzó el país desde octubre se hizo notar este 7 de junio, en el descrédito de las instituciones y los grandes partidos.
Esto se expresó también en las acciones de protesta en varias entidades. El gobierno de Peña Nieto logró contenerlas mediante un inédito operativo que blindó las elecciones.
Es verdad que las acciones de boicot no impidieron el proceso electoral. Pero hay que dar cuenta de que la militarización de la jornada mostró el carácter profundamente degradado de la “paz democrática” a millones en todo el país. Todo un símbolo del México de Ayotzinapa, y un anticipo de lo que podemos esperar los últimos tres años del peñanietismo.
Desgaste político
De pérdidas y ganancias . El resultado de las elecciones es revelador por el desgaste de la alternancia democrática y de los tres principales partidos, que pasaron del 81% de los votos en el 2009 al 61% actual.
Al Partido Revolucionario Institucional (PRI) le alcanzó para –junto a sus aliados del Verde y Nueva Alianza– conservar la mayoría relativa en diputados, lo cual junto a los acuerdos con el Partido Acción Nacional (PAN), le permitirá avanzar contra los trabajadores. El blanquiazul mantiene su lugar de segunda fuerza. Ambos conservan o se alternan en varias de las gobernaturas en juego.
Pero hay que ver dinámicamente el resultado. Decrecieron electoralmente: el PRI, con 29%, tuvo su peor desempeño en elecciones intermedias recientes; en 2009 obtuvo 37%. Perdió además la estratégica gubernatura de Nuevo León y la alcaldía de Guadalajara. El resultado para Peña Nieto no es fácil de digerir: lograr el primer puesto en la elección no es lo mismo que alcanzar un triunfo político rotundo. En 2009 el 37% priista abrió el camino al regreso a Los Pinos. Los resultados recientes inauguran interrogantes sobre la fuerza que tendrá para encarar los tres años que le quedan.
Lo del PAN es indiscutible: cayó a un 21% de los votos, y se abrió un nuevo capítulo de la batalla intestina entre maderistas y calderonistas.
Sin embargo, los costos políticos que pagaron estos dos partidos podrían quedar eclipsados por el derrumbe bochornoso del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
La sombra de Ayotzinapa, el ocaso del sol azteca. En 14 entidades quedó por abajo de Morena; es su votación más baja de los últimos 20 años, y perdió parte importante de su fuerza parlamentaria. En el Distrito Federal pasó de ser casi hegemónico, a quedarse sólo con seis delegaciones y terminar segundo. En la Asamblea Legislativa el partido de Miguel Ángel Mancera deberá negociar con Morena o bien apoyarse en acuerdos con el PRI y el PAN, una disyuntiva compleja por donde se mire.
Amplios sectores populares y de la juventud le dieron la espalda a un derechizado PRD, desacreditado por sus vínculos con la “narcopolítica” y el Pacto por México. El régimen político tiene hoy un problema casi estratégico: su pata izquierda ya no puede jugar el rol de contención de la protesta social.
Esto en el marco de una nueva configuración institucional y política: al tripartidismo tradicional lo estaría sucediendo un entramado político mucho más fragmentado.
Las expresiones del descontento
El ascenso de Morena. Como decía un analista, el voto a Morena es el voto del descontento: cientos de miles de trabajadores y jóvenes lo votaron para castigar al PRD y oponerse al gobierno.
López Obrador se mantiene en la misma política que caracterizó al PRD: democratización del régimen y un capitalismo de rostro “humano”. Lo que cambia, en todo caso, es que de ser una oposición casi “outsider” después de su salida del PRD, se nacionaliza, adquiere peso institucional e incluso responsabilidad de “gestión”. En el DF es primera fuerza y gobernará a más de 2 millones de personas.
Habrá que ver cómo se las arregla López Obrador para conciliar su retórica opositora, con su actividad parlamentaria y de gestión en la ciudad de México, al calor de las cuales quienes lo apoyaron podrían hacer una nueva experiencia política.
La novedad... los independientes. En Nuevo León implicó la derrota del PRI a manos del Bronco, y en Guadalajara la llegada de Kumamoto a la legislatura local. Otros candidatos explotaron el perfil de “la renovación de la política”, como Alfaro en Guadalajara, que le arrebató la alcaldía al PRI para el Movimiento Ciudadano. Todo esto también fue expresión en el terreno electoral del descrédito del PRI-PAN-PRD que nutre nuevos fenómenos políticos.
Reconocer este novisimo hecho es muy distinto a guardar expectativas: como decimos aquí, el programa del ex priista “Bronco” es conservador, y busca el apoyo del poder economico regional, ademas de posibles alianzas con el PRI y el PAN y acercamientos con Peña Nieto. Figuras con otro perfil, como el joven tapatío, se centran en una “nueva política”, pero carecen de una perspectiva alternativa a los partidos del régimen político.
Peña Nieto trató de ocultar los efectos del ascenso de los independientes –¡la derrota de su partido en Nuevo León y Guadalajara!– presentándolo como muestra del “carácter democrático” del régimen. Un régimen tan antidemocrático que niega derechos electorales a las organizaciones obreras y de izquierda, y que, incluso en el caso de las candidaturas independientes, impone duros y desiguales requisitos.
Boicot y anulismo, Ayotzinapa presente. El otro elemento nuevo fue el amplio movimiento de oposición a la trampa electoral. La abstención, el boicot y la anulación expresaron esto, y fueron un fenómeno real que se postuló como continuidad de la lucha por Ayotzinapa.
El impacto del movimiento por la anulación no puede limitarse a medir los votos anulados, que por otra parte estuvo en niveles cercanos al 2009. El impacto fue fundamentalmente político: frente a quienes postulaban el “voto útil”, aparecimos con fuerza quienes –como el MTS– propusimos un movimiento militante por la anulación del voto, como la expresión concreta de una política independiente del régimen y sus partidos, en el terreno electoral. Tanto es así que los intelectuales afines al Morena tuvieron que tomarlo en cuenta y, como no se había visto antes, se desarrollaron álgidos debates como los que reflejamos en La Izquierda Diario.
Escenarios. Entonces, las elecciones mostraron el desprestigio y el descrédito de los partidos principales. La militarización y represión del 7/6 señala que el gobierno y el régimen político buscarán frenar la emergencia de la protesta social, y aprovechar a su favor el retraso en la entrada en escena del movimiento obrero. Una situación más dinámica, con nuevos fenómenos políticos y de la lucha de clases, signada además por los nubarrones en la economía, puede ser el signo del último trienio de Peña Nieto y abrir el camino para la irrupción de los explotados y oprimidos. La construcción de una izquierda socialista y revolucionaria surge como una necesidad impostergable para los próximos combates.
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