En una muestra una vez más de cinismo del Comité Nobel en Oslo, el Cuarteto de Diálogo Nacional Tunecino fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz “por su decisiva contribución a crear una democracia plural”, es decir con los viejos representantes de la dictadura de Ben Ali.
Fotografía: EFE
El Cuarteto de Diálogo Nacional está formado por la Unión General del Trabajo (UGTT), sindicato histórico de Túnez y símbolo de la independencia; la Confederación de la Industria, el Comercio y la Artesanía; la Liga Tunecina de Derechos Humanos (LTDH) y la Orden de los Abogados. Su rol fue clave, en especial el del primero en desviar el proceso revolucionario tunecino hacia una “contrarrevolución democrática”, un régimen de fachada democrática pero que mantiene la continuidad del régimen dictatorial tunecino, parte de su personal político como su actual presidente, ex ministro de Ben Ali, y especialmente sus intereses económicos y la sumisión al imperialismo.
Los confiscadores de la revolución
Túnez fue la cuna de la “primavera árabe” y, junto con Egipto, el país en el que intervino como fuerza más o menos organizada la clase obrera.
Tras el derrocamiento de Ben Ali en enero de 2011, se abrió una etapa de una gran inestabilidad política, protestas y huelgas que puso fin al gobierno transitorio formado por figuras del viejo régimen. En octubre de ese año se realizaron las elecciones para la Asamblea Constituyente, que dio como resultado un mapa político muy fragmentado, con una relativa ventaja del partido islamista Ennahda que formó un gobierno provisional junto con los tres partidos mayoritarios laicos. Pero la situación siguió siendo altamente inestable con una creciente polarización entre partidos laicos e islamistas, en el marco del continuo deterioro de las condiciones de vida de las amplias masas populares.
En febrero de 2013 fue asesinado el dirigente obrero de izquierda Chokri Belaid. Este crimen político desató una ola de protestas, incluida una huelga general, y aceleró el enfrentamiento entre sectores laicos e islamistas.
En julio del mismo año otro asesinato conmovió al país y polarizó aún más el enfrentamiento, en este caso el antiguo líder del partido opositor tunecino Movimiento del Pueblo, Mohamed Brahmi también es asesinado. Éste había sido elegido diputado en Sidi Buzid, la cuna de la revolución que derrocó al régimen de Ben Alí en enero de 2011 y que inició la primavera árabe. Inmediatamente, al igual que a principio de ese, año cientos de miles de personas se manifestaron por el centro de la capital al grito de “el pueblo quiere la caída del Gobierno” y “hoy debe caer Ennahda”. A su vez, una contramanifestación de varios miles de personas, escoltadas por las fuerzas de seguridad, recorrió la parte de la céntrica avenida de Burguiba en apoyo al Gobierno. Una jornada de huelga general paralizó gran parte del país.
Es en este marco nacional, y dentro de un contexto regional bien tenso con el golpe de estado en Egipto en julio de 2013, que las propuestas de diálogo nacional lanzadas ya en febrero de 2012 por la UGTT, ahora prenden. Ésta con su legitimidad local y también internacional, lanzó la idea de un frente: es ahí donde entra el Cuarteto de Diálogo Nacional.
Frente al espectro de seguir la misma suerte que sus homólogos egipcios de la Hermandad Musulmana y su presidente Morsi, condenados a la cárcel y asesinados por el golpe del general al-Sissi, los islamistas abdicaron del poder permitiendo una salida política. La nueva constitución recién pudo aprobarse en 2014. En las elecciones de octubre del año pasado triunfó un partido burgués liberal laico que desplazó del poder a Ennahda. Finalmente, a principios de 2015 se formó un gobierno de coalición entre laicos e islamistas moderados, encabezado por un antiguo funcionario del derrocado Ben Alí.
De esta forma, la “reconciliación nacional” alabada por la UGTT es -como dice la universitaria tunecina, Hèla Yousfi, autora de un interesante libro sobre la UGTT de próxima aparición en Francia- un consenso “…que permitió a la antigua élite proveniente del RCD [el partido de Ben Ali - ed] y la nueva élite islamista salida de las urnas lograr un compromiso político. La continuidad de este proceso, es también el actual reparto del poder entre Ennahda y el viejo régimen, que se produjo a expensas de los problemas sociales y económicos que estaban sin embargo al origen de la revolución”. Una confiscación del proceso revolucionario.
Los nuevos autoritarios y liberticidas
Pero este desvío es solo el comienzo del giro crecientemente autoritario o bonapartista del régimen, que aprovechando la oleada de atentados terroristas que se han producido en su territorio, los utilizó como excusa para recortar las mínimos derechos democráticos que se vio obligado a ceder como consecuencia de la caída de Ben Ali y sobre todo para enfrentar de forma represiva la vuelta de la agitación social que de tiempos en tiempos y con claros picos sacude al país.
Así, en julio el Parlamento tunecino aprobó la nueva ley antiterrorista, entre cuyas medidas está la pena de muerte para los delitos relacionados con terrorismo y la pena de cárcel para las expresiones de apoyo al terrorismo. A la vez, permite a las fuerzas de seguridad retener a sospechosos hasta 15 días sin acceso a un abogado o comparecer ante el juez, además de permitir con mayor facilidad pinchar los teléfonos de personas investigadas. Varias organizaciones defensoras de Derechos Humanos han calificado de "draconianas" algunas de estas medidas y han criticado la "vaga" definición de terrorismo, por lo que han advertido de que podría llevar a una pérdida de derechos democráticos.
Recientemente, ha avanzado en una nueva la ley sobre la reconciliación económica que deja atrás las acciones de justicia contra antiguos jerarcas de la dictadura tomadas durante el periodo transicional y ofrece amnistía para todos los funcionarios estatales y empresarios especuladores y corrupto del régimen de Ben Ali, utilizando como pretexto que eso va a permitir la vuelta de las inversiones económicas.
Por su parte, el presidente de la República se permitió repudiar en la televisión a su ministro de Justicia, que aboga por la despenalización de la homosexualidad, y fue aplaudido por Rached Guannouchi, el fundador de Ennahda. Todo un símbolo.
Es un proceso de “contrarrevolución democrática” que pone en peligro las mínimas conquistas democráticas logradas y sobre todo que vuelve a restablecer el cuadro de económico y de sometimiento imperialista, que caracterizó a Túnez en las últimas décadas bajo la dictadura de Ben Ali y que fueron las razones estructurales por las cuales las masas se insurreccionaron en 2011. El relanzamiento de los acuerdos de libre intercambio con la Unión Europea para transformar de nuevo a Túnez en una semicolonia con dobles cadenas, liquidando toda traza de su soberanía nacional es la pieza final.
En fin, son todas estas agachadas lo que el Comité Nobel viene de premiar, en especial el enorme rol de conciliación de clases de la dirección de la UGTT. Nada sorprende de esta institución que sigue con su trayectoria reaccionaria, la misma que en el pasado otorgó este premio a Nelson Mandela y Frederik Willem de Klerk por haber contribuido a salvar bajo otra fachada al régimen del apartheid y confiscar la revolución negra de la década de 1980 en Sudáfrica o, el año siguiente en 1994 a Yasir Arafat y los dirigentes sionistas Isaac Rabin y Shimon Peres luego de las conversaciones de Madrid que dieron origen al reconocimiento del líder palestino al estado terrorista de Israel y la fórmula utópica de dos Estados para el conflicto palestino-israelí.
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