El año 2015 se cierra en nuestra región con avances políticos de la derecha. En Argentina, el “gobierno de gerentes” de Macri comienza a instrumentar su plan de ajuste. En Brasil, la derecha se fortalece capitalizando la crisis del gobierno petista, con sus medidas antipopulares, sus escándalos de corrupción y con la presidenta Dilma Roussef amenazada de “impeachment” (“juicio político”). En Venezuela, la oposición reaccionaria logró un triunfo electoral inédito, conquistando la mayoría de la Asamblea Nacional, con lo que el gobierno de Nicolás Maduro queda muy debilitado en medio de una aguda crisis económica y política.
Esto expresa un importante salto en el viraje político a derecha que se fue profundizando a lo largo del año, con jalones como la amistosa recepción de los gobiernos de la región al “nuevo diálogo interamericano” propuesto por Barack Obama en la cumbre de Panamá; un “deshielo” con Cuba utilizado por EE.UU. para influir en el proceso de restauración capitalista en la Isla; un proceso de “paz” en Colombia que avanza hacia la “rendición negociada” de la guerrilla.
Estamos ante un cambio importante en el tablero político sudamericano: un “fin de ciclo” donde se desintegra la “hegemonía progresista”. En medio del estancamiento económico, el imperialismo y las burguesías locales tratarán de extender sus avances.
Los gobiernos progresistas fueron y son parte de este viraje. Vinieron aplicando medidas de ajuste, devaluaciones e inflación, que erosionan el salario y agravan los problemas de educación, salud, transporte y vivienda. Se endurecieron ante las luchas obreras y populares, mientras adoptaban partes de la agenda reaccionaria (como el tema de “seguridad”), manteniendo el pago de la deuda externa y las concesiones a los grandes grupos empresarios y las transnacionales. Y no es un hecho menor que el estilo “personalista”, impositivo, de sus liderazgos (rasgos bonapartistas, en lenguaje marxista) terminara por irritar a sectores de la población, sumando temperatura al descontento ante la situación económica.
De esta manera, prepararon el camino para el avance conservador. De paso, le permitieron a una derecha que se presenta “renovada” embanderarse con el “cambio”, la “lucha contra la corrupción” y hasta hablar de “democracia”. Así, la fallida apuesta del kirchnerismo por el centro-derechista Scioli, con su campaña de “seguridad” y su propio plan de ajuste “gradual” bajo el brazo, le facilitó las cosas a Macri (a quien ahora están dispuestos a sostenerle la “gobernabilidad” para que pase su plan). Las medidas antipopulares de Dilma envalentonaron a la oposición para ir por más. En Venezuela, Maduro, a pesar de su discurso de “guerra económica”, no tomó medidas reales contra los capitalistas, facilitando que la demagogia opositora cale en sectores populares.
Agotamiento del progresismo
El impacto de la crisis internacional deja al desnudo el verdadero balance de la “década ganada”: todos los lastres y contradicciones del capitalismo dependiente latinoamericano salen a la luz, y frente a eso, no hay relato progresista que aguante.
Los gobiernos posneoliberales subieron al poder a caballo de un proceso de crisis políticas y levantamientos que derribaron a los neoliberales De la Rúa y Sánchez de Losada, canalizando y desmovilizando el descontento popular con algunas concesiones parciales. Mientras, preservaban el poder empresarial y terrateniente con el que “cohabitaron”, mantuvieron las privatizaciones (salvo algunas excepciones parciales), la precarización del trabajo, profundizaron el “modelo primario-exportador”, el “extractivismo” y la dependencia del capital extranjero.
Al diluirse la renta exportadora, sojera, minera o petrolera, se agotó la posibilidad de mediar y arbitrar entre las clases: mantener políticas sociales de contención y la buena marcha de los negocios capitalistas. Así la gestión “nacional y popular” entró en crisis. Ahora los empresarios que “la juntaron con pala” en los años del crecimiento, buscan poner en el gobierno a personal de su directa confianza.
Un “plan de guerra” que es necesario enfrentar
La “nueva derecha” apela en su discurso a demagogia y prejuicios para captar el voto de sectores populares. Tiene el apoyo de los grandes medios y consenso burgués y capitaliza el descrédito progresista. Pero está por verse si logran transformar los éxitos electorales en una nueva relación de fuerzas sociales como para imponer su reaccionario programa: reforzar la explotación obrera y recotar derechos para ganar “competitividad” a costa de la economía popular, favorecer a los dueños de la tierra y mayor entrega al capital extranjero. Al tener que atacar en un cuadro de grandes contradicciones económicas, sociales y políticas, pueden terminar despertando la resistencia y es posible que terminen detonando grandes combates en la lucha de clases. Es que a diferencia de los ‘90, el avance conservador enfrenta a una clase obrera y sectores populares que, sobre todo en el Cono Sur, han acumulado fuerzas, no están dispuestos a resignar el salario y el empleo y mantienen legítimas aspiraciones insatisfechas.
Los referentes del progresismo se han tragado muchos “sapos” capitulando en nombre del “mal menor” al curso a derecha de sus gobiernos. Cuando son empujados a la oposición, como en Argentina, se adaptan al papel de “oposición responsable” dentro del régimen. Su estrategia polí- tica conciliadora y sus alianzas con los Caló y Pignanelli en cada país, no tienen nada que ofrecer al movimiento obrero y popular. La resistencia necesita de métodos de lucha y un programa a la altura del ataque capitalista, para que la crisis la paguen los ricos y por la ruptura con el imperialismo.
Por eso es tan importante un balance claro de las experiencias “posneoliberales”. Los gobiernos de Chávez, Evo, Lula, Kirchner y sus sucesores no condujeron a las prometidas “democratización real” ni “industrialización”, no hubo verdaderas reformas agrarias ni, más allá de los discursos, unidad latinoamericana. No podían ni se propusieron, por su carácter de clase y su muy limitado programa de tibias reformas, ir más allá ni recurrir a la movilización de masas. Se han ratificado así grandes lecciones de la historia latinoamericana, en la que ni el peronismo, ni otros proyectos similares abrieron el camino a una genuina liberación nacional y social, terminando siempre en frustraciones y derrotas.
Solamente la fuerza de los trabajadores, uniendo a los sectores oprimidos de la ciudad y del campo puede derrotar, con los métodos de la movilización, el plan de guerra que están montando y que impulsa el imperialismo a nivel de toda América latina. ¡Cómo se volcaría la balanza si se coordinaran para enfrentarlo los trabajadores de Brasil y Argentina!.
Por eso, las banderas antiimperialistas y la unidad con los trabajadores de los países hermanos, junto a la lucha por la organización políticamente independiente de la clase obrera, deben ser parte del programa a levantar. Al calor de las duras batallas por venir, estarán planteados nuevos desafíos y oportunidades para avanzar en la construcción de una izquierda socialista de los trabajadores, a nivel latinoamericano e internacional.
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