Empezando por el propio Marx, todo autor marxista puede ser víctima de una interpretación estereotipada, parcial, y ser lanzado, por así decirlo, en contra de sí mismo. Así ocurrió más de una vez con Lenin, con Trotsky, ni qué decir con Gramsci, pero en el caso de Rosa Luxemburg –particularmente en los marcos de la izquierda brasilera– ese proceso de deconstrucción o parcialización es absolutamente recurrente. Es llevado adelante por autores desde los más sofisticados y de extracción trotskista, como Michael Löwy, hasta los más toscos, como el alemán Jörn Schütrumpf, autor de “Rosa Luxemburg o el precio de la libertad”, libro publicado por la dirección del Movimiento de los Sin Tierra (MST), solo para citar dos ejemplos.
Justamente la cualidad más notable, entre otras, de esta biografía de Rosa escrita a fines de la II Guerra por Paul Frölich [1], es la de romper con dichas interpretaciones estereotipadas y recuperar la Rosa real en lugar de la otra, inventada por intereses políticos particulares. Desde nuestro punto de vista, la calidad de esta biografía no deviene solo del hecho de que Frölich convivió directa e íntimamente con Rosa y que por eso la conoció mejor, sino que tiene que ver con un método más dialéctico y profundamente histórico de buscar recuperar a Rosa Luxemburg en los marcos de una estrategia proletaria, de la intransigencia revolucionaria que ella efectivamente encarnó. Rosa jamás fue una espontaneista hasta el final, por ejemplo, ni una crítica irreconciliable de Lenin, en lo que éste tiene de esencial y estratégico, como pretenden algunos.
Esta biografía recupera los elementos fácticos, biográficos y políticos que dejan los ejes fundamentales del genial pensamiento de Rosa expuestos de forma clara y evidente. Paul Frölich logra alcanzar y reconstruir la grandeza histórica y teórica de Rosa, lo que no es poca cosa. Solo por eso ya se vuelve una de las mejores o tal vez la más profunda biografía de Rosa Luxemburg. Es una biografía indispensable para los que quieren conocer a Rosa Luxemburg.
Es muy común que los luxemburguistas brasileros de las más variadas estirpes (desde anarquistas a supuestos trotskistas) tomen a Rosa como aquella que fue capaz de formular o de bosquejar la idea de un “socialismo revolucionario y al mismo tiempo democrático”, de un “socialismo libertario” o algo parecido, como si los textos de Lenin antes y después de la Revolución Rusa, por ejemplo, fuesen de contenido opuesto al socialismo de Rosa.
La recuperación del pensamiento de Rosa por parte de Frölich se da tomando como base aquel mundo real en el que Rosa desarrolló su actividad militante, como combatiente afiliada a un partido proletario que se transformó progresivamente –derrotero que Rosa y sus compañeros como Karl Liebknecht, el grupo minoritario espartaquista, combatieron intransigentemente– en el mayor aparato burocrático de izquierda de la historia del movimiento obrero surgido hasta entonces, y en la visión de Trotsky, en el mayor obstáculo para la revolución obrera en Alemania y en el mundo, la socialdemocracia (II Internacional).
En ese marco de años de combate contra el reformismo, es que Rosa redacta casi toda su obra, por lo tanto en lucha contra un aparato que despreciaba porque limitaba y desviaba la acción directa y espontanea de masas, practicaba el reformismo puro y simple, y se ubicaba detrás de su burguesía (imperialista) en los momentos clave, pero que sin embargo, contaba con el apoyo de los principales batallones de la clase obrera alemana.
Por esto la obra de Rosa Luxemburg acentúa algunos aspectos de la táctica, de la cuestión del partido, de la estrategia, muchas veces a costa de otros, muchas veces en polémica con los bolcheviques (donde ella, al igual que Trotsky, se equivocó más de una vez al proponer la fusión con los mencheviques), pero también donde fue capaz, antes que Lenin, de prever la degeneración del partido obrero alemán y la cuestión del papel central del proletariado en el nuevo poder.
Sobre este particular, por ejemplo, Trotsky y Rosa Luxemburg estaban completamente de acuerdo con Lenin en su refutación de los mencheviques, como señala Frölich (p. 128), que propugnaban por una alianza con la burguesía liberal. Pero no tenían acuerdo con la fórmula de poder que Lenin proponía antes de la Revolución Rusa de 1917 (dictadura democrática de obreros y campesinos) y correctamente proponían el gobierno obrero en alianza con el campesinado, la dictadura del proletariado.
El hecho es que Frölich, capítulo tras capítulo, recupera la grandeza del pensamiento luxemburguista en un nivel tal que podemos reafirmar las palabras de Lenin, reiteradas por Frölich: hay que publicar toda la obra de Rosa Luxemburg, militante proletaria intransigente y cuyos textos deben ser un “manual de educación de la clase obrera” revolucionaria.
En la cuestión de la lucha contra el reformismo, Frölich no deja margen de duda sobre la actualidad de la argumentación de Rosa en todos sus textos sobre el asunto, especialmente en su ¿Reforma o revolución? La lucha solo por reformas no es un camino válido al socialismo, sino la renuncia a él, es una ruta de fuga oportunista usualmente transitada en nombre del socialismo. En su clásico combate al reformismo del partido socialista alemán, uno de sus argumentos es claro: “La necesidad de la conquista del poder político por el proletariado nunca en ningún momento fue puesta en duda ni por Marx ni por Engels. Fue Bernstein quien se reservó el derecho de considerar el gallinero del parlamentarismo burgués un órgano destinado a llevar a cabo la más formidable transformación de la historia: el paso de la sociedad capitalista a la sociedad socialista” (p. 87).
En la lucha de Rosa contra la concepción mecanicista del materialismo histórico del “padre” del marxismo de su partido, Karl Kautsky, ella elaboró textos memorables de los que rebalsa, cristalina, una visión para nada cerrada, evolutiva o mecanicista de la historia humana. La chispa incendiaria de la voluntad revolucionaria del proletariado aparece claramente como el elemento insustituible y el único que puede imponer el socialismo contra la marcha del capitalismo rumbo a la barbarie.
Consciente de que no podemos elegir las condiciones históricas en la que desarrollamos nuestra lucha revolucionaria, ella argumentaba para reafirmar, siguiendo a Engels, la libertad que toma como base la conciencia de la necesidad, es decir, que es necesario esforzarse en búsqueda de la comprensión de las leyes profundas de los fenómenos. Quedarse en la superficie fenoménica no permite prever ni tampoco llevar el buen combate.
A Rosa le gustaba citar, contra sus adversarios, el dicho “las cosas tienen su propia lógica, incluso cuando los hombres dejaron de ser lógicos”. Frölich continúa: “Tomar conciencia de la lógica de las cosas era para ella una cuestión primordial, contra la idea de quedarse argumentando según la lógica formal de las ideas” (p. 83). Esta biografía de Frölich recupera elementos de Rosa Luxemburg y de su mundo que permiten entender que aun cuando el pensamiento de Rosa se tornó rehén de algún límite (lo que también le ocurrió a Trotsky y a Lenin en determinados elementos teóricos y en las debidas proporciones), ella sin embargo estuvo siempre muy por encima del “vuelo de gallina” de sus opositores y, más aún, de sus intérpretes estereotipados de nuestro tiempo.
Ella tenía una concepción sobre el papel del partido revolucionario (partido que ella recién va a fundar en 1918, en ruptura con la II Internacional, semanas antes de ser asesinada) que fue criticada por Lenin, en polémicas ya a comienzos del siglo XIX. Vale notar que ya en 1916 Lenin propuso que Rosa rompiese con la socialdemocracia y fundase el partido revolucionario en Alemania. En 1921, el mismo Lenin va a considerar que la ruptura de Rosa con la socialdemocracia ocurrió “muy tardíamente”, lo que generó serias dificultades en la construcción de la dirección revolucionaria. De todas formas, cualquiera sea la crítica que se le pueda hacer a elementos del pensamiento de Rosa Luxemburg, su biógrafo nos permite ver que ella nunca fue “antipartido”, ni “anti-Lenin” y nunca llegó a desarrollar elementos espontaneistas hasta el final.
Al contrario, aun en relación a su artículo más débil, el manuscrito de 1918, escrito en la cárcel y jamás publicado por ella, aquellos elementos del texto donde más critica a la conducción bolchevique de la Revolución Rusa serán justamente los que va a negar, en la práctica. Al salir de la cárcel funda el partido comunista alemán, según los “moldes” leninistas y entiende que los bolcheviques estaban en lo correcto al cerrar la Asamblea Constituyente controlada por la burguesía y la izquierda moderada rusa en 1918. Como menciona Frölich refiriéndose al momento en que Rosa rechaza la amalgama entre parlamento y soviets: “Si, poco tiempo antes, en su crítica a la política bolchevique, [Rosa] defendía la coexistencia del parlamento y los soviets, ahora nos encontramos frente a una inequívoca alternativa. ¿Se trata de una revisión de su crítica a la Revolución Rusa? Sin duda. ¿Es simplemente la imitación pura del ejemplo ruso? No. La realidad alemana había hecho que ella reconociese el carácter necesario de ese tipo de evolución en Rusia” (p. 299).
Por otro lado, las posturas de Rosa respecto de la división entre bolcheviques y mencheviques (en 1903 se opuso a la ruptura, en 1914 contra Lenin y al lado de Plejánov propuso la fusión), los superó rápidamente en la práctica, como ya vimos. Lo más notorio, sin embargo, es que en buena parte de la izquierda brasilera, aquél texto –que, vale reiterar, no está entre los más fuertes de Rosa Luxemburg– es hoy el más reivindicado por autores como Michael Löwy y expresamente calificado como el más importante y actual de Rosa. En el prefacio del libro citado, de mala calidad pero muy elogiado por Löwy, y publicado por la editora del MST, Löwy propone aquel texto de Rosa como “indispensable para entender el pasado” y “sobre todo para una refundación del socialismo (o del comunismo) del siglo XXI”. Löwy va más lejos y logra ubicarse a la derecha de la última Rosa al afirmar que “no puede haber socialismo sin... sufragio universal” [2].
No podemos dejar de recomendar a quienes quieran comprender a Rosa en profundidad y sin tales análisis particulares alrededor de una pretendida Rosa del “sufragio universal”, que lean esta biografía de Frölich, mucho más cercana a la Rosa Luxemburg real.
No tendremos oportunidad, en el espacio de una breve reseña, de examinar los innumerables aspectos de la obra de Rosa que su biógrafo destaca y desarrolla. Desde el papel de la huelga de masas, su crítica al reformismo, al economicismo, al sindicalismo, al gradualismo parlamentario, a la ilusión ministerialista (participación de los socialistas en gobiernos capitalistas), hasta la colaboración de clases por parte del aparato ya degenerado dirigido por Karl Kautsky y que ahora apoya a su burguesía imperialista en la guerra. Pero constituyen, sí, elaboraciones de completa vigencia en la lucha por la construcción de una conciencia marxista revolucionaria hoy.
Incluso La acumulación del capital, de 1912, es un gran libro. Sin duda debe ser leído con la reserva que el propio Frölich, luego de valorarlo para el análisis del imperialismo, señala correctamente. En el libro, con razón, Rosa Luxemburg enfatiza la caracterización de una nueva fase del capitalismo, ahora monopolista (que Lenin desarrollará en su Imperialismo etapa superior del capitalismo, en 1916), fase sumamente destructiva, catastrófica y reaccionaria en toda la línea, sin espacio para el reformismo que fue posible en los 30 años anteriores. Profética y anticipando a otros autores, señala rumbos del capitalismo que, lejos de una evolución pacífica –como pretendían los jefes de la II Internacional–, marcha hacia grandes catástrofes (barbarie moderna) contra las masas. En cuanto a los límites de su estudio sobre la acumulación del capital (que es su tesis de doctorado) ya fueron evidenciados por otros autores; Rosa interpreta, por ejemplo, que el volumen II de El Capital tiene bases teóricas para alguna política reformista, y en este punto aflora cierta incomprensión sobre la cuestión de la recapitalización de la plusvalía que lleva a ver como incompatible, para la existencia del capitalismo, la presencia de áreas no capitalistas.
Es muy importante, en términos de una auténtica biografía intelectual y política de Rosa, el énfasis de Paul Frölich, al revés de otras biografías, en el sentido de mostrar que no existe espacio en la Rosa real para construirse una pretendida Rosa espontaneísta hasta el final y mucho menos antileninista. “No existe un grano de verdad en la afirmación de que Rosa Luxemburg haya adoptado un tipo de mitología de la espontaneidad. Esta idea en sí misma es un mito usado para fines políticos particulares, por pequeños funcionarios mezquinos, que miran por encima de sus hombros y al mismo tiempo creen que pueden controlar e intimidar impunemente a un partido” (p. 179).
La estrategia de Rosa es la de la revolución proletaria armada, insurreccional (más acentuadamente que en Antonio Gramsci, incluso), por más que en su prolongada lucha contra la burocracia de su partido socialdemócrata, contra los Kautsky/Bernstein, ella no haya desarrollado hasta el final el necesario equilibrio dialéctico entre acción espontánea, iniciativa de masas y partido. Uno de los más importantes elementos de esta biografía de alto nivel viene a ser su permanente énfasis en la defensa estratégica por parte de Rosa del papel del proletariado como sujeto revolucionario. En este ítem, ella integra sin la menor sombra de duda la galería de los más importantes marxistas revolucionarios del siglo XX, en la defensa intransigente de la revolución proletaria y la fusión del marxismo con la vanguardia más combativa de los trabajadores.
En la cuestión de la estrategia revolucionaria versus reformas graduales y especialmente en la falsa acusación que los reformistas suelen hacer a los revolucionarios de “unilaterales”, “radicales” que se rehúsan a participar de gobiernos “democráticos”, etc., Rosa es pionera en textos notables contra la deriva reformista, por ejemplo contra el ministerialismo.
Frölich recuerda que fue Rosa quien analizó el primer caso en el que los socialistas participaron de un gobierno burgués, en Francia en 1899, y lo hizo con una profundidad marxista y clarividencia notables. En la medida en que los socialistas están en el gobierno pasan a ser chantajeados por la “teoría” del “mal menor”: “Cualquier intento de oposición al gobierno por parte de los socialistas era sofocado a través de la amenaza de disolver la alianza gubernamental y ceder su lugar a los reaccionarios. De esa forma, el principio del ‘mal menor’ determinó toda la política socialista y condujo al partido a comprometerse cada vez más con el gobierno. Los socialistas fueron quedando cada vez más dependientes del gobierno, y este cada vez más independiente de los socialistas” (p. 101); en la secuencia de aquella colaboración, el socialismo pasa a vivir del mundo de las palabras mientras la política del gobierno burgués sigue adelante. Jean Jaurès, del partido de Rosa, defendía esa colaboración de clase a la que Rosa se oponía, ya en 1901, cuando denunció aquella triste farsa en Francia y que, como señala Frölich, terminaría “en Alemania como tragedia”.
En los grandes temas de la lucha de clases son imperdibles los textos de Rosa. Con las debidas críticas, incluso ya llevadas a cabo por Lenin y Trotsky por ejemplo. Por lo tanto, no presta ningún servicio a Rosa Luxemburg quien pretenda reinventar su obra o su figura histórica como revolucionaria alineada con el anarquismo, el semiautonomismo, como una socialista “democrática” en lucha contra el socialismo de Lenin/Trotsky o mucho menos con una Rosa antipartido. Es profundamente esquemático –y para nada fiel a Rosa– la idea de que Lenin simplemente se prendía a la conciencia traída “de afuera”, y que Rosa es la defensora de la conciencia emergiendo “de adentro”. Incluso los mejores entre aquellos que intentan llevar adelante esta operación lógica (en verdad ilógica, desleal con Rosa) no pueden dejar de admitir que la última Rosa no veía condiciones para que una huelga de masas triunfe sin el partido que tome su dirección política.
Es verdad que “cuando desarrolló esas ideas por primera vez, en 1904, Rosa consideraba que la huelga general sustituiría la insurrección. Sin embargo, posteriormente, con la experiencia de la Revolución Rusa, consideró que la insurrección no podría ser descartada, una huelga general podría muy bien culminar en un levantamiento armado” (p. 167). Rosa, en todo caso, no desarrollará este punto, aún cuando, por ejemplo, no ignoraba que el levantamiento obrero de noviembre de 1917 fue planificado por el partido bolchevique en el auge y en el punto crítico de la revolución. En la cuestión de partido eso es bien claro. Lo que ella escribiera un poco antes, en la cárcel, va en contra de lo que ella misma ejecuta en la práctica seguidamente. Paul Frölich es incisivo al afirmar que no están en lo correcto aquellos que piensan que Rosa “imaginaba al partido como una agrupación flexible de gente que compartía ideas afines”.
Ella insistía mucho en la libertad de opinión y de crítica como medios contra el “esclerosamiento” del partido, prosigue el autor, pero tenía la noción e igualmente insistía en “que esta libertad debía estar limitada por un conjunto de principios marxistas compartidos” (p. 123). Recordemos que ella estaba en abierto combate contra el sofocante aparato de su partido.
Finalmente Frölich concluye: no intenten vincular la degeneración de la Revolución Rusa al tipo de partido propuesto y llevado adelante por Lenin: la degeneración del partido leninista es producto del retroceso de la revolución y se concreta en el surgimiento y triunfo del stalinismo. “Las caricaturas grotescas del actual comunismo oficial no obedecen tanto a una teoría concebida hace varias décadas y sí a la decadencia de la Revolución Rusa, cuyo síntoma principal es la formación de una burocracia del partido que ejerce un dominio ilimitado sobre el Estado y que está al servicio de determinadas ideas sociales e intereses particulares” (p. 123). Finalmente, también destaca el elemento histórico. “Es cierto que cuando el partido comunista de Lenin tomó el poder, el centralismo fue una de las características de la cual más se lo acusó, pero la guerra civil lo obligó a adoptar una organización de perfil militar.
Pese a eso, en todos los años que Lenin estuvo a la cabeza de la URSS, las grandes decisiones políticas no eran dictadas de arriba hacia abajo, sino eran resultado de acalorados debates internos” (p. 123).
En cuanto a la necesidad del partido Frölich argumentaba, con toda flexibilidad, a favor de Rosa y de Lenin. Frölich llama la atención en el énfasis que pone Rosa en el nivel de la experiencia histórica de la masa y en su protagonismo, pero deja claro que habrá una maduración política de su parte en la medida en que, en la marcha, irá ganando claridad en la función clave del partido y de su rol activo/consciente de vanguardia organizada del proletariado.
Los lectores de esta calificada biografía de Rosa, al revisar su vida plena de pasión por el socialismo, por el proletariado revolucionario, su condición de marxista revolucionaria profunda, saldrán de ella con la certeza de que es necesario romper con la mala tradición de los brasileros adeptos de Rosa que siguen pregonando una Rosa parcial, mutilada y frecuentemente estereotipada, Rosa contra Rosa.
Frente a los que toman a Rosa como defensora del “sufragio universal” o de la combinación soviets-parlamento, tengamos en cuenta que el mismo Frölich nos recuerda que Rosa tuvo una posición antes de la toma del poder por los bolcheviques pero la cambió al darse cuenta de que la defensa de “soviets y parlamento al mismo tiempo, habría conducido en la práctica a un dualismo mortal para el poder de los soviets”; luego sigue planteando Frölich que “durante la Revolución alemana, Rosa corrigió totalmente sus opiniones al respecto y rechazó sin contemplaciones la solución propuesta por los Socialistas Independientes: Consejos y Parlamento” (p.279).
Parafraseando a Trotsky se podría decir a los que fabrican una Rosa estereotipada: “¡saquen sus manos de Rosa!”, ella no sirve a los propósitos reformistas-espontaneístas encubiertos por una fraseología revolucionaria, mucho menos sacada del contexto de su obra, de su evolución política y de su vida.
San Pablo, 13 de diciembre de 2015
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