En esta revista se analizan similitudes y diferencias entre los procesos políticos, económicos y de la lucha de clases de algunos países de América Latina. Pero si hay algo que recorre el continente con características casi idénticas, es el alto índice de femicidios como el creciente y extendido repudio a la violencia machista. Una situación paradójica para quienes, de manera simplista, analizaron la llegada de las mujeres a los poderes ejecutivos de la región como la razón que motorizaría la atención de una agenda de género permanentemente postergada [1]. La agrupación Pan y Rosas, con presencia en varios países, tuvo este año un gran protagonismo en la lucha por los derechos de las mujeres.
La movilización contra la violencia machista y los femicidios adquirió nombre propio en Argentina, el pasado 3 de junio, cuando centenares de miles de personas en todas las ciudades del país manifestaron su repudio bajo la concisa y dolorosa consigna de “Ni Una Menos”. Las manifestaciones tuvieron una magnitud sin precedentes, convirtiéndose en las más grandes de los últimos años, período en el cual se viene registrando un femicidio cada 30 horas.
Uruguay se hizo eco también de este reclamo y miles se manifestaron en Montevideo, simultáneamente. Y “¡Ni una más, ni una más, ni una asesinada más!”, gritaron las mujeres en las marchas del Distrito Federal, en México, país donde las estadísticas revelan cifras escalofriantes de femicidios: una mujer es asesinada cada 3 horas. En Brasil, fue la propia presidenta Dilma Rousseff, quien admitió públicamente que son 15 las mujeres que, diariamente, son asesinadas en su país, “solo por el hecho de ser mujeres” [2].
Intensa actividad de Pan y Rosas en Argentina
En Argentina, la agrupación de mujeres Pan y Rosas, impulsada por el Partido de Trabajadores Socialistas, desplegó una intensa actividad las semanas previas a la movilización del 3 de junio, en la que miles de trabajadoras, trabajadores y estudiantes sumaron su apoyo a la campaña “Ni Una Menos” con sus propias consignas. “Ni Una Menos por abortos clandestinos”; “Ni Una Menos por la precarización laboral”; “El acoso laboral también es violencia” fueron algunas de las que se debatieron en las multinacionales de la industria alimenticia, en grandes talleres gráficos, en dependencias estatales, escuelas, en bancos, en fábricas metalúrgicas y autopartistas, en empresas textiles y telefónicas, en el ferrocarril y en las empresas aeronáuticas, en hospitales y refinerías, en las universidades.
La campaña permitió generar debates, se organizaron asambleas, exigimos a las direcciones sindicales que reclamaran asueto para poder participar de la movilización, se pintaron carteles y banderas para llevar a la marcha y se promovió la reflexión entre compañeros y compañeras de trabajo y estudio. En las universidades, las compañeras de Pan y Rosas que integran los Consejos Directivos como representantes estudiantiles reclamaron el asueto para toda la comunidad educativa con el propósito de que la participación en la marcha fuera masiva; desde las Secretarías de la Mujer de los centros de estudiantes convocamos asambleas; se organizaron debates, proyecciones de cine, charlas con especialistas. En algunas ciudades, fueron compañeras de Pan y Rosas las que motorizaron la convocatoria, como lo hicieron las trabajadoras del hospital Castro Rendón de Neuquén o Noelia Barbeito, senadora provincial por el PTS/Frente de Izquierda de Mendoza. Llegamos así al 3 de junio, con más de 7 mil personas participando con Pan y Rosas en la marcha por “Ni Una Menos”, convocatoria a la que sumamos la denuncia contra el Estado, los gobiernos y la justicia, que reproducen y legitiman cotidianamente múltiples formas de violencia contra las mujeres.
Luego de la movilización del 3 de junio, mientras los políticos de los partidos tradicionales olvidaron rápidamente el tema de la violencia machista para abocarse a la campaña electoral, Pan y Rosas difundió masivamente el proyecto de ley “Plan de Emergencia Integral contra la Violencia hacia las Mujeres”, de los diputados nacionales Nicolás del Caño y Myriam Bregman, del PTS/Frente de Izquierda, que junto con otras iniciativas de nuestras compañeras y compañeros legisladores, desnudaron la hipocresía del gobierno y la oposición derechista que se muestran alarmados por las estadísticas, pero niegan el presupuesto necesario para atender a las víctimas de este flagelo [3].
Pan y Rosas en América Latina
Nuestras compañeras de Pan y Rosas México son reconocidas por su permanente apoyo a la organización Nuestras hijas de regreso a casa, integrada por familiares y amistades de jóvenes desaparecidas o asesinadas en la frontera norte del país. Fue Pan y Rosas quien impulsó una convocatoria simultánea a la de Argentina, contra la violencia hacia las mujeres. Luego, extendieron esta campaña con foros, conferencias y debates en los que reunieron a un millar de estudiantes universitarias, normalistas, trabajadoras del magisterio, de la salud y de las maquilas.
En Brasil, más de 400 jóvenes estudiantes y trabajadoras de Pão e Rosas debatieron, en agosto, en un encuentro en el que participó la diputada Myriam Bregman como invitada internacional y que culminó con un llamado a la organización de las mujeres para enfrentar la violencia: “Mexeu com uma, mexeu com todas!”.
Con apenas un año de existencia, Pan y Rosas Bolivia ha sido un motor fundamental en las movilizaciones contra la violencia en ese país que ostenta el trágico y repudiable récord de ser el que tiene el mayor índice de violencia física contra las mujeres de América Latina y ocupa el segundo lugar –después de Haití– en casos de violencia sexual. Y en Uruguay, la movilización por “Ni Una Menos” fue el puntapié para que un grupo de jóvenes estudiantes y profesoras se propusiera también organizar Pan y Rosas.
Una perspectiva socialista y revolucionaria en la lucha por la emancipación femenina
Después de largas décadas de neoliberalismo en las que las demandas de las mujeres se tradujeron, por un lado, al lenguaje de la inclusión acrítica en el mismo régimen social y político que legitima y reproduce su discriminación o, por otro lado, al lenguaje críptico del postfeminismo, limitado a selectos círculos ilustrados de las clases medias urbanas, sostenemos la necesidad de repensar la teoría y la práctica de un feminismo que tenga la ambición de enarbolar las banderas de la emancipación de las mujeres, comprometiendo a centenares de miles de trabajadoras, estudiantes, profesionales y amas de casa en la lucha por este objetivo.
Como señalamos a propósito de un análisis sobre las luchas por la emancipación sexual, “en este escenario [del neoliberalismo], las corrientes de izquierda no han actuado de forma homogénea. Hay corrientes que, acríticamente, siguen repitiendo las demandas de los movimientos sociales adaptándose a sus límites y sin plantear una perspectiva anticapitalista y revolucionaria […]. Por último, están las corrientes que, con fundamentos sindicalistas o economicistas, han ignorado las demandas legítimas de los sectores oprimidos o las han considerado ‘algo secundario’” [4]. Es decir, mientras algunas corrientes asumieron que la derrota impuesta por la contraofensiva imperialista no podía revertirse y se amoldaron a una mísera estrategia de ampliar los derechos en las degradadas democracias burguesas, otras desestimaron la lucha por las demandas democráticas, sumidas en un profundo economicismo que considera a la clase trabajadora como mero sujeto de lucha sindical y a las reivindicaciones de las mujeres como un “asunto” de las clases medias urbanas.
Por el contrario, Pan y Rosas participa activamente, impulsando con todas sus fuerzas militantes, las luchas por arrancarle al sistema capitalista las mejores condiciones de vida para millones de mujeres que hoy son víctimas de la precarización laboral, las dobles jornadas de trabajo, la violencia machista en múltiples manifestaciones, los abortos clandestinos e inseguros, las redes de trata y prostitución. Tampoco somos espectadoras neutrales en la batalla ideológica y cultural sobre las representaciones de las mujeres, y por eso también nos esforzamos en el debate con las corrientes de pensamiento que tiñen al movimiento feminista actual.
Pero, al tiempo que somos parte de estos reclamos y bregamos por poner en pie un movimiento de mujeres de lucha, organizado por la base en los lugares de trabajo y estudio, en toda América Latina, con independencia del poder político y los partidos que defienden los intereses de los explotadores, señalamos claramente que nuestro objetivo es la conquista de una sociedad sin Estado, sin clases sociales; una sociedad liberada de las cadenas de la explotación y todas las formas de opresión. Sabemos que esa sociedad no surgirá solo de nuestro propio deseo ni voluntad. Para ello es necesario derrocar el orden existente y por eso, “combatimos por una sociedad de productores libres, la única sociedad posible donde la igualdad se fundamente, no en el trazado de un rasero despótico que busque ocultar las diferencias, sino en el respeto igualitario de las diferencias que establecen los elementos particulares de la existencia social” [5].
Retomando la herencia del socialismo revolucionario, sintiéndonos herederas de las tradiciones que nos han legado Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Nadezhda Joffe como otras grandes luchadoras obreras y socialistas de América Latina y el mundo, nos proponemos conquistar nuestro derecho no solamente al pan, sino también a las rosas [6].
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