"Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros."
Karl Marx (Manifiesto del Partido Comunista
Introducción
Es un lugar común negar la existencia de la clase obrera en México. Desde los medios de prensa, pasando por los índices y censos del gobierno, hasta las elaboraciones académicas, hay un intento sistemático de diluirla en “el pueblo”, “las clases medias”, “los pobres” o “los empleados”.
O en su defecto, se niega su potencial revolucionario. El que la lucha de clases durante el último cuarto de siglo haya sido protagonizada por los aliados del proletariado –los campesinos y pueblos originarios– ha fortalecido las teorías de los “nuevos sujetos” y ha devenido en que, hablar de la clase obrera hoy, resulte anacrónico tanto para la intelectualidad como para la mayor parte de la izquierda.
Frente a esta invisibilización, los asalariados mexicanos han crecido en número, concentración y expansión geográfica, como subproducto de la aguda penetración imperialista y los cambios en la estructura social mexicana que han transformado el norte y centro del país en una plataforma de exportación para el consumo norteamericano.
El presente artículo tiene el objetivo de dar cuenta de esa recomposición que hace al proletariado mexicano uno de los más robustos del continente. Se trata de un primer estudio sobre la disposición objetiva de los trabajadores en México. Es un intento por visibilizar a la clase que mueve los engranajes del capitalismo semicolonial mexicano y restituir su potencial revolucionario. Son los 42 millones de asalariados los que en la maquila, la industria autopartista, aeroespacial, petrolera, de la energía y extractiva pueden encabezar al conjunto de las clases oprimidas del México bronco y profundo y derribar al Estado capitalista, hacer caer al régimen del PRI, el PAN y el PRD, romper la dependencia al imperialismo, resolver las demandas postergadas del conjunto de los oprimidos y avanzar en la expropiación de los medios de producción.
Una nueva clase obrera
Como plantea el economista marxista Michael Husson, el desarrollo capitalista en el último cuarto de siglo ha trasformado profundamente la estructura de la economía mundial. El hecho de que los diversos componentes de una misma mercancía se producen en distintos países del mundo ha gestado una nueva división internacional del trabajo: “Se ha pasado así de la internacionalización del capital a una mundialización productiva que se estructura alrededor de lo que se denominan cadenas de valor mundiales. Durante los años noventa se produjo otro fenómeno decisivo con la entrada al mercado mundial de China, India y el antiguo bloque soviético, que llevó a que se multiplicara por dos la fuerza de trabajo confrontada a la competencia en el mercado mundial. De esta forma, la mundialización conduce tendencialmente a la formación de un mercado mundial y también a la formación de una clase obrera mundial definida en sentido amplio como clase trabajadora” [1].
Esta nueva clase obrera, limitada en su desplazamiento por las fronteras y restricciones migratorias es heterogénea y fragmentaria, debido a las diferencias salariales. En contraparte, los capitales tienen una movilidad casi absoluta, lo cual ha puesto a competir, como nunca en la historia del capitalismo, a los trabajadores de distintos países.
México no es la excepción a esta tendencia que de hecho, está potenciada porque es parte de una de las “cadenas de valor” más dinámicas del mundo: la llamada Cadena Autopartes Automotriz (CAA) de los países miembros del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
La “China Occidental”
La crisis del 2008-2009 sin duda conmovió a la industria mexicana, dependiente sin mediaciones de la economía norteamericana. Sin embargo, incluso refutando las previsiones, luego de 2009 y al calor de la limitada pero innegable recomposición de la economía norteamericana, el llamado sector secundario (que concentra manufactura e industria), registra un importante repunte en el marco de una curva ascendente que arranca a partir de 2003. México va a contramano de las tendencias recesivas de la economía de América Latina (en particular en el Cono sur) y se sitúa como uno de los países que sostendrá un crecimiento del 2 % y fracción del PIB.
Lo más relevante es la industria automotriz junto a otros sectores de punta que ya venían en ascenso antes de la crisis, como el aeroespacial, la electrónica, de la alimentación y las bebidas, pero que se dinamizó después de 2007 a partir del significativo incremento de la Inversión Extranjera Directa (ver gráfico 1).
GRÁFICO 1
Comportamiento de la IED (2009-2015)
Elaboración propia con datos de la Secretaría de Economía
La base productiva sobre la cual se configuró la industria mexicana actual proviene de una mutación importante en la Industria Maquiladora de Exportación (IME), que caracterizó a la economía nacional hasta el año 2003 como su actividad industrial preponderante.
Sobre todo llama la atención la expansión geográfica industrial de los últimos años. Hasta finales de 2008, cuando estalla la crisis económica internacional, existió una patente desigualdad entre el crecimiento del conjunto de la economía mexicana y los estados fronterizos: “Mientras que la economía de México en su conjunto creció a una tasa promedio de 2,9 % en el período 1993-2006, la región que comprende todos los estados de la frontera norte creció a una tasa de 4,1 %, destacándose por su rápido crecimiento los estados de Baja California, Chihuahua y Nuevo León” [2].
El relativo dinamismo de la industria fronteriza se explica por la proximidad geográfica con Estados Unidos pero también, en el caso de estados como Nuevo León y Coahuila, porque son entidades donde la industria característica del período de “sustitución de importaciones” no fue enteramente desmantelada.
De tal suerte que toda la región fronteriza se convirtió en un polo de atracción para la IED, en particular norteamericana, cuyo flujo ascendente registró, entre 1994 y 2007 una tasa promedio de 5,9 %: “Así, estados como Chihuahua, Baja California, Nuevo León y Sonora tuvieron tasas de crecimiento promedio en el período mucho más aceleradas que el total nacional. Las altas tasas de crecimiento fueron consecuencia de la entrada masiva de inversiones orientadas a la industria maquiladora de exportación. Por su parte, el estado de Nuevo León también recibió inversiones en el área de maquiladoras, y en las manufacturas de exportación no incorporadas al régimen de maquila. Se destaca que, en particular, la IED que se localizó en la frontera norte se relacionó con inversiones en plantas maquiladoras de poca intensidad de capital para aprovechar ventajas de costos salariales y proximidad geográfica. Cabe destacar que además de las inversiones provenientes de Estados Unidos, se aprecia una fuerte IED de la región de Asia (Japón, China, Taiwán y Corea) que se orientó fundamentalmente a los estados de la frontera norte (51,9 %)” [3].
Sin embargo, la concentración industrial en el norte, verifica una expansión geográfica cuyo desplazamiento claramente va de norte a sur. De conjunto, en el terreno industrial, el proyecto económico de la burguesía imperialista, nativa y el PRI sancionado en el TLC, se basa en dinamizar las exportaciones manufactureras para contrarrestar la dependencia económica del país a la exportación petrolera.
A partir de 2007, las franjas maquiladoras de primera y segunda generación, acotadas sobre todo al corredor fronterizo, comienzan a articularse con la emergencia de ramas industriales especializadas que transcienden a la IME clásica, no solo por su estructura, tecnología y funcionamiento sino por el lugar que ocupan en la cadena productiva norteamericana y por su dispersión geográfica.
Lo que algunos autores y economistas llaman “maquiladora de tercera generación”, que en México registra un curso ascendente (con retracciones y recuperaciones coyunturales) y se basa en la articulación con la maquila tradicional de: “centros de investigación, diseño y desarrollo, es decir basada en trabajo altamente calificado. Este tipo de maquiladoras son emergentes y cuentan con un mayor nivel tecnológico, se percibe un aumento en la autonomía en la toma de decisiones. El trabajo tiene la característica de ser altamente calificado, donde se perciben grandes responsabilidades. En este tipo de industria los gerentes pueden ser mexicanos o extranjeros ya que no existen limitaciones” [4].
Esta nueva planta productiva es enteramente dependiente de la Inversión Extranjera Directa y persiste gracias a la importación de tecnología y patentes norteamericanas en primer lugar, lo cual ha configurado una fuerza de trabajo que –sin mediaciones o constricciones provenientes del Estado– labora para las trasnacionales y las empresas tercerizadas que les surten servicios de contratación y recursos humanos.
Esta tendencia se intensificó a partir de 2007 (parcialmente interrumpida solo por la crisis del 2008-2009) porque China comenzó a registrar un descenso general en los niveles de IED, un aumento significativo en sus tasas salariales y México atrajo, solo durante 2013 –con el pico más alto hasta ahora registrado–, un 12,6 % de la IED global.
Esto no solo se debe a los bajos niveles salariales ofertados en territorio mexicano, sino a la recuperación de la economía norteamericana que arrastró de conjunto al bloque de los países del TLC y a la fluida red de alianzas comerciales que México sostiene con 45 países, lo que le permite exportar con muy bajos o nulos costos arancelarios al mercado estadounidense en primer lugar. China, por su parte, cuenta con 12 tratados de libre comercio (aunque está a la búsqueda de más) y sus productos se topan con barreras arancelarias, en particular en Estados Unidos.
México está inscrito en una tendencia mundial que registra que “entre 1990 y 2010, la fuerza de trabajo global así calculada se incrementó 190 % en los países “emergentes”, frente al 46 % en los países avanzados” [5].
La llamada “mundialización productiva”, a la par de gestar un mercado mundial, genera “…una clase obrera mundial cuyo crecimiento se produce en lo esencial en los llamados países emergentes. Este proceso va acompañado ahí de una tendencia a la salarización (paso a la condición de asalariada de personas que no lo eran) de la fuerza de trabajo. La tasa de salarización (la proporción de asalariados en el empleo) aumenta de forma continua, pasando del 33 % al 42 % en el curso de los últimos 20 años” [6].
Esta nueva clase obrera industrial en México se comporta también como refracción de una tendencia internacional. Son millones de personas “asalarizadas”, sea por la vía de la migración del campo a la ciudad, sea por la integración creciente de las mujeres al mercado laboral. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), por unidad económica, serían más de 50 millones de empleados en el país para el segundo semestre del 2015 (ver cuadro 1).
Cuadro 1: tomado de la Encuesta Nacional de Empleo y Ocupación (ENEO).
Según los datos también del INEGI, de la población ocupada por sector de actividad económica para el segundo semestre del 2015 serían un total de casi siete millones de personas ubicadas en el sector primario, 12 millones y medio en el sector secundario y poco más 31 millones en el sector secundario (ver cuadro 2).
Cuadro 2: tomado de la ENEO.
Es decir que, junto a aquellos sectores que “sobrevivieron” a la ofensiva neoliberal o incluso se expandieron con el auge de las telecomunicaciones y los servicios, la clase obrera mexicana está integrada por aproximadamente 11 millones y medio de obreros (en extracción, electricidad, manufactura y construcción) y 30 millones de trabajadores de servicios [7]. De los casi siete millones de personas que trabajan en el sector primario –es decir agropecuario–, 1 millón y medio de personas son jornaleros agrícolas. Entre el proletariado industrial, de servicios y agrícola, estamos hablando de un destacamento de casi 42 millones de personas.
Como decíamos antes, los salarios de esta nueva clase obrera están muy por debajo del promedio internacional, incluso en el resto de los países semicoloniales (ver cuadro 3).
Cuadro 3: construido con información del INEGI.
La cadena autopartes automotriz
La industria automotriz y autopartista sorprendió a propios y extraños por el dinamismo adquirido en los últimos años, en particular como subproducto de la forma en la cual la economía norteamericana logro sortear –por el momento–, la crisis económica que cimbró a la economía mundial en el 2008. Hay estimaciones de que este dinamismo seguirá un curso ascendente –con retracciones coyunturales– y ahora mismo, ya está moldeando un nuevo movimiento obrero en rápido crecimiento.
En consonancia con la tendencia más general que describe Husson, el especialista en industria automotriz Alex Covarrubias Valdenebro plantea como hipótesis que: “Se advierte que la IA y la motorización podrán seguir creciendo aún a tasas más inusitadas puesto que estamos frente a una transición histórica que desplaza los centros de producción y consumo de la industria a los países emergentes” [8] (Valdenebro: 2014).
Según este autor, la prominencia de México en el sector se debe fundamentalmente a tres ventajas relativas frente a otros gigantes de las automotrices en América Latina como Brasil: los bajísimos costos labores con respecto a otros países que participan de la CAA como China [9], las ventajas arancelarias que le implica a México ser país miembro del TLC y la crecientemente calificada mano de obra del sector. Es sin duda el rubro más dinámico de la economía mexicana.
México es receptor de inversión de todas las llamadas Original Equipmente Manufacturers (OEMS) del auto. La IA ofrece ya más de medio millón de los empleos mejor remunerados en manufactura y con la llegada de nuevas armadoras ha incentivado la creación de nuevas “cadenas productivas” de “partes y componentes que crecen más intensamente que las armadoras mismas” [10].
Según un estudio de AT Kearney citado por Valdenebro, México “ofrece a las corporaciones estadounidenses del sector una vía asequible, “directamente en su patio trasero” para reducir costos laborales y de producción”. PwC plantea que hay una mutación productiva en México y que pasó de ser un país de “manufacturas intensivas en trabajo barato a ser un país ensamblador calificado y especializado”. No es casual que organismos patronales y revistas empresarias como IHS planteen que se está convirtiendo en la “China Occidental”.
Rupert Stadler, director ejecutivo de Audi, planteó que “(es gracias a) las ventajas geográficas, los beneficios de las zonas de libre comercio multilaterales, emanadas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte […]”. En realidad, el desplazamiento hacia el sur y las periferias de la CAA se debe a lo que algunos autores llaman “crisis terminal” de los sectores manufactureros en los países centrales. Según Valdenebro, “Es un evento histórico que denominamos la motorización tardía y coincide con la crisis energética, ambiental e industrial que en los países desarrollados coloca en el centro de la esfera pública la demandas por sistemas de movilidad alternativos, así como el tránsito hacia economías basadas en el conocimiento”.
La ubicación de México como plataforma de exportación de Estados Unidos coincide, además, con la pérdida del dominio del mercado mundial de autos de las otrora conocidas como “las 3 grandes de Detroit”, a saber General Motors, Ford y Chrysler.
Las gigantes norteamericanas, que fueron violentamente sacudidas por la crisis de 2008 y solo salvadas por la masiva inyección de capital proveniente del estado norteamericano, no solo perdieron la hegemonía del mercado mundial, sino de su propio mercado.
Según varios autores, el crecimiento de la IA en México no solo se da en términos de manufactura sino también de comercialización. Se trata de una “cadena de valor” que no solo se comporta de manera expansiva hacia las periferias producto de agregados estructurales e inversión masiva de capitales en la producción, sino de la creciente movilidad del auto privado (basado en el motor de combustión interna) y en el uso de energía y desarrollo de capital fijo (en base al consumo de combustibles fósiles).
La IA es una industria de articulaciones complejas. Por una parte se engrana con una red autopartista y de componentes manufacturados que incluye a proveedores vinculados directamente a los patrones de consumo. Por otra parte, se engrana también a las redes de distribución y venta, talleres de mantenimiento y a un subsector basado en la investigación y desarrollo tecnológico.
Se articula también con la industria de bienes de consumo intermedios como la siderurgia, metalurgia, hule, vidrio, construcción, comunicaciones y energía. Según MacAlinden (2003) la IA tiene un efecto multiplicador del empleo porque “cada empleo directo generado en la terminal, genera a su vez alrededor de ocho empleos en el resto de sectores conexos”. Sin embargo hay una contradicción entre la contribución de la IA al PIB global industrial y a su capacidad de generar empleo porque, en general y como se verifica en México: “La contribución de la IA al PIB industrial y manufacturero de los países productores de autos típicamente es mayor que su contribución al empleo. Este dato simple es revelador del elevado nivel tecnológico y la alta productividad del sector, cuyas tasas respectivas de común son superiores a las de las economías en su conjunto” [11].
En el caso mexicano, estamos hablando de una industria absolutamente trasnacionalizada.
Para 2013, México observó una producción de autos que arañó de cerca los tres millones, la IA es la generadora más importante de divisas y aporta un 23,5 % de las exportaciones totales y el 31 % del total manufacturero. En el 2013, se captaron 90 mil millones de dólares por exportaciones del sector y la contribución de la IA al PIB es de 3,8 % (PwC México, 2013), aportación que se incrementó en un 27 % entre 2000 y 2013.
La tendencia a que las exportaciones manufactureras contrarresten la caída de las exportaciones petroleras, se evidencia con creces en la IA pero actúa de conjunto. Según la Dirección de Finanzas del Instituto Belisario Domínguez del Senado mexicano, “la oferta exportadora de México evoluciona al reducir la participación de hidrocarburos de 78 por ciento del valor de las exportaciones en 1982 a tan solo 10,7 por ciento en 2014 […]. A partir de la segunda mitad de la década de 1980, apuntó, las manufacturas cobraron mayor relevancia hasta llegar a representar 84,9 por ciento de las exportaciones en 2014” (MexicoXport, 2015).
A pesar de que las actividades de desarrollo de productos y procesos han permanecido en los países imperialistas, en México existen ya siete centros de ingeniería y diseño de OEMS.
El llamado subsector de autopartes, ha crecido incluso más aceleradamente que la IA terminal. Entre 2006 y 2007 por ejemplo, el valor de la producción autopartista creció en un 9,6 % mientras la producción de autos lo hizo en un 5,2 %. De conjunto, en México operan 18 de las OEMS fabricantes de vehículos en el mundo, tanto de transportes ligeros como pesados. Dos fabricantes de motores diesel. Existen 14 complejos industriales que abarcan 12 entidades y el grueso de la producción va al mercado externo.
Lo más dinámico en el último tiempo, es la creciente dispersión geográfica que hace que la CAA del TLC sea de las cadenas de valor más amplias del mundo (ver mapa 1).
MAPA 1
Cadena Autopartes Automotriz del TLC
Mapa tomado de Valdenebro, 2014 y modificado para los fines de este artículo.
Por otra parte, las empresas exclusivamente autopartistas están extendidas también hacia por los menos 21 estados de México, a saber: Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Jalisco, Nuevo León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, por decir los más importantes. Es, sin lugar a dudas, el Bajío la región que más concentración ha catalizado durante los últimos años. Se trata de fábricas donde se producen partes eléctricas, tapicería, embragues, asientos, accesorios, etc.
Solo en las plantas terminales, trabajan un total de 66 mil obreros, sin tomar en cuenta las plantas de próxima apertura como la Audi de Puebla (ver mapa 2).
MAPA 2
Plantas automotrices terminales con número de trabajadores
Mapa tomado de Valdenebro, 2014 y modificado para los fines de este artículo.
En autopartes se calcula que son más de 700 mil trabajadores, lo cual configura una clase obrera inserta en la CAA de casi un millón de personas. Por la vía de la producción autopartista, la CAA y la IMMEX (la otrora Industria Maquiladora de Exportación) forman una articulación compleja.
La mutación de la Industria Maquiladora de Exportación
A partir del impulso de la industria manufacturera de exportación, los gobiernos del PRI y sus sucedáneos orientaron la inversión extranjera hacia la clásica IME mediante el programa Industria Maquiladora Mexicana (IMMEX), nombre genérico que actualmente engloba la mutación de la maquila clásica.
Se trata de más de 6 mil fábricas a nivel nacional –aunque una minoría es no manufacturera– que a su vez integra la red autopartista que es parte de la CAA. Como decíamos antes, la actual IMMEX asiste a un proceso de dispersión geográfica que ha copado los estados del Bajío (ver gráfico 2).
GRÁFICO 2
Porcentaje de Fábricas de la IMMEX por entidad
Gráfico tomada del INEGI y modificada para efectos de este artículo, con datos de finales de 2014.
Al mismo tiempo, la captación de fuerza de trabajo es también muy dinámica, con incrementos promedio del 6,5 % de enero de 2014 a fines de 2014. El 90 % de los trabajadores concentrados en la IMMEX trabajan en fábricas manufactureras. Concomitante con el dinamismo de la CAA, la IMMEX que específicamente se organiza alrededor de la industria autopartista es la que tiene mayor captación de mano de obra, remuneraciones medias más significativas (en relación al promedio nacional) y la concentración también más importante de ingresos (Ver Cuadro 4).
Cuadro 4: Tomado del INEGI y modificado para fines de este artículo con datos de fines de 2014. Se integró el total nacional de fábricas pero se desglosaron únicamente las industrias con mayor captación de mano de obra.
Escorzo sobre la subjetividad de la clase obrera en México
Una imagen. En la planta de Honda ubicada en El Salto, Jalisco –la más importante del mundo actualmente–, se celebra el recuento de la representación sindical que disputa la históricamente charra Confederación de Trabajadores de México (CTM) contra el independiente Sindicato de Trabajadores Unidos de Honda México (STUHM).
La dirección del STUHM se encuentra despedida y aún así, la acompaña una buena parte de la base en esta pulseada contra la burocracia que, prevenida, solicita el apoyo de la policía antimotines local para custodiar la elección con la venia de la patronal. El recuento final le da a la CTM 1001 de los votos (inflados por los trabajadores de confianza nativos y extranjeros) contra 788 de la dirección independiente. Fraude. A las afueras de la fábrica, organizaciones de derechos laborales y políticas esperan solidarios y expectantes los resultados. No es una imagen extraída de los setenta, aunque así se antoje, es el mes de octubre de 2015.
La última gran huelga de la industria en 1990 fue la de la Ford del Estado de México, en franca resistencia a la ofensiva neoliberal y el férreo control charril, traicionada por su dirección y derrotada por la represión que se cobró la vida del obrero Cleto Nigno Urbina.
Si bien la transición “democrática” que gestó al régimen de la alternancia debilitó a la tradicionalmente priísta CTM, la misma se preservó como la principal organización gremial que hoy engloba a una parte importante de la clase obrera descrita en apartados anteriores, a través de la proliferación de los sindicatos blancos.
Así como en la cultura política popular se decía de boca en boca que el regreso del PRI a los Pinos en 2012 retrotraía a la metáfora del escritor Augusto Monterroso que versa “Y cuando desperté el dinosaurio seguía ahí”, la CTM también sigue ahí. Y sigue ahí porque bajo su espuria representación se encuentran por lo menos una decena de millones de asalariados industriales que, con su fuerza vital, mueven los resortes de la plataforma de exportación de Estados Unidos en la cual se ha convertido México.
De los 66 mil trabajadores de las plantas terminales automotrices, el 30 % está subcontratado y el resto pertenece en su mayoría a la CTM. Solo en la planta Nissan de Morelos y en la Volkswagen de Puebla existen sindicatos afiliados a la opositora UNT, respectivamente. De los 2 millones y medio de trabajadores que conforman la IMMEX, con sus casi 800 mil insertos en la industria de autopartes, medio millón está subcontratado.
Del mapa político obtenido en la última elección del 7 de junio de 2015, se lee que en los estados con mayor concentración industrial, tanto del norte como del Bajío y el centro, el PRI tendió a imponerse sobre las otras fuerzas políticas.
Llama la atención el caso de Jalisco donde el tricolor retrocedió cualitativamente frente al avance de la centroizquierda (Movimiento Ciudadano) y de una de las candidaturas independientes –también de centroizquierda–, liderada por el joven diputado José Pedro Kumamoto por el distrito 10 de Zapopan. También está el caso de Nuevo León donde un empresario de derecha, otrora ligado al PRI y catapultado mediáticamente como “El bronco”, avasalló en la elección en uno de los estados con importante concentración obrera del país.
El férreo control sindical y político que todavía ejerce el PRI sobre la clase obrera comienza a coexistir con síntomas menores, pero significativos. La pelea por conquistar un sindicato democrático en Honda coincide con el despertar de sectores del movimiento obrero industrial, después de más de una década de pasividad.
En Ciudad Juárez, Chihuahua, ciudad fronteriza ubicada entre Río Grande y el Paso, Texas, una parte significativa de los más de 250 mil trabajadores maquiladores –concentrados en más de 300 fábricas– comenzaron desde hace dos meses a levantar cabeza.
Los “plantones” de la maquiladora, comenzaron a proliferar en fábricas como Foxconn, años antes incendiada con rabia por sus trabajadores, CommsCope, Lexmarck o Eaton. El cordón industrial de “Juaritos” lo conforman fábricas autopartistas y electrónicas trasnacionales como Delphi o Lear. Luchan contra los sindicatos blancos de la CTM, contra los abusos laborales y el acoso sexual (la mayor parte de este proletariado está conformado por mujeres).
Conclusiones
El rasgo fundamental de México es su desarrollo desigual y combinado, exacerbado por la aguda penetración imperialista. El atraso, la marginación, la violencia estatal y social que se registran desde Chiapas hasta Morelos, asediando a las comunidades rurales, contrastan con los imponentes corredores industriales del centro y el norte del país, los conglomerados metropolitanos y las grandes zonas adineradas con sus bancos, sus centros comerciales y sus restaurantes de primer nivel.
Durante las últimas dos décadas, asistimos a la emergencia y acción de las capas sociales que, en franca resistencia al llamado neoliberalismo, se negaron a ser borradas por la historia defendiendo sus tierras, sus usos y costumbres y su autodeterminación.
Es decir, la lucha de clases estuvo marcada por la acción del campesinado, los pueblos originarios y los profesores rurales, inspirados sobre todo por el EZLN quien dirigiera la rebelión campesina de 1994. Pero el inexorable desarrollo capitalista, sancionado en el TLC como “documento de barbarie”, transformó al otrora México campesino con la asalarización por un lado, y el hundimiento del campo por otro.
Las masas campesinas tendieron a proletarizarse, tanto en su desplazamiento masivo hacia Estados Unidos como hacia los grandes centros industriales del país. Cientos de miles de mujeres entraron en masa a la industria, desplazándose del sur al norte para emplearse en la maquila.
De 7 millones de personas que laboran en la industria agropecuaria y en las zonas rurales, solo persisten 1 millón de campesinos de auto subsistencia frente a 1 millón y medio de jornaleros agrícolas. Esto no quiere decir que la cuestión agraria no siga siendo un problema estructural en México, ya que persiste el ejido, la tierra comunal y formas de resistencia desigual frente al despojo y la expropiación burguesa por parte de los pueblos originarios.
Más bien que México llegó a los albores de los años ochentas del siglo pasado hundido en la depresión económica declarando la cesación de pagos de la deuda externa e inaugurando el ciclo conocido como “década perdida”. La burguesía mexicana, dio el golpe de timón necesario para emprender “una verdadera contrarrevolución económica y social, impulsada por los sucesivos gobiernos. Devaluaciones y saltos inflacionarios, miles de millones de dólares pagados en concepto de deuda externa, despidos, topes salariales y empobrecimiento de las mayorías, mientras se acrecentaban las ganancias capitalistas y las transferencias de divisas al imperialismo” [12].
La presidencia de Carlos Salinas de Gortari, ejecutó el programa que ya Miguel de la Madrid había abonado. El neoliberalismo mexicano se impuso de la mano del Partido de la Revolución Institucional que, sin mediar más que una década, se pasó del bando del “nacionalismo revolucionario” al de los Chicago boys. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) es el documento programático que sanciona el nuevo lugar de México en la división internacional del trabajo encabezada por el imperialismo norteamericano. Y es frente a este programa que el EZLN aparece en la realidad nacional al grito de ¡Abajo el TLC! ¡Muera el mal gobierno!
La clase obrera, si bien protagonizó luchas locales contra la ofensiva neoliberal, vio como le pasaba por encima la aplanadora neoliberal con la complicidad de sus direcciones. Los charros priístas que hasta los ochentas encabezaron su control corporativo con el discurso de “herederos de la revolución”, garantizaron hasta sus últimas consecuencias la maquilización del país y la fragmentación del movimiento obrero industrial.
La combinación entre el protagonismo de sectores sociales no proletarios en la lucha de clases y la pasivización de la clase obrera –con base objetiva producto de su atomización–, devinieron en el lugar común que caracteriza las ideas de la época: la desaparición paulatina de la clase obrera industrial, la superación de la contradicción entre el capital y el trabajo o la negación del proletariado como sujeto político capaz de enfrentar al capitalismo.
Estos lugares comunes tuvieron cierto asidero en la realidad durante las primeras décadas de la ofensiva neoliberal pero no tienen sustento objetivo actualmente. Tanto caló la ideología de los “nuevos sujetos” (trascendiendo los estrechos marcos de la academia), que la izquierda no solo dejó de bregar por tener algún tipo de ligazón con la clase obrera, si no que de hecho dejó de verla, conocerla e identificarla.
Tan es así que las profundas transformaciones de la estructura social mexicana y de la nueva clase obrera –ahora mismo en expansión respecto a las décadas previas producto de la aguda penetración imperialista en el país–, han ocurrido silenciosamente, frente al mutismo impotente del conjunto de la izquierda en México. Pero para la burguesía imperialista y sus gerentes nacionales (el PRI, el PAN y el PRD), cobra vital importancia el rol que sigue jugando la CTM y no titubea un ápice en movilizar todo el aparato estatal cuando alguna lucha cuestiona la dominación priísta sobre los sindicatos industriales.
No fue la intención de este artículo debatir con los fundamentos teóricos de aquellos que, por diversas vías, le dijeron “adiós al proletariado”, si no sentar las bases para un estudio profundo de la disposición objetiva de la clase obrera en México. Es un intento por, siguiendo a Engels “asegurar un fundamento sólido para las teorías socialistas, así como para los juicios sobre su legitimidad, y poner término a todas las divagaciones y moralejas fantásticas pro et contra”.
El intento no es escolástico. En pleno interregno entre el agotamiento de la ofensiva neoliberal y la empresa impotente de la burguesía imperialista de conjurar de manera estable la crisis económica que alertó al capitalismo mundial entre el 2008-2009, se hace indispensable pensar cuáles son las tareas preparatorias para construir una fuerte organización revolucionaria en México, anclada en la clase obrera.
Producto del desarrollo y dinámica de la lucha de clases en el último periodo, se fortalecieron otras estrategias políticas en sectores de masas y de vanguardia. Aquellas direcciones vinculadas al México campesino, indígena y asediado por el narco que se destapó de manera brutal con el asesinato y desaparición de 43 normalistas de la normal de Ayotzinapa, fueron colocadas en la cresta de la ola producto de la intempestiva movilización de masas que adquirió como consigna ¡Fue el Estado!
Pero la rabia encarnada en los millones que nos movilizamos, no cuajó en la caída del odiado gobierno de Peña Nieto. Elementos importantes jugaron en contra de esta perspectiva.
Por un lado, la carencia de una política para conmover al movimiento obrero (antagónica a la concepción de organizaciones como el FPR, la FCSM y la guerrilla), organizado en los cordones industriales, la industria petrolera, minera y los clusters y a su vez, el férreo control que siguen ejerciendo sobre él las traidoras direcciones charras y también la burocracia opositora que se negó a convocar al paro nacional en el cenit de la crisis.
También jugó en contra el hecho de que el régimen mexicano, sostenido por la Casa Blanca, tiene una base social amplia, favorecida por el TLC y que configura a una de las clases medias acomodadas más importantes de América Latina. Esta clase media, que tendió a polarizarse durante el momento cúspide de la lucha por Ayotzinapa, puede cuestionar los aspectos más bárbaros de la “democracia” mexicana, pero al mismo tiempo sostiene política e ideológicamente el “modelo” neoliberal que pactó con ellas. Otros sectores se ubican en la oposición al régimen, mas acotados a las clases medias ilustradas, empobrecidas y representadas en muchos casos por el movimiento estudiantil que han sido un apoyo importante de las luchas obreras y populares, como se demostró en la solidaridad que recibió la lucha magisterial en el 2013 y en los masivos contingentes estudiantiles en las marchas post Ayotzinapa.
El régimen cuenta también con la pasividad del grueso de la clase obrera industrial, atenazada por los charros y el temor al desempleo, que constituye al nuevo proletariado mexicano. Carece de toda conquista y es afiliado compulsivamente a sindicatos “blancos” que defienden los intereses patronales a toda costa.
Desde el Movimiento de los Trabajadores Socialistas (MTS) consideramos una tarea preparatoria que la izquierda que se reivindica revolucionaria, se inserte y empalme con esta nueva clase obrera y le dispute la influencia ideológica, política y sindical al charrismo. Es decir, construir fracciones revolucionarias entre los trabajadores industriales y de servicios.
Al mismo tiempo de desarrollar una corriente que luche junto a la juventud y las mujeres intransigentemente contra la militarización, los fenómenos monstruosos como el narcotráfico gestado a la vera de la penetración imperialista y su asociación con el Estado, el cercenamiento de las libertades democráticas y el feminicidio, es menester dar cuenta de esta nueva disposición objetiva de la clase obrera mexicana. Una izquierda revolucionaria en México surgirá si sabe articular, la lucha por las demandas democrático radicales y estructurales (como la independencia del imperialismo), con la lucha por la única estrategia que puede conquistarlas: la de la revolución obrera y socialista.
En última instancia, está en discusión con la izquierda mexicana, encarnada en organizaciones filo estalinistas o filo maoístas como el FPR o la FCSM, la disputa por el carácter de la segunda revolución mexicana y el sujeto capaz de encabezarla.
Este primer estudio aspira a ese objetivo. Lo hacemos al mismo tiempo de que el MTS, está empalmando con sectores que, con un gran instinto de clase, han comenzado a cimbrar a las patronales extranjeras y el control burocrático del PRI como las valerosas obreras de Sandak. O solidarizándose activamente con las nuevas luchas obreras que comienzan a gestarse como la de los trabajadores del STUHM y las obreras y obreros de los plantones de Ciudad Juárez. La Izquierda Diario México, se está convirtiendo en una vitrina para darle voz a estos conflictos. Son luchas durísimas y persistentes, que han comenzado a protagonizar un pequeño pero significativo sector del proletariado mexicano y que, de desarrollarse, pueden quebrar en sus eslabones más débiles, el control burocrático y gangsteril de la CTM.
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