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El mensaje antiestablishment de Iowa
por : Claudia Cinatti

03 Feb 2016 | La primera escala de las primarias norteamericanas confirmó que el fenómeno político más dinámico es la revuelta de los votantes contra el establishment de ambos partidos.
El mensaje antiestablishment de Iowa

La primera escala de las primarias norteamericanas confirmó que el fenómeno político más dinámico es la revuelta de los votantes contra el establishment de ambos partidos.

Esta furia contra la política “as usual” le dio la victoria al republicano Ted Cruz, el senador texano de ultraderecha, referenciado con el Tea Party, y privó del triunfo electoral a Hillary Clinton, que terminó en virtual empate con el senador Bernie Sanders.

Pero si bien la tendencia común parece ser hacia la radicalización, el sentido de la flecha es opuesto. Para los republicanos que votaron mayoritariamente a Ted Cruz, Donald Trump y Marco Rubio los enemigos son el “gran gobierno”, los inmigrantes, los musulmanes, los impuestos, los republicanos “traidores” y la injerencia estatal vivida como una amenaza contra el individualismo a ultranza. Para la base demócrata que votó por Sanders, los enemigos son la desigualdad, las guerras, Wall Street y sus políticos.

Los resultados de las primarias en Iowa no son definitivos. El estado sólo aporta una pequeña cantidad de delegados a las convenciones partidarias -44 de 4763 demócratas y 30 de 2472 republicanos-. Además de conservar el método asambleario (caucus) que no se repite en otros estados. Pero tienen la fuerza de dar inicio a la carrera y de influir en las estrategias del resto de la campaña presidencial.

Winners y losers

En el campo republicano, el caucus de Iowa dejó un tendal de perdedores y solo dos ganadores. Además del resultado, también fue una sorpresa el crecimiento de la participación: 185.000 personas asistieron a los caucus republicanos, un crecimiento del 54% con respecto a la primaria de mejor performance hasta el momento.

Entre los ganadores está obviamente Ted Cruz, que se impuso con el 28% de los votos, apelando al carácter no convencional de su candidatura. Su campaña estuvo dirigida a la base evangélica, con referencias recurrentes a Cristo, y a atacar a los que en su discurso de triunfo llamó el “cartel de Washington” y los republicanos traidores. Cruz hizo propio varias de las “propuestas” de Trump como levantar un muro en la frontera sur con México o deportar a millones de trabajadores indocumentados.

El otro candidato que ganó a pesar de salir tercero es el senador por Florida Marco Rubio que con el 23% de los votos quedó solo a un punto de Trump. Su triunfo en esta primera instancia de las primarias consiste en presentarse como una opción válida para el establishment del partido, ya que frente a la demagogia de extrema derecha de Cruz y Trump, Rubio parece un moderado. Su discurso del lunes por la noche luego del cierre de la elección da cuenta de esta posición estratégica. Rubio se presentó como el candidato que puede llegar a otros sectores más allá de la base republicana radicalizada a la derecha, cuyas posiciones extremas son minoritarias cuando se trata de una elección general.

Sin discusiones, el gran perdedor fue Donald Trump, que quedó segundo con el 24% de los votos, aunque puede anotarse el poroto de haber corrido a la extrema derecha el discurso político republicano. Eso no significa obviamente que esté fuera de carrera. Pero perdió el aura de invencibilidad que construyó durante los meses que viene liderando las encuestas. Además sufrió un golpe personal, porque su campaña hasta el momento se centra en su propia personal y en su imagen de ganador en todos los terrenos, empezando por la ostentación de su cuantiosa fortuna personal.

Muy lejos de Trump, sigue un pelotón de perdedores integrado por cinco gobernadores o exgobernadores, con Jeb Bush a la cabeza. Entre todos no llegaron ni al 8% de los votos, menos que lo que obtuvo el Ben Carson (un neurocirujano retirado que casi se retira poco antes del caucus). El problema para el partido republicano y para la burguesía norteamericana es que tras esta banda de losers está el establishment del partido y de la clase dominante: los aportantes republicanos pusieron más de 100 millones de dólares para la campaña de Jeb Bush, que obtuvo apenas el 3% de los votos.

En el campo demócrata, la elección terminó en un virtual empate. Hillary como dijo en su discurso “respiró aliviada” pero no pudo encerrar en el placard el fantasma de la derrota de Iowa frente a Obama en 2008, aunque esta vez le fue mucho mejor, solo dividió a la mitad la votación y los delegados comparado con el tercer lugar cómodo (detrás de Obama y de John Edwards) de su primera campaña como aspirante a la nominación demócrata.

Pero si hay que elegir algún ganador entre los dos, Sanders se lleva las preferencias. El senador “socialista” por Vermont estaba 40 puntos por debajo de Hillary cuando en abril del año pasado anunció su candidatura. Con resultado que obtuvo en Iowa y el crecimiento de su campaña ya se puede decir que transformó lo que iba a ser una coronación de Hillary Clinton en una competencia electoral.

El dato más interesante es la composición del voto demócrata. Según la encuesta realizada por Edison Research y difundida por varios medios, Sanders obtuvo el 84% de los votos de los jóvenes entre 17 y 29 años; el 57% de los que tuvieron ingresos familiares de hasta U$ 30.000 anuales en 2015 y el 50% con ingresos entre 30.000 y 50.000, además del 59% de los que asistieron por primera vez a un caucus (cuatro de cada diez demócratas). Los votos de Sanders se concentraron en asambleas próximas a las universidades del estado. Hillary Clinton gana en el sector mayor de 65 años (69%), en el que gana entre U$ 50.000 y U$ 100.000 al año (50%) y entre los mujeres, que la prefieren por ser mujer y por su compromiso de defender el derecho al aborto.

Otro elemento que habla del atractivo popular de la campaña de Sanders es el financiamiento, en particular, los U$ 20 millones que recaudó en enero mayormente de pequeños aportes. Algo que recuerda la campaña de Obama aunque sin llegar a esa escala.

De todos modos, Iowa es una lente muy distorsionada, dado que la gran mayoría de su electorado es blanco, con escaso peso tanto de afroamericanos como de latinos, donde Hillary Clinton tendría un mejor desempeño.

Lo que dejó Iowa

En síntesis, Iowa mostró en estado más puro la polarización social y política que se instaló para quedarse tras la Gran Recesión.

Como ha sucedido en otras primarias, al inicio de la campaña la impronta parece surgir más del estado de ánimo de la base de los partidos. Esto se va diluyendo a medida que se acerca el momento de definiciones, donde lo que prima son los “superdelegados” y los mecanismos del aparato para torcer la vara. Ese estado de ánimo es de frustración y descontento con el personal político tradicional del sistema bipartidista, lo que se expresa en el apoyo a candidatos que en el algún aspecto lucen como outsiders. Aunque es difícil considerar al demagogo Donald Trump como “antiestablishment” cuando se trata de un multimillonario que está en la lista de la elite de ricos que elabora anualmente la revista Forbes. O al evangélico Ted Cruz que pretende hablar por los que quedan afuera pero su esposa es una ejecutiva de Goldman Sachs.

El panorama parece más complicada para el partido republicano, que sufre una importante fragmentación (llegó a tener 17 aspirantes a la nominación presidencial, ahora quedaron 11 y probablemente varios más se bajen) y entre sus figuras más votadas no hay ningún referente del conservadurismo moderado. Por eso algunos, incluido el propio Marco Rubio, especulan que ante la debacle de los electos por la elite partidaria y burguesa, el favor del partido se vuelque hacia Rubio, que parece tener la disposición al menos de ponerle un rostro más amistoso a las políticas de derecha, frente a Ted Cruz, candidato con simpatías en el Tea Party o el impresentable Trump. Esto no porque el partido republicano tenga objeciones a políticas de derecha sino porque la demagogia y el fanatismo de Trump y Cruz (y el Tea Party) no es el mejor rostro para uno de los principales partidos del capital norteamericano y difícilmente perfore sus límites para expandirse a un electorado que rechaza posiciones extremas.

El partido demócrata quizás pueda manejar su interna, y además cuenta con la garantía de Sanders de que apoyará a cualquier candidato de su partido, es decir, a Hillary. Pero lo importante no es el senador Sanders y su política conciliadora sino lo que ha expresado hasta ahora su campaña centrada en temas que logran importantes audiencias populares como el fin de la desigualdad, el aumento del salario, la denuncia a Wall Street y los grandes capitales.

La “revolución política” de Sanders es un espejismo pero las condiciones que dieron origen a su surgimiento no. Las coordenadas de su candidatura están definidas por la concentración de la riqueza, la pérdida del salario que hoy sigue estando casi U$ 4000 dólares por debajo de su nivel de 2008, los más de 48 millones de norteamericanos que dependen de alguna ayuda estatal para alimentarse, los 12 millones de trabajadores indocumentados bajo amenaza, el racismo, la xenofobia y las guerras imperiales.

El efecto colateral benéfico de la campaña de Sanders es que ha puesto de manifiesto no solo el descontento sino que un sector nada despreciable de jóvenes y trabajadores están dispuestos a escuchar hablar de “socialismo” y “revolución”, palabras casi prohibidas en el corazón del capitalismo mundial. Aunque el sentido que le da Sanders a esas palabras está lejos de significar el fin de la sociedad de explotación, el giro político que expresa es sin dudas un signo político alentador.

 

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