La semana pasada se difundió un informe elaborado por las 16 agencias de información y espionaje de EE.UU. que en el marco de que plantea dudas sobre la capacidad de los dirigentes políticos iraquíes para unificar el país, en particular del primer ministro, Al Maliki, dice lo obvio: que EE.UU. ha fracasado en su objetivo de establecer una coalición de gobierno pro norteamericana en Bagdad.
A pesar de su lenguaje oscuro y moderado, el informe pinta un cuadro sombrío sobre la ocupación norteamericana. “El nivel de violencia de conjunto, incluyendo ataques y bajas entre los civiles, permanece alto; los grupos sectarios iraquíes permanecen irreconciliados; Al Qaeda en Irak retiene la capacidad para conducir ataques de alto perfil; y, hasta ahora, los líderes políticos iraquíes se muestran incapaces de gobernar efectivamente”. En otras palabras, el informe plantea que el gobierno iraquí no quiere o no puede crear un gobierno de coalición fiable. Segundo, que aunque ha mejorado la seguridad en algunas áreas después del incremento de tropas (“surge”) de principio de año, de conjunto -y como anticipábamos cuando se decidió esta última maniobra de Bush- no han logrado cambiar la situación de conjunto. Tanto la insurgencia sunnita como las milicias shiitas se mantienen armadas y en operaciones.
En lo inmediato, la publicación de dicho informe, sumado a la presión del Congreso contra el gobierno de Maliki [1] ha hecho que las fracciones gubernamentales sunnita, shiita y kurda del actual gobierno de Irak, acordaran el pasado domingo en readmitir a los antiguos miembros del Partido Baath de Saddam Hussein en el ejército, la policía y como funcionarios del Estado. Pero es dudoso que este acuerdo, hecho con el solo fin de mostrarle a los norteamericanos que el gobierno funciona, sea capaz de sostenerse e implementarse en los hechos ya que no ha cambiado un ápice la realidad sobre el terreno: esto es la profunda animosidad entre los contendientes armados en el terreno iraquí y la incapacidad del gobierno (presionado por estas disputas intestinas) de imponer por sus propios medios el orden. Esto deja a EE.UU. frente a la búsqueda de opciones, fracasada la estrategia que viene aplicando, que es el contenido central que se desprende del informe de los organismos de inteligencia.
Hasta ahora, primero secretamente y luego en algunas reuniones públicas, parecía que EE.UU., sin admitirlo abiertamente, se jugaba a cerrar el conflicto iraquí con un acuerdo con el “eje del mal” iraní. A esto apuntaba verdaderamente el “surge” de Bush. Sin embargo, el señalamiento a las Guardias Republicanas iraníes como fuerza terrorista lanzado por la Casa Blanca parecería demostrar que algo se ha empantanado en la “detente” (situación de relajación de una relación tensa) norteamericano-iraní. Pareciera que Irán, viendo la debilidad de Bush y la parálisis del actual gobierno iraquí, no se siente muy tentado, ni mucho menos presionado, a un compromiso. Las declaraciones del presidente irani, Ahmadinejad, el 28/8 de que “El poder politico de los ocupantes está colapsando rápidamente. Pronto, veremos un enorme vacio en la región. Por su puesto que estamos preparados para llenar la brecha, con la ayuda de los vecinos y los amigos regionales como Arabia Saudita y con la ayuda de la nación iraki” lo confirma. Las duras réplicas de Bush, blandiendo nuevamente el tema nuclear, confirma que la disputa entre EE.UU. e Irán se está nuevamente calentando.
En este marco, las opciones norteamericanas (y no solo de Bush sino de su sucesor en la Casa Blanca) se estrechan. Esto no descarta una operación aérea contra Irán de la actual administración, aunque el costo y la eficacia de la misma es cuestionable y podrian dejar sin resolver, a pesar del daño infligido a la infraestructura iraní, el tema de Irak que es lo que preocupa a los norteamericanos roto el equilibrio de fuerzas en la región tras el fracaso de la ocupación. Por un lado, la continuidad de la actual política -que es el camino preferido por la actual administración- es seguir buscando un objetivo que ya se ha demostrado inalcanzable. El único punto fuerte de esta opción desde el ángulo del imperialismo norteamericano, es que irse sería peor ya que crearía un vació que sería llenado por Irán y podría generar un terreno fértil para el terrorismo islámico como en Afganistán, pero en el estratégico Medio Oriente. Los 2.000 marines muertos por año sería un costo a pagar, pero muy bajo comparado con la cantidad de bajas norteamericanas en Vietnam, según los terroríficos cálculos de los estrategas del Pentágono y de la presidencia. El asunto más grave es que el actual empantanamiento en Irak está comiendo enormemente los recursos militares de las fuerzas armadas norteamericanas, dejando vulnerable a EE.UU. en otros escenarios potencialmente conflictivos en el resto del globo (por ejemplo, en estos días Rusia ha lanzado nuevos misiles que han caído sobre Georgia, un país abiertamente pronorteamericano y hostil a Moscú en la zona de las ex Republicas Soviéticas, con el objetivo de presionar por un cambio de orientación del actual gobierno, sin que EE.UU. pudiera ejercer la menor influencia). La estrategia de retirada parcial, que alientan los demócratas y algunos republicanos, tiene la dificultad de exponer a menos tropas a un creciente enemigo si se mantienen los mismos objetivos de la ocupación norteamericana en Irak, cuestión sobre la que sus mismos impulsores no se pronuncian abiertamente. En el caso de Warner, un republicano proárabe, busca un cambio de alianzas políticas, dejando atrás la coalición mayoritaria de shiitas y kurdos en la que EE.UU. se apoyó para tirar a Hussein, por una que incorpore más decididamente a los sunnitas. Sin embargo, que se logre una reconciliación real en el actual estado del conflicto y sin poder de fuego para imponerlo sobre los que se opongan, es una mera ilusión. La tercera variante, una retirada rápida, es imposible porque dejaría a Irán con el control de Irak y proyectando su poder sobre la Península arábiga, coronando una situación de hegemonía iraní en esta estratégica región que ningún presidente norteamericano se puede permitir. En este marco, se mantiene como la menos mala de todas las alternativas la posibilidad -que barajamos en la última edición de Estrategia Internacional- de que EE.UU. busque quedarse en Irak pero cambiando los objetivos: pasar de la desgastante y fútil tarea de contrainsurgencia en las áreas pobladas, a que el eje de la misión sea contener un potencial avance convencional de Irán retirándose a base militares en regiones inhabitadas al oeste y sur del Eufrates o instalando una fuerza considerable en Kuwait. Viendo todas estas variantes, es indudable que a pesar de su creciente debilidad, EE.UU. no se retirará de Irak si no es expulsado por la acción directa del movimiento de masas.
La política criminal de las fracciones civiles y confesionales de Irak y la política reaccionaria de Irán que sólo busca mejorar su relación de fuerzas en la región, son un enorme obstáculo para aprovechar esta situación del imperialismo norteamericano y lograr la única salida progresiva para Irak y todo Medio Oriente.
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