En la madrugada del 26/9 la burocracia del sindicato automotriz UAW (por su nombre en inglés, United Auto Workers) y la patronal de la General Motors llegaron a un acuerdo, luego de la primera huelga nacional automotriz desde 1976. Ese año el sindicato llevó adelante una huelga contra la Ford.
El lunes 24/9, 73.000 obreros y obreras de las 82 plantas estadounidenses de la General Motors, afiliados al sindicato UAW salieron a la huelga.
La huelga se declaró después de que fracasaran las negociaciones con la empresa. Entre las principales demandas estaban garantizar los puestos de trabajo, en respuesta al anuncio de recorte de 34.000 empleos; pero el eje del conflicto era cómo financiar el sistema de salud de los trabajadores (en EE.UU. no existen las obras sociales y no hay salud pública como la conocemos en Argentina).
El objetivo de la patronal era sacarse de encima la deuda (51.000 millones de dólares) y el costo que representa el plan de salud de los 460.000 trabajadores jubilados y familiares pensionados de la empresa. La General Motors dice que no puede competir con el bajo costo laboral de empresas como la japonesa Toyota, a manos de quien ha visto perder una parte de su mercado en EE.UU.
El 14/9 se había vencido el convenio de trabajo pactado entre “Las Tres Grandes” (General Motors, Ford y Chrysler) y el sindicato que representa a 200.000 trabajadores/as de la industria automotriz. El resultado final de la puja entre la patronal y los trabajadores en la General Motors repercutirá en las otras dos, por eso todos los ojos están puestos sobre este conflicto.
Ron Gettelfinger lamentaba la medida de fuerza al comienzo de la huelga, diciendo “Nadie gana en una huelga”. ¿Gettelfinger es el gerente de la empresa? No. ¡Es el secretario general del sindicato! El sindicato automotriz es muy conocido por su política conciliadora con la patronal y por estar siempre “atento” a sus intereses, incluso las patronales mismas le reconocen el mérito de haber promovido retiros voluntarios, recortes salariales, entre otros.
A pesar de la actitud conciliadora de la burocracia sindical que ya ha entregado incontables conquistas de los obreros automotrices durante los últimos años, esta vez debió convocar a la huelga, por la presión de la base que veía con hartazgo las demoras en la negociación. Los obreros salieron de las fábricas e instalaron los piquetes de huelga, paralizando una importante parte de la producción. Aunque la empresa aseguró que podía soportar una huelga, la noticia atragantó a Wall Street, donde cayeron las acciones de la empresa. Y no era para menos, la fuerza de los trabajadores de General Motors puede hacerle perder a la patronal la producción de 760 vehículos por hora, y de extenderse un día más hubiera empezado a afectar la cadena de suministros de sus plantas en Canadá y México.
El acuerdo alcanzado contempla la propuesta patronal de dejar la salud de los trabajadores en manos de un “fondo de acciones” o fideicomiso a cargo del sindicato, a través de VEBA (siglas en inglés de Voluntary Employees Beneficiary Association -una especie de mutual-), aportando a la misma una suma en efectivo ahora, además de acciones y otros activos, y un supuesto aporte extra en caso de que el sindicato no pueda financiar el fondo. En otras palabras, atan la salud de los trabajadores y sus familias a los vaivenes del mercado accionario. A pesar de los compromisos y la supervisión que llevará a cabo la empresa, nadie puede olvidar el fantasma de la quiebra de Enron (en 2001) que dejó sin jubilación a sus más de 20.000 empleados. Una vez más la burocracia sindical norteamericana entrega grandes favores a la patronal más concentrada de EE.UU., en este caso liquidando la salud de los trabajadores y sus familias.
El secretario general del UAW prometió defender el acuerdo frente a los críticos de la propuesta, resta esperar la decisión de los 73.000 trabajadores/as que deberán ratificar el acuerdo en los próximos días.
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