Estrategia Internacional N° 8
Mayo/Junio  - 1998

RESTAURACION CAPITALISTA Y
"CARRERA DE VELOCIDAD" ENTRE
REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION A FINES DEL SIGLO XX

Juan Chingo, Emilio Albamonte, con la colaboración de Christian Castillo y Julio Sorel

INTRODUCCION

La caída de los regímenes stalinistas de Europa del Este y la URSS probó la fortaleza del método y análisis de Trotsky sobre esta última, a la que definió como estado obrero degenerado, como resultado de su aislamiento internacional de los países capitalistas avanzados y del rol negativo del dominio burocrático en todos los campos de la vida social. Trotsky señalaba el carácter transitorio de este régimen, señalando el pronóstico alternativo de que o triunfaba la revolución política o la burocracia se iría transformando más y más en agente directo del imperialismo.

Los acontecimientos han sido duros contra todas las otras doctrinas como los teóricos del “Estado totalitario”, que auguraban un dominio burocrático por siglos o de duración indefinida, incapaces de ser transformados internamente. También con los teóricos del “capitalismo de Estado” que no han podido explicar cómo un cambio sólo cuantitativo en las formas de propiedad ha significado un hundimiento económico y cultural tan grande de estos países. Sólo desde el marxismo revolucionario, esto es, el trotskismo, es posible interpretar el proceso restauracionista que se está desarrollando en los ex Estados Obreros deformados1 y degenerados, es decir, sólo desde una posición que parta de comprender el carácter progresivo que aún significaban estas conquistas más allá de su deformación y degeneración burocrática. Sólo una corriente que parta de comprender que lo que está en curso en esos países es el retroceso de una forma superior de organización social hacia un régimen inferior y putrefacto como el sistema capitalista, puede interpretar, analizar y proponer un curso de acción que de respuesta a la pregunta de hacia dónde van los ex Estados Obreros deformados y degenerados.

Por eso intentaremos en el presente trabajo volver al método utilizado por Trotsky esto es, el materialismo dialéctico. Contra la definición de Burnham2 de la URSS como estado “ni obrero ni burgués”, una posición que rompía con el materialismo dialéctico, Trotsky planteaba que: “Si Burnham fuera un materialista dialéctico, hubiera tenido que demostrar las siguientes tres cuestiones: 1-¿cuál es el origen histórico de la URSS?; 2-¿Qué cambios ha sufrido este estado durante su existencia?; 3-¿Pasaron estos cambios de la etapa cuantitativa a la cualitativa? Es decir: ¿crearon una dominación históricamente necesaria por parte de una nueva clase explotadora? Al contestar estas preguntas Burnham se hubiera visto obligado a extraer la única conclusión posible: la URSS es todavía un Estado Obrero degenerado.”3 Intentaremos a lo largo de este trabajo, en cada período histórico del desarrollo del Estado Obrero desde su origen en 1917, responder a estas tres preguntas.

Pero para hacer esto debemos, inevitablemente, ubicar a la URSS y demás Estados Obreros deformados y degenerados, como parte de la economía mundial dominada por el imperialismo, y por lo tanto refractarios dialécticamente a las tendencias más generales de ésta. Este, como veremos en el primer capítulo de este trabajo, era el punto de partida de Trotsky, y el que lo guió hasta su muerte en sus análisis de cada uno de los períodos históricos concretos del desarrollo de la URSS, cuestión que intentaremos demostrar en este trabajo. Luego trataremos de aplicar este mismo método para dar cuenta de lo acontecido en dichos estados desde la segunda guerra mundial hasta el presente. Para hacerlo procuraremos alejarnos de las visiones vulgares que liquidan la dialéctica haciendo definiciones en base a la abstracción de algún elemento en forma unilateral. Buscaremos establecer la correcta relación entre los factores objetivos y subjetivos en el terreno internacional y nacional, desde la cual construir nuestras definiciones de cada período. Sólo desde este método creemos que puede responderse correctamente la pregunta de qué relación hay entre el proceso de restauración hoy en curso en los ex Estados Obreros deformados y degenerados, la consumación del mismo y la “carrera de velocidad” entre la revolución y la contrarrevolución a fines del siglo XX.

1 A la salida de la segunda guerra mundial los trotskistas definieron como estados obreros deformados a los países donde se había expropiado a la burguesía en procesos dirigidos desde el comienzo por el Ejército Rojo o por direcciones stalinistas pequeñoburguesas, como el maoísmo o el titoísmo. Esta misma definición se aplicó luego a Corea del Norte, Cuba y los estados de la península Indochina.
2 James Burnham fue, junto con Max Shactman, uno de los dirigentes de la minoría del SWP norteamericano (principal sección de la IV Internacional en esos años), que se oponía a sostener la defensa incondicional de la Unión Soviética frente a un ataque imperialista, en el debate que se desarrolló en los años 1939-40.
3 L. Trotsky, “En Defensa del Marxismo”.

 

 1-LA ECONOMIA MUNDO COMO PUNTO DE PARTIDA

La tendencia a la mundialización de la economía es inmanente al capitalismo. Trotsky la describió de esta manera: “Uniendo en un sistema de dependencias y de contradicciones países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, aproximando los diversos niveles de su desenvolvimiento y alejándolos inmediatamente después, oponiendo implacablemente todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes.”1

Es que desde fines del s.XIX principios del s.XX, la economía mundo se estructura bajo la férula del imperialismo. El mismo significa una aceleración de esta tendencia a la mundialización. Como bien lo describe Trotsky:“Toda la historia de la humanidad se desarrolla en medio de una evolución desigual (...) La gran variedad del nivel alcanzado y la desigualdad extraordinaria del ritmo de desenvolvimiento de las diversas partes de la humanidad, en el curso de los diferentes períodos, constituyen la posición de partida del capitalismo. Sólo gradualmente éste se hace dueño de la desigualdad que ha heredado, la torna evidente y la modifica empleando sus propios métodos y marchando por sus propias rutas. Distinguiéndose en esto de los sistemas económicos que lo precedieron, el capitalismo tiene la propiedad de tender continuamente hacia la expansión económica, de penetrar en regiones nuevas, de vencer las diferencias económicas, de transformar las economías provinciales y nacionales, encerradas en sí mismas, en un sistema de vasos comunicantes, de acercar así, de igualar el nivel económico y cultural de los países más avanzados y más atrasados (...) Pero al aproximar económicamente los países y al igualar el nivel de su desarrollo, el capitalismo obra con sus métodos, es decir, con métodos anárquicos, que zapan contínuamente su propio trabajo, oponiendo un país y una rama de la producción a otra, favoreciendo el desenvolvimiento de ciertas partes de la economía mundial, frenando o paralizando el de otras. Sólo la combinación de estas dos tendencias fundamentales, centrípeta y centrífuga, nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo, nos explica el vivo entrelazamiento del proceso histórico.

A causa de la universalidad, de la movilidad, de la dispersión del capital financiero, que penetra en todas partes, de esta fuerza animadora del imperialismo, éste acentúa aún más estas dos tendencias. El imperialismo une con mucha más rapidez y profundidad en uno sólo los diversos grupos nacionales y continentales; crea entre ellos una dependencia vital de las más íntimas; aproxima sus métodos económicos y sus formas sociales y sus niveles de evolución. Al mismo tiempo, persigue ese ‘fin’, que es suyo, por procedimientos tan antagónicos, dando tales saltos, efectuando tales razzias en los países y regiones atrasados, que él mismo perturba la unificación y nivelación de la economía mundial, con violencias y convulsiones que las épocas precedentes no conocieron.”2

Como describe Trotsky, el capitalismo ha creado una verdadera economía mundo, un “sistema de vasos comunicantes” y bajo su forma imperialista, “une con mucha más rapidez y profundidad en uno solo los diversos grupos nacionales y continentales; crea para ellos una dependencia vital de las más íntimas”. La necesidad de un punto de vista internacional para el análisis marxista revolucionario, se desprende no de una petición de principios, sino de las condiciones objetivas que impone la realidad. El marxismo revolucionario basó su teoria y su programa en esta realidad objetiva. No puede haber análisis ni programa que no parta de esta realidad. Esto no niega sino que reafirma la existencia de particularidades nacionales, pero en la época de la economía mundial dominada por el imperialismo, aquellas sólo pueden comprenderse a partir de ésta, no como una combinación aleatoria, sino como una refracción particular de la misma.

Las conclusiones que surgían de este punto de vista, están en el origen de la disputa entre la “teoría” de Stalin del “socialismo en un solo país” y la concepción de Trotsky de la Teoría de la Revolución Permanente. La “ley del desarrollo desigual del capitalismo”, es convertida por Stalin en el eje central de toda su teoría. Desde un punto de vista metodológico, el error de Stalin reside en que toma esta ley metafísicamente, aislada de las otras tendencias de la economía y la política mundiales, como por ejemplo la aceleración de la internacionalización de la economía, de la técnica, etc. Esta “teoría”, se transforma en el programa oficial de la Internacional Comunista en el VI Congreso de 1928, que se constituye en la idea rectora de la concepción de la revolución mundial desarrollada por Stalin. En el mismo se sostiene: “La desigualdad del desarrollo económico y político, es una ley absoluta del capitalismo. Esta desigualdad se acentúa y agrava en la época imperialista. De ello resulta que la revolución proletaria internacional no puede ser considerada como una acción única, simultánea y universal. La victoria del socialismo es posible, por lo tanto, al comienzo, en algunos países capitalistas, incluso en uno solo tomado aisladamente.”3

Trotsky se opone desde el vamos a la utópica y reaccionaria “teoría” del “socialismo en un solo país”: “Si los diversos países evolucionasen no sólo desigualmente aislados sino aún independientemente unos de otros, entonces, sin ninguna duda, habría que deducir de la ley del desarrollo desigual la posibilidad de construir el sistema socialista en un solo país, considerado aisladamente: en primer lugar en el más avanzado, después, a medida que fuesen llegando a la madurez, en los más atrasados (...) La evolución desigual, a saltos, quebranta contínuamente los lazos que los unen, su interdependencia económica creciente: pero sin suprimirlos, ni mucho menos: al día siguiente de una carnicería infernal que duró cuatro años, esos países se ven obligados a cambiar carbón, petróleo, trigo, pólvora y tirantes (...) Ya durante la época pre-imperialista, Marx y Engels habían llegado a la conclusión de que, de una parte, la irregularidad, es decir, las sacudidas de la evolución histórica, extenderán la revolución proletaria a toda una época, durante la cual las naciones entrarán unas tras otras en el torrente revolucionario; pero de otra parte, la interdependencia orgánica de los diversos países, que se ha desarrollado hasta el punto de convertirse en división internacional del trabajo, excluye la posibilidad de establecer el régimen socialista en un solo país; por consiguiente, con más razón ahora, en el curso de la nueva época, cuando el imperialismo ha extendido, profundizado y avivado esas dos tendencias antagónicas, la doctrina de Marx, que enseña que sólo se puede comenzar, pero en ningún caso acabar la revolución socialista en los límites de una nación, es dos y tres veces más verdadero aún. Lenin no ha hecho más que ampliar y concretar la manera como Marx planteó la cuestión y la solución que le dio.” (subrayado de Trotsky)4.

Las consecuencias de dicha concepción, están a la vista. El eje para Stalin pasa a ser la construcción socialista en la URSS. De esta manera, si la construcción de la URSS se convierte en el factor esencial de la revolución mundial, la lucha de clases en cada país y las luchas de liberación nacional de los pueblos oprimidos, juegan objetivamente un papel secundario y subordinado. Desde este ángulo debían ser enfocados la política y la táctica de la Internacional Comunista. La derrota de la revolución china en 1927, es la primera prueba trágica de a dónde llevaba esta política que Stalin imponía en la Internacional Comunista. Trotsky enfrenta esta posición afirmando que si se subordina la IC la necesidad de la construcción del socialismo en un solo país, la URSS, esto significaría la liquidación de la Comintern.5 Esta concepción significaba una ruptura con las concepciones de Marx, Engels y Lenin, para los cuales la sociedad socialista sólo podía ser consumada conquistando lo más avanzado a que había llegado la economía capitalista, lo que implicaba que el avance hacia el socialismo de la URSS estaba indisolublemente ligado al desarrollo de la revolución en los países capitalistas avanzados. Por lo tanto, para Lenin y Trotsky, aunque le daban una enorme importancia a la consolidación de la dictadura del proletariado en la URSS, como una trinchera económica y militar, esto estaba subordinado a la posibilidad de triunfos revolucionarios del proletariado en los países desarrollados en los que se jugarían las batallas decisivas. En otras palabras, la concepción de Stalin significaba que se subordinaba la revolución mundial a la construcción de la URSS, teoría que se adaptaba perfectamente al creciente proceso de burocratización y al surgimiento de una casta privilegiada.

Hemos mostrado más arriba la importancia que daba Trostky a la existencia de una economía mundial dominada por el imperialismo. Y hemos mostrado las consecuencias que se derivan, tanto metodológica como política y programáticamente de este punto de partida. Intentaremos en el próximo capítulo, analizar, siguiendo este método, los distintos períodos por los que atravesó la triunfante Revolución de Octubre en 1917, y algunas de las principales etapas que siguieron en la construcción del primer Estado Obrero de la historia hasta su colapso en 1989-1991.

1 L. Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”.
2 Idem.
3 “VI Congreso de la Internacional Comunista”, Ediciones Pasado y Presente.
4 L. Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”.
5 Estas palabras de Trotsky tuvieron un carácter profético, ya que quince años después, Stalin disuelve la IC, como prenda de buena voluntad en su política de conciliación con Churchill y Roosvelt.

 

 2- LAS RELACIONES ENTRE LA REVOLUCION DE OCTUBRE, EL PRIMER ESTADO OBRERO DE LA HISTORIA, Y EL MUNDO CAPITALISTA

A) El esquema estratégico de la revolución mundial para los bolcheviques.

El carácter atrasado de Rusia era tal que la Revolución Rusa del ‘17 estaba destinada a perecer si no triunfaban una serie de revoluciones en los países capitalistas adelantados. Es que el socialismo, sólo puede construirse partiendo de lo más avanzado a lo que llegó el sistema capitalista mundial. Como plantea Trotsky: “No se puede construir la sociedad socialista, más que basándose en las fuerzas productivas más modernas, en la electrificación, en el empleo de la química en la producción, en la agrícola inclusive, en la combinación, en la generalización de los elementos superiores de la técnica contemporánea llevados a su desarrollo máximo.”1

Desde esta concepción, los bolcheviques ubicaban a la Revolución Rusa como el prólogo de la revolución mundial en los países capitalistas avanzados de Europa.2 Lenin desarrolla esta concepción, que está orgánicamente ligada a su trabajo sobre el imperialismo, que define como la etapa de agonía del capitalismo, desarrollado por él en los años 1915-16.

Su visión podría sintetizarse en el siguiente esquema:

-Las contradicciones del sistema imperialista han determinado a través de su producto, el estallido de la guerra, la plena maduración de las premisas objetivas, tanto a nivel de las estructuras económicas como de las fuerzas sociales, para la revolución socialista.

-La revolución mundial se ha iniciado en el eslabón más débil de la cadena imperialista mundial, en Rusia (donde se combinaba la opresión zarista con los sufrimientos inauditos creados por la guerra, y el choque entre la estructura semi-feudal y la estructura semi-capitalista con millones de obreros concentrados en grandes fábricas y bajo el dominio de las naciones imperialistas, junto a la existencia del factor subjetivo, el partido bolchevique, y la experiencia de las masas rusas desde la revolución de 1905 y la constitución de los soviets).

-Rusia era el comienzo de una revolución que se extendería a los países capitalistas avanzados.

Como resultado de este esquema, y en lucha contra la traición de la II Internacional, esta concepción se expresó en la fundación de la III Internacional en 1919.

La traición de la socialdemocracia y la inmadurez de los partidos comunistas, impidieron que esta perspectiva de los bolcheviques se concretara. Pero esto no refuta la estrategia de los bolcheviques, sino que la confirma por la negativa. Como el mismo Trotsky planteó: “La Revolución de Octubre no era una casualidad. Había sido prevista mucho tiempo antes y los acontecimientos confirmaron esta precisión. Su degeneración no refuta su previsión, porque los marxistas nunca creyeron que el Estado Obrero aislado en Rusia podría resistir indefinidamente. Es cierto que preveíamos más bien el derrumbe del Estado Obrero pero no su degeneración, o más exactamente no distinguíamos claramente estas dos posibilidades. Pero no son de ninguna manera contradictorias. La degeneración debe forzosamente terminar en destrucción en un momento dado.”3

B) Un giro en el esquema estratégico de la revolución mundial: el despertar de las masas de Oriente.

El fracaso de la primera oleada revolucionaria posterior al triunfo de la Revolución Rusa y tras el fin de la Primera Guerra Mundial, centralmente la derrota del levantamiento de los obreros alemanes en Marzo de 1921 y en el ‘23, impidieron que se derrotara al dominio burgués en Europa. El fracaso coyuntural de la perspectiva en la que basaban los bolcheviques la evolución del naciente Estado Obrero ruso, los obligó a un giro dentro de su esquema estratégico de la revolución mundial.

Como consecuencia de estos fracasos, el capitalismo logra una “estabilización relativa”, basada en el ascenso de Estados Unidos como potencia y la declinación europea, en particular Inglaterra como imperialismo dominante, que dependen cada vez más del rol de prestamista del primero. Como resultado de esto la socialdemocracia, principal responsable de la traición de la revolución europea, sigue manteniendo un control mayoritario sobre el movimiento de masas.4 El proletariado occidental que, como vimos más arriba, había sido el centro de preocupación de los bolcheviques, pasa a un segundo plano. El foco de atención se desplaza al despertar revolucionario de Oriente, con China y con la India, como demuestra la aprobación en el IV Congreso de la Internacional Comunista en Noviembre de 1922 de las “Tesis de Oriente”.

En el plano interno, los bolcheviques se vieron obligados a tomar una serie de medidas, como la implementación de la NEP, con el objetivo de fortalecer la dictadura del proletariado y sobre todo, mantener a la inmensa mayoría campesina de la población detrás de la misma.

En el marco del aislamiento de la URSS, y del deterioro de la situación interna como producto de la enorme destrucción y esfuerzo que significó la guerra civil, aquellas medidas internas, junto a las expectativas que abría el proceso revolucionario en Oriente, que se incorpora como parte del proceso revolucionario mundial, se ubican en la perspectiva de ganar tiempo hasta que un nuevo ascenso revolucionario se desarrolle en los países capitalistas avanzados.

Así Lenin, en su último trabajo, formula esta contradicción: “Así, pues, hoy nos hallamos ante el siguiente problema: ¿podremos mantenernos con nuestra pequeña y pequeñísima producción campesina, dada la ruina en que estamos sumidos, hasta que los países capitalistas de la Europa Occidental culminen su desarrollo hacia el socialismo?” Y más adelante se plantea: “¿Podemos confiar en que las contradicciones internas y los conflictos entre los prósperos Estados imperialistas de Occidente y los prósperos Estados imperialistas de Oriente nos den la segunda tregua, igual que nos dieron la primera cuando la cruzada de la contra-revolución de Europa Occidental, encaminada a apoyar la contra-revolución rusa, fracasó a causa de las contradicciones existentes en el campo de los contrarrevolucionarios (...) La solución depende aquí de muchísimas circunstancias, y sólo se puede preveer el desenlace de la lucha en su conjunto, basándose en que el propio capitalismo enseña y educa en fin de cuentas para la lucha a la inmensa mayoría de la población del mundo. El desenlace de la lucha depende, en última instancia, del hecho de que Rusia, la India, China, etc, constituyen la mayoría gigantesca de la población. Es precisamente esta inmensa mayoría de la población la que se incorpora en estos últimos años con inusitada rapidez a la lucha por su liberación.”

C) El aislamiento de la Revolución Rusa y el surgimiento del proceso de burocratización.

El retroceso sufrido por la revolución mundial a causa de una serie de importantes derrotas sufridas por el proletariado (la derrota de la insurrección búlgara y la retirada de los obreros alemanes en 1923, el fracaso de la huelga general en Inglaterra en 1926 y la derrota de la revolución china en 1927, etc) es la causa fundamental de la crisis de la Revolución de Octubre. Estas derrotas permitieron que se consolidara la “relativa estabilización” capitalista durante la década de los ‘20. A pesar de los logros iniciales de la planificación económica, la construcción socialista del Estado Obrero soviético, se vió sometida a fuertes presiones del entorno imperialista. La combinación de estos dos elementos, junto a las derrotas de la revolución mundial, van a influir en la situación interna de la URSS dando origen al surgimiento del proceso de burocratización. Trotsky sostenía en una carta dirigida en 1928 a uno de los dirigentes de la oposición rusa, I.N. Smirnov, que “todavía en ese tiempo, aquellos que no comprendían el significado de la importancia de la derrota de 1923 (en Alemania, N.de R.) acusaban a aquellos que predecían la inevitabilidad de tal dominio de ¡liquidacionismo!. Sin una comprensión del carácter internacional de este período, es imposible comprender propiamente nuestras cuestiones internas. La derrota de 1923 había tenido un efecto más débil en Inglaterra que en el continente, y un nuevo levantamiento comenzó allí en 1926, pero fue frenado por la derrota del movimiento. Los más profundos efectos de la derrota de 1923 se sintieron, por supuesto, en la misma Alemania y -si usted quiere- en nuestro propio país.” La burocracia iba adquiriendo cada vez más seguridad a medida que las derrotas del proletariado internacional eran cada vez más terribles. Ambas se reforzaban mutuamente: la política de la burocracia contribuía a las derrotas, las mismas afianzaban a la burocracia. Luego de la muerte de Lenin, la “troika”, formada por Kamenev, Zinoviev y Stalin, formula en el año 1924 el primer ataque contra “el trotskysmo”. En ese mismo año, la burocracia comenzó la campaña de reclutamiento, llamada de la “promoción de Lenin”. Miles de campesinos rusos recientemente proletarizados, empleados y funcionarios sin experiencia política, pero dóciles a obedecer las órdenes de los jefes, entraron al partido diluyendo el peso de la vanguardia revolucionaria, y comenzando a liquidar al partido creado por Lenin.

Trotsky resume muy bien estos años en 1928 en su “Stalin, el gran organizador de derrotas”: “La República soviética ha hecho, en el curso del período que estudiamos, serios progresos desde el punto de vista económico y cultural, que han demostrado al mundo, por primera vez, la fuerza y la importancia de los métodos socialistas de administración, y, sobre todo, las grandes posibilidades en ellos latentes. Pero estos éxitos, se han producido paralelamente a la llamada estabilización del capitalismo, que ha sido el resultado de toda una serie de derrotas de la revolución mundial. No solamente esto empeoró considerablemente la situación exterior de la república soviética, sino que ejerció además, una gran influencia, en un sentido hostil al proletariado, en la correlación interna de fuerzas.” Como vemos, no son los éxitos internos, más allá de la importancia que verdaderamente tuvieron, sino la relación de la economía soviética con la economía mundial, y el resultado de la lucha de clases mundial, lo que prima en el análisis de Trotsky. “El hecho de que la URSS continúe siendo, según la expresión de Lenin, ‘un eslabón aislado del mundo capitalista entero’, ha conducido bajo una dirección errónea, a formas de desarrollo de la economía nacional, en las cuales las fuerzas y las tendencias capitalistas, han adquirido una gran extensión, o, más exactamente, una extensión alarmante.” 5 La visión de Stalin, conjuntamente después del fracaso de la “troika”, con Bujarin, que ensalzaba unilateralmente los éxitos nacionales, separándolos de la relación con la economía mundial, disminuía ciegamente los peligros que se cernían cada vez más sobre la república soviética, con el crecimiento desmedido de las tendencias capitalistas, cuestión que llevó a la gran crisis del año 1927, llevando al año siguiente a Stalin a pegar un giro de 180 grados hacia la colectivización forzosa, extirpando al kulak (campesinos ricos) frente al peligro de perder el poder político.6

Es que para Trotsky, la construcción socialista en el Estado obrero soviético y la respuesta a la pregunta formulada por Lenin de ‘¿quién triunfará?’, si el capitalismo o el socialismo, sólo se podía contestar, ligándola a la suerte de la economía capitalista mundial y el resultado de la lucha de clases mundial como los factores decisivos. En el folleto de 1926 “¿A dónde va la URSS?”, plantea que: “El modo más simple de resolver la cuestión de la victoria del socialismo es mediante la hipótesis de que la revolución proletaria tendrá lugar en Europa en los próximos años. Esta variante no es en absoluto inverosímil (...) La cuestión se complica enormemente si se admite con reservas la suposición de que el mundo capitalista que nos rodea se mantenga todavía algunos decenios. Pero tal suposición no tendría, en sí misma, ningún sentido si no la concretamos mediante un cierto número de otras suposiciones. ¿Qué sucede en este caso, en el proletariado europeo e igualmente en el proletariado americano? ¿Qué sucede con las fuerzas de producción del capital? ¿Y si los decenios que hemos supuesto con reservas debieran ser años de flujos y reflujos tumultuosos, de cruel guerra civil, de freno o incluso de decadencia económica, es decir, simplemente una disminución de la marcha de los dolores de parto del socialismo? (...) Si se supone por el contrario, que en el curso de los próximos decenios se forma en el mercado mundial un nuevo equilibrio dinámico, una reproducción en alguna medida, aunque más amplia, del período comprendido entre 1871 y 1914, entonces el problema adquiere un aspecto completamente diferente. Suponiendo un ‘equilibrio’ tal, se admite una nueva expansión de las fuerzas de producción (...) Es completamente evidente que si lo imposible se convirtiera en posible, lo inverosímil en realidad, si el capitalismo mundial y, en primer lugar, el capitalismo europeo, encontrara un nuevo equilibrio dinámico (no mediante sus inconstantes combinaciones gubernamentales, sino mediante sus fuerzas de producción), si la producción capitalista tomara en las próximas décadas un nuevo auge enorme, ello significaría que nosotros, el Estado socialista, que deseamos cambiar de tren y que incluso realmente estamos abandonando el tren de mercancías para entrar en un tren correo, nos encontraríamos con que, al mismo tiempo, teníamos que alcanzar a un tren expreso. Dicho más simplemente, ello significaría que nos habríamos equivocado en las apreciaciones históricas fundamentales, ello significaría que el capitalismo no ha cumplido todavía su ‘misión’ histórica y que la fase imperialista en que nos encontramos no sería forzosamente una fase de decadencia del capitalismo, la fase de su agonía, de su descomposición, sino únicamente la preparación de un nuevo período de florecimiento.”7

D) El crack del ‘29, la crisis de los ‘30 y la consolidación de la degeneración del estado obrero.

El proceso de burocratización iniciado en los años previos, va a culminar con el arresto en masa de la Oposición de Izquierda en 1928. Esto va a significar la consolidación de la contrarrevolución stalinista o el llamado Thermidor soviético: esto es, la dictadura de la burocracia sobre el movimiento de masas.8 Se había producido un salto de cantidad en calidad con respecto al proceso de burocratización del Estado Obrero surgido en el ‘17. Este elemento, la consolidación de la dirección contrarrevolucionaria, va a incidir decisivamente durante la década del ‘30.

La misma se inicia con el fin de la estabilización relativa que el capitalismo había experimentado en los ‘20, dando lugar en Octubre del ‘29 al crack de Wall Street y a la depresión económica que siguió al mismo. Esta fue la crisis más importante que sufrió el capitalismo desde su existencia, provocando un descalabro en el sistema comercial, monetario y financiero mundial, sin precedentes. Como resultado de esto y del avance del proteccionismo, se rompió la unidad del mercado mundial, fragmentándose el mismo en distintas áreas de influencia alrededor de las distintas potencias imperialistas centrales.

El salto cualitativo en la crisis capitalista mundial, que provocó una enorme destrucción de fuerzas productivas y un salto descomunal en la desocupación, hace saltar los fusibles de las democracias imperialistas, quitando todo punto de sustentación a los aparatos contrarrevolucionarios reformistas, que en los ‘20 aún controlaban al movimiento de masas. Como resultado de esto, se produce un cambio cualitativo en el panorama europeo con el ascenso de Hitler en Alemania en 1933. Este triunfo liquida toda perspectiva pacífica de la resolución de las contradicciones internacionales que la Primera Guerra Mundial no había resuelto, poniendo en el horizonte la perspectiva de una nueva conflagración imperialista.

La responsabilidad por esta derrota histórica del proletariado alemán y mundial, recae en las dos Internacionales de masas, la socialdemocracia y el stalinismo. La política del “tercer período”9, que impidió un frente único de los partidos obreros contra el fascismo, permitió el triunfo de Hitler sin que el proletariado alemán, el proletariado más fuerte y educado de Europa, presentara combate. La negativa de la III Internacional a asumir las consecuencias de esta derrota y sacar lecciones de la misma, tal como planteaba la Oposición de Izquierda Internacional liderada por Trotsky, significó un salto en la degeneración de la III Internacional, transformándose la misma en manos del stalinismo, en un aparato contra-revolucionario mundial, defensor del orden burgués. Poco después de la derrota alemana la política del stalinismo pega un nuevo viraje hacia la no menos nefasta política de los “frentes populares”, es decir de colaboración de clases con un sector de la burguesía imperialista. Esta política mostró su rol traidor tanto en Francia del ‘36 como en la guerra civil española, impidiendo que estos procesos revolucionarios detuvieran el curso hacia la guerra.

Estos tres elementos, el salto en la crisis capitalista mundial, la derrota del proletariado alemán y el triunfo de Hitler, las derrotas posteriores y la consolidación de la dirección contrarrevolucionaria, es decir, la profundización de las crisis de dirección del proletariado, van a incidir de forma determinante sobre la URSS. El avance en la degeneración del primer Estado Obrero de la historia, era una consecuencia del retraso de la revolución mundial.

En la “Revolución Traicionada” Trotsky explicó brillantemente, las razones sociales que llevaron a la burocratización del primer Estado Obrero de la historia, el carácter de clase del Estado Obrero degenerado que había dado origen, y el programa de la revolución que estaba planteado, que para diferenciarla de la revolución social que debe expropiar a la burguesía, la llamó “revolución política”. La base de este planteamiento estaba en que a pesar de la contrarrevolución stalinista, seguían existiendo las relaciones sociales heredadas de la Revolución de Octubre.

Pero lo que nos interesa aquí preguntarnos es: ¿Por qué la burocracia, que terminó exterminando a la flor y nata del partido bolchevique, que liquidó prácticamente toda oposición, en un marco de retroceso y de derrotas del proletariado mundial, no avanzó en liquidar las nuevas relaciones de propiedad? ¿Significa esto, a pesar de su brutalidad que la burocracia tenía un carácter progresivo? En lo más mínimo. La respuesta sólo podemos encontrarla en el salto en la crisis capitalista mundial y en el carácter de la curva del desarrollo capitalista a lo largo del s.XX. Como plantea Trotsky: “Así, a despecho de monstruosas deformaciones burocráticas, la base clasista de la URSS, continúa siendo proletaria. Pero recordemos que este proceso de desarrollo aún no ha terminado, y que el futuro de Europa y del mundo durante los próximos decenios no se ha decidido todavía. El Thermidor ruso habría abierto indudablemente una nueva era de dominio burgués, si tal dominio no se hubiese desacreditado en todo el mundo. En todo caso, la lucha contra la igualdad y el establecimiento de desigualdades sociales muy profundas no ha conseguido hasta ahora eliminar la conciencia socialista de las masas ni la nacionalización de los medios de producción y la tierra, que fueron las conquistas socialistas básicas de la revolución. Aunque deroga tales gestas, la burocracia no se ha atrevido todavía a recurrir a la restauración de la propiedad privada de los medios de producción. A fines del s. XVIII, la propiedad privada de los medios de producción fue un factor de importancia progresiva considerable. Aún le quedaba Europa y el mundo por conquistar. Pero en nuestros tiempos, la propiedad privada es el único obstáculo serio que se opone al desarrollo adecuado de las fuerzas productivas.”10 (subrayado nuestro).

En otras palabras, fue el agravamiento de la crisis capitalista, lo que impidió a la burocracia, a pesar de sus intenciones, a ir más allá. Toda otra explicación, significaría embellecer a la burocracia, o darle un carácter progresivo o contradictorio a la misma.11 La desarticulación del comercio y la economía mundial, la relativa autarquía de la que pudo gozar la economía soviética, que le permitió en cierta medida “aislarse” de la crisis capitalista mundial, junto a la planificación de la economía, permitieron a la URSS sus éxitos iniciales. Mientras la economía capitalista se iba a pique, la URSS podía mostrar los colosales resultados del primer plan quinquenal, que como bien planteó Trotsky, mostraban la superioridad económica de la planificación de la economía contra los métodos anárquicos de la economía capitalista.12 Como dice E. Mandel, “el mercado mundial fragmentado de los años ‘30 y ‘40, dio un respiro a la utopía reaccionaria del ‘socialismo en un solo país’.”13

Esta teoría transformaba este hecho empírico, dándole un valor absoluto, como prueba suficiente de que el socialismo podía ser construído integralmente en un solo país, independiente de que la revolución haya triunfado en los países capitalistas avanzados. Contra esto se levantaban las posiciones de Trotsky, contra todos los que auguraban un dominio burocrático in eternum, que el régimen de la URSS era un régimen transitorio, que no sería capaz de persistir, que la URSS estaba “en un contradictorio mitad de camino entre el socialismo y el capitalismo”, cuyo carácter aún no había sido resuelto por la historia. Que el régimen debía cambiar hacia delante mediante una revolución política y su ligazón con Occidente, o en caso contrario, podía volver al capitalismo. La URSS sólo podía ser vista como un fenómeno temporario, no sólo porque estaba rodeada por países capitalistas más avanzados, sino porque a pesar de los grandes logros de la planificación, tenía un nivel más bajo de productividad comparado con Occidente. Volviendo a la pregunta de Lenin que ya planteamos más arriba, Trotsky en 1936 decía: “El problema planteado por Lenin ‘¿quién triunfará?’, es el de la relación de fuerzas entre la URSS y el proletariado revolucionario del mundo, por una parte, y las fuerzas interiores hostiles y el capitalismo mundial por la otra. Los éxitos económicos de la URSS, le permiten afirmarse, progresar, armarse y, si esto es necesario, batirse en retirada, esperar y resistir. Pero en sí misma, la pregunta ‘¿quién triunfará?’, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La invasión de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa.” 14. Son estas conclusiones las que se derivan de la concepción de Trotsky de la Revolución Permanente, y las que lo hacían predecir que el carácter social de la URSS aún no había sido decidido por la historia, y que sería resuelto como resultado de la lucha de dos fuerzas vivas, tanto en el terreno nacional como en el internacional.

1 L.Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”.
2 La cuestión de la revolución mundial, su desarrollo, su articulación, el papel de la Revolución Rusa y la estrategia correspondiente, constituyeron el fondo teórico de la lucha interna en la dirección del Partido Bolchevique en el momento de las Tesis de Abril, la insurrección de Octubre y a la hora de la discusión de los acuerdos de Brest-Livtok.
3 L. Trotsky, “La URSS en guerra”.
4 En “Más vale poco y bueno” (1923), Lenin plantea que: “Gracias a la victoria, varios estados, por cierto los más antiguos de Occidente, están en condiciones de poder aprovechar esa misma victoria para hacer a sus clases oprimidas, una serie de concesiones que, si bien son de poca monta, demoran el movimiento revolucionario en ellos y crean una apariencia de ‘paz social’.”
5 L. Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”.
6 Durante los años previos, el duo Stalin-Bujarin, cuestionaba la política de la Oposición de Izquierda que exigía una mayor industrialización y terminar con la política que favorecía a los campesinos ricos, graficada en la famosa frase de Bujarin a los kulaks: ¡Enriquecéos! En 1928, se da este giro con métodos brutales y aventureros que implicaron la matanza de millones de campesinos, no sólo de kulaks, sino también de millones de campesinos medios y pobres, provocando tal crisis en el campo que originó una hambruna colosal y una crisis general en los años 1931-32.
7 L. Trotsky, “¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?”
8 En “El Estado Obrero, Thermidor y bonapartismo”, del 1-2-35, Trotsky corrige la analogía que en discusiones previas la Oposición rusa y la Oposición Internacional hacían sobre el Thermidor, el cual, en palabras del mismo, entendían como “la primera etapa de la contra-revolución burguesa, dirigida contra la base social del Estado Obrero”: “Socialmente el proletariado es más homogéneo que la burguesía, pero contiene en su seno una cantidad de sectores que se manifiestan con excepcional claridad luego de la toma del poder, durante el período en que comienzan a conformarse, la burocracia y la aristocracia obrera ligada a ella. El aplastamiento de la Oposición de Izquierda implicó en el sentido más directo e inmediato el traspaso del poder de manos de la vanguardia revolucionaria a los elementos más conservadores de la burocracia y del estrato superior de la clase obrera. 1924: he ahí el comienzo del Thermidor soviético.”
9 Se denomina de esta manera a la orientación ultraizquierdista consagrada en el VI Congreso de la Internacional Comunista, que llevó entre sus principales consecuencias negativas a que los Partidos Comunistas rechacen la política del frente único obrero para enfrentar al fascismo, basados en la falsa caracterización de la socialdemocracia como “socialfascismo”.
10 L. Trotsky, “Stalin”.
11 Todos los revisionistas del trotskysmo atacaron la definición de Trotsky sobre el carácter contra-revolucionario de la burocracia, estableciendo la teoría del doble carácter de la misma, esto es, contra-revolucionario en el plano externo y progresivo en el plano interno. De esta manera, confundían que el rol o la función progresiva que la burocracia durante un período puede jugar en el Estado Obrero, no se debe a este supuesto doble carácter, sino a que la misma parasita las bases del Estado Obrero, es decir lo defiende a su manera, lo que crea las condiciones para su posterior hundimiento. En palabras de Trotsky, “la función de Stalin, como la de Green, tiene un carácter dual. Stalin sirve a la burocracia y así a la burguesía mundial; pero no puede defender a la burocracia de otra forma que defendiendo la base social que la burocracia explota en su propio interés. Para este fin, Stalin defiende la propiedad nacionalizada de los ataques del imperialismo y también de los estratos más impacientes y ambiciosos de la misma burocracia. Sin embargo, él lleva adelante esta defensa, con métodos que preparan la destrucción general de la sociedad soviética.”
12 En el capítulo n°1 de “La Revolución Traicionada”, Trotsky compara los colosales índices de desarrollo alcanzados por la URSS comparados con el estancamiento de casi todo el mundo capitalista. Y concluye dicho capítulo diciendo que: “Aún en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes sucumbiera a los golpes del exterior -cosa que esperamos firmemente no ver- quedaría, como prenda del porvenir el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de 20 años, resultados sin precedentes en la historia.” Cuando vemos el brutal retroceso que está signifcando el proceso de restauración capitalista en la ex URSS, en la que llegó a ser, gracias a la planificación económica, la segunda potencia del mundo, esta afirmación es cada vez más válida.
13 E. Mandel, “El poder y el dinero”.
14 L. Trotsky, “La Revolución Traicionada”.

 

3- LA POSGUERRA Y LA FORMACION DE LOS ESTADOS OBREROS DEFORMADOS

El resultado de la Segunda Guerra Mundial, volvió a rediseñar la economía y la política mundiales. En primer lugar, la derrota de Alemania y Japón y el debilitamiento de los imperialismos aliados como Francia e Inglaterra, permitió a los Estados Unidos, salir como potencia dominante, estableciendo su hegemonía.

La destrucción de fuerzas productivas producto de la guerra, junto al rol del stalinismo en el desvío y la derrota de la revolución europea en la inmediata pos-guerra, crearon las condiciones para el desarrollo de lo que se dio en llamar el “boom” de la pos-guerra.1

Sin embargo, estos avances del imperialismo, se dieron en el marco de que el triunfo sobre el fascismo y la extensión del dominio soviético principalmente a los países de Europa Central mediante la intervención directa del Ejército Rojo, fortalecieron a la burocracia del Kremlin. A su vez, en 1949, se produjo otro cambio histórico cualitativo como fue el triunfo de la Revolución China, el país más poblado de la tierra.2 En otras palabras, a pesar de que el imperialismo gozó durante esos años de unos índices de crecimiento económico sin precedentes en la historia, sus límites se expresan en que debió resignar su dominio en casi un tercio del planeta. Más aún, durante los primeros años de la pos-guerra, lejos de ejercer una presión ofensiva sobre la URSS y sus zonas de influencia, el imperialismo debió concentrar sus esfuerzos en la reconstrucción de los países imperialistas derrotados o desvastados por la guerra.3 En esos años, como describe F. Claudín en su libro sobre la historia del movimiento comunista,“el verdadero plan del imperialismo americano, no era lanzarse a una aventura contra la impresionante potencia militar del bloque soviético, sino extender su dominación a todo el ‘mundo libre’, consolidar el capitalismo en Europa Occidental, y particularmente en Alemania, colocándolo al mismo tiempo bajo su dependencia económica, política y militar; realizar análoga operación en la cuenca mediterránea, intensificar la explotación de América Latina, penetrar en las esferas coloniales de sus aliados, reprimir el movimiento revolucionario fuera de las fronteras del bloque soviético, asumir, en una palabra, el papel de explotador y gendarme mundial. En definitiva, el objetivo principal de la política americana era consolidar el ‘campo imperialista’.”4

El mismo límite también se expresa en que, a pesar de que el imperialismo norteamericano pudo establecer su hegemonía, la misma necesitó de la colaboración sin precedentes del aparato stalinista mundial, que pegó un salto en el papel contrarrevolucionario en la arena mundial. La firma del pacto Roosvelt-Churchill-Stalin en Yalta y Postdam y la división del mundo en zonas de influencia, daría inicio a la llamada “coexistencia pacífica” entre el stalinismo y el imperialismo, es decir, a la renuncia explícita a la revolución mundial; baste nombrar como hecho puntual significativo el compromiso asumido por Stalin, y que cumplió, de disolver la III Internacional. Fue un verdadero pacto contra-revolucionario para evitar que los procesos revolucionarios que se dieron en la periferia, pusieran en cuestión al orden de dominio de pos-guerra.

Esta situación de codominio del mundo entre el imperialismo norteamericano y la burocracia del Kremlin dio lugar a lo que hemos llamado un “impasse estratégico” de la revolución mundial, que marcó los contornos de la lucha de clases durante Yalta. En este período los distintos triunfos revolucionarios logrados por las masas, al ser capitalizados por direcciones stalinistas enemigas de la lucha por la revolución socialista internacional, eran congelados impidiendo que los mismos llegasen a poner en cuestión el orden de dominio en su conjunto. Aunque con una visión que disminuye la importancia de conflictos tanto en Europa (como la crisis en Francia que llevó a la subida de De Gaulle ante la crisis abierta por la guerra de Argelia o la oleada de huelgas en Bélgica en 1960) y, sobre todo en el mundo semicolonial (guerras de Corea y Vietnam, revolución boliviana del 52, etc.), son válidas las palabras de Immanuel Wallerstein para caracterizar la sociedad contrarrevolucionaria establecida por EE.UU. y la URSS en este período: “El arreglo entre EE.UU. y la URSS es bien conocido y bastante sencillo. La URSS podía hacer lo que quisiera dentro de su zona del este de Europa (es decir, crear regímenes satélites). Se establecieron dos condiciones de trabajo. Primero, las dos zonas observarían absoluta paz entre los estados y se abstendrían de cualquier intento de cambiar o subvertir los gobiernos de la otra zona. Segundo, la URSS no esperaría ni recibiría ayuda de EE.UU. para su reconstrucción económica. La URSS podía tomar todo lo que pudiera de Europa Oriental mientras que el gobierno de EE.UU. concentraría sus recursos económicos (vastos pero no ilimitados) en Europa Occidental y Japón.

Ese arreglo, como sabemos, funcionó maravillosamente bien. En Europa hubo paz absoluta. Jamás hubo una amenaza de insurrección comunista en Europa Occidental (con la excepción de Grecia, donde la URSS minó y abandonó a los comunistas griegos). Y Estados Unidos nunca dio el menor apoyo a los múltiples esfuerzos de estados del este europeo por debilitar o eliminar el control soviético (1953, 1956, 1968, 1980-1). El Plan Marshall se reservaba a Europa Occidental y la URSS construyó un capullo llamado COMECON.” 5

Fue en este contexto que la burocracia stalinista pudo fortalecerse y lograr la reconstrucción de los daños provocados por la guerra en la URSS, que se expresaron en los importantes índices de crecimiento de la economía soviética. La extensión del dominio soviético a Europa del Este le permitió una enorme apropiación de las riquezas de dichos países (traslado de parte importante de su industria a la URSS, cobro de reparaciones de guerra, utilización de técnicos y sectores de mano de obra calificada, etc.) para ser utilizadas en función de las necesidades de la economía soviética.6 Los favorables resultados económicos así obtenidos, dieron una renovada confianza a la burocracia del Kremlin que se expresó, luego de la muerte de Stalin, en las “previsiones” de Krushev sobre que en los próximos años la URSS iba a “alcanzar y superar” a los Estados Unidos. La misma, era una nueva expresión de la teoría utópica y reaccionaria de la construcción del “socialismo en un solo país” o en una serie de países, que iba de la mano de la concepción de la existencia de un choque y competencia entre el “mundo capitalista” y el “mundo socialista”, que fueron moneda corriente en la izquierda mundial bajo el reinado de Yalta.7 Si en los treinta la crisis mundial limitaba la posibilidad de la burocracia stalinista para avanzar en liquidar las relaciones de propiedad heredadas de octubre, en Yalta fue la ampliación de su base de dominio y su fuente de privilegio en el marco de un pacto contrarrevolucionario global, lo que le permitió sostenerse sin dar ese salto.

La afirmación de Trotsky en el “Manifiesto de emergencia” de 1940, en el sentido de que, la Segunda Guerra Mundial, iba a provocar o la caída de la burocracia o la liquidación del Estado Obrero degenerado, se mostró errada. Su error, consistió en reducir la definición de la naturaleza social de la URSS, a un solo acto, por más importante que el mismo haya sido (la Segunda Guerra Mundial). Cometió el mismo error de previsión que los bolcheviques luego del triunfo de la Revolución de Octubre y su posterior aislamiento, que él mismo planteó por esos años en “La URSS en guerra” (ya citada en el punto A) de este trabajo, cuando plantea que preveían más el derrumbe que la degeneración de la URSS, o “más exactamente, no distinguíamos claramente estas dos posibilidades”. Las condiciones particulares que se establecieron a la salida de la guerra, permitieron contra la previsión de Trotsky, un fortalecimiento político, geográfico, económico y militar del dominio burocrático del Kremlim. Su caracterización de la URSS como “régimen de transición” y su pronóstico alternativo de que “o triunfa la revolución política o la burocracia se irá convirtiendo cada vez más en agente de la burguesía mundial en el Estado Obrero, amenazando las bases del mismo”, se fue confirmando pero extendido en el tiempo.

A fines de los ‘60, la traba relativa que significaba en Europa Oriental y la URSS el dominio burocrático para el desarrollo de las fuerzas productivas se transformó en absoluta, llevando más y más a estos estados a estar sometidos a una presión mayor de las potencias imperialistas, que utilizaban crecientemente estas áreas de lo que se dio en llamar la “segunda periferia” para descargar su propia crisis.

Podemos resumir lo aquí señalado diciendo que fueron las condiciones particulares que se establecieron a la salida de la Segunda Guerra Mundial, los límites que hemos planteado de la hegemonía norteamericana, así como la enorme conquista que significó la expropiación de la burguesía en un tercio del globo, los que permitieron esta sobrevida del régimen soviético contrariando el pronóstico de Trotsky anterior al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

1 Para una explicación detallada sobre el mismo ver: Estrategia Internacional n°7.
2 El 1° de Enero de 1949, la guerrilla campesina de Mao Tse Tung, tomaba el poder.
3 G. Marshall, secretario de Estado norteamericano, en el discurso del 5-6-1947 al Congreso norteamericano, en el cual anuncia el plan que permitió la reconstrucción de Europa que lleva su nombre, hace claro la amplia escala de ayuda que es requerida para salvar al capitalismo: “La verdad de las cosas, es que los requerimientos de Europa para los próximos tres o cuatro años, de alimentos y otros productos esenciales extranjeros -principalmente de los Estados Unidos- son más grandes que su actual habilidad para pagar, por lo cual necesita una ayuda sustancial o afrontar un deterioro económico, social y político de un carácter gravísimo.”
4 F. Claudín, “La crisis del movimiento comunista”, t.I: De la Komintern al Kominform.
5 I. Wallerstein, “Después del Liberalismo”, 1996
6 La creación del COMECON, lejos de expresar relaciones igualitarias entre Estados en una Federación de los mismos, expresaba, una estructura jerárquica, en función de las necesidades de la burocracia del Kremlim.
7 “Stalin traspone a la nueva situación su esquema de la revolución socialista mundial derivada de la doctrina del ‘socialismo en un solo país’. Dando por construído el ‘socialismo integral’ en la URSS, Stalin sienta la tesis de que también es perfectamente posible construir el comunismo en el espacio soviético aunque en el resto del mundo (fuera del ‘campo socialista’) subsista el capitalismo y el imperialismo. Con la ayuda de la URSS es posible la construcción del ‘socialismo integral’ en las democracias populares europeas y asiáticas. El ‘ritmo del desarrollo industrial en estos países’ es tal -dice Stalin- ‘que muy pronto no tendrán necesidad de importar mercancías de los países capitalistas’. Les bastará el comercio con la URSS. Por otra parte, el capitalismo marcha rápidamente hacia su tumba (...) A esta conclusión llega Stalin basándose en que ‘el resultado económico de la existencia de dos campos opuestos ha sido la desagregación del mercado único, universal, la creación de dos mercados mundiales paralelos que se oponen entre sí ‘. Mientras el ‘mercado mundial socialista’ se desarrollará contínuamente sin límites intrínsecos, el mercado mundial capitalista irá contrayéndose, a consecuencia de lo cual ‘el volumen de la producción irá disminuyendo (en los principales países capitalistas)’. Ello provocará la exacerbación de las contradicciones en dichos países y hará inevitables las guerras entre ellos, mientras que cada vez será más difícil una guerra del bloque capitalista contra el bloque socialista. Al fin de este desarrollo triunfal del socialismo y del comunismo, en el interior del ‘campo regido por la URSS, y de la regresión continua del capitalismo dentro del ‘campo’ regido por los Estados Unidos, se sitúa de manera natural e inevitable la victoria mundial del socialismo.” F. Claudín, ob.cit.

 

4- LA CRISIS DE ACUMULACION CAPITALISTA MUNDIAL, EL ASCENSO 68/76 Y LA CRISIS DE LOS REGIMENES STALINISTAS

Nuevamente, el cambio de las condiciones nacionales e internacionales va a afectar al desarrollo de los Estados Obreros deformados y degenerados.

En el área soviética, luego de la muerte de Stalin, el 9 de marzo de 1953, el sucesor del mismo, Krushev, inicia una política de denuncia a los crímenes del stalinismo. En base a esto intentaba modernizar la economía soviética, con sus políticas de “liberalización” y “descentralización”. Junto con esto comienza una recuperación de la clase obrera en los países del Este, en cierta medida alentada por esta demagogia anti-stalinista del jerarca del Kremlin. La opresión nacional y burocrática de la burocracia soviética, llevó a sucesivos levantamientos del proletariado de los países del Este, cuyo punto más alto fue el levantamiento húngaro de 1956, que duró 18 días. El aplastamiento a sangre y fuego por las bayonetas del Ejército Rojo del mismo, mostraba los límites de esta auto-reforma de la burocracia.1 En el plano interno, sus políticas no lograron los resultados esperados. Junto con esto, se da el conflicto que se desarrolla entre los dos más grandes Estados Obreros burocratizados que lleva a la ruptura de la relación sino-soviética, que será un factor central en la caída de Krushev. Esta ruptura, no solo es una ruptura entre dos gobiernos sino que también provoca una división en la base de maniobras del Kremlin: el aparato comunista internacional. La caída de N. Krushev, comienza a marcar el período de declinación de la burocracia stalinista.

Esta declinación pega un salto en los ‘70 y comienzos de los ‘80 con la combinación de:

1- El primer levantamiento generalizado de las masas contra los dos pilares del orden de Yalta, el imperialismo y el stalinismo, como fue el ascenso obrero y popular del ‘68- ‘76 que abarcó no sólo los países semi-coloniales desde el Cono Sur latinoamericano (Chile y los cordones industriales, Argentina ‘69-’76, Bolivia y la Asamblea Popular del ‘71, la huelga general de Uruguay del ‘73), hasta el Africa negra (Angola, Mozambique) y el triunfo de Vietnam en 1975; sino también a los países imperialistas (Francia, Portugal, España, movimiento anti-guerra de Vietnam en Estados Unidos, verano caliente del ‘69 en Italia) y a los Estados Obreros deformados (Checoslovaquia del ´68, levantamiento estudiantil en Polonia en el mismo año y de carácter obrero en los ‘70, revolución cultural china). Los procesos en estos últimos países, atemorizaron profundamente a la burocracia que buscó asegurar sus privilegios acelerando su alianza con el imperialismo. El acuerdo entre Nixon y Mao en 1971, con la histórica visita del primero a China, es una muestra de esto y el antecedente político más importante, que después daría origen al lanzamiento por Deng Xiao Pin de las “reformas de mercado” en 1978.

2- El estancamiento de las fuerzas productivas en la misma URSS, donde la burocracia se había transformado de un freno relativo al desarrollo de las mismas en una traba absoluta. Los éxitos iniciales basados en los elementos que aún sobrevivían de la Revolución de Octubre en el caso ruso o en la expropiación de la burguesía en el caso de la Europa Central, empezaban a encontrar un límite en el parasitismo y en el control burocrático sobre la sociedad. Esto estaba ligado a la incompatibilidad del régimen burocático para el paso de una economía extensiva a una intensiva tal como el mismo Trotsky había previsto casi 50 años antes: “El rol progresivo de la burocracia coincide con el período en donde se introducen en la URSS los más importantes elementos de la técnica capitalista. Este trabajo de copia, imitación, transplante fue ejecutado sobre las bases creadas por la revolución. No agregaba una nueva palabra en la esfera de la técnica, de la ciencia o del arte. Es posible construir grandes fábricas de acuerdo a un plano construido en Occidente por el comado burocrático, a pesar seguramente de un costo tres veces mayor que el normal. Pero cuanto más se avanza, más la economía entra en los problemas de calidad, que se escapan de las manos de la burocracia como una sombra. Los productos soviéticos son etiquetados con la mayor indiferencia. Bajo una economía nacionalizada, la calidad requiere una democracia de productores y consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa-condiciones incompatibles con un régimen de temores y de mentiras... a parte de la cuestión de la calidad, se presenta el problema más complicado y grandioso que puede ser comprimido en el concepto de la creación técnica y cultural independiente... La cultura socialista sólo florecerá en proporción a la extinción del Estado. En esta simple y shockeante ley histórica está contenida la sentencia de muerte del actual régimen político de la URSS. La democracia socialista no es una demanda de una política abstracta, mucho menos de una moral abstracta, se ha convertido en una necesidad de vida o muerte para el país.”

3- El estallido de la crisis de acumulación capitalista mundial de fines de los ‘60 principios de los ‘70, cuya expresión más visible es la crisis de 1973-75 que abarcó al conjunto de los países imperialistas centrales. La caída de la tasa de ganancia dio origen a enormes masas de capitales que no encontraban oportunidades de rentabilidad en la producción en Occidente, los cuales fueron exportados a la periferia2. Latinoamérica, el Sudeste asiático y los países del Este y la URSS se convirtieron, a mediados de los ‘70, en el principal foco de atracción de los mismos. En estos últimos las distintas burocracias stalinistas, trataron de huir hacia adelante frente a las contradicciones insalvables del “socialismo en un solo país” -o en una serie de países-, atándose cada vez más a los países imperialistas en la búsqueda tanto de tecnología como de capital. El crecimiento del endeudamiento de estos últimos desde fines de los ‘60 comienzos de los ‘70, muestra la creciente integración de los mismos a la economía mundial y la cada vez mayor penetración de las potencias imperialistas que se expresa en el sometimiento de las burocracias de estos países a los planes de ajuste del FMI, similares a los aplicados en América Latina durante la década de los ‘80. La recesión del ‘79-’81, la suba de las tasas de interés en Estados Unidos al inicio del gobierno Reagan, y el estallido de la crisis de la deuda en 1982, afectó particularmente a estos países, como muestra el levantamiento polaco a principios de los ‘80.

Estos tres elementos se combinaron en los acontecimientos polacos de comienzos de los ´80, que en un sentido anticiparon la caída del stalinismo que se daría a finales de la década. Las continuas protestas laborales desde 1976, el retroceso de la inversión y el producto bruto y la caída del nivel de vida de las masas, junto a la crisis de endeudamiento de comienzos de los ‘80, cristalizaron en el surgimiento del poderoso movimiento agrupado alrededor de Solidaridad, sangrientamente derrotado un año más tarde por el sangriento golpe militar del general Jaruzselsky.

Frente a la pérdida de confianza en la apropiación burocrática del usufructo de la administración de la economía planificada y, sobre todo, ante el temor a la perspectiva de la revolución política que había mostrado Polonia en el ‘80-’81, la burocracia intentó salir mediante un mayor entrelazamiento económico y político con el imperialismo. Así, durante los ‘80, la burocracia stalinista aceleró cada vez más su curso restauracionista. No es otro el significado de la Perestroika y la Glasnost de Gorbachov en 1985 o el de las reformas de Deng en China. Thatcher y Reagan, que glorificaban a Gorbachov, entendían muy bien que esto era así. En otras palabras, el avance en la política restauracionista fue una respuesta defensiva de la burocracia frente al cambio de las condiciones de derrota o pasividad del movimiento de masas que había permitido la consolidación de su dominio.

El desvío en las metrópolis imperialistas, el aplastamiento mediante golpes contrarrevolucionarios en el Cono sur y finalmente, quizás como último coletazo de este proceso, la derrota del proletariado polaco en el ‘81, le permitieron al imperialismo curar las heridas de la derrota vietnamita y lanzar a comienzos de los ‘80 lo que hemos conocido como “reaganismo-thatcherismo” u “ofensiva neoliberal”. Esta política fue un intento del imperialismo de salir de la crisis de acumulación que lo agobiaba mediante un ataque a las conquistas que el proletariado había obtenido en la posguerra, incluyendo el aumento de la presión sobre los estados obreros burocráticos. En estos países esto incluyó la presión ejercida mediante el salto en la carrera armamentista y la conformación de estos estados como una “segunda periferia”. La mayor “semi-colonización” de los Estados Obreros deformados y degenerados fue uno de los mecanismos utilizados por la burguesía para encontrar una salida a la crisis de acumulación que la recorre desde principios de los ‘70.

La ofensiva neoliberal comenzó a quebrar “por derecha” el equilibrio vigente en Yalta. Mientras todas las direcciones de occidente se amoldaban a esta ofensiva girando a la derecha, volviendo impotentes para hacerle frente a los sindicatos y demás organizaciones obreras, la burocracia stalinista se fue transformando cada vez más de agente indirecto de la burguesía mundial en el Estado Obrero, en agente cada vez más directo. Como plantea E. Mandel “las posiciones relativas de la burguesía mundial y la burocracia soviética eran muy diferentes en los años ‘30 (¡crisis económica mundial) en comparación con las que mantienen en la actualidad. Durante el surgimiento del stalinismo, especialmente después de 1928, la burocracia se comportaba como una recién llegada intoxicada por los éxitos. Incluso Krushev, como sucesor de Stalin, todavía tuvo la osadía de lanzarle a la burguesía de los Estados Unidos, su famosa frase: ‘los enterraremos’. Por el contrario, en los años ‘80 y a principios de los ‘90, la burocracia soviética, como la china, actuaba en un contexto mundial en el que la relación de fuerzas económicas con los países imperialistas punteros, de hecho se deterioraba en su contra. Estaba profundamente conciente de este deterioro, incluso exagerando su profundidad y duración. No tenía ya la petulancia del recién llegado; más bien se caracterizaba por la desesperación senil. Así, pués, tanto por razones objetivas como subjetivas, era mucho más vulnerable a las presiones imperialistas y a las importantes fuerzas dentro de sus propias filas que estaban deseosas por vincularse con la burguesía mundial.”3

1 En Mayo de 1953, hubo protestas abiertas en contra del régimen en Checoslovaquia, con huelgas y demostraciones que terminaron en desórdenes en Pelzen. En Junio del ‘53 hubo demostraciones en Alemania Oriental, así como también en Junio de 1956 se dio la rebelión de los trabajadores de Postdam en Polonia.
2 Ver: Estrategia Internacional n°7
3 E. Mandel, “El Poder y el Dinero”

 

5- LAS REVOLUCIONES DEL 89/91 Y SU POSTERIOR ESTRANGULAMIENTO: CRISIS DEL ORDEN DE YALTA Y DESCOMPOSICION DE LOS ESTADOS OBREROS DEFORMADOS Y DEGENERADOS

Fue contra estas burocracias que aplicaban los planes del FMI, que se levantaron las masas en los acontecimientos revolucionarios de los años 1989-1991 que llevaron al colapso de los regímenes stalinistas. Estos acontecimientos no cayeron del cielo. Los levantamientos de 1989 fueron una continuidad dialéctica del ascenso del 68-76 que fue desviado en los países imperialistas pero derrotado y contenido por la bota del Kremlim en su área de influencia.

Más allá del nivel de conciencia del movimiento de masas y de las ilusiones pro-capitalistas de éste, fue la primer respuesta masiva de las masas a los intentos restauracionistas de la burocracia. Esta respuesta no era lo que preveían la burocracia ni el imperialismo; ni tampoco la revolución política “clásica” que esperábamos los trotskistas.

Pero, con sus contradicciones, fueron sin duda un verdadero golpe “por izquierda” a los planes de restauración “en frío” que impulsaba la burocracia con el concurso del imperialismo como parte de su ofensiva “neoliberal”. Movilizaciones revolucionarias que derrotaron a los regímenes de partido-estado basados en los partidos comunistas, debilitando a sus órganos de represión, y provocaron la liquidación del aparato stalinista mundial y con éste la caída del orden de Yalta.

Sin embargo, estos procesos fueron abortados o estrangulados mediante una contrarrevolución democrática en la URSS y el este europeo (a diferencia del aplastamiento contrarrevolucionario ocurrido en China con la derrota de las movilizaciones en Plaza Tiennamen).1 Como respuesta al desafío de las masas, la burocracia pegó un nuevo salto pasando con armas y bagajes al campo de la restauración capitalista. El estrangulamiento de la revolución política dio lugar a gobiernos burgueses restauracionistas que impulsaron la liquidación del plan y del monopolio del comercio exterior e introdujeron cambios en las relaciones jurídicas para facilitar el desarrollo de la propiedad privada, lo que provocó la descomposición de las bases sociales de los estados obreros burocratizados. Pero debido al golpe previo dado por las masas a la burocracia los nuevos gobiernos y regímenes restauracionistas se basan en aparatos de estado debilísimos, fundamentalmente en Rusia y las repúblicas de la ex URSS, volviendo muy tortuoso el avance de la restauración.

El aborto de las revoluciones del 89-91 se debió, como venimos sosteniendo desde hace varios años desde la Fracción Trotskista (Estrategia Internacional) a la falta de centralidad del proletariado, el cual actuó diluído entre las masas en general; el terrible retroceso en la conciencia que significó el stalinismo; el efecto en la conciencia de la derrota de los procesos de Hungría del ‘56, Checoslovaquia del ‘68 y Polonia del ‘80; la falta de sincronicidad entre Oriente y Occidente, donde producto de las derrotas acumuladas entre fines de los ‘70 y principios de los ‘80, las masas se encontraban en una gran pasividad; y por último la ausencia de una dirección revolucionaria, cuestión a la que también ayudó el hecho de que las distintas corrientes del centrismo trotskista se adaptaron durante los años de Yalta a los aparatos contrarrevolucionarios, en particular al stalinismo. Son estas condiciones las que permitieron al imperialismo actuar pragmáticamente sobre estos procesos y presentarlos como un “triunfo histórico” del capitalismo.

1 Hacia fines de 1991 la oleada revolucionaria, aunque persistieran algunos coletazos, había logrado ser desviada. Este proceso, que había tenido un primer antecedente inmediato en Kosovo, Armenia y Polonia en 1988, recrudeció en China en mayo-junio de 1989 (hasta su aplastamiento el 4 de junio en Tiennamen) y en Alemania, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania entre septiembre y principios de 1990 fueron contenidas con “mesas redondas”, “foros democráticos”, etc., que fueron un corto antecedente al ascenso al poder de gobiernos burgueses que estrangularon definitivamente estos procesos. Simultáneamente a todo este proceso se desarrollaron durante todo 1989, 1990 y 1991 movilizaciones por la independencia nacional de las repúblicas no rusas de la ex URSS y procesos huelguísticos, con la huelga minera de 1989 como la más importante, que culminaron con el fallido de golpe de agosto de 1991 que terminó con la renuncia de Gorbachov y la asunción del gobierno de Yeltsin. Este gobierno, con el plan Gaidar de principios del 92, avanzó a paso veloz sobre las medidas tomadas anteriormente para descomponer el estado obrero burocrático en Rusia, liquidando el monopolio del comercio exterior y el plan. El asalto a sangre y fuego sobre el Parlamento ruso en octubre de 1993 consolidó este proceso.

 

6- LAS CRISIS DE ACUMULACION DEL CAPITAL Y LOS OBSTACULOS A LA CONSUMACION DE LA RESTAURACION CAPITALISTA

Hemos explicado más arriba cómo la mayor presión imperialista fue uno de los elementos esenciales que llevaron a socavar las bases de los Estados Obreros deformados y degenerados. Nadie puede negar esta realidad. Hoy nos encontramos en una situación en la cual la descomposición de estos estados se ha desarrollado al punto de hacerlos irreconocibles. Sin embargo lo que no pueden explicar quienes separan el proceso de restauración en estos países de la dinámica de la lucha de clases y la economía mundial, es lo poco que se ha avanzado, en particular en Rusia, en estabilizar un nuevo régimen de producción capitalista, es decir, porqué el proceso de restauración es tan tortuoso. Hoy han quedado completamente olvidados las decenas de artículos que decían en 1989 y 1990 que con 5000 millones de dólares o algo más, en unos pocos años estaríamos ante una “economía de mercado” sólida y floreciente en Rusia. Por el contrario, actualmente las revistas imperialistas están atiborradas de artículos que muestran su preocupación por lo dificultoso de dicha tarea, y muchos sostienen que debe pensarse en términos de décadas.

¿Cómo explicar esto, máxime tomando en cuenta que no ha habido en estos países grandes movilizaciones de masas que hayan enfrentado las medidas restauracionistas, sin relacionar la suerte de estos estados con la situación económica y política mundiales?

Desde el punto de vista de la economía mundial, la mayoría de la izquierda, incluídos importantes sectores del movimiento trotskista, confundieron el hecho de que el capitalismo fue un factor esencial para desestabilizar las bases de los Estados Obreros deformados y degenerados, con la fortaleza del capital. Nada más alejado de la realidad. Que en la “carrera de velocidad” entre la crisis conjunta del imperialismo y la burocracia stalinista comenzada en los ‘70 éste último se haya debilitado en forma más acelerada y cualitativa que aquél, no es una prueba de la fortaleza orgánica del mismo, sino que ésta es, como decía Trotsky, una prueba más -si hiciese falta- de que “en la técnica, la economía, el arte militar, el imperialismo es infinitamente más poderoso que la URSS”1, a pesar de la amplitud del poder de la burocracia del Kremlim en la posguerra. Igualar el colapso de los regímenes stalinistas con la fortaleza del capital es un grave error metodológico y político, ya que impide ver que es la misma crisis de acumulación capitalista, que llevó a socavar y desestabilizar a estos estados -no como parte de un plan sino como un resultado pragmático- la que, contradictoriamente y al mismo tiempo, dificulta ahora su integración definitiva en la economía mundial dominada por el imperialismo.

Es que la integración armónica y pacífica de los ex Estados Obreros deformados y degenerados a la misma, requeriría de un mercado mundial en expansión. Sin embargo, no es ésta la realidad de la economía mundial capitalista. ¿Qué otra cosa explica el nivel de destrucción de fuerzas productivas, sólo comparable al de una guerra, en países como Rusia que del ‘89 a esta parte vió caer su PBI en casi un 50%? Es que con la excepción de un pequeño número de empresas proveedoras de materia primas, la producción rusa no tiene cabida en el mercado mundial dominado por el imperialismo. En el marco de la crisis de sobreproducción de ramas de la economía como la automotriz, los químicos, el acero, el carbón, los astilleros, que están obligando al cierre y a la quiebra a grandes pulpos como los coreanos, o de toda la industria de astilleros y carbonífera en Europa, la producción rusa no es viable para la división del trabajo capitalista dominada por los monopolios. La colosal destrucción de fuerzas productivas que está ocurriendo hoy día en este país o en los países del Este, es consecuencia y expresión del carácter parasitario y especulativo de la economía capitalista mundial.

Tomemos otro ejemplo que parecería contradecirnos. Los éxitos de la restauración capitalista en el caso chino, donde a diferencia de Rusia, el PBI viene creciendo a un ritmo de un 9% promedio anual desde hace más de quince años.2 Con el avance de las reformas, China se ha convertido sobre todo en los ‘90 en la principal zona mundial de acumulación de capital, obteniendo las firmas transnacionales allí radicadas, más del doble de los beneficios que obtienen en los países imperialistas. En este sentido, China ha constituído una contratendencia a la crisis de acumulación capitalista, como explicamos en el anterior número de Estrategia Internacional, ayudando a sostener la tasa de ganancia de la burguesía mundial, convirtiéndose de esta manera en lo que las revistas imperialistas denominan un “pulmón” de la economía mundial, mejor dicho, un pulmotor de la misma. Más aún, la utilización de la mano de obra barata china, ha permitido a la burguesía de los países imperialistas, usar el bajo valor de la misma como arma para presionar a la baja del salario de los obreros de sus propios países. Sin embargo, a causa precisamente de su “éxito”, esta contratendencia parecería estar volviéndose en lo contrario, ya que la incorporación de China en la economía mundial ha significado un poderoso desequilibrio del mercado mundial, en donde los productos chinos han desplazado a sus competidores y que es una de las razones de la crisis del resto de los países del Sudeste asiático. Por otra parte, el ascenso de China choca con una economía mundial dominada por el imperialismo, que está utilizando la crisis asiática para doblegar las ínfulas imperiales de la burguesía coreana y menos que menos admite que los ex Estados Obreros deformados y degenerados se transformen en posibles competidores. La negativa a dejar entrar a China en la Organización Mundial del Comercio sin que la burocracia de Pekín ceda a todas y cada una de las exigencias norteamericanas, o la presión imperialista para que la moneda china, el yuan, sea convertible, permitiendo la libre remesa de capitales, es una muestra de lo que decimos. Lo mismo podríamos agregar, en el caso de Rusia, donde los Estados Unidos, por razones políticas y económicas, exige la total reconversión del aparato industrial-militar (una de las áreas donde el capitalismo ruso podría ser competitivo) ya que esto haría a Rusia competidora de los norteamericanos en el lucrativo negocio de la venta de armamentos.

En síntesis, la crisis de acumulación capitalista y el carácter cada vez más parasitario y especulativo de la economía mundial, es uno de los factores centrales actuantes que impide una integración “armónica y pacífica” de estos países a la economía mundial dominada por el imperialismo sin que dichos avances provoquen convulsiones internas y externas, como la reciente crisis en el Sudeste asiático está demostrando. Este es nuestro punto de partida para el análisis de los procesos de restauración en curso. Es que, analizado como un proceso esencialmente endógeno de los ex estados obreros burocráticos, como es el error que comete la mayoría de las corrientes de izquierda, tendríamos que decir que el proceso de restauración está prácticamente consumado o que la misma será sólo una cuestión de tiempo. Sólo si al proceso de restauración lo enmarcamos dentro de la crisis capitalista mundial, podemos comprender las enormes dificultades que debe superar aún para consumarse el proceso restauracionista, y la imposibilidad de una integración armónica y pacífica de estos estados a la economía capitalista mundial.

Si hasta ahora han logrado avanzar un importante trecho en forma relativamente “pacífica”3, se debe a que la enorme crisis de subjetividad y de dirección del proletariado ha sido aprovechada por los restauracionistas para dar pasos importantes sin provocar aún una guerra civil generalizada. Esto no se relaciona con la fortaleza orgánica del capital sino con las consecuencias de los efectos a largo plazo en la conciencia de la contra-revolución stalinista y de la derrota de los procesos de revolución política, como Hungría del ‘56, Checoslovaquia del ‘68, Polonia de los ‘80 y el aborto de las revoluciones del 89-91. Sin embargo, la derrota de la Plaza Tienanmen en 1989, las guerras reaccionarias en la ex Yugoslavia -por el lado de la contrarrevolución- y la insurreción albanesa de 1997 -por el de la revolución- y, sobre todo, que el capitalismo sólo puede avanzar en una mayor integración de estos estados destruyendo aún más sus fuerzas productivas y liquidando los fragmentos de conquistas que aún quedan, es lo que augura que en lo esencial y de conjunto, el contenido del proceso de restauración no será evolutivo y gradual, sino violento y a grandes saltos. Y que tiene como perspectivas en la etapa la liquidación de las precarias libertades democráticas conquistadas, golpes bonapartistas y fascismo, si la revolución proletaria no lo impide.

Analizado esto mismo que venimos señalando, desde el ángulo de la economía mundial, hoy es evidente que el avance de la descomposición de los Estados Obreros deformados y degenerados, con la liquidación del monopolio del comercio exterior y la economía nacionalizada, que constituían obstáculos para la libre valorización de capital, no han abierto una nueva era de acumulación sostenida de capital, un período de estabilización capitalista como fue el “boom” de la pos-guerra.4 Es decir, no han permitido superar la crisis de acumulación capitalista. China no ha logrado constituirse en un mercado de millones de consumidores como esperaban los capitalistas para resolver la enorme crisis de sobreproducción mundial. Y tampoco Rusia es aún una fuente de materias primas baratas y de fuerza de trabajo explotable que resuelva la caída de la tasa de ganancia de los principales monopolios. Más allá del grado de avance que se vea sobre el proceso de restauración o incluso la definición de la formación social de esos países que se haga, nadie puede negar que hoy día los avances (la consumación de la restauración capitalista para algunos) en los ex Estados Obreros, no han permitido resolver la crisis de acumulación capitalista, como la reciente crisis cuyo epicentro es el Sudeste asiático demuestra. La crisis capitalista internacional en curso muestra el fracaso de la ilusión de que el avance en la liquidación de las conquistas que significaron los Estados Obreros deformados y degenerados abriría un nuevo ciclo de acumulación capitalista mundial sostenida. No hay una estabilización capitalista duradera, como los apologistas del capital vociferaban a los cuatro vientos en los años ‘89-’91, sino una profundización de la crisis de acumulación.

1 Aún en el terreno militar, donde la burocracia stalinista aparentaba haber logrado una paridad mayor -y aún superioridad- con respecto al imperialismo yanki a costa de grandes distorsiones en la economía, el aceleramiento de la carrera armamentista lanzado por Reagan -”guerra de las galaxias”- agudizó enormemente la vulnerabilidad de la burocracia con respecto a occidente.
2 Vale señalar que en China estos mayores avances de la restauración sólo pueden entenderse por la derrota contrarrevolucionaria sufrida por el movimiento de masas en Tiennamen y por el carácter aún atrasado de la economía china (ver artículo en página 21).
3 Véase que decimos “pacífico” a un período donde la contrarrevolución se ha asentado, sólo tomando en cuenta el territorio de la ex URSS, gracias a guerras como la de Armenia y Azerbaijan (más de 20.000 muertos), los conatos de guerra civil en Georgia, las guerras caucásicas (Osetia del Sur y Abjasia), la guerra de Chechenia contra Rusia (más de 100.000 muertos), sucesivos golpes de estado en Tadjikistan, el asalto sangriento al parlamento ruso en 1993, etc.
4 Para tomar como ejemplo sólo un continente de que hoy no estamos viviendo una era de expansión económica y de regímenes estables de dominio, sino una agudización de la crisis de acumulación capitalista y la degradación de los regímenes democrático burgueses en varios de los principales países imperialistas, veamos en Europa el hundimiento y la crisis de las derechas tradicionales en Francia y Alemania y el surgimiento de importantes movimientos neo-fascistas en esos países. Aún cuando lo que predomina políticamente en este continente siguen siendo los fenómenos reformistas, la consolidación del lepenismo en Francia y el surgimiento de la “extrema izquierda” en el otro polo en las últimas elecciones regionales son un claro indicador que los fusibles de la democracia burguesa estén empezando a fallar. Igual que lo muestra el ascenso del neofascista Freis en la ex RDA, luego de ocho años que este ex Estado Obrero deformado fuera anexado por una de la tres principales potencias imperialista mundiales. ¿Qué otra cosa que el apresto de la contrarrevolución explica que saque el 15% de los votos una corriente como ésta que justifica y realiza constantes atentados contra los inmigrantes, que ha quemado vivos a jóvenes turcos y que plantea que a estos, al igual que Le Pen en Francia con los árabes, hay que echarlos de Alemania?

 

7- DE NUEVO SOBRE LA "CARRERA DE VELOCIDAD" ENTRE LA REVOLUCION Y LA CONTRARREVOLUCION

En los ‘80 era la ofensiva imperialista reaganiano-thatcheriana la que marcaba el compás de la lucha de clases, dándose paralelamente el retroceso de la clase obrera occidental con el socavamiento de las bases de los estados obreros deformados y degenerados. Los procesos del ‘89-91, que produjeron la caída del aparato stalinista mundial, significaron un verdadero quiebre de la tendencia de los ‘80. Aunque el estrangulamiento de los inicios del proceso de revolución política provocó un salto de cantidad en calidad en la descomposición de las bases sociales de los estados obreros deformados y degenerados1 -a través incluso de guerras contrarrevolucionarias como en la ex Yugoslavia-; a pesar de que esto implica golpes muy importantes de la contrarrevolución, el carácter del período abierto en el ‘89 no puede deducirse tomando unilateralmente estos hechos, “olvidando” el significado enormemente progresivo a nivel mundial que implica la caída del aparato stalinista, es decir, del socio contrarrevolucionario con el que contó el imperialismo para mantener a raya a la revolución mundial durante Yalta. No hacerlo implica sostener, conciente o inconcientemente, la tesis “campista” que embellece al stalinismo presentándolo como un freno al avance imperialista y no al de la revolución proletaria, como el aplastamiento de decenas de revoluciones lo prueban sin lugar a dudas. Implica, en otras palabras, sobrevalorar la fuerza del imperialismo mundial, ya que la caída de su socio contrarrevolucionario de Yalta lo ha debilitado para lidiar con los embates del movimiento de masas; lo cual, ligado a la exacerbación de la competencia entre los bloques imperialistas, ha abierto un período de crisis de dominio imperialista.

El significado progresivo de los acontecimientos del ‘89 es que los mismos abrieron una nueva etapa signada por la ruptura del “impasse estratégico” que rigió en el mundo de Yalta (1945-1989). En estos años la frase de Rosa Luxemburgo sobre que “el camino del proletariado está plagado de derrotas pero que llevan inevitablemente al triunfo” se daba en forma invertida: las grandes victorias obtenidas por las masas en el período tenían como resultado fortalecer a unas burocracias contrarrevolucionarias -principalmente la del Kremlin- que preparaban “inevitablemente” la derrota futura. Es que durante Yalta las grandes conquistas parciales obtenidas por el proletariado mundial fortalecieron una conciencia reformista de que era posible mejorar la situación de las masas sin la necesidad de la revolución proletaria, sin la derrota del imperialismo. Esta conciencia, que fue inculcada por todas las direcciones contrarrevolucionarias del movimiento de masas -stalinistas, socialdemócratas y nacionalistas burguesas-2, se demostró totalmente impotente para enfrentar la ofensiva capitalista de los ‘80. La caída del aparato stalinista mundial abre un período en el que el proletariado sufrirá casi inevitablemente importantes derrotas, por la galopante crisis de dirección revolucionaria del proletariado, pero que, en el mismo sentido que planteaba en su forma original la frase de Luxemburgo permitirá ir reconstruyendo una nueva subjetividad proletaria revolucionaria.

La caída del aparato stalinista mundial, la debilidad de las mediaciones reformistas y contrarrevolucionarias, y la profundización de la misma crisis imperialista, han comenzando en forma tortuosa a liberar la energía del proletariado y las masas explotadas, primero en forma muy elemental, espontánea, a través de revueltas extendidas en varios países de Occidente a fines de los ‘80, mitad de los ‘903. Y luego pegando un salto con la contraofensiva de masas que se ha desarrollado en numerosos países desde 1995, con una incrementada tendencia a la huelga general y la lucha política de masas: 22 días de huelga general de los trabajadores de los servicios públicos en Francia en diciembre de 1995; las “guerras obreras” en Corea del Sur en enero de 1997; la huelga general que volteó al gobierno de Bucaram en Ecuador en febrero de 1997; la insurrección albanesa en el mismo mes; los grandes paros generales entre agosto y septiembre de 1996 y los levantamientos de los desocupados entre abril y junio de 1997 en Argentina; los paros camioneros de 1996 y 1997 y las movilizaciones en defensa a los inmigrantes en 1997 en Francia; la gran huelga de los trabajadores de UPS en EE.UU.; las huelgas de los trabajadores metalúrgicos y de la construcción en Alemania en 1996 y 1997; huelgas generales en Paraguay y República Dominicana, etc., etc., nombrando sólo las anteriores a 1998 (de las que hablamos en el Editorial de esta revista) y no hablando de las grandes luchas de masas dadas por los aliados del proletariado, como el campesinado de varios países latinoamericanos.

Es entonces dentro del conjunto de elementos económicos y políticos que venimos señalando, que hay que ubicar los avances logrados por el imperialismo en el proceso restauracionista. La crisis de la economía imperialista mundial le ha impedido al imperialismo tragarse, como esperaba, a los ex Estados Obreros burocráticos en un solo acto, extendiéndose su descomposición en el tiempo; mientras que la caída del aparato stalinista mundial ha profundizado la crisis de dominio imperialista y ha liberado nuevas energías de las masas, aunque en medio de una enorme crisis de subjetividad y de dirección revolucionaria.

Aunque luego del estrangulamiento de las revoluciones del 89-91 la lucha de clases en los ex estados obreros deformados y degenerados ha sido de las más atrasadas del globo, este elemento, sin embargo, no nos hace señalar en manera alguna que el proletariado de estos países esté borrado de escena como fuerza histórica independiente por todo un período histórico, como ocurrió con la clase obrera alemana tras el triunfo de Hitler, la española bajo Franco o la chilena bajo Pinochet. Esta última es la conclusión lógica de las corrientes que sostienen que en estos países la clase obrera ha sufrido una “derrota histórica”, y que fueron incapaces de captar, después de años de adaptación a la estrategia de “luchas de presión” de las direcciones contrarrevolucionarias de Yalta, que las revoluciones del ‘89 y las revueltas posteriores de Occidente eran expresión de la liberación de la energía revolucionaria del proletariado. Estas corrientes se dieron la cabeza contra la pared cuando la huelga general de los trabajadores de los servicios en Francia y el conjunto de los grandes combates librados por el proletariado mundial desde entonces desmintieron completamente el supuesto “triunfo estratégico” del imperialismo mundial y mostraron que el proletariado, lejos de estar borrado de la escena histórica, es un sujeto vivo del que gran parte de sus principales batallones está ejercitando sus músculos en forma sostenida, como expresa la tendencia a la lucha política de masas. En el marco de la creciente internacionalización del capital y la consecuente internacionalización de la lucha de clases que lo acompaña, no vemos por qué esta tendencia no vaya a expresarse también en el proletariado de los ex estados obreros deformados y degenerados. Posiblemente los acontecimientos de febrero de 1997 en Albania, adelanten el camino que puede tomar la generalización de la resistencia que los trabajadores están dando en forma aislada en China y los países de la ex Unión Soviética. Será necesario doblegar esta resistencia y propinar nuevas derrotas a los trabajadores para que la restauración capitalista logre consumarse.

1 Como hemos señalado en el Proyecto de Manifiesto Programático de la FT, publicado por el PTS en febrero de este año, la definición de estos países como “estados obreros en descomposición” implica el reemplazo del programa revolucionario de la revolución política por uno que combine los aspectos de revolución política con los de revolución social allí planteados.
2 El “ensayo general revolucionario” de los años 68-76 fue un verdadero desafío generalizado al control de estas direcciones contrarrevolucionarias sobre el movimiento de masas, pero no logró derrotarlas.
3 La continuación de la Intifada, el “caracazo” venezonalo en 1989, la revuelta “anti poll-tax” de 1990 en Gran Bretaña, la rebelión negra en Los Angeles de 1992, el “santiagueñazo” y demás revueltas provinciales en Argentina desde fines de 1993, entre las más importantes.

 

8- ¿A DONDE VAN LOS ESTADOS OBREROS DEFORMADOS Y DEGENERADOS EN DESCOMPOSICION?

Distintas corrientes de la izquierda, toman en forma unilateral diversos aspectos, tanto estructurales (un supuesto dominio de la ley del valor, el número de privatizaciones), como superestructurales (el intento de la burocracia de tranformarse en una clase burguesa y el carácter burgués de los gobiernos y regímenes restauracionistas) para definir la formación social de estos países como capitalista. A lo largo de este trabajo, hemos intentado demostrar cómo estas definiciones cometen un grave error metodológico, al separar el avance de la restauración en estos países, de su integración a la economía mundial de la cual son parte. Más grave aún, cometen un error metodológico más general que transforma sus definiciones en anti-dialécticas: buscar categorías cerradas a procesos que aún están en desarrollo, a procesos que aún están abiertos. La respuesta inmediata al carácter de estos estados aparentemente tiene la virtud de dar una definición precisa y de esa manera otorgar una respuesta segura en relación a qué política deberían los revolucionarios levantar. Sin embargo, en la naturaleza como en la sociedad, el intento de poner una “solución final”, cuando tratamos con procesos no finalizados, es la fuente no de la claridad, sino de una confusión y errores sin límites. Cuando se trata de formaciones transicionales, el intento de establecer una solución “blanco o negro” revela, no un rigor intelectual, sino sólo un esquema formal de pensamiento, en su deseo de “resolver” un problema aplicando definiciones externas al mismo, que no dan cuenta del proceso real para nada. De esta manera, sus definiciones aparentemente basadas en el materialismo histórico, se convierten en un mecanicismo incapaz de comprender los fenómenos vivos que están aún en plena evolución. Sólo el método dialéctico, que toma en cuenta la totalidad, y concretamente analiza sus tendencias internas contradictorias según se van dando estadío por estadío, puede aportar claridad sobre un proceso tan complejo, contradictorio e inédito en la historia de la humanidad, como es el paso de una forma social superior a la barbarie capitalista.

La fragilidad de su método se expresa en que se apuran a definir a estas formaciones sociales como capitalistas, con un método que separa lo que allí acontece de las perspectivas más generales de la economía y política mundial. Es que, a pesar de sus intentos, no se puede encerrar en una categoría un proceso social que no está acabado y sobre el cual la misma prensa imperialista, a pesar de toda la propaganda sobre el triunfo del capitalismo, no puede dejar de reconocer que aún no tienen un funcionamiento capitalista acabado. Volvamos al método de Trotsky y a sus recomendaciones tan brillantemente planteadas luego de dar una definición sobre el carácter de la URSS en “La Revolución Traicionada” cuando decía que: “Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan facultativa. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos, serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contrarían a nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una formación social sin precedentes y que no tiene analogía. El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado sino observar todas las fases del fenómeno, y desprender de ellas, las tendencias progresistas y las reaccionarias, revelar su interacción, preveer las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción.”

Por todos estos motivos que venimos señalando es que creemos un error definir que en estos países existen ya formaciones sociales capitalistas. A falta de una definición mejor, seguimos creyendo válido definir a estos países como estados obreros deformados o degenerados en descomposición. Fórmula que intenta expresar que el aparato estatal y el personal gubernamental es burgués o burócrata restauracionista. Que busca concientemente completar la restauración capitalista, y que ha realizado cambios jurídicos que han liquidado la planificación económica y el monopolio del comercio exterior y favorecido el desarrollo de la propiedad privada, avanzando cualitativamente en descomponer las bases sociales de los ex estados obreros burocratizados, al punto de hacerlas irreconocibles. Pero no ha logrado consolidar aún el salto hacia el funcionamiento de un régimen de producción capitalista digno de tal nombre. No lo definimos como estado burgués en formación, no por la superestructura o por la política que defiende en los últimos años, sino que intentamos dar cuenta, en esta situación transitoria, de la existencia de un conflicto temporal entre la superestructura y la formación económico-social, conflicto temporal agudizado por la crisis económica y política del imperialismo mundial y por el hecho de que las masas de estos países no han sido liquidadas como factor histórico independiente. Este es el fundamento de que nos mantengamos en nuestra definición de Estados Obreros en descomposición.

La consolidación de una formación social capitalista en estos países es un proceso aún indefinido, y es probable que así continúe, de no mediar levantamientos revolucionarios o golpes contrarrevolucionarios, al menos en los casos de Rusia y China, por varios años. En este sentido, reivindicamos la discusión planteada por Nahuel Moreno, luego del golpe de Jaruzelsky en Polonia cuando describía el carácter del proceso de semicolonización en curso en los ex Estados obreros deformados y degenerados: “El proceso de la contrarrevolución es esencialmente político. Para imponer esos planes tiene que pegarle al movimiento obrero tan duro como le pegó Jaruzelsky, o más. Para lograr que un país como la Argentina, bastante independiente, que siempre se opuso al imperialismo yanqui, se vuelva una colonia yanqui privilegiada, tuvieron que dar el golpe de 1955, el de Frondizi, el de Onganía, y este último (el de 1976, N. de R.). Si les llevó cuatro golpes desmantelar a la Argentina, siendo ésta un país semicolonial -aunque era el que más bravo se le hacía dominar al imperialismo yanqui-, ¡imagínense con un Estado obrero!”1

Cuando parafraseamos a Trotsky señalando que el carácter de clase de estos estados será definido por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno nacional y, sobre todo, en el internacional, no estamos haciendo más que utilizar el método dialéctico que liga la suerte de una estructura inferior al destino de la estructura superior. Es decir, que analizamos la posibilidad de la consumación de la restauración capitalista en los principales países donde la burguesía fue expropiada a los posibles avances y retrocesos de la revolución y la contrarrevolución mundial, a la “carrera de velocidad” hoy abierta entre el proletariado y el imperialismo mundial. Para intervenir en él es preciso que el proletariado de dichos países levante un programa de revolución política y social que tenga como eje la lucha por tirar abajo a la burocracia restauracionista en todas sus alas y la expropiación de la naciente burguesía, reestableciendo el monopolio del comercio exterior frente a la inundación de mercancías baratas, y rompiendo todos los pactos que atan a estos países al FMI y al imperialismo, como la incorporación de los países del Visegrad a la OTAN y la Unión Europea. Este programa debe plantear la defensa de todas las conquistas que aún permanecen de los ex estados obreros burocráticos, reestableciendo la planificación de la economía basada en consejos obreros.

La política, que según la genial definición de Lenin, es “economía concentrada”, muestra que no es hacia una estabilización capitalista y a un período de “paz social” entre las clases hacia donde nos encaminamos, sino hacia una aceleración de los combates de clase, a una perspectiva de más duros enfrentamientos, de crisis de los fusibles de la democracia burguesa y de avance bonapartista, como respuesta a una mayor maduración de las tendencias hacia la revolución y la contrarrevolución.

Serán estos combates de clase y no el avance ciego de la ley de mercado, los que decidirán la fuerza de los países imperialistas que les permita terminar de conquistar a los ex Estados Obreros deformados y degenerados o los triunfos del proletariado que darán impulso a la resistencia de las masas rusas y demás países en su lucha contra la catástrofe capitalista que las amenaza más y más.

1 Escuela de cuadros, Venezuela, 1982

 


La discusión en el trotskismo sobre el carácter de los estados donde el capitalismo fue expropiado en la posguerra

Las condiciones particulares que se abrieron a la salida de la segunda guerra, planteó importantes desafíos a las débiles fuerzas de la IV Internacional, que habían pasado por la dura prueba de la guerra: la formación de estados no capitalistas que se extenderían hasta ocupar un tercio del planeta. En el caso de los países del glacis, no serían las masas organizadas alrededor de sus propios órganos de poder y tras la dirección de un partido bolchevique las que tomaron el poder, sino la intervención del Ejército Rojo. Por su parte, en Yugoslavia, el mariscal Tito, al mando de las fuerzas guerrilleras que habían derrotado a los nazis, también avanzaba en la expropiación de la burguesía, rompiendo poco después con Stalin. ¿Cómo definir esos Estados que habían expropiado a la burguesía, pero estaban sometidos a la misma dictadura burocrática stalinista que había traicionado en China, que había permitido el ascenso de Hitler al poder, que había exterminado a la oposición bolchevique-leninista en la URSS y luego a la IV Internacional, que había pactado con Roosvelt y Churchill a la salida de la Gran Guerra...?

Este difícil problema fue abordado por los partidarios de la IV Internacional. En el año 1949, luego de los importantes cambios que habían tenido lugar en Europa Oriental en el año 1948, surgieron diferencias sobre la caracterización de la estructura de clases tanto sobre los países del Este como sobre Yugoslavia. Para algunos, como Hansen del SWP norteamericano, se trataban de Estados Obreros ya que basaban su caracterización en que había habido un cambio fundamental en las relaciones de propiedad, más allá de que el mismo fuera según sus palabras “deformado, degenerado, mutilado- cualquier palabra que indique más claramente que queremos decir un ejemplo monstruoso y no uno normal de este tipo.” La mayoría, sostenía que eran “países capitalistas en vías hacia una asimilación estructural con la URSS” tomando en cuenta para su definición que había obstáculos estructurales para la planificación “real” 1.

Tras intensas discusiones, en el III Congreso de la IV Internacional en 1951, se fue arribando a una posición común caracterizando a estos estados como Estados Obreros deformados, enfatizando con esto, que la burocratización, a diferencia del Estado Obrero degenerado soviético, estaba desde su génesis. Esta caracterización fue un paso muy importante, ya que permitió definir el programa de los trotskystas: la revolución política y la defensa de estos estados ante el cerco y la agresión imperialista. Sin embargo, a pesar de que la mayoría de los partidos de la IV arribó a esta definición común, la misma fue resultado de un acuerdo empírico. Es que, a diferencia del método de Trotsky que hemos desarrollado hasta aquí, la definición de Estados Obreros deformados estuvo desligada de la relación de los mismos con la economía mundial imperialista, o en otras palabras, de la perspectiva más general hacia dónde se encaminaba el capitalismo. Así, mientras la mayoría, sostenía la perspectiva de un inminente ataque imperialista sobre la URSS y de los preparativos hacia una Tercera Guerra Mundial, la sección inglesa ya adelantaba, correctamente, las condiciones que permitieron una estabilización sostenida de la economía capitalista mundial. De estas perspectivas, se desprendían dos orientaciones completamente distintas, que hicieron que el acuerdo alcanzado fuera completamente formal y que llevaron al estallido de la IV Internacional en 1953, adaptándose por distintas vías, a la presión material que ejercía el fortalecimiento de los aparatos contrarrevolucionarios. Las fuerzas mayoritarias agrupadas en el Secretariado Internacional de la IV Internacional detrás de Pablo y Mandel, que sostenían que el enfrentamiento era entre el “campo socialista” y el “campo capitalista”, se adaptaron al stalinismo en un “entrismo sui generis” que terminó prácticamente diezmando sus fuerzas. Las fuerzas agrupadas en el Comité Internacional, que inicialmente combatió con argumentos correctos la degeneración pablista, terminó en la construcción de sectas nacional trotskystas que se adaptaron a la socialdemocracia o al nacionalismo burgués en la Revolución boliviana de 1952.

1 Objetaban que en el caso de Yugoslavia, su pequeña área, su reducida población, era un obstáculo estructural para la planificación “real” y planteaban que estos obstáculos no podían ser removidos hasta que Yugoslavia aboliera sus fronteras, ya sea por la “incorporación” o a una “Federación del Danubio y los Balcanes” formalmente independiente de la URSS. Dado que esta Federación forma, según los sostenedores de esta posición, “una genuina estructura unificada para la economía planificada”. La resolución del Séptimo Pleno de la IV Internacional de fines de 1948, sostenía que “esta definición, necesariamente deslucida y demasiado concisa para abarcar los distintos aspectos de la zona de amortiguación, significa así, esencialmente, en el curso del proceso de la asimilación estructural de esos países, el salto dialéctico todavía no se ha producido. Enfatiza tanto los orígenes de la situación actual como la fisonomía social que está todavía indefinida. Pero esto no implica para nada que la burguesía sostiene el poder como clase dominante en esos países.”