Estrategia Internacional N° 13
Julio/Agosto - 1999

Indonesia
UNA TRAMPA “DEMOCRATICA” CONTRA LA REVOLUCION
 
Por Claudia Cinatti
 

“Al fin libres”, “Un festival de la democracia”. Con esta y otras frases por el estilo, la prensa imperialista mundial saludó el desarrollo “pacífico” de las elecciones en Indonesia el 7 de junio. A más de un año de la caída de Suharto, los partidos patronales aceitaron los mecanismos de la reacción democrática para tratar de desviar un proceso revolucionario aún vivo. Casi 116 millones de personas acudieron a votar, dándole el triunfo al partido bugués “opositor” PDI- P (Partido Democrático de Indonesia - Lucha) de Megawati Sukarnoputri. Esto refleja las ilusiones de las masas en que podrán sacarse de encima por fin los vestigios del odiado régimen del Nuevo Orden, la dictadura de Suharto que gobernó por 32 años al país.
Pero a pocas semanas el “festival” ya parece no ser tal. No hay fecha cierta para conocer los resultados electorales finales, lo que alimenta las sospechas de fraude del partido gobernante, el Golkar. Mientras tanto esta flamante “democracia” sigue reprimiendo con sus fuerzas de seguridad a los sectores de vanguardia obrera y estudiantil que continúan movilizándose, y descargando sus balas sobre los movimientos independentistas en las provincias de Timor del Este, Acech e Irian Jaya. Las contradicciones que estallaron con el movimiento revolucionario siguen actuando y por su profundidad, probablemente tiñan los próximos años, con situaciones políticas cambiantes, con golpes de las masas pero también de la contrarrevolución, dentro del cual estas elecciones muy posiblemente sean sólo un episodio.
Por los elementos que se empiezan a desarrollar en la situación “post elecciones”, la perspectiva más probable no parece ser un “pacífico” cambio de gobierno de la maquinaria suhartista profundamente golpeada por el movimiento de masas al “opositor” PDI-P, sino más bien de profundas tensiones tanto a derecha como izquierda, expresadas en la resistencia de los elementos más recalcitrantes del régimen del Nuevo Orden y en las demandas de la vanguardia obrera y estudiantil que ya están sufriendo la dura represión por parte del gobierno de Habibie y sus fuerzas armadas.
Como venimos desarrollando desde las páginas de Estrategia Internacional, los revolucionarios nos preparamos para asistir a un proceso prolongado de la lucha de clases en este importante país del Sudeste asiático, que sin dudas ofrecerá enormes lecciones no sólo para el proletariado asiático, sino para la lucha revolucionaria de la clase obrera mundial.

De los fuegos de Yakarta
al proceso electoral

El movimiento revolucionario iniciado en mayo de 1998 asestó el primer golpe cobrándose la cabeza del ex dictador Suharto. Aunque por sus características no logró liquidar los pilares del régimen del Nuevo Orden y el estado burgués, como planteamos en EI 11-12, “abrió una etapa revolucionaria en Indonesia, un período prolongado de gran tensión entre las clases, de cambios bruscos de la situación, de golpes de las masas pero también intentos de la contrarrevolución, producto de que ninguna de las clases en pugna logró una victoria definitiva. Haciendo una analogía histórica, podríamos decir que los acontecimientos de mayo tienen un significado similar a los levantamientos de 1930-31 en España que terminaron con la dictadura de Primo de Rivera y fueron el comienzo de un proceso de lucha revolucionaria que se extendió casi durante toda la década”.
Estas jornadas revolucionarias pusieron en escena un movimiento de masas joven e inmaduro, con el movimiento estudiantil a su vanguardia al que luego se incorporaron los campesinos pobres y sectores del movimiento obrero. Sus acciones hirieron profundamente a la maquinaria de dominio del estado indonesio -basada en Suharto, el Golkar (partido de gobierno) y el ABRI (fuerzas armadas)- y lograron importantes triunfos parciales, con consecuencias incluso para el conjunto del sudeste asiático: la caída de Suharto implicó la pérdida de uno de las aliados más confiables para el imperialismo yanqui en una región donde la crisis económica, las crisis políticas de sus regímenes burgueses, la resistencia obrera y popular y un creciente sentimiento antinorteamericano en el movimiento de masas, no permiten restablecer el equilibrio del dominio burgués e imperialista de los últimos años.
Tras la caída de Suharto siguieron las movilizaciones contra su sucesor Habibie, profundizando las divisiones en el seno de las FF.AA.
Pero la mayor debilidad de este proceso radica en la inmadurez del movimiento de masas, expresada centralmente en la falta de centralidad del proletariado como clase dirigente, y en la enorme espontaneidad de las acciones.
La clase obrera indonesia que durante el 96 y el 97, antes del estallido de la crisis venía protagonizando una importante oleada de huelgas, fue la que acusó más fuertemente el impacto del derrumbe económico. La desocupación y la persecución del régimen a los activistas sindicales hizo que durante el 98 y en lo que va de este año disminuyeran notablemente en relación a los años anteriores las acciones obreras.
Esto permitió que figuras de la “oposición” burguesa, como Amien Rais y Megawati Sukarnoputri se montaran sobre el proceso para transformar sus triunfos parciales en su contrario, es decir, trataran de desviar el proceso para ir preparando las bases de un nuevo régimen, que conserve lo esencial del anterior. El carácter profundamente contrarrevolucionario de la “oposición” burguesa se expresó rápidamente con el sostenimiento del nuevo gobierno de Habibie y el intento permanente de desarticular el proceso de movilizaciones. Esto tuvo como consecuencia una pulseada entre el movimiento de masas y su vanguardia por un lado, y los intentos de los partidos burgueses y las fuerzas armadas de “estabilizar” al país y hacerlo “confiable” para los planes de rescate del FMI. En un delicado equilibrio, varias veces roto, el régimen de Habibie-Wiranto osciló entre intentos fallidos de golpes contrarrevolucionarios -como las repetidas represiones que se cobraron la vida de centenares de activistas, medidas bonapartistas y reacción democrática.
Luego de las movilizaciones de noviembre de 1998 el gobierno se vio obligado a hacer concesiones democráticas para frenar al movimiento de masas. Con la complicidad de la “oposición” burguesa, y el aval del imperialismo, se puso en marcha la trampa “democrática” combinada con acciones represivas contra sectores de vanguardia.
En medio de enormes tensiones, sobre todo por el recrudecimiento de la lucha independentista en las provincias de Timor del Este, Acech e Irian Jaya, y por conflictos étnicos y religiosos en Ambón y la isla de Borneo, se abrió una coyuntura electoral que en un primer momento fue restringida -por ejemplo se habían prohibido los actos electorales callejeros- pero luego se hizo más abierta para canalizar el descontento de las masas hacia el proceso electoral.
A pesar del carácter restringido de las “reformas”, las masas depositaron enormes ilusiones en el proceso electoral y principalmente en Megawati Sukarnoputri que ante los ojos de los empobrecidos indonesios representa una ruptura con el régimen del Nuevo Orden y expresaría su voluntad de derrotar definitivamente al Golkar y las fuerzas armadas. Cientos de miles en los principales centros urbanos del archipiélago asistieron a sus actos electorales con el retrato de su padre, el ex presidente Sukarno, exigiendo medidas económicas de tipo nacionalistas, alimentadas por la imagen demagógica de “Mega” como “amiga de los pobres”.
Sólo en las provincias separatistas (Timor del Este, Acech e Irian Jaya), donde las “bondades” de las “reformas democráticas” limitadas no llegan, y hay un feroz enfrentamiento entre las masas que pelean por su independencia y las fuerzas armadas indonesias (regulares e irregulares), hubo una abstención de casi el 70%, expresando su odio al estado opresor y a partidos como el PDI-P que defienden el derecho de Indonesia a explotarlos y oprimirlos.

LA “autorreforma” LIMITADA DEL REGIMEN

Las movilizaciones de noviembre del año pasado fueron un punto de inflexión en el proceso revolucionario. Con un programa político superior y un grado mayor de organización que las jornadas de mayo, la vanguardia estudiantil, obrera y de pobres urbanos exigió la renuncia de Habibie, de la Asamblea Popular Consultiva, el fin de la “función dual” del ABRI y la formación de un gobierno provisional. Esta acción revolucionaria, que el gobierno de Habibie no pudo derrotar en las calles con sus bandas paramilitares, dividió aún más las filas de las fuerzas armadas y, de profundizarse, hubiera llevado a la caída revolucionaria del régimen continuador del suhartismo. Sólo la enorme traición de la oposición burguesa a las aspiraciones democráticas de su base evitó esta perspectiva. Efectivamente, la vanguardia le exigió a los partidos opositores, PDI-P, PAN (Partido del Mandato Nacional de Amien Rais) y PKB (Partido del Despertar Nacional de Gus Dur) que desconocieran el gobierno de Habibie-Wiranto y el rol político de las fuerzas armadas. Pero Megawati, Amien Rais y Gus Dur respondieron con la firma de la declaración de Ciganjur, en la que reconocieron explícitamente la legitimidad del gobierno de Habibie, del ABRI y del llamado a elecciones de la Asamblea Popular Consultiva. Esto dejó aislada a la vanguardia que no pudo derrotar revolucionariamente al régimen y sus fuerzas armadas, aunque impidió el intento más bonapartista de consolidar el “suhartismo sin Suharto”. El gobierno de Habibie retrocedió ante la movilización y respondió con una combinación de “reformas democráticas” limitadas y medidas bonapartistas y represivas. Las aspiraciones de la vanguardia estudiantil y popular de lograr la “reformasi” total se chocan con la realidad: Suharto no sólo está libre y mantiene un importante peso en la vida política, sino que además conserva intacta su fortuna, las fuerzas armadas mantienen su rol central en el régimen y siguen reprimiendo las movilizaciones obreras y estudiantiles mientras que las cárceles de la “tercer democracia más grande del mundo”, como llama ahora la prensa imperialista al régimen indonesio, están pobladas de presos políticos.
Aunque el “voto libre” por primera vez en más de 40 años y el reconocimiento de 48 partidos políticos, mientras que bajo Suharto sólo existían 3, despertaron enormes ilusiones en al proceso electoral, el carácter del régimen es profundamente antidemocrático.
En las elecciones del 7 de junio sólo se votaron 462 de los 500 miembros del parlamento, las restantes 38 bancas pertencen al ABRI. La Asamblea Popular Consultiva (MPR), que votará al próximo presidente en noviembre, estará formada por 700 miembros, los 500 del parlamento más 200 miembros no electos, representantes de “grupos sociales” y de las asambleas provinciales. En esta asamblea tienen un peso mayor las islas más remotas en relación a los principales centros urbanos. No casualmente en estas provincias lejanas las únicas instituciones políticas que existen son el Golkar y las fuerzas armadas. A medida que avanza el recuento de votos se afirma el triunfo de Megawati, pero también crecen las sospechas de fraude junto con los votos al Golkar. Tan es así que a pesar del enorme repudio electoral al partido de gobierno, el Golkar no descarta poder encabezar una coalición de gobierno, sumando sus bancas propias, las del ABRI, las de los 200 miembros no electos y las de los partidos desprendidos de su tronco.
La “oposición” burguesa que convivió por décadas con la dictadura de Suharto, se subordinó completamente a esta maquinaria. Esta cobardía política de “Mega” y Amien Rais muestra su carácter contrarrevolucionario y los límites de la democracia burguesa cuando tiene que enfrentar al movimiento de masas. Los dirigentes del PDI-P y el PAN le temen como a la peste a la movilización estudiantil, obrera y popular. Por eso inmediatamente se transformaron en el principal sostén del gobierno de Habibie y del ABRI, haciendo demagogia seudodemocrática para desarticular el proceso revolucionario y evitar que de enfrentar a la dictadura de Suharto, pase a enfrentar al estado burgués y al régimen capitalista de conjunto.
Ahora Megawati está tratando de buscar una alianza sobre todo con el ABRI, más allá de que la amplia base popular que constituye la mayoría de sus simpatizantes han votado al PDI-P con la ilusión de terminar con la “función dual” del ejército.
Estas coaliciones probablemente den un resultado que no necesariamente se corresponda con los resultados electorales del 7 de junio. El general Wiranto, comandante de las fuerzas armadas, conciente que un intento del Golkar de retener el poder dispararía con nuevas fuerzas el movimiento revolucionario, hizo un llamado a “un compromiso político para formar un gobierno”. Según declaraciones suyas al diario The Straits Times del 23/6/99 este llamado responde “a la creciente probabilidad de un enfrentamiento entre nacionalistas y musulmanes”, señalando que “el mejor resultado para Indonesia sería una combinación de fuerzas populistas y reformistas y los sectores del Golkar que también quieren la reforma y tienen la experiencia de gobierno. Esta es la única forma de lograr la estabilidad política y atraer las inversiones extranjeras, especialmente de los chinos étnicos”. Si bien el bloque del ABRI no está en principio a favor de un triunfo del Golkar por temor a la oleada de repudio violento que pueda desatar, preferiría un candidato cuyos simpatizantes no presionaran para el fin de la función dual y el juicio a Suharto, como hace gran parte de la base electoral del PDI-P.
Por otra parte, el régimen mantiene presos a cientos de activistas y militantes, entre ellos, militantes del PKI (Partido Comunista Indonesio), dirigentes y militantes del PRD (Partido Democrático Popular, acusado de “comunista” por el gobierno), la dirigente sindical Dita Sari y el líder separatista de Timor del Este Xanana Gusmao.
La legislación aprobada junto con el llamado a elecciones, permite a las fuerzas de seguridad reprimir toda movilización que no tenga permiso expreso para realizarse. Con estos instrumentos “legales” el régimen persigue a los sectores de vanguardia que se siguen movilizando. La prensa nacional informa diariamente de detenciones de centenares de estudiantes y trabajadores, además de las atrocidades cometidas por las fuerzas armadas y milicias paramilitares en Timor del Este y Acech. Esta “democracia” ya empezó a cobrarse sus víctimas. El 2 julio la policía, apoyada por el ejército reprimió salvajemente en el centro de Yakarta una movilización organizada por el PRD, de la que participaron también estudiantes de la Universidad de Indonesia, reclamando a la Comisión Electoral que descalifique al Golkar, sospechado de fraude electoral. El saldo fueron decenas de heridos, 4 de ellos de extrema gravedad y más de 100 activistas desaparecidos. A tal punto fue la brutalidad de la represión que fue comparada con el asesinato de 12 estudiantes de la Universidad de Trisakti el año pasado, que dispararon las jornadas revolucionarias. Ante la perspectiva probable de que esto desate una nueva oleada de movilizaciones, la oposición burguesa rápidamente salió a repudiar la represión, prometiendo que no volvería a ocurrir.
La continuidad de acciones de la vanguardia obrera y estudiantil y la necesidad del régimen de reprimirlas duramente hace menos creíble su “autorreforma”, dificultando que pueda asentarse la “salida democrática”. En los meses que median entre estas elecciones y la votación de un nuevo presidente, el gobierno de Habibie tendrá que sobrevivir profundamente debilitado, apoyándose en las fuerzas armadas, la policía y la oposición. Mientras tanto, las posibles coaliciones ya están dividiendo internamente a los cinco partidos que obtendrían representación parlamentaria, a la vez que los intentos del Golkar de retener el poder son una fuente permanente de inestabilidad política, que incluso como temen muchos, llegue a desatar una nueva oleada de movilizaciones, esta vez contra el conjunto del régimen y su “farsa” democrática.

La crisis económica
y el sometimiento al imperialismo

Indonesia fue el país del sudeste asiático más golpeado por la crisis económica. Su economía que venía creciendo a un promedio del 7% durante los últimos 20 años, sufrió una contracción del 14%, los precios treparon mientras que la rupia perdió alrededor del 80% de su valor en sólo meses, la desocupación se duplicó y el número de pobres creció dramáticamente. Esta verdadera catástrofe económica -a la que se sumó el plan de ajuste del FMI que, entre otras cosas, exigió el fin del subsidio a los bienes básicos de consumo masivo-, junto con el odio a la dictadura de Suharto fueron los motores del proceso revolucionario iniciado en mayo del año pasado.
Después de este crack económico que golpeó centralmente a la clase obrera y a la clase media concentrada en las principales ciudades de la isla de Java, la situación económica se parece haberse “estabilizado”. La suba de los precios internacionales del petróleo y una mejor cosecha en las áreas rurales, donde vive aproximadamente el 50% de la población, son algunos de los factores que permitieron detener la caída en picada de la economía, que ahora está en una profunda recesión. Según el semanario Asiaweek del 19-6, “los pronósticos para este año son de un crecimiento negativo que alcanzaría a -2%, sin números positivos a la vista hasta el 2000. A estas tasas se espera que el PBI caiga a los niveles de 1994 a mediados del 2001 -es decir siete años perdidos”. A esto se suma la fuga de 16.000 millones de dólares de inversiones de la burguesía china, producto de la situación de agitación social, y el enorme costo de la recapitalización bancaria, que según estima Standars & Poors, se comería el 82% del PBI, comparado con el 35% en Tailandia y el 29% en Corea del Sur.
Sin embargo hay algunos indicadores que alimentan el optimismo burgués después de la catástrofe, junto con una débil recuperación de la economía coreana y el crecimiento del PBI japonés después de cinco trimestres consecutivos de caída. En Indonesia la inflación estimada es del 38% contra el 80% en 1998, la rupia recuperó parte de su valor frente al dólar y la coyuntura electoral dio lugar a una suba en el mercado de valores y a una vuelta de inversiones extranjeras de origen estadounidense por 1.500 millones de dólares, dadas las condiciones más favorables de “apertura” económica.
La clave de los monopolios y de la banca imperialista, que planea quedarse con varios de los bancos más rentables, es que el proceso electoral inicie un camino de estabilización política, es decir, que sea el primer paso firme para desmontar el proceso revolucionario, y que surja un nuevo gobierno con la legitimidad suficiente para aplicar las medidas de “ajuste” y garantizar los niveles de explotación que por años les rindió jugosas ganancias, y así recuperar lo perdido.
Por esta razón el imperialismo monitorea de cerca las elecciones y ya envió una misión del FMI, encabezada por su director Stanley Fischer, que se reunió el 19-6 con Megawati, Amien Rais y Habibie. El diario Jakarta Post del 15 de junio sintetizaba así la sumisión del régimen indonesio al imperialismo: “El próximo gobierno indonesio todavía tiene que emerger del lento recuento de votos y de la negociación política, pero ya se conoce un miembro crucial de su equipo de política económica- el FMI”.
Para las masas los efectos de la crisis económica fueron devastadores: millones de trabajadores perdieron sus empleos pasando a engrosar las filas de los pobres urbanos. Se calcula que 130 millones de personas viven bajo la línea de pobreza, lo que implica que tienen dificultades incluso para acceder a un plato de arroz al día. Esto se agravó por la pérdida de la cosecha de arroz del año pasado.
Las exigencias del FMI a cambio de su paquete de “rescate” agudizaron mucho más la miseria inaudita de las masas. Por esto, los partidos burgueses, tanto el Golkar como el PDI-P, que están totalmente subordinados al FMI se vieron obligados a recurrir a la demagogia electoral. Mientras que Megawati prometió rever algunas de las medidas más duras, como la quita de subsidios a lo bienes básicos, el Golkar, en un intento por recuperar base social, se comprometió a “hacer cambios en el acuerdo de rescate con el FMI para ayudar a desarrollar una fuerte clase media si logra retener el poder luego de las últimas elecciones” (The Straits Tmes, 18-6).
Los 45.000 millones de dólares del paquete del FMI, del cual ya entregó 9.000 millones, funcionan como un chantaje hacia las masas, del que muy bien se aprovecha el PDI-P para tratar de apaciguar a su base electoral, ya que sin “estabilidad”, la “ayuda” económica y las inversiones no volverían al país.

La “fórmula” del PDI-P=
Golkar + Transparencia

En este marco el PDI-P optó por hacer una campaña electoral con un discurso “populista” y nacionalista hacia las masas pobres que simpatizan con Megawati. Según la revista Businessweek del 21 de junio, la falta de referencia de Megawati a su programa de gobierno durante la campaña electoral le permitió lograr el apoyo de un abanico social, “desde populistas que esperan la redistribución de la riqueza a profesionales partidarios de la reforma de libre mercado y la estabilidad económica, se las han arreglado para proyectar sus deseos en el mismo candidato”.
Probablemente las ilusiones de los millones que votaron a Megawati, principalmente en los suburbios del este de Java, Java Central y la ciudad portuaria de Surabaya, donde golpeó más duro la crisis económica, se vean rápidamente disipadas.
Como plantea este semanario, “mientras que en los actos electorales los oradores del PDI-P gritaban que iban a recuperar la riqueza robada por Suharto y sus mafiosos, detrás de la escena aseguraban a los líderes empresarios que la plataforma de Megawati era reformista pero también pragmática y de libre mercado. De hecho la bolsa trepó un 12% el día después de la votación”. Las declaraciones de Megawati luego de las elecciones son más que elocuentes: “El FMI ya está aquí, yo no puedo negar este hecho. Tenemos que exigir al pueblo indonesio que comprenda los problemas y esté dispuesto a hacer más sacrificios”. A la vez que agregó que “Si el FMI está tratando de ayudar a Indonesia por su propia voluntad debería ayudar a su pueblo” previendo que “si existe este conflicto [entre el FMI y el pueblo] les garantizo que no habrá estabilización” (Businessweek, 21/6/99).
El PDI-P y sus aliados “opositores”, el PKB y el PAN usarán el voto de las masas y sus ilusiones para tratar de establecer un gobierno con más legitimidad popular que el del Golkar para aplicar las duras condiciones exigidas por el FMI. Como bien lo sintentiza un asesor del PDI-P, “tenemos la confianza de que podemos hacer que los pobres entiendan. Porque les podemos explicar muy bien porqué el paquete [del FMI] es así. Les podemos decir que tenemos una opinión diferente de la del FMI, pero que en última instancia tenemos que aceptar el paquete del FMI porque necesitamos su dinero y no queremos ser aislados de la comunidad internacional. Somos lo suficientemente realistas para saber que el FMI es todo el mundo. No podemos no implementar lo que se ha acordado con el FMI”, para concluir que “la única diferencia entre el PDI-P y el actual gobierno es que necesitamos implicar a la sociedad civil de forma más transparente, de modo tal que sea políticamente motivada por el programa de la red de seguridad social” (Business Week, 21-6-99).
Luego del entusiasmo de los votos esto es lo que les espera a las masas indonesias si Mega y sus aliados finalmente llegan al gobierno. Para hacer frente a una situación de convulsiones sociales, el plan del PDI-P y la coalición de gobierno que forme, es lograr una alianza con el ABRI, para la cual ya está haciendo “gestos” generosos, entre ellos oponerse a la independencia de Timor del Este, defendiendo la presencia de las tropas indonesias en esa provincia, y declararse a favor de una “reconciliación nacional”, perdonando a Suharto en caso de un eventual juicio contra el ex dictador porque no quiere “verlo humillado, como humillaron a mi padre después que dejó el gobierno” (Washington Post).
De estabilizarse esta salida de “reacción democrática” la burguesía indonesia, y tras ella el imperialismo, habrá logrado un triunfo importante sobre el movimiento de masas. Y tras la fachada “democrática” descargará una guerra contra la clase obrera y las masas empobrecidas. Sin embargo la relación de fuerzas todavía está lejos de cambiar definitivamente a favor de la patronal. La trampa democrática está mostrando sus líneas de falla. A la represión del régimen se suma el retraso del recuento de votos, con la sospecha inevitable de un fruade del partido gobernante. Incluso se habla de retrasar la elección del nuevo presidente. Estos elementos podrían abrir una perspecitva de agitación social y de que en los meses próximos el gobierno de Habibie profundamente debilitado tenga que enfrentar un nuevo embate del movimiento de masas.

Megawati Aquino?

Las analogías entre esta “salida de reacción democrática” en Indonesia con el proceso filipino de 1986 son casi inevitables, e incluso llenan las páginas de la prensa internacional. En Filipinas en 1986, una revolución que pasó a la historia como “el poder del pueblo”, derrotó al dictador Marcos pero fue desviada y finalmente abortada, cuando el imperialismo, la oposición burguesa, la iglesia católica y un sector mayoritario de las fuerzas armadas, lograron poner en marcha una salida “democrática” que llevó al poder a Cory Aquino, la viuda del conocido opositor B. Aquino asesinado por la dictadura de Marcos. Megawati se transformaría en la nueva Cory Aquino, capaz de abortar el proceso revolucionario abierto.
Ciertamente esta posibilidad existe. Como planteaba Trotsky, salvando las diferencias entre España del 31 y la situación actual de Indonesia, “...el fascismo no es en absoluto el único medio de que dispone la burguesía para luchar contra las masas revolucionarias (...) En ausencia de un potente partido revolucionario del proletariado, la combinación de seudorreformas, frases de izquierda, gestos todavía más de izquierda y medidas de represión puede rendir a la burguesía más servicios reales que el fascismo”. (Alemania, la clave de la situación internacional, 26 de noviembre de 1931)
El principal handicap con que cuenta la burguesía es la baja subjetividad de las masas, la poca centralidad de la clase obrera a la cabeza del proceso revolucionario y la falta de una estrategia de clase independiente, materializada en organizaciones de democracia directa y en partido revolucionario.
Como Cory Aquino, Megawati Sukarnoputri es una conocida figura de la “oposición” burguesa al régimen del Nuevo Orden de Suharto. Pero su mayor simpatía entre las masas populares viene del recuerdo de su padre, el ex presidente nacionalista burgués Sukarno. Tras esto se expresan las ilusiones de reformas económicas “populares”. Por ejemplo, muchos de sus votantes esperan que “Megawati nacionalice los conglomerados apropiados por la burguesía china y retorne esas propiedades al pueblo”, “que expropie la riqueza de Suharto y lo lleve ante un tribunal”, “que termine con la función dual del ejército” (Business Week, 21/6/99) y cientos más de expresiones de deseos.
Pronto será evidente para sus esperanzados votantes que nada de esto va a ocurrir. Las elecciones han sido un gran engaño montado por el gobierno de Habibie, la “oposición” y el imperialismo. El choque de las ilusiones de las masas con el carácter burgués y proimperialista del PDI-P puede ser explosivo. Incluso muchos analistas imperialistas dudan de que realmente “Mega”, sin ninguna experiencia en lidiar con el movimiento de masas sea capaz de aplicar su política y hacer frente a una situación de convulsión social desde el gobierno. Y sugieren que como Cory Aquino, debe limitarse sólo a ser un “símbolo”, mientras que los que gobiernen no estén tan expuestos a ceder bajo la presión de la movilización. Una etapa similar a la de la lucha de clases en España durante la década del ´30.
La “reacción democrática” enfrenta las enormes contradicciones planteadas por la emergencia del proceso revolucionario y que marcarán sin duda una etapa prolongada de inestabilidad, de golpes revolucionarios y contrarrevolucionarios.
Las acciones de las masas del último año dividieron profundamente al frente burgués. Estas divisiones que se expresan sobre todo en la descomposición del partido de gobierno son una fuente permanente de inestabilidad. Mientras que un ala del Golkar intenta una política más “reformista”, e incluso sugiere participar de un gobierno con el PDI-P, otros sectores entre las numerosas fracciones en que se dividió este antiguo partido monolítico, intentan perpetuarse a cualquier costo en el poder.
Las divisiones y tensiones dentro del ABRI, provocadas por su enfrentamiento al movimiento de masas, están lejos de haberse resuelto. Mientras que su ala “reformista” encabezada por el General Wiranto es una pieza clave en la “transición democrática”, las fracciones que ven peligrar sus privilegios y su poderío económico, amasado durante los 32 años del régimen del Nuevo Orden, son un factor permanente de inestabilidad. Varios elementos indicarían que estos sectores estarían detrás de los enfrentamientos étnicos y religiosos que sacuden a importantes provincias del país, dejando cientos de muertos y sembrando el caos. Uno de los sectores del ejército que está viendo peligrar las posiciones conquistadas son las fuerzas estacionadas en Timor del Este, que defienden la ocupación aterrorizando a la población, alentados por la formación de “milicias” irregulares prointegristas por el mismo gobierno de Habibie.
Las instituciones musulmanas que en el golpe de 1965 jugaron un rol clave de apoyo a Suharto y llamaron a la “guerra santa” contra el comunismo, son por ahora otro factor de inestabilidad. Profundamente divididas en distintos partidos, de los cuales muchos apoyan al Golkar, han alentado incluso los choques violentos entre manifestantes de los partidos opositores. Sus alas más duras están detrás del enfrentamiento entre el “nacionalismo” secular del PDI-P y el Islam. Llaman a no apoyar a Megawati, por el hecho de que es mujer, y porque no es una digna representante del Islam, ya que en su partido hay una fuerte presencia católica y de la comunidad china. El ala moderada de Amien Rais, basada en la intelectualidad musulmana de clase media, no logró un gran apoyo para su partido el PAN, a pesar de dirigir la segunda organización religiosa más numerosa del país. Un ala de su partido también es partidaria de hacer una coalición con el Golkar.
Estos elementos indican que las elecciones son sólo un episodio de este drama que se está desarrollando, un triunfo burgués que para asentarse deberá propinar futuras derrotas a la vanguardia estudiantil, obrera, campesina y de los pobres urbanos. Por ahora la clave de este enfrentamiento está indiscutiblemente en las luchas independentistas de Timor del Este, Acech e Irian Jaya. En estas provincias, donde existen poderosos movimientos separatistas que se enfrentan a diario con las fuerzas de ocupación del estado indonesio, el proceso electoral no tuvo ningún efecto en aplacar la lucha por la autodeterminación nacional, más aún porque ningún partido de la “oposición” burguesa ha tomado el riesgo de hacer demagogia con estos reclamos. Estos movimientos independentistas amenazan la integridad no sólo de las fuerzas armadas, sino del mismo estado, donde el “mosaico” de alrededor de 300 etnias y religiones está estallando, y en el caso de Timor del Este, Acech e Irian Jaya, constituyen un aliado fundamental para la clase obrera y las masas populares indonesias. El proceso revolucionario en Indonesia le dio un nuevo impulso a estas luchas que llevan años. La vanguardia estudiantil de las principales universidades tejió lazos profundos con los estudiantes de Timor del Este, tal es así que la independencia a esta provincia forma parte del programa democrático de la vanguardia estudiantil indonesia desde las jornadas de mayo. De ahí la necesidad del PDI-P de rechazar incluso la “tibia” autonomía ofrecida por Habibie y su saña contra el movimiento independentista de Timor.

Situación y perspectivas
del movimiento de masas
y su vanguardia

El resultado de la “traición” de la oposición burguesa a la vanguardia durante las movilizaciones de noviembre, permitió que el centro de la lucha contra los resabios del suhartismo y los efectos de la crisis económica se trasladara de Yakarta y los principales centros urbanos de la isla de Java a ciudades periféricas y a las provincias independentistas.
En los primeros meses del año las masas han entrado en un estado de mayor pasividad, manteniéndose activo un importante sector de vanguardia estudiantil y obrera. Para lograr aplacar la oleada de movilizaciones que sacudieron las principales ciudades, el gobierno de Habibie combinó algunas concesiones democráticas y económicas con un plan represivo hacia los sectores de vanguardia y sobre todo hacia las provincias separatistas.
El retroceso en el número de bancas reservadas al ABRI (de 70 a 38), el llamado a elecciones, el reconocimiento de 48 partidos, entre ellos el PRD, el calendario de los actos de campaña electoral, la suspensión de las medidas de ajuste hasta que un nuevo gobierno, con mayor legitimidad las pueda llevar adelante, la puesta en marcha de algunas redes de ayuda social a los sectores más arruinados por la crisis actuaron como apaciguadores del movimiento de masas. Ninguna de estas medidas alcanzó para crear la ilusión de haber superado lo peor de la crisis ni tampoco de que el gobierno de Habibie se había “autodemocratizado”, pero permitieron que la patronal tenga un respiro para organizar su trampa democrática.
A pesar de sus escasos resultados electorales, los actos de campaña del PRD también resultaron atractivos para un sector de la vanguardia principalmente estudiantil, miles de ellos participaron junto al PRD en distintas actividades no sólo electorales, sino también de organización. Según informa este partido en su prensa, activistas estudiantes, obreros, campesinos y pobres urbanos participaron del lanzamiento del Frente Nacional Indonesio para las Luchas Obreras, que agrupa 7 sindicatos locales de Yakarta, Solo, Bogor, Surubaya y otras ciudades y el KOBAR (Comité de Acción por la Reforma Total). Sin embargo la estrategia de este partido de llamar a la oposición burguesa a enfrentar a los “diez enemigos del pueblo” actuó como un obstáculo para que esta vanguardia se radicalizara.
En los últimos meses sectores de vanguardia estudiantil y obrera se mantienen movilizados. El 18 de mayo, en el aniversario de la caída de Suharto y del asesinato de varios activistas estudiantiles durante las movilizaciones de esos días, miles de estudiantes tomaron el centro de Yakarta, enfrentándose duramente con las fuerzas de seguridad. Ni Megawati ni Amien Rais asistieron a estas movilizaciones. Esta vanguardia sigue exigiendo el fin de la “función dual” del ABRI, la renuncia del gobierno y la formación de un gobierno provisional, y en el caso de los estudiantes de la Universidad de Indonesia, llamaron a boicotear las elecciones.
La movilización en Yakarta del 2 de julio, convocada por el PRD y sectores estudiantiles contra el Golkar, fue la primera acción de vanguardia de envergadura después de las elecciones, que puede tener consecuencias insospechadas tras la represión del régimen.
La clase obrera, aunque no dio un salto en su intervención, viene realizando, durante y después de las elecciones huelgas parciales y movilizaciones de vanguardia, como por ejemplo los trabajadores de la fábrica Mayora Indah, que según informa el Jakarta Post, vienen en proceso de lucha contra los despidos desde abril, y que se movilizaron al centro de Yakarta a mediados de junio, donde 500 fueron arrestados por la policía “por alterar el orden público y hacer una protesta sin previa notificación a la policía como exige la ley”, o los 1500 trabajadores textiles de la ciudad de Dekop, que están en huelga desde el 15 de junio contra los despidos de la patronal a activistas sindicales y que según la crónica del diario Indonesian Observer del 21-6, “reciben un enorme apoyo de los pobladores del área. Y aunque no reciben paga alguna, los huelguistas reciben dinero y comida de transportistas y el pueblo que simpatiza con ellos”. Según informa The Straits Times, 24-6, 2000 trabajadores de la principal fábrica de cigarrillos de Indonesia, Gudang Gaman, ubicada en Sidoarjo, una ciudad industrial muy próxima a Surabaya, se movilizaron junto a cientos de estudiantes, exigiendo una suba de salarios y la reincorporación de trabajadores despedidos por realizar actividades sindicales.
Es que como declaró un activista de las plantas textiles de la ciudad de Solo, donde se fabrican los uniformes para el ABRI y otros ejércitos como el alemán, “La reforma no entró a las fábricas. Aquí en Sitrex, 13.000 obreros trabajan 11 o 12 horas por día, siete días a la semana. Ganamos 155,000 rupias al mes (aproximadamente 22 dólares). Los militares tienen una unidad permanente en la fábrica (...) que controlan a los disidentes o activistas sindicales. (...) Para nosotros reforma significa el derecho a huelga, a organizarnos, a salarios más altos, a construir el poder obrero y enfrentar los privilegios de los patrones” (Green Left Review 9-6).
Probablemente la lucha por conquistar mayores libertades democráticas, como declara este obrero, junto con la leve recuperación económica, tras haber sufrido un golpe durísimo que expulsó al 26% de los trabajadores de sus puestos de trabajo, dé lugar a una nueva oleada de huelgas reivindicativas del movimiento obrero.
Pero en lo inmediato el proceso de organización independiente de la vanguardia aparentemente no ha avanzado cualitativamente, manteniéndose los comités y foros ya existentes. Estas acciones de la vanguardia no alcanzaron para cambiar el curso de la coyuntura electoral hacia una nueva oleada de movilizaciones pero constituyen un elemento de inestabilidad en una situación donde la trampa electoral todavía no cierra.
A pesar de un año de movilizaciones y de dos enfrentamientos generalizados contra el régimen en mayo y noviembre de 1998, este movimiento no pudo superar aún su debilidad frente a las enormes tareas que la crisis económica y la emergencia de un movimiento de masas revolucionario le plantea a la clase obrera y su vanguardia.
Sobre esta debilidad actúan las mediaciones burguesas y su reacción democrática, así como partidos conciliacionistas pequeño burgueses como el PRD.
Existe la posibilidad cierta de que, no sin contradicciones y enfrentamientos con sectores de vanguardia, la burguesía logre estabilizar la situación, apoyándose en el imperialismo, en un sector de las fuerzas armadas y en una base social que apoye el discurso de “recuperar la confianza de los inversores”, es decir de derrotar el proceso revolucionario para hacer de Indonesia nuevamente un país “normal” para las ganancias capitalistas. Las elecciones y el triunfo del PDI-P van en ese sentido, por lo que lejos de ser un “triunfo democrático” de las masas, constituye una herramienta de la reacción burguesa cuando la relación de fuerzas no alcanza para derrotar a un movimiento revolucionario en las calles.
Pero también existe la posibilidad de que la contradicción entre las ilusiones de las masas y la política proimperialista y continuista del régimen sostenida por el PDI-P estallen luego de que termine su demagogia electoral. A menos que la clase obrera y la vanguardia estudiantil, campesina y de pobres urbanos, que protagonizaron las luchas del último año dé un salto en sus objetivos políticos y en su organización independiente, nuevos estallidos espontáneos, como los que ya hemos visto, no van a ser suficientes para derrotar al plan burgués de estabilizar su régimen de dominio y fortalecer al estado. Como planteábamos en EI 11-12, “De la maduración revolucionaria de la vanguardia obrera, campesina y estudiantil de Indonesia, en el sentido de establecer sus propias organizaciones independientes y un partido revolucionario, dependerá el destino de la revolución en el cuarto país más poblado del mundo”. El proletariado y las masas empobrecidas deben fortalecer y desarrollar sus organizaciones incipientes y preparar un golpe certero a un régimen que todavía está pagando las consecuencias del proceso revolucionario. El gobierno de Habibie estará muy debilitado en los próximos meses y la “transición” al nuevo régimen que se presenta convulsiva, dará más de una oportunidad para nuevos golpes del movimiento de masas.
La clase obrera debe levantar las demandas democráticas formales y estructurales junto a sus propias reivindicaciones de clase, y transformarse así en el caudillo de la nación oprimida.
El proceso revolucionario indonesio desnudó que para enfrentar la reacción democrática pactada entre el Golkar, las fuerzas armadas y la contrarrevolucionaria oposición democrática, y la política de colaboración de clases que “por izquierda” propone el PRD, bajo la forma de “frente anti-golkar”, que sólo refuerza las ilusiones democráticas de las masas e impide el desarrollo de una polítca de clase independiente, la vanguardia obrera, estudiantil y campesina deberá dotarse de una dirección revolucionaria cuya estrategia sea derrotar a la burguesía y al imperialismo e imponer un gobierno obrero y popular. Un partido trotskysta internacionalista que, bajo la estrategia de la revolución proletaria levante con toda audacia un programa democrático radical, para ayudar a acelerar la experiencia de las masas con sus direcciones burguesas que han traicionado sus aspiraciones democráticas, el derecho a la autodeterminación nacional o a la independencia de Timor del Este, Acech e Irian Jaya, junto a la ruptura con el imperialismo, la expropiación del clan Suharto y de los grandes capitales nacionales e internacionales, el control obrero de la producción y la nacionalización de la banca y el comercio exterior, que impulse la autoorganización y el armamento de la clase obrera y las masas e instaure un gobierno obrero y popular. Sólo una dirección así puede llevar a la derrota de la burguesía y su estado y comenzar la reconstrucción de la sociedad sobre bases socialistas, haciendo que la revolución en Indonesia se transforme en una palanca para la revolución proletaria en el conjunto del sudeste asiático.


PRD: ¿Quiénes son los “enemigos del pueblo”?

Con el objetivo de la “educación política” de la vanguardia, según sus propias definiciones aparecidas en su último periódico, el PRD presentó su programa de emergencia durante la campaña electoral, en distintas actividades que realizó no sólo en Yakarta, sino en otras ciudades como Solo e incluso en Acech. Los ejes del programa de emergencia son “el fin de la función dual del ABRI, el juicio a Suharto, el retiro del ABRI de Timor del Este y de Acech, la libertad a todos los presos políticos, aumento de salarios de 100%, frenar la pérdida de empleos y bajar los precios, tierra a los campesinos, formar un gobierno transicional y apoyar el PRD: el partido de la juventud y los defensores del socialismo popular y democrático”. La tarea del PRD sería “formar un frente único con otros partidos contra los enemigos comunes -el Golkar, los militares y el presidente Habibie. Los objetivos de este proyecto son generar un movimiento lo más fuerte posible para obligar a los principales partidos opositores -PAN, PBK y PDI-P- a tomar una posición más consistente por la “reformasi total”.
Para los dirigentes del PRD su partido ahora enfrenta la enorme tarea de quebrar las ilusiones de la vasta mayoría de pobres urbanos, incluyendo a los obreros, en figuras como Megawati y Amien Rais. Por lo que durante la campaña electoral buscaba “llegar a la base de todos los auto denominados partidos reformistas y responder al sentimiento masivo de un movimiento unido para destruir los remanentes del sistema del Nuevo Orden de Suharto”.
A este fin el PRD editó un manifiesto, de los cuales según su prensa repartió cientos de miles, titulado “Nuestros diez enemigos comunes y cómo combatirlos”. Entre los “diez enemigos del pueblo” el PRD ubica a “Suharto y Habibie, al ABRI, el Asamblea Popular Consultiva, los burócratas corruptos, los amigos de Suharto que robaron los derechos económicos del pueblo, las fuerzas políticas que usan cuestiones de raza y religión para dividir al pueblo y los partidos que no condenan las operaciones militares en Acech, Irian Jaya y Timor del Este”. Para el PRD, entre estos “enemigos del pueblo” no se encuentra por ejemplo ni el FMI, ni la burguesía local, ni los partidos como el PDI-P o el PAN que son los que se postulan para enterrar el proceso revolucionario indonesio. Obviamente, las medidas para combatir a estos “enemigos” que no constituyen más que los remanentes del Suhartismo y el ABRI, incluirían por ejemplo, “formar comités conjuntos en los campus, las fábricas, las iglesias, las mezquitas y las villas; oponerse a la provocación religiosa o racial, exigir de conjunto la distribución de bienes básicos y monitorear en común la distribución del dinero para bienestar social del estado a nivel de los barrios, monitorear en común las elecciones y finalmente formar un gobierno democrático unido”.
Este partido viene actuando como sostén de la farsa de la oposición burguesa y de las ilusiones democráticas del movimiento de masas, planteando la posibilidad de obligar a esta “oposición a su majestad” a “llevar hasta el final la “reformasi total”. Este también es el contenido de las movilizaciones que está impulsando después de las elecciones, a las que el régimen reprime con dureza. La lucha por la ‘democracia’, que para el PRD es “popular”, es decir, burguesa, lejos de transformarse en un motor para la revolución obrera, se limitaría a formar un “gobierno popular”, es decir burgués.
La estrategia de colaboración de clases del PRD de “formar un gobierno democrático unido” con los “enemigos” de Suharto, es un obstáculo que conspira contra la organización y la estrategia independiente de la clase obrera. La vanguardia obrera deberá enfrentar no sólo la trampa de la reacción democrática sino también las estrategias de colaboración de clases, que constituyen las trampas “por izquierda” para mantener al proletariado tras algún ala de la burguesía, impidiendo que la lucha por las aspiraciones democráticas, por la autodeterminación nacional y contra los costos de la crisis económica, sean los motores de la revolución obrera y socialista.