El triunfo de Michelle Bachelet, la candidata del actual gobierno sobre Sebastián Piñera [1]alcanzó una inesperada distancia de 7%, y transforma a este en el cuarto gobierno continuo de la Concertación desde el fin de la dictadura. Sin contar la dictadura de Pinochet, la derecha no alcanza el gobierno por medio de elecciones desde hace 48 años.
La sorpresa estuvo en que las tendencias al declive de la Concertación hicieron prever un posible triunfo de la derecha. El principal papel de la Concertación en Chile todos estos años fue el de contener y canalizar las demandas y aspiraciones de la clase trabajadora y el pueblo pobre, asegurando la estabilidad de la democracia para ricos.

Con el chantaje de la Concertación vs. los autoritarios funcionarios e hijos de la dictadura de la derecha, durante estos últimos años el oficialismo avanzó en profundizar la herencia de la dictadura: aunque la principal empresa de cobre (“el sueldo de Chile”, su principal riqueza, que representa el 50% de las exportaciones) Codelco, sigue en manos del Estado, el 70% del cobre lo explotan empresas privadas nacionales y extranjeras, se privatizaron empresas de servicios públicos (como el agua y la electricidad), se cerraron las minas del carbón hundiendo a pueblos enteros, se mantuvo en lo esencial la legislación anti- obrera [2].

No sólo el peso de la dictadura y su herencia terminó produciendo una nueva derrota en la derecha (varios integrantes de la derechista Alianza por Chile fueron destacados funcionarios en la dictadura). Otro punto en contra fue que su candidato en la segunda vuelta, Piñera, es un poderoso empresario con una de las mayores fortunas de Chile, dueño, entre otras, de la empresa de aviación LAN, acusada de perseguir a dirigentes sindicales y de aplicar pésimas condiciones de trabajo.

Una vez más, esta oposición contribuyó a airear a una Concertación que viene en declive, reestabilizando, aunque más frágilmente, a la democracia para ricos hasta ahora se sostenía principalmente en la Concertación. Pero no fue sólo esto.

Recostados en su flanco izquierdo

No sólo la amenaza derechista, ni tampoco las tendencias al declive de la Concertación (visible en la muy significativa pérdida de votos y de parlamentarios de su partido eje, la Democracia Cristiana), sino que también hechos de la lucha de clases, dieron el tono a estas elecciones.

Las tendencias a una recomposición -lenta pero sostenida- de la clase trabajadora chilena durante los dos últimos años, se expresó en que, inéditamente, se desató una huelga en el poderoso sector minero de Chile, protagonizada por uno de los sectores más explotados de la clase obrera, el trabajador precarizado subcontratado. Las elecciones se realizaron bajo la presión de la justa lucha de este sector de trabajadores del cobre.

Para mantenerse en el gobierno, la Concertación se recostó en su flanco izquierdo. La CUT [3] lanzó una declaración llamando a no votar por “el candidato patronal” Piñera, y apoyando a Bachelet. Sindicatos que fueron protagonistas de luchas combativas y huelgas en los últimos años también se pronunciaron e hicieron actos públicos de apoyo a Bachelet, a cambio de la firma de compromisos.

El Partido Comunista de Chile, un partido que subordina los intereses de la clase trabajadora a la burguesía y sus políticos, llamó a votar por Bachelet, reclamándole la aceptación pública de cinco demandas del PC, que esta no dudó en aceptar. Y una semana después mantienen su apoyo [4]aún cuando la Concertación se niega a satisfacer las demandas de los trabajadores contratistas de Codelco.

La apertura de un período preparatorio

El nuevo aire de la Concertación permite extender y profundizar las políticas iniciadas durante el pinochetismo. Al mismo tiempo vemos elementos como la huelga de los trabajadores contratistas de Codelco, así como varios actos de repudio a la derecha y sus personeros, que indican un cambio de ánimo popular y dejan ver las primeras filtraciones de demandas y planteos de la clase trabajadora y el pueblo pobre largamente postergadas y rechazadas. Parecen anunciar el desarrollo incipiente de mayores y crecientes luchas sociales y reivindicativas, comenzando a avanzar, con ritmos más lentos que aún no se pueden determinar, hacia una convergencia de Chile con América Latina.