Elecciones en Estados Unidos
Bush debilitado
09/11/2006 La Verdad Obrera N° 212
La derrota de George Bush en las elecciones de medio término favoreció al Partido Demócrata que ganó en las gobernaciones de los estados por un margen de 2 a 1, recuperó el control de la Cámara de Representantes y del Senado. Estos resultados constituyen una importante derrota del presidente Bush y el Partido Republicano, que ya se cobró la renuncia del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, estratega de la invasión a Irak.
El Partido Demócrata de Bill y Hillary Clinton ha sido el beneficiario del masivo sentimiento contra la guerra en Medio Oriente, a pesar de su propia política a favor de la guerra. El Partido Demócrata yanqui no traerá ningún cambio a favor de los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo. Al igual que los republicanos son instrumentos políticos de la oligarquía financiera y custodios de los intereses imperiales. Cristina Kirchner se apresuró a enviar una carta de felicitaciones a Hillary Clinton y la invitó a la Argentina.
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En las elecciones de medio término, el Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara de Representantes después de doce años, obteniendo al menos 28 bancas que estaban en poder de sus rivales. También se quedó con la mayoría del Senado, y además favorecieron a los demócratas las elecciones a gobernadores, en las que se impusieron por un margen de dos a uno.
Estos resultados constituyen una importante derrota del presidente Bush y el Partido Republicano. El rechazo a la guerra de Irak en primer lugar , los escándalos de corrupción económica y personal que salpicaron al Capitolio, así como la insatisfacción con el crecimiento económico de los últimos años que no se tradujo en una mejora del nivel de vida de la población, explican la derrota de Bush y la maquinaria republicana a las que no les alcanzó, esta vez, con atalonarse con su propia base derechista.
El cambio del escenario político en Washington deja a la Casa Blanca a la defensiva. Aunque los demócratas prometieron seguir financiando la guerra de Irak y no llegar a un impeachment al presidente Bush, es altamente probable -sobre todo teniendo en vista las elecciones presidenciales de 2008- la perspectiva de investigaciones y audiencias en la Cámara respecto al manejo de la guerra de Irak entre otros temas. Lo que está en cuestión es lo que sabía la administración Bush sobre la real existencia de armas de destrucción masiva, sobre si Halliburton -un gigante corporativo donde había trabajado el vicepresidente Cheney- recibió ventajas en los importantes contratos en Irak.
El resentimiento de ex funcionarios de la CIA y antiguos funcionarios de la actual administración pueden embarrar más la cancha, en un clima muy similar a los días finales de la guerra de Vietnam. La renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, al día siguiente de la elección es una muestra de lo que decimos, al tiempo que un intento de la Casa Blanca de prevenir la andanada en su contra que podría emerger cuando asuma la nueva Legislatura en enero. En este marco, aunque intentara seguir las recomendaciones del ex secretario de Estado de su padre, James Baker III, que preside una comisión bipartidaria sobre Irak y cuyas recomendaciones podrían contar con el aval de los demócratas, la presidencia de Bush podría quedar paralizada. Bush puede transformarse en un “lame duck”( “pato rengo”) en el peor sentido del término. No sólo no tendrá nuevas elecciones que pueda influenciar, sino que la debilidad y los bajos niveles de aprobación de los dos últimos años de su mandato serán asombrosos. Las consecuencias para la política exterior norteamericana y el rol de EE.UU. en el mundo pueden ser graves.
Un período difícil para el dominio norteamericano
Una presidencia fuerte y un control total de ambas cámaras del Congreso, además de una Corte ultra conservadora, fueron los elementos claves de la ofensiva reaccionaria de Bush, tanto a nivel interno con la deleznable ley de Acta Patriótica, la aceptación de la tortura y el control electrónico de las comunicaciones, como a nivel internacional. El fuerte deterioro de los pilares de su poder político deja a la presidencia de EE.UU vulnerable, en un marco donde el sostén primordial del imperialismo norteamericano, sus Fuerzas Armadas, se encuentran en una gran tensión y sobreextendidas hasta el límite por su empantanamiento en Irak y crecientemente en Afganistán y su falta de preparación para luchas de contrainsurgencia desgastantes como las que están en curso, distintas de las fáciles operaciones militares de los ‘90.
Las actuales tendencias de indecisión y retroceso en la política exterior es probable que se refuercen con el resultado electoral. La falta de iniciativa de la política exterior norteamericana ya se mostraba en un creciente número de frentes, empezando por el fracaso cada vez más evidente en Irak, donde en el último mes murieron más de 100 soldados norteamericanos (la tercer cifra más alta desde que comenzó la guerra) hasta el fortalecimiento transitorio de Irán como potencia regional en Medio Oriente o las dificultades de lidiar con una Corea del Norte en posesión de armamento nuclear. En estos dos últimos casos, EE.UU. se apoyaba cada vez más en la Unión Europea (UE) o China, respectivamente. La pérdida de autoridad de la Casa Blanca puede profundizar esta tendencia en los próximos años. Sin embargo, la UE se encuentra poco dispuesta o no tiene la capacidad de asumir mayores cuotas de liderazgo a nivel internacional después del fracaso en aprobar la Constitución Europea en 2004, y a la espera de cruciales elecciones presidenciales en Francia y un eventual cambio de gobierno en Gran Bretaña.
En este marco, un creciente vacío en el escenario mundial parece probable. Este escenario abre una ventana de oportunidad para poderes regionales como Irán y grandes potencias como la reemergente Rusia y China, en lo inmediato, para avanzar en su influencia en la arena internacional. La debilidad de la potencia hegemónica puede ser utilizada por el movimiento de masas, como ya lo está demostrando México, donde el presidente electo Calderón no sólo afrontará la pesada herencia dejada por Fox con el conflicto de Oaxaca sino que, al otro lado de la frontera, no tendrá siquiera una luna de miel con Washington, como siempre aspiran los nuevos mandatarios mexicanos y como demuestra la construcción del Muro en la frontera entre ambos países. A esto hay que sumarle que más del 70 % de los hispanos votaron contra los republicanos, sin olvidar que este año fue el del despertar de los trabajadores latinos con sus movilizaciones de masas en el primer semestre.
Partido Demócrata: un partido imperialista cada vez más a la derecha
El Partido Demócrata ha sido el beneficiario del mayoritario sentimiento antiguerra a pesar de su propia política a favor de la guerra. En realidad, hay una brecha cada vez mayor entre el masivo sentimiento antiguerra y el compromiso de los líderes del Partido Demócrata con la victoria en Irak y la continuidad e incluso su reforzamiento en Afganistán de la “guerra contra el terrorismo”. Más aún, haciendo una lectura interesada de las elecciones de 2004 que permitieron la reelección de Bush movilizando a los sectores más conservadores de su partido a través de una política abiertamente guerrerista, reaccionaria socialmente y pro religiosa, los principales candidatos del partido demócrata han girado más hacia la derecha, compitiendo en muchos casos con los republicanos en estos temas. Muchos de ellos se han presentado como conservadores políticos y culturales, como sostenedores de la guerra de Bush “contra el terrorismo” mientras que su crítica a la guerra de Irak es centralmente dirigida a la incompetencia de la administración Bush y no a los objetivos de reforzar el control norteamericano en Medio Oriente. Por ejemplo, el candidato electo al senado por Pennsylvania, Robert Casey, fue seleccionado por los demócratas por su ampliamente conocida posición antiabortista y su postura de conjunto derechista, para enfrentarse al Republicano Rick Santorum, un ultra católico que es el vocero del ala de extrema derecha del Senado (Santorum fue el único senador que estuvo junto a la cama de Terri Schiavo el año pasado, asociándose a la campaña fundamentalista cristiana contra su marido, antes de que éste decidiera dejar de mantener artificialmente su cerebro y le permitiera morir). Además de sus valores reaccionarios, Casey es un conservador fiscal y sobre la guerra de Irak trató de mantener un equilibrio entre la oposición a la guerra de su electorado con afirmaciones a favor de la preeminencia militar norteamericana en el mundo, y el elogio a las fuerzas yanquis en Irak “por hacer un sobresaliente trabajo en combatir a las fuerzas insurgentes”. Otro caso: James Webb, del estado de Virginia es el más prominente ejemplo de una gran cantidad de candidatos republicanos que se hicieron demócratas.
De este personal político y de este partido imperialista nada pueden esperar los trabajadores, que constituyen la mayoría sustancial de la población norteamericana. Ninguno de estos candidatos es una salida a los temas más acuciantes que los afectan: la guerra, la amenaza a los derechos democráticos, la creciente inseguridad económica y la desigualdad social. Esta realidad puede hacerlos entrar en colisión con el Partido Demócrata. Frente al periodo que se abre de debilidad de la actual administración y para los intereses del imperialismo norteamericano en el mundo, es fundamental la construcción de una alternativa política de los trabajadores al sistema bipartidista existente, en el cual ambos partidos, tanto el Republicano como el Demócrata, son instrumentos políticos de la oligarquía financiera de unos pocos que dirigen la nación.