FT-CI

Demócratas y Republicanos

Dos caras de la democracia imperialista en Estados Unidos

15/11/2006

Muchos analistas, intelectuales, funcionarios y gobiernos latinoamericanos festejaron el triunfo del partido Demócrata en Estados Unidos el martes 7/11, augurando un supuesto cambio político. Sin embargo, más rotundo que este triunfo fue la derrota de la política imperialista impulsada por Bush y la Casa Blanca, que fue acompañada y apoyada en forma permanente por los demócratas.

Aunque los números favorecieron a los demócratas, la victoria conquistada se basó en el gran descontento que existe entre la población norteamericana con la guerra en Irak. Una guerra que los demócratas apoyaron y apoyan, cuestionando algunos aspectos acerca de cómo fue manejada por Bush y los neoconservadores como el reciente ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, los demócratas votaron junto a una mayoría republicana todas las leyes que fueron sostén de la política exterior en Afganistán e Irak, incluida la nefasta Acta Patriótica, el multimillonario presupuesto de Defensa, hasta la legalización de la tortura en septiembre de 2006.

La ínfima porción de candidatos demócratas y republicanos que se “opusieron” a la guerra nunca cuestionaron, sin embargo, la política imperialista de EE.UU. Sus reparos o críticas tienen más que ver con los costos económicos, políticos y estratégicos de la guerra en Irak.

A pesar de que quedó demostrado que los argumentos utilizados por la Casa Blanca para invadir Irak eran falsos, los demócratas se comprometieron públicamente a no investigar a Bush ni sugerir la posibilidad de un impeachment. Así demuestran que sus propuestas de investigaciones no tienen intención alguna de cuestionar al presidente, más allá de algunos temas más irritantes que pueden crearle problemas al ya debilitado gobierno de Bush o incluso paralizarlo (Ver LVO N° 212).

Los demócratas han demostrado una vez más ser la fracción de un mismo partido: el gran capital financiero y corporativo. Ellos y sus pares republicanos deben apelar a escándalos morales y acusaciones personales para diferenciarse entre sí, ya que en los aspectos fundamentales de la política norteamericana expresan un total acuerdo.

Con opositores así...

La senadora demócrata y figura central de su partido, Hillary Clinton, es conocida como un “halcón demócrata”, atractiva para sectores conservadores (y potencial candidata presidencial para 2008). No sólo siempre ratificó su voto a favor de la guerra, sino que en 2006 sumó su voto a la mayoría que incluso rechazó un cronograma de retiro gradual de Irak. Ha demostrado una lealtad inquebrantable con el Estado terrorista de Israel mientras atacaba al pueblo libanés. A principios de este año afirmó: “creo que hemos perdido un tiempo precioso negociando con Irán”, refiriéndose a las discusiones en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es la abanderada del ala derechista del partido demócrata que viene ganando peso contra los sectores (tibiamente) críticos. Todo esto sin contar que durante el último gobierno demócrata de Bill Clinton, este mantuvo duras sanciones económicas contra Irak durante ocho años, así como el bloqueo a Cuba. Realizó intervenciones militares en Somalía y Sierra Leona, bombardeó una planta en Sudán en 1998 (productora del 90% de medicamentos para curar enfermedades graves) bajo el pretexto de que fabricaba armas peligrosas. El broche de oro fue el bombardeo durante 78 días sobre la población de la ex Yugoslavia en 1999, además de acordar en la OTAN la guerra contra ese país (sin siquiera discutirlo en la ONU ante el posible veto de Rusia).

Durante los próximos dos años Bush deberá lidiar con un gobierno debilitado, pero los demócratas deberán lidiar también con un nuevo lugar de oposición “con responsabilidades” y las expectativas de sus votantes. No habían pasado dos horas del triunfo electoral, cuando la nueva líder de la mayoría parlamentaria, la demócrata Nancy Pelosi (una de las congresistas “progresistas” más ricas del país) aseguró el compromiso de su partido de trabajar codo a codo por la victoria de la “guerra contra el terrorismo” y la ocupación imperialista en Irak.

Los demócratas tienen para ofrecer sólo buenos negocios para la patronal imperialista yanqui: prometieron no tocar el recorte de impuestos hasta 2011, y una de sus grandes banderas progresistas, la ley de inmigración, no hará otra cosa que garantizar mano de obra barata para los empresarios.

Aunque su proyecto de ley de inmigración (impulsado en común con Bush y un sector republicano) inquiete a los sectores más reaccionarios, los demócratas aportaron su voto a la realización del aberrante muro y la militarización de la frontera con México. Además, gran parte de los legisladores electos son tan conservadores como los republicanos en temas sociales (son contrarios al derecho al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, entre otros temas). La ola de rechazo al curso de la guerra en Irak en la que se han montado los demócratas dista enormemente de su política. Al estar en el centro el repudio al gobierno, los demócratas lograron una victoria sin presentar casi ninguna propuesta alternativa o enfrentarse en puntos nodales con los republicanos.

La “novedosa” agenda demócrata se reduce a discutir un aumento ínfimo del salario mínimo (congelado desde 1997), rever las negociaciones con la industria farmacéutica e investigar los aspectos más irritantes de la guerra.
El “gran cambio” sobre la política exterior vendrá (si finalmente sucede, ya que todavía es motivo de evaluación y discusión, así como de disputa entre las diferentes alas del establishment y los aliados de EE.UU., como Israel) de la mano de los asesores de Bush padre, encabezados por James Baker III y el nuevo secretario de Defensa, Robert Gates (que comparte ideas con Baker).

Ante todo, republicanos y demócratas son personeros de un régimen que invade países, tortura y asesina, somete a continentes enteros a los planes económicos neoliberales; todo en “defensa de la democracia y la libertad”. En ninguno de estos partidos encontrarán un aliado los trabajadores, el pueblo pobre y la juventud que pelean contra la opresión y la explotación imperialista.

— 

 Así funciona la república norteamericana

La corrupcion reinante en la “democracia” norteamericana no sólo es inherente como a todos los gobiernos capitalistas, sino que es descarada. Nadie se molesta en esconder las contribuciones de las grandes empresas a ambos partidos a cambio de favores y contratos. Uno de los recientes escándalos que hizo rodar la cabeza del ex líder parlamentario republicano Tom Delay, justamente se trató de manejos turbios de los millones de dólares que aportan las empresas a los partidos. Los principales diarios publican las enormes “donaciones” a republicanos y demócratas. Además, tomando en cuenta que ambos partidos gastaron más de 2.600 millones de dólares durante la última campaña electoral, es claro que sólo los partidos y los candidatos con financiamiento multimillonario pueden participar del proceso electoral.

La democracia imperialista está basada en (además de la explotación y opresión de los pueblos de continentes enteros como el nuestro) una profunda desigualdad social y la falta de derechos elementales para millones que son marginados.

Las posibilidades de participar en el restrictivo sistema electoral norteamericano se reducen si uno es pobre, trabajador/a sin calificación, negro o latino (en suma la mayoría de la población).

 40 millones de personas viven debajo de la línea de pobreza, el 12.6% de la población (la mayoría de ellas son negras y latinas).

 21 de cada 100 norteamericanos son pobres (aunque la comunidad negra representa el 12%, 1 de cada 4 personas negras es pobre).

 46,6 millones de personas en EEUU no tienen cobertura médica (agravado por el hecho de que no existe nada parecido a la salud pública ni tampoco obras sociales.
(Oficina Nacional de Censo)

 En las elecciones, como la última, participa una porción ínfima de la población y millones de personas no gozan de ningún derecho democrático. A esto se le suma que las elecciones se realizan siempre en días de semana. Si un trabajador quiere votar deberá conseguir permiso para llegar tarde, un privilegio que sólo tienen algunos sectores sindicalizados (que no llegan al 12% del total de trabajadores y trabajadoras).

 Estados Unidos es casi el único país en el mundo que niega a las personas que han cometido algún crimen en algún momento de su vida el derecho a voto, y en muchos casos lo pierden para siempre. Los grandes perdedores de este sistema son los norteamericanos negros. Según la ACLU (por sus siglas en inglés, Unión por las Libertades Civiles Americanas) y otros organismos de DDHH:

 1 de cada 35 varones negros está preso.

 1 de cada 3 jóvenes negros está bajo algún tipo de supervisión judicial.

Estas son razones suficientes para perder el derecho al voto. Se estima que 1 de cada ocho 8 varones negros perdió su derecho a votar por haber estado preso o tener alguna sentencia (Fast Food Nation, Eric Schlosser). En el caso de las mujeres negras, más de 600.000 de ellas no pueden votar por la misma razón.

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