Abusos, detenciones e interrogatorios
Egipto: las banderas de Tahrir siguen vigentes
02/06/2011
Aunque las movilizaciones multitudinarias, huelgas y protestas forzaron la salida del dictador el 11/2, en la transición encabezada por el Consejo Supremo de las FFAA sobrevive la herencia de tres décadas de la odiada dictadura de Hosni Mubarak.
Activistas y diferentes organizaciones vienen denunciando la continuidad de los peores métodos de la temida policía secreta y los tribunales militares. Desde la manifestación del 9/4, cuando fueron asesinadas dos personas en la represión del ejército al desalojar la plaza Tahrir, la Coalición de la Juventud (que aglutina parte de las organizaciones que participaron del proceso revolucionario) se retiró del diálogo con el gobierno militar y anunció que no se reincorporará hasta que no se investigue el hecho y no se responda positivamente a las demandas que motorizaron las movilizaciones contra Mubarak.
Tests de virginidad
Un recordatorio escalofriante de la vigencia de los peores métodos de la dictadura fue la denuncia de un grupo de mujeres detenidas el 9/3 luego de una movilización por el Día Internacional de la Mujer en Tahrir, que acusaron a los militares de haberles realizado “tests de virginidad”. Las manifestantes detenidas denunciaron que los soldados las ataron, golpearon y las obligaron a realizar el “test de virginidad” (un médico del ejército les inspeccionó la vagina para confirmar que el himen estuviera intacto) bajo la amenaza de levantar cargos por prostitución en su contra.
La humillación y los abusos contra las mujeres son métodos de tortura utilizados habitualmente por las fuerzas de seguridad egipcias. “No es inusual que la policía o los oficiales de seguridad detengan a una mujer y la obliguen a desnudarse porque su esposo ha sido atrapado robando o es sospechoso de terrorismo”, denunció Amal Abdel Hadi de la Nueva Fundación de Mujeres.
El abuso y la violencia contra las mujeres es una cruda realidad en Egipto, donde el 95% de los abusos no son denunciados por el obvio temor a las autoridades policiales y militares. Un estudio realizado por el Centro para los Derechos de las Mujeres muestra que el 60% de las mujeres egipcias reconoce haber sufrido acoso sexual y/o abusos. Este porcentaje se repite en fábricas y empresas, donde las trabajadoras denuncian el acoso de supervisores y gerentes.
Hasta ahora, el Ejército había negado las denuncias sobre los tests de virginidad pero recientemente, el general Amr Iman reconoció en una entrevista a CNN que los exámenes se realizaron e incluso los justificó y defendió: “Estas eran chicas [las detenidas] que estaban acampadas en tiendas con los hombres en la plaza de Tahrir, y nosotros encontramos en esas tiendas cócteles Molotov y drogas”. ¡Y este es el Ejército que lidera la transición democrática! Como si hiciera falta mostrar credenciales reaccionarias el general alimentó con sus declaraciones el estigma social que deben enfrentar las mujeres que salen a luchar.
Sin embargo, las mujeres han sido grandes protagonistas tanto de las huelgas (donde representan un enorme porcentaje del sector textil, clave de la economía egipcia) como de las manifestaciones. Incluso, a pesar de los prejuicios –que sobreviven incluso en muchas organizaciones sociales y políticas– han participado del campamento de plaza Tahrir, las protestas y los enfrentamientos con la policía. El proceso revolucionario ha sido terreno fértil para la participación de las mujeres, que exigen la paridad salarial con sus compañeros varones, el reconocimiento de su participación en organizaciones políticas e igualdad de derechos en todos los ámbitos. El clima revolucionario ha calado incluso en organizaciones islámicas, como los Hermanos Musulmanes, donde jóvenes y mujeres exigen mayores derechos y participación para las mujeres frente a la negativa del sector conservador de la organización. Este partido defensor del orden establecido, que viene actuando como garante de la estabilidad del actual gobierno militar, está atravesado por un debate interno, donde una corriente encabezada por la juventud impulsa un aggiornamiento y secularización del partido, que viene siendo resistida por la “vieja guardia”de la organización.
Manteniendo el orden con mano dura
Los abusos y torturas denunciados por las mujeres no son un hecho aislado. A pesar de que la caída de Mubarak forzó la destitución de varios funcionarios visibles de la dictadura, el Consejo de las FFAA mantiene intacta gran parte del tejido institucional y de seguridad heredado del viejo régimen. Al mismo tiempo, aunque debió reconocer ciertas concesiones democráticas (como la disolución del partido de Mubarak, el PND, la legalización de partidos opositores) el Consejo Supremo de las FFAA intenta limitar con leyes y decretos reaccionarios los derechos de las masas, empezando por el estado de emergencia que todavía sigue vigente. A su vez, aunque ha debido disolver la odiada Policía Secreta, recicló una parte importante de su millón y medio de efectivos en una nueva agencia de seguridad.
Así lo dejan de manifiesto la ley que prohíbe las huelgas y las protestas obreras, resistida por el movimiento obrero que viene protagonizando además un proceso de reorganización por fuera de la vieja central sindical aliada de Mubarak. Hasta hoy han surgido cerca de 50 organizaciones obreras independientes, mientras prosiguen las huelgas (de diferente magnitud) donde se destacan la huelga de los médicos (la primera en 60 años) y el proceso de lucha de los textiles y otros sectores, que han logrado incluso la renacionalización de algunas empresas (como la mítica cadena de tiendas Omar Effendi) que habían sido privatizadas.
Otra muestra de la supervivencia del viejo régimen son los tribunales militares, que siguen en pie y en funcionamiento. Desde la caída de Mubarak los tribunales han juzgado jóvenes, obreros y mujeres por participar de huelgas, manifestaciones y por criticar al Ejército, mientras siguen impunes los asesinatos de más de mil personas que murieron durante la rebelión de enero-febrero a manos de la represión.
El 31/5 dos reconocidos periodistas, Hossam el-Hamalawy y Reem Maged, el primero además militante de izquierda, fueron citados a declarar ante los tribunales militares. El-Hamalawy fue citado a declarar por denunciar la violación a los derechos humanos de parte de la policía y el ejército y por criticar al Consejo Supremo de las FFAA. Pero la juventud y los trabajadores ya no aceptan pasivamente las citaciones y los arrestos. Los periodistas fueron acompañados por cientos de personas que se manifestaron en contra de los interrogatorios y el juzgamiento de civiles en los tribunales militares.
La caída de Mubarak solo fue un primer paso
Hechos como los mencionados en este artículo, junto a muchos otros, son los que explican que a pesar de los llamados del Consejo Supremos de las FFAA al diálogo y a volver a normalidad se mantengan grandes movilizaciones y que incluso se hayan vuelto a realizar concentraciones en Tahrir.
El intento del gobierno de canalizar el proceso revolucionario en una transición controlada por leyes antidemocráticas, represión y mínimas concesiones viene enfrentando varios reveses. La escasa participación en el referéndum de marzo, la persistencia de huelgas, protestas estudiantiles y manifestaciones dejan claro que el proceso revolucionario iniciado en enero de 2011 lejos está de haberse agotado. Esto volvió a mostrarse en la reciente movilización en Tahrir del 27/5 donde una vez más miles de personas exigieron que se juzgue a Mubarak, que se investiguen los crímenes de la dictadura y las muertes provocadas por la represión, además de exigir la libertad de todos los presos políticos y el fin del estado de emergencia.
Al mismo tiempo, la vigencia de estas demandas deja en claro que la caída de Mubarak solo fue el primer triunfo de las masas egipcias. Este primer logro, producto de la movilización obrera y popular, marca la necesidad de profundizar el proceso en curso.
La herencia del viejo régimen, que se demuestra intacta en la transición “democrática” dirigida por el Consejo Supremo de la FFAA, vuelve a confirmar la absoluta incapacidad de la burguesía para encabezar la lucha por la consigna “pan, libertad y justicia social” que se levantó y aun se levanta en plaza Tahrir. La burguesía y los terratenientes egipcios observan temerosos mientras las trabajadoras y los trabajadores exigen la nacionalización de las empresas, mientras los campesinos pobres exigen reforma agraria, la juventud exige profundas reformas democráticas y las mujeres reclaman plena igualdad derechos.
Más allá de las expectativas que despertó la negativa del Ejército a reprimir las movilizaciones populares y la esperanza de que el Consejo Supremo de las FFAA condujera el proceso hacia la democratización, el Ejército gobierna al servicio esos sectores reaccionarios y, vale recordar, al servicio de sus propios intereses ya que controlan una porción importante de la economía como propietarios de empresas de aceites, pesticidas, plantas de tratamiento de aguas, hoteles y otras empresas de servicios. Así como las trabajadoras y los trabajadores encabezaron las acciones que le dieron el golpe de gracia al dictador Mubarak, hoy son nuevamente quienes, en alianza con la juventud y el pueblo pobre, pueden enfrentar la trampa transición democrática, las elecciones y la continuidad del régimen sin Mubarak. Cada día es más claro que la única salida a las grandes expectativas democráticas de las masas egipcias es la lucha por un gobierno obrero y popular basado en órganos de democracia obrera, que expropie a los capitalistas y al imperialismo y sea el primer paso de la revolución socialista en el Magreb y en el conjunto de los países del mundo árabe.