A cinco años del 11 de Septiembre
Estados Unidos aceleró su decadencia
12/09/2006 La Verdad Obrera N° 204
Los brutales atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en suelo norteamericano, fueron aprovechados por los llamados neoconservadores (neocon) para imponer una agenda de transformaciones a nivel mundial, que ya venían pergeñando con antelación, para asegurar las condiciones de un “nuevo siglo americano”. Lejos de eso y a cinco años de pasar a dominar la política externa e interna del gobierno Bush, sus políticas han acelerado la decadencia hegemónica de Estados Unidos.
Si los neoconservadores querían, con su política ofensiva y guerrerista a nivel internacional (y un régimen interno crecientemente bonapartista), transformar Medio Oriente en primer lugar y de ahí cambiar la relación de fuerzas con sus competidores imperialistas y las burguesías semicoloniales, sus resultados son un verdadero fracaso.
En Medio Oriente no sólo debilitaron al Estado sionista , uno de los ejes de su política para la región como demostró el reciente fracaso militar israelí en el Líbano (ver LVO N° 200 y 201) sino que su ocupación militar en Irak redundó en un creciente pantano político y militar, y en la apertura de una guerra civil (todavía de baja intensidad pero en crecimiento), lo que terminó fortaleciendo a Irán, cuestión que amenaza con desestabilizar la relación de fuerzas en el Golfo Pérsico, región que concentra las principales reservas de petróleo a nivel mundial (ver recuadro).
Ante esta negra realidad, los dilemas políticos de EE.UU. son cada vez más complicados. Bush mantiene la presencia militar pero sin opciones de salida a la vista, frente a las dos únicas alternativas realistas pero enormemente costosas: un pacto con Irán (antes señalado como parte del “Eje del Mal”) que reconozca el nuevo status de potencia regional, como alienta el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, o una operación terrestre en gran escala contra este país como todavía sueñan los neoconservadores más fanáticos que desgastaría las fuerzas de la principal potencia mundial. Una operación aérea es vista como una alternativa menos fiable después del fracaso de la ofensiva esencialmente aérea del ejército israelí en la última guerra del Líbano. Más importante aún, la reciente victoria política de Hezbollah contra Israel ha moralizado a las masas árabes en el marco de un resentimiento inaudito contra EE.UU. y el Estado Sionista, que puede convertirse en un factor histórico independiente si da lugar a la movilización de masas contra los regímenes árabes reaccionarios y pro-norteamericanos. Sin embargo, como hemos señalado, la dinámica en Irak, desde el punto de vista de la revolución proletaria, es por el momento contrapuesta en el marco de la guerra civil entre los distintos grupos y etnias y al interior de los mismos.
A este panorama en Medio Oriente se agrega el deterioro de la situación en Afganistán. El pasado viernes, los 26 países de la OTAN se reunieron en Varsovia para discutir la guerra contra los talibanes, que siguen dominando grandes áreas del sur del país. La evaluación de la OTAN fue sombría: los casi 20.000 efectivos que tiene desplegados en este país no son suficientes para erradicar a la organización fundamentalista que, lejos de limitarse a una guerra de guerrillas, le ha presentado una batalla frontal.
Si esta es la realidad de EE.UU. en los “teatros de batalla”, su pérdida de influencia y legitimidad en el terreno internacional se ha acelerado. El “aflojamiento de las cadenas de la dominación imperialista” se demuestra en el realineamiento político en América del Sur después de los levantamientos de masas de los últimos años, en la emergencia de gobiernos “post neoliberales” con una retórica o gestos más independientes del amo del Norte. Por otro lado, la política norteamericana de “revoluciones coloridas” se ha estancado o está en retroceso, como lo demuestra Ucrania o la “revolución de los cedros” en el Líbano, que el año pasado instaló un gobierno pro-imperialista, hoy fuertemente debilitado después de la guerra y el prestigio de Hezbollah.
Hoy mismo en México, su patio trasero, se ha abierto una situación prerrevolucionaria nacional con elementos de doble poder en el Estado de Oaxaca (ver artículo). Las consecuencias de este proceso podrían llegar hasta su propio territorio donde viven millones de inmigrantes chicanos que a lo largo del año protagonizaron movilizaciones de masas aunque ahora hayan decaído.
Terremoto interno
Si en el plano internacional, el retroceso norteamericano es evidente, la otrora fuerte presidencia de Bush y la hegemonía del Partido Republicano comienzan a derrumbarse. La reciente victoria del crítico de la guerra Ned Lamont sobre el defensor de la guerra Joe Lieberman, en los comicios de Connecticut para elegir candidato del Partido Demócrata al Senado, sacudió al establishment político estadounidense de ambos partidos. En pocos días, un gran número de políticos ha acrecentado sus críticas contra la operación en Irak, intentando alejarse de la anti-popular política militar de la Casa Blanca. Incluso, el diputado republicano Chris Shays (republicano de Connecticut), uno de los más fanáticos defensores de la guerra de Irak hasta no hace más de un mes, se ha pronunciado por el retiro de las tropas.
Esto refleja el crecimiento de la oposición a esa guerra en la mayoría de la población. En agosto de 2006, por primera vez una mayoría planteó en las encuestas que la guerra con Irak no estaba conectada con la guerra contra el terrorismo, que era y es el latiguillo de la administración para aterrorizar a la población y mantenerla leal a sus políticas pese a sus desastrosos resultados. Ante esta realidad, la Casa Blanca apeló nuevamente a la polarización considerando que aquel que quiere “un cronograma de retirada de Irak le capitula al terrorismo”, retórica que le dio buenos resultados en el pasado pero que su eficacia hoy es por lo menos cuestionable. En este marco, si los republicanos pierden el control de ambas cámaras y a pesar de la política demócrata de “retirarse en forma responsable” de Irak , podría abrirse una fuerte crisis política en la administración Bush que precipite una retirada desordenada de la presencia norteamericana en Irak aumentando su vulnerabilidad.
Esto no significa que no haya nuevas ofensivas
Los síntomas de la decadencia norteamericana se han acelerado. Las contradicciones internas e internacionales del poderío norteamericano tienen un carácter estructural y no descartan nuevas aventuras militares mientras dure este gobierno o la emergencia de movimientos aun más duros y bonapartistas que los neocon en los próximos años o décadas. Esto contra toda visión pacifista o evolutiva que espera una retirada sin lucha de la actual administración (encabezada de hecho por el halcón en la sombras, el vicepresidente Dick Cheney) o en dos años su reemplazo por un nuevo gobierno demócrata que vuelva al estado de hegemonía norteamericana benevolente anterior a la debacle de la URSS.
La pérdida de hegemonía norteamericana está llamada a convertirse en un cataclismo que amenaza con enormes destrucciones al conjunto de la humanidad. Sólo la revolución proletaria internacional puede ahorrarle a la humanidad semejante barbarie que puede hacer palidecer a las páginas más oscuras del siglo pasado, debido a la enorme acumulación de poder destructivo de EE.UU., comparado incluso con regímenes abominables como la Alemania nazi. Ante esta perspectiva ominosa la revolución socialista internacional es hoy más urgente y necesaria que nunca.
Giro neoconservador
La política neoconservadora buscaba disminuir el rol de Arabia Saudita como productor clave del mercado petrolero mundial y acelerar un proceso de reformas que permitiera una modernización de la monarquía de Ryad, de donde provenía la mayoría de los participantes del 11/9 y el propio Bin Laden.
Esta nueva política alteró los dos pilares básicos de la política estadounidense en la región: la defensa del estado sionista y el régimen saudita. El primero como pieza clave (desde su triunfo en la “Guerra de los Seis Días” en 1967 cuando se consolida como potencia regional) frente al ascendente nacionalismo árabe y potencia militar. El segundo, mediante el apoyo al régimen saudita, como garantía de los flujos de petróleo, como se vio en la guerra del Golfo de 1991 frente a la ocupación de Kuwait por Saddan Hussein.
La operación iraquí, lejos de haber instaurado una “pax norteamericana” y pro sionista, como soñaban ingenuamente los neocon, está redundando en una configuración regional crecientemente aprovechada por Irán. Este cuenta con el principal ejército en la región además de la existencia de poblaciones chiítas (mayoritarias en algunas de las monarquías del Golfo o en regiones petrolíferas del reino saudita) que representan un peligro potencial para la monarquía saudita y frente al dominio del mercado petrolero mundial.