Mujeres, guerra y feminismo
Fracaso de la igualdad, fracaso de la diferencia
01/09/2004
Ya hace más de un año que cesó la guerra de Irak. Pero se trata de una formalidad, ya que cada día se suceden los asesinatos, los combates, los prisioneros torturados... La guerra comenzó cuando se celebraba el Día de la Madre en el mundo árabe. Y las primeras víctimas de los bombardeos tenían rostro de mujer: una adolescente de 14 años, herida en las piernas y el abdomen mientras desayunaba en su casa. También su hermana y su sobrina de apenas un año, heridas mientras la primera amamantaba a su pequeña hija. [1]
El grito de “NO a la guerra” se oyó en todos los continentes. Distintos grupos y coaliciones feministas participaron de estas movilizaciones. Muchas de estas voces denunciaban a la violencia como una conducta de exclusividad masculina, a los conflictos bélicos como privativos de los varones patriarcales y postulaban a las mujeres como constructoras de paz y portadoras naturales de una ética del amor y el cuidado.
Pero en el transcurso de la guerra asistimos a una cruenta realidad en la que las mujeres no éramos solamente víctimas. Recientemente, las fotos y videos que muestran a soldadas norteamericanas practicando abusos sexuales, torturas y vejaciones a prisioneros iraquíes recorrieron el mundo. Las voces feministas callaron sobre estos hechos o se limitaron a aclarar que esas mujeres tenían conductas patriarcales. [2] ¿Tan sencillo? En realidad, el feminismo -tanto de la igualdad como de la diferencia- no puede explicar el por qué de las guerras, ni tampoco es suficiente para pensar una política que enfrente al imperialismo, cuyo dominio siembra terror y muerte.
I. Las mujeres, doblemente victimizadas
“Qué frío está, con el cañón de acero que me anula el corazón. No sé si van a dispararlo o a clavármelo más adentro hasta atravesar mi cerebro que da vueltas como un trompo. Seis de ellos, médicos monstruosos con máscaras negras que también me penetran con botellas. Y con varas y el palo de una escoba.”
Eve Ensler [3]
Durante la guerra entre Irak e Irán (1980-1988), en la que EE.UU. armó a Saddam Hussein contra el gobierno iraní, miles de hombres perdieron la vida y la sociedad se empobreció. En esos años, aumentó la cantidad de hogares sostenidos por mujeres solas y, a fuerza de muerte y dolor, las iraquíes se incorporaron masivamente a la producción y la administración estatal.
Con la Guerra del Golfo de 1991, desatada por Bush padre contra su antiguo aliado, se revirtió esta tendencia. Como consecuencia de la guerra, con el empobrecimiento y retroceso general de la sociedad iraquí, aumentó el desempleo y la miseria de la población. Las mujeres perdieron sus puestos de trabajo ya sea por el cierre y la destrucción de empresas industriales, como por el deterioro en que quedaron las instalaciones sanitarias, educativas, etc.
En ese conflicto, los norteamericanos arrojaron bombas de uranio empobrecido que causaron cáncer y otras enfermedades a miles de iraquíes. Además, la imposición de las sanciones establecidas por la ONU a la salida del conflicto armado, afectaron a la población civil aún más que la misma guerra. Los datos son contundentes: “en poco más de una década se ha pasado de una tasa de escolarización del 94% al 69%; la mortalidad materna se ha multiplicado por 5 y el acceso al agua potable cayó del 92% al 44%. Los cortes de luz son diarios y en la capital, Bagdad, hay unos 50.000 hogares sin suministro eléctrico.” [4]
Muchos niños y niñas de zonas rurales debieron abandonar la escuela por falta de instalaciones. Más de 100.000 adolescentes y jóvenes abandonaron la educación cada año, para ayudar a la economía familiar, especialmente las jóvenes de medios rurales. Según los mismos datos de la ONU, el deterioro incluía la falta de insumos básicos tales como lápices, papel, pizarras, etc. Incluso, el mismo organismo denuncia que un mismo pupitre debía ser compartido hasta por cuatro niños y que la mayoría de las escuelas carecía de botiquín de primeros auxilios.
La escasez de medicamentos, instrumental e instalaciones sanitarias obligaron a que sólo se hicieran operaciones de urgencia y que muchas cesáreas se realizaran con un mínimo de anestesia. No había medicamentos para quienes padecían enfermedades crónicas como diabetes, reuma o presión alta. Aumentó el número de abortos espontáneos, partos prematuros y niños nacidos muertos o con bajísimo peso, producto de la tensión psíquica y social, el bajísimo nivel de calidad de vida, la falta de atención adecuada y las dificultades para acceder a centros de salud. Alteraciones en el período menstrual, pérdida de cabello, problemas de piel, insomnio y pérdida de peso, son los principales padecimientos de las mujeres.
En esta segunda guerra, cuando las bombas de Bush hijo volvieron a caer sobre el territorio iraquí, muchas mujeres se encontraban sosteniendo sus hogares con la venta de pan casero, verduras o pidiendo limosna en las calles. [5]
Actualmente, siguen siendo habituales las redadas y las detenciones masivas, mientras decenas de miles de iraquíes han pasado o siguen detenidos y detenidas en doce centros carcelarios, bajo las órdenes de tropas de la coalición imperialista. El Centro del Observatorio de la Ocupación en Bagdad, una organización no gubernamental que actúa en la región, y algunos medios de prensa árabes publicaron -varios meses antes de que surgiera el escándalo de las fotografías de Abu Ghraib- , algunos testimonios de mujeres que estuvieron detenidas en esas cárceles.
Una de esas mujeres testificó que la pusieron en una habitación cuya única ventana estaba tapiada con ladrillos y la puerta con placas metálicas. “Intenté ubicarme en la habitación a través de mis manos. Había camas metálicas con mantas. Me senté en una de ellas. Escuché algo en la habitación, estaba aterrorizada, pensé que sería un culebra. Algo arañó los dedos de mi pie y me hizo daño. Me di cuenta de que era una rata. Sacudí mi pie y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama. (...). Empecé a recitar versos del Corán. Estaba preocupada por mi madre que es paralítica y por mis hermanas. (...). Busqué por el suelo algo para poner en la cama. Hacía demasiado calor para sentarse en la cama de hierro. Encontré un trozo de cartón. Lo extendí y lo puse en la cama. (...). Intenté descubrir qué eran esos ruidos y me di cuenta que había una caja llena de basura, de restos de comida y de cartones de zumo vacíos. Había ratas hurgando en ella. Una me mordió.” [6]
El testimonio de otra mujer relata cómo fueron sus días de prisión en Bagdad: “Había 56 mujeres. Las habitaciones daban a un corredor abierto. Hacía mucho frío. Las corrientes lo empeoraban. Había ventanas cerca del techo pero no había cristales en ellas. Las enfermedades nos atenazaban: infecciones de estómago, colon, diarrea, catarros e infecciones de oídos. Teníamos que lavarnos con agua fría, no había agua caliente. (...). Cortaron el agua después de un tiempo. (...). Una presa fue violada 17 veces por un policía iraquí y con conocimiento de los estadounidenses. No se encontraba bien, se quedó en silencio y no hacia más que vomitar todo el rato. Se la llevaron y no supimos nada más de ella.” [7]
Un testimonio más hacía referencia a las torturas padecidas por estas mujeres: “Me obligaron a remover un cubo lleno de excrementos humanos y petróleo. Tuve que seguir removiéndolo con fuego prendido hasta que se consumió. Sufrí una alergia debido a eso; no pude comer durante mucho tiempo. Ahora, cuando recuerdo me pongo enferma y me entran ganas de vomitar. Estuve maniatada durante 27 días. ¿Qué más queréis que os diga?” [8]
A una mujer, cuyo marido estaba detenido, la llevaron frente a él, que se encontraba atado. Un marine norteamericano obligaba al hombre a mirar a su esposa, mientras otros guardias la violaban reiteradamente. Su hermana, cuando fue liberada, la ayudó para que pudiera ejecutar su propia decisión de suicidarse. No fue la única. En lo que va de la guerra, son muchas las mujeres que se suicidaron. A otras las asesinaron sus propias familias por no poder soportar la humillación.
La guerra es, para las mujeres, la más horrible de las barbaries: niñas huérfanas, que deben cuidar de sus hermanos y hermanas, mujeres sin sustento en ciudades devastadas, jóvenes violadas por el enemigo y repudiadas por sus propias familias, ancianas perdidas y abandonadas. Contagiadas con HIV-Sida, embarazadas por la fuerza, obligadas a prostituirse a cambio de alimento, torturadas, mutiladas, usadas como escudos humanos. Ese es el destino de las mujeres en todas las guerras. Como un golpe durísimo en la cara, infinitamente duro. Como una violación eterna. Como las humillaciones de todos los días, pero enormemente más insoportables.
Una refugiada de Etiopía relataba, hace casi una década, a Amnistía Internacional: “Éramos cuatro: mis dos hijos -de cuatro y dos años de edad-, el guía y yo. Yo estaba encinta de cinco meses. En el camino nos pararon dos hombres que nos preguntaron a dónde nos dirigíamos. Cuando se lo dijimos, uno me llevó aparte y me dijo: “¡Sin sexo no hay paso!” (...) me tiró al suelo, me dio un puntapié en el estómago y me violó en presencia de mis hijos. Él sabía que yo estaba encinta, pero no le importó en absoluto.” [9] Otra, sobreviviente de Ruanda, declaró: “En febrero de 1994, en la casa de mis padres, siete hombres violaron a una viuda que se hospedaba con la familia. Uno de los hombres dijo: ‘por lo menos uno de nosotros tiene Sida.’ La viuda murió, un mes después, de esa enfermedad.” [10]
Según el ACNUR, organismo de la ONU para los refugiados, el 80% de los 50 millones de personas desplazadas debido a las guerras son mujeres. Si cruzan las fronteras, asumen la categoría de refugiadas, pero si quedan desplazadas en su propio país, no tienen nada ni hay mecanismos legales para ayudarlas y son víctimas de abuso. “’Si una mujer o niña se rehusa (a favores sexuales), cuando llega la comida o las medicinas, su nombre no está en la lista’, relató una mujer de Sierra Leona. ‘Si no tienes una hermana, hija o mujer que ofrecer a los voluntarios es difícil tener ayuda’, relató un hombre.” [11]
En Bosnia, 200.000 mujeres fueron violadas por el ejército serbio como política de “limpieza étnica”. En todas las guerras, las bases militares están rodeadas de burdeles, prostíbulos, clubes nocturnos. Actualmente, ha impactado la noticia de que las “democráticas” fuerzas de la OTAN y la ONU desplegadas en Kosovo manejan una red de prostitución de mujeres y niñas. La denuncia de Amnesty International exhorta a la Unión Europea a brindar más apoyo legal y financiero a la lucha contra el tráfico de mujeres en Kosovo donde las fuerzas internacionales de paz aportan clientes a los proxenetas. [12]
Para las mujeres, el horror de la guerra es diferente que para los varones: reciben raciones menores de comida, se les niega la asistencia médica y muchas veces son despojadas de sus bienes. Si no mueren en el instante de los bombardeos, mueren lentamente después de sufrir todo tipo de vejámenes y abusos. O sobreviven intentando reconstruir una vida que jamás volverá a ser la misma.
II. Igualdad de oportunidades para bombardear y torturar
“Praxágora - Diré que es preciso que todos los bienes sean comunes, que todos los ciudadanos participen por igual de todos ellos y vivan a expensas del mismo fondo; y no que ése sea rico y aquél pobre; así como tampoco que uno cultive un campo inmenso y otro no tenga donde caerse muerto; que éste tenga a su servicio numerosos esclavos y aquel otro ni un criado. En fin, establezco una manera de vivir común a todos y para todos la misma.
Blépiro - ¿Cómo será pues común a todos?
Praxágora - Tu comerás mierda antes que yo.
Blépiro - ¿Tendremos también nuestra parte de mierda?”
Aristófanes [13]
La novedad de esta guerra no es el número de víctimas, ni los sufrimientos que padecen las mujeres iraquíes como consecuencia del ataque imperialista. Lo que ha despertado un gran debate porque se presenta como un hecho novedoso es la presencia de mujeres entre las tropas de la coalición.
Uno de cada diez soldados que invadieron Irak es una mujer. De esas mujeres, una de cada 7 está entrenada para cualquier acción bélica. Entre los marines, son el 7%. Y fueron 300 mujeres, las pilotas de guerra que realizaron misiones de abastecimiento y apoyo a sus tropas. Pocos meses antes de desembarcar en Irak, fue en el ataque perpetrado contra Afganistán que EE.UU. estrenó la primera mujer piloto que lanzó bombas desde su nave y los primeros aviones de abastecimiento y apoyo totalmente tripulados por mujeres.
De los siete soldados norteamericanos que ahora están acusados por abusos y torturas en Abu Ghraib, tres son mujeres: se trata de la guardia de seguridad Megan Ambuhl, la soldado Lynndie England y la guardia de seguridad Sabrina Harman. Incluso la prisión estaba dirigida por una mujer, la Generala Janis Karpinski. El oficial de mayor rango de la inteligencia norteamericana en Irak, que era responsable de supervisar el estado de los detenidos antes de su liberación, era la Comandante en Jefe Barbara Fast. Y el Consejo de Seguridad Nacional de los EE.UU., uno de los organismos responsables en la declaración de la guerra contra Irak, es Condoleezza Rice. Éstas son las otras mujeres de esta guerra.
Si bien no es la primera vez que las mujeres actúan en las guerras, sí es cierto que en esta ocasión ha aumentado la proporción de mujeres en los ejércitos de todos los países de la coalición y, además, su participación no ha quedado limitada a tareas de retaguardia como en conflictos anteriores: las mujeres pilotearon, arrojaron bombas y hasta torturaron en “igualdad” con los varones.
Después de la guerra de Vietnam, cuando el gobierno de EE.UU. se vio obligado a eliminar el servicio militar obligatorio por el descrédito de esta institución frente a las masas, se inició este incremento de la participación de las mujeres en el ejército. Con la política de “All Volunteer Force”, el porcentaje de varones que se inscribían en las fuerzas armadas como voluntarios descendió en proporción al de las mujeres, que comenzó a crecer vertiginosamente.
Durante la primera Guerra del Golfo, encabezada por Bush padre, las mujeres constituían el 11% de las fuerzas desplegadas en la región. Sus tareas se limitaban a responsabilidades de bajo riesgo y no tenían ninguna participación directa en combates. Finalizada la guerra, el entonces presidente de los EE.UU. creó una comisión de especialistas encargada de analizar si las mujeres debían participar en combates. Finalmente, en 1994, se eliminaron todas las restricciones para las mujeres en las fuerzas armadas y el secretario de defensa norteamericano permitió la incorporación de las mujeres en todas las áreas. Desde ese momento, se crearon 260.000 nuevos puestos para las mujeres.
Esto no ocurre sólo en los EE.UU. En España, hace dos años, un tren recorrió el territorio publicitando las ventajas de pertenecer al ejército, apelando a las características de modernidad e igualdad de género que tendrían las fuerzas militares de ese país. En Gran Bretaña, el secretario de defensa acusó a los militares que no quieren la incorporación de mujeres en el ejército, de “no permitir la modernización y la democratización de las fuerzas armadas”. [14]
Hoy, la guerra de Irak quedará asociada en la memoria de las masas de todo el planeta, con las fotos de las torturas perpetradas en Abu Ghraib. Sin embargo, la pretensión de los EE.UU. fue la de crear, por primera vez, una imagen de heroísmo transmitida por todos los medios de comunicación, encarnada en la figura de una mujer soldado. Aunque más tarde se develó que se trató de una operación absolutamente ficticia, recreada exclusivamente para la propaganda, el caso de Jessica Lynch, supuestamente rescatada de un hospital de Nasiriya ocupó las primeras planas de los diarios internacionales durante algunos días.
Su caso provocó, mientras duró la mentira, un intenso y generalizado debate acerca de la pertinencia o no de la participación de las mujeres en el ejército. “¿Deben las mujeres pelear en las guerras?”, fue la pregunta que circuló entre feministas y especialistas militares de todo el mundo.
Defensoras de la igualdad de oportunidades para las mujeres en el ejército temieron que la imagen de la joven Jessica -supuestamente violada por soldados iraquíes, con sus piernas quebradas y abandonada en un hospital- confirmara las convicciones de un sector de políticos y militares, de que las mujeres no debían participar de las operaciones de riesgo. “Esto es horrible, pero pienso que los estadounidenses están asustados por cualquiera que sea prisionero de guerra, no sólo por las mujeres. Pero no creo que estos hechos nos hagan dar vuelta atrás.”, señalaba la capitana retirada Lory Manning, directora de Mujeres Militares, un proyecto del Women’s Research and Education Institute. [15] Mientras tanto, una de las integrantes de la comisión gubernamental que estudió la incorporación de las mujeres a las fuerzas armadas durante la presidencia de Bush padre, señaló: “Creo que las mujeres están preparadas, pero no lo suficiente.” [16] Para esta especialista, Elaine Donnelly, “las mujeres, por razones psicológicas, no están en igualdad de oportunidades para sobrevivir o ayudar a sus compañeros soldados heridos.” [17]
Nancy Duff Campbell, del Centro Nacional de Leyes para la Mujer señaló que “el país aceptó que las mujeres podían ser capturadas, torturadas y que podían morir por su país. Se ha dado una transformación significativa, no únicamente en cuanto al número de posiciones que se han abierto, sino en el nivel de aceptación e incluso en el orgullo del país por el papel de las mujeres en el ejército.” [18]
Linda Burnham, directora del Centro de Apoyo a las Mujeres de Color en Oakland, California, señalaba en un artículo reciente que la soldado England, que apareció retratada en las fotos de abusos y torturas a prisioneros iraquíes “es la segunda chica de portada de la historia por entregas iraquí sobre la integración sexual de los militares estadounidenses. Jessica Lynch fue la primera. Dos chicas jóvenes, de clase trabajadora, provincianas y ansiosas por salir de las limitaciones del lugar y su entorno. Escapar, escaparon, hacia los brazos acogedores de una institución que utilizó a una para reagrupar a la nación en torno a un relato sobre la valiente mujer en peligro, rescatada de las oscuras hordas salvajes. Y que utilizará a la otra como cabeza de turco para aplacar las angustias de una nación con problemas.” [19]
Los peligros que corren las mujeres en el ejército, sin embargo, no se reducen sólo a los riesgos del combate. Dos terceras partes de las mujeres soldados debieron soportar acosos sexuales, incluyendo abusos y violaciones, de parte de sus “compañeros de armas”. [20] Las denuncias de quienes fueron violadas incluyen descripciones sobre la falta de atención médica y psicológica adecuada, la insuficiencia de investigaciones y las amenazas de castigos por denunciar las agresiones de las que fueron víctimas. [21] En el 2001 se contabilizaron más de 18.000 casos de violencia. La tasa de abusos es entre tres y cinco veces mayor que entre la población civil. Un 30% de las veteranas denunciaron una violación o intento de violación durante su servicio activo.
III. El feminismo, la guerra y la paz
“Es esencial que nos demos cuenta de esa unidad que los cadáveres y las casas derruidas demuestran. Y así es porque ésta será nuestra ruina si usted, en la inmensidad de sus abstracciones públicas, olvida la figura privada, o si nosotras, en la intensidad de nuestras emociones privadas, olvidamos el mundo público. Ambas casas quedarán derruidas, la pública y la privada, la material y la espiritual, por cuanto están inseparablemente relacionadas.”
Virginia Woolf [22]
Arrogancia imperial, depravación sexual e igualdad de género. Con esos términos calificó la feminista norteamericana Barbara Ehrenreich las fotos de Abu Ghraib. Barbara forma parte de la mayoría de las feministas norteamericanas que apoyaron la igualdad de oportunidades de las mujeres en el ejército “porque sabía que las mujeres podían luchar” [23]; sin embargo, después de Irak -y particularmente después de Abu Ghraib- para esta mujer murió un “cierto tipo de feminismo ingenuo” que, según define, “veía a los hombres como los eternos autores de los delitos, a las mujeres como las eternas víctimas y la violencia sexual de los hombres contra las mujeres, como la raíz de toda injusticia.” [24]
Muchas feministas radicalizadas en los ’70, como Barbara, entendieron luego que la democracia era el régimen político que permitiría reducir la brecha de la pobreza, del acceso a la educación, de la participación política que afecta particularmente a las mujeres. Creyeron, entonces, que la democracia era el espacio privilegiado que las mujeres debían utilizar en su lucha por la igualdad. Mientras la perspectiva más general del movimiento feminista de los ’70 había sido anti-institucional, los ’80 y ’90 reconciliaron al feminismo con las instituciones como la universidad, los partidos políticos y el Estado.
Del Mayo Francés y las movilizaciones contra la guerra en Vietnam, el mundo vivió más tarde el ensayo general del llamado “neoliberalismo” con Ronald Reagan y Margareth Thatcher (¡una mujer patriarcal!) a un lado y otro del Atlántico. El desvío de la revolución en los países centrales fortaleció los regímenes democráticos, no sin cierto apoyo de líderes y amplios sectores de movimientos antes contestatarios que se incorporaron a las instituciones con el objetivo de “democratizarlas”. Lo que pretendió mostrarse como una victoria no fue más que la derrota de aquella insurgencia del ’68, puntapié inicial de lo que luego fue uno de los períodos más infames para las clases trabajadoras y las masas en todo el mundo. La contraofensiva económica, política y militar que el imperialismo lanzó en los ’80, mostró los verdaderos límites de los cuestionamientos al sistema, anteriores.
La búsqueda de igualdad sin un cuestionamiento profundo del sistema que sostiene la desigualdad más extrema, había derivado en una cooptación del movimiento feminista. La tecnocracia de género que permitió una lavada de cara a las instituciones garantes de los planes neoliberales, como los organismos multilaterales de crédito, los gobiernos y otros organismos internacionales, se alimentó con miles de feministas cuyo conocimiento específico, trayectoria política en la reivindicación de los derechos de las mujeres, etc, les permitieron obtener cierto prestigio.
La cooptación tuvo políticas, nombres propios y, también, cifras: en sólo veinte años (los que van desde 1970 a 1990) el dinero destinado a las organizaciones no gubernamentales se incrementó en más de un 500%. Según estadísticas de 1992, el aporte estatal y privado a las organizaciones no gubernamentales en todo el mundo rondó los 10.000 millones de dólares.
El feminismo de la igualdad transformado en integración al régimen y al Estado acabó siendo una versión senil y farsante de aquel feminismo igualitario de principios de siglo que proclamaba que “la paz mundial, la armonía social y el bienestar de la humanidad solamente existirán cuando las mujeres consigan el voto y puedan ayudar a los hombres a hacer las leyes.” [25] Antes de que se iniciara la Primera Guerra Mundial, el feminismo había tendido lazos internacionales entre distintas organizaciones y proclamaba la defensa de la paz; algo que duró hasta que verdaderamente se inició la guerra, momento en el que la mayoría de las organizaciones feministas se plegaron a los dictámenes de sus respectivos gobiernos nacionales. Es que la guerra, como señalara Trotsky, siempre exige la “paz civil”, e importantes representantes del movimiento feminista acallaron los reclamos contra sus propios gobiernos, para someterse a sus designios belicistas.
“Mientras dure la guerra, las mujeres del enemigo también serán el enemigo”, señaló una feminista francesa; mientras la feminista británica Emmeline Pankhurst cambiaba el nombre de su periódico La Sufragette por el más sugestivo de La Brittannia, cuyo lema pasó a ser “por el Rey, por el país, por la libertad.”
Pero nadie sacó las lecciones obligadas de estas experiencias históricas. Incluso hoy hay quienes sostienen, olvidando una parte de la historia, que “a lo largo de toda la historia del movimiento político conocido como feminismo, uno de sus rasgos constantes ha sido la manifestación contra la guerra.” [26]
Tan es así, que en los ’80, mientras en los países centrales se obtenía una mayor participación de las mujeres en puestos directivos, en cargos gubernamentales, en lugares políticos de decisión, etc., las feministas consideraban a las guerras, las dictaduras y las masacres implementadas, sostenidas y auspiciadas por sus propios gobiernos como “errores” a corregir, como excepciones a evitar, decisiones que debían ser criticadas y a las que debían oponerse. Sin embargo, nadie advirtió que una y otra cosa estaban indisolublemente ligadas: los derechos democráticos o, mejor dicho, las mismas amplísimas y duraderas democracias imperialistas sólo podían sostenerse con la expoliación de los países semicoloniales (¡como el nuestro, como Irak!).
A luz vista, suena ridículo escuchar, actualmente, a algunas feministas decir que “el aumento de la capacidad de influencia política de las mujeres en una sociedad parece correlacionarse positivamente con un incremento de valor de la vida”. [27] ¡Hay pocos países donde las mujeres han alcanzado incluso el derecho igualitario a arrojar bombas sobre países semicoloniales, igual que sus pares varones!
El feminismo de la igualdad pretendió conseguir la igualdad para las mujeres con respecto a los varones en un sistema donde tampoco los varones son iguales entre sí. ¿Iguales en qué y a quién? ¿derecho a ser igual que Bush y Tony Blair o a ser igual que los varones presos y torturados en Abu Ghraib? ¿derecho a poseer y administrar los bienes del emporio Halliburton o a vender la propia fuerza de trabajo para operar sus pozos petroleros a cambio de un mísero salario? El planteo, en sí mismo, parece una abstracción demasiado escandalosa en un mundo donde las desigualdades son esenciales a su funcionamiento.
La lógica capitalista se impone por sobre el fetichismo de la democracia plural. O dicho en otros términos, la democracia burguesa es la mejor envoltura de la dictadura del capital. Derechos para las mujeres, para algunas mujeres. Derechos formales sostenidos en la más profunda falta de derechos para millones de mujeres y varones explotados, humillados y masacrados en las fábricas, las maquilas, los pueblos oprimidos que constituyen la enorme mayoría del planeta.
Pero hay otra manera de explicar esta integración y cooptación de las mujeres: “... las mujeres que acceden al poder de decidir, aunque no sucede siempre, son en mayor medida aquellas que han hecho propio el paradigma dominante, que han asumido las formas de hacer política en las que están profundamente imbuidos unos criterios de valor que son los que generalmente conducen al recurso a la fuerza, a la violencia.” [28]
Algunos derechos se han obtenido ¿pero a qué costo? Mientras las feministas de la igualdad promovieron su inclusión en lugares de poder como emponderamiento para el conjunto de las mujeres, otras feministas denostaron su cooptación acusando a esas mujeres de asumir los valores patriarcales propios del sistema que las oprime a todas. Como señala Ximena Bedregal, el derecho de las mujeres a incorporarse a los ejércitos es “sólo parte del derecho de las mujeres a estar donde quieran. Para otras feministas que quisiéramos que se erradiquen los ejércitos y las armas del mundo y de la cultura, la creciente participación de las mujeres en las fuerzas armadas del planeta es un triunfo más de la masculinidad patriarcal sobre nuestras conciencias, deseos y perspectivas, un borrón de la potencialidad de nuestra propia historia de otredades.” [29]
Pero aquí se presenta otro dilema: ¿qué son nuestras conciencias, deseos y perspectivas? “Nuestras” ¿a qué sujeto “nosotras” remite? ¿Quiénes somos las “nosotras” cuyas conciencias, deseos y perspectivas fueron borrados por la masculinidad patriarcal?
Para las feministas de la diferencia, las mujeres tendrían una vocación esencial por la paz, asociada a un supuestamente natural amor a la naturaleza y la vida. Mientras el carácter masculino sería inherentemente agresivo, las mujeres seríamos conciliadoras y prestas a la mediación pacífica. El cambio propuesto por las mujeres sería un cambio cultural profundo, el que impediría las guerras y las devastaciones de la naturaleza que hoy el poder masculino lleva adelante.
Frente a la crisis evidente del feminismo de la igualdad, el feminismo de la diferencia sostiene la necesidad de no incorporarse a un mundo hecho a imagen y semejanza de los varones. La contracultura que encabezarían las mujeres debe comenzar por cambiar la propia vida, huyendo entonces de lo público y la acción política, para recluirse en las relaciones personales y la creación de nuevos valores subjetivos.
Esta nueva conceptualización del feminismo no estuvo exenta de fuertes críticas. “No es llamativo que durante este período de guerra y política reaccionaria, un movimiento conservador, que se autodenomina ‘feminista’ esté ganando impulso. La mayoría de las que son activas en esta ola, parecen estar interesadas, en primer lugar, en sus creencias y en sus relaciones personales, dejando de lado el análisis político y la acción. Esta reacción masiva en el movimiento feminista prácticamente ha reducido al feminismo a un estilo de vida y a un ‘crecimiento personal’, desprovisto de un análisis político, de una agenda y de repercusión.” [30]
Si sus inicios críticos, enfrentando la cooptación del feminismo de la igualdad, fueron justificados, las consecuencias teóricas y prácticas que se derivaron de esta crítica replegaron al movimiento feminista, desintegrándolo y quitándole todo filo subversivo. El movimiento se fragmentó en miles de grupos, centros y organizaciones no gubernamentales que reemplazaron la acción política por la ayuda, la beneficencia y los programas asistenciales. Para algunas voces críticas, esto significa nada menos que el reemplazo de la conciencia social por la búsqueda de beneficios personales, mientras lo que se ha perdido es “el ímpetu por una transformación radical de la sociedad por medio de una lucha social y conciente.” [31]
Las feministas de la diferencia se oponen a las de la igualdad, pero evitando responder al dilema que plantea un sistema cuyo dominio de conciencias, deseos y perspectivas se basa, esencialmente, en la expropiación de los medios de producción por una minoría parásita, la explotación de la fuerza de trabajo de los miles de millones restantes, el poder del aparato del Estado creando consenso a través de sus instituciones y, en última instancia, la coerción que esa minoría puede ejercer sobre la mayoría por contar nada menos que con el monopolio de las armas.
IV. Una vez más, “¿sexo contra sexo o clase contra clase?” [32]
“La lucha contra la guerra solamente adquirirá un carácter realmente amplio, de masas, si participan en ella las trabajadoras y las campesinas. (...). despertarlas, ganarse su confianza, mostrarles el camino verdadero, significa movilizar contra el imperialismo la pasión revolucionaria del sector más aplastado de la humanidad.”
León Trotsky [33]
La experiencia de la guerra de Irak, con sus soldadas torturadoras de prisioneros, sus capitanas y sus secretarias de Estado dispuestas a asesinar a miles de mujeres y varones, niñas y niños, mientras otros millones de mujeres se movilizaban en todas las ciudades del mundo contra el flagelo de la guerra y otras miles se alistaban en organizaciones no gubernamentales para marchar como brigadistas, médicas y enfermeras a los territorios de la contienda, muestra una realidad que es mucho más compleja que un simple enfrentamiento entre mujeres dadoras de vida, por un lado, y varones patriarcales imbuidos de belicismo, por el otro.
El feminismo de la igualdad fracasa y se lamenta frente a las sangrientas consecuencias que ha tenido su prédica de la inclusión y la equidad de las mujeres para tener la oportunidad de acceder a todos los lugares en los que (algunos) varones han ejercido el poder durante siglos.
Su “ingenuidad” murió con Abu Ghraib, decía Barbara Ehreinreich. Demasiado tarde, decimos quienes venimos sufriendo al imperialismo en sus guerras, sus golpes militares y su guerra económica permanente contra las masas de nuestros pueblos oprimidos. Demasiado tarde para quienes sufrimos las consecuencias de los planes de hambre que imponen las instituciones multilaterales que, en sus oficinas cuentan con departamentos especializados en “mujer y desarrollo” e, inclusive, no dudan en tener mujeres de altísima calificación profesional entre sus directivos (aquí, en Argentina, tenemos muy presente a Anne Krueger). Demasiado tarde para las madres de los jóvenes argentinos muertos en la guerra de Malvinas, contra las tropas imperialistas británicas enviadas por la primera ministro Margareth Thatcher. Demasiado tarde para quienes sobrevivimos, en este país, a la década menemista que produjo el mayor índice de desempleo de la mano de encumbradas mujeres de la política como la actualmente presidiaria, María Julia Alsogaray, acusada de corrupción.
Frente a esos ejemplos, parecerían tener razón las feministas de la diferencia. ¿Es que se trataría de mujeres que adoptaron la ideología patriarcal?
Pero si en verdad existe un continuum entre la violencia doméstica y la violencia pública de los conflictos bélicos; si, como dicen algunas feministas “las mismas actitudes y valores que subyacen en la violencia contra las mujeres son las que dan lugar al estallido de la violencia de guerra” [34] y es necesario imponer nuestra “supuesta cultura” de la paz y de la vida para cambiar este trágico mundo en el que vivimos ¿cómo hacerlo? La tarea de inculcar una contracultura a toda la humanidad es, francamente, utópica. ¿Cómo se “convence” al opresor para que deje de serlo? Máxime aún, si se tiene en cuenta que no sólo los varones serían opositores a esta cultura de no violencia, amor y cuidados, sino también algunas mujeres que “han hecho propio el paradigma dominante.”
Es que la guerra, como parte del sistema mismo en el que vivimos, se explica -fundamentalmente- por su carácter de clase. Olvidar esta categoría en el análisis de una guerra conduce a no poder comprenderla en toda su expresión y, por lo tanto, a no poder formular una política tendiente a su enfrentamiento y a su eliminación.
Al iniciarse la Primera Guerra Mundial, los socialistas se mostraban dispuestos a convocar a una huelga general en los países beligerantes, para impedir el inicio de la contienda. La socialdemocracia traicionó estos principios revolucionarios. La gran mayoría de los diputados que poseía el Partido Socialdemócrata Alemán aprobaron los créditos de guerra en el Reichstag. Sólo una pequeña minoría se mantuvo en sus principios. La traición al movimiento obrero internacional, por parte de su dirección más prestigiosa, fue pagada con la muerte de millones de obreros en las trincheras de uno y otro lado de las fronteras que no significaban nada para ellos.
En esa pequeña minoría que enfrentó la traición de la socialdemocracia, además de Lenin, Trotsky, Liebhneckt, se encontraban Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. Ellas habían organizado a las mujeres socialistas en multitudinarios Congresos Internacionales donde, además de propiciar el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer y aprobar otras medidas favorables a las mujeres, se aprobó la moción de “guerra a la guerra”. Era el momento en que las feministas más reconocidas, incluso las más radicalizadas, se sometían a los designios de sus gobiernos imperialistas.
A pesar de la derrota, la lección quedó grabada en la historia para quienes quieran enfrentar el futuro aprendiendo de las experiencias del pasado: sólo el derrocamiento de la burguesía por el proletariado insurrecto puede salvar a la humanidad de una nueva y devastadora matanza de los pueblos.
Quizás, como señalara Alda Facio en el IX° Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, sea necesario que el feminismo se replantee subir al tren del futuro socialista. Porque como dijera una mujer norteamericana en 1914, quien es socialista y no es feminista, carece de amplitud... pero quien es feminista y no es socialista, carece de estrategia. Y, a esta altura -habiendo tantas mujeres en los parlamentos y los organismos multilaterales de “desarrollo” y tantas otras muriendo de hambre, de abortos clandestinos y de bombas de uranio-, quizás sea hora que el feminismo tenga que pensarlo seriamente...
NOTASADICIONALES
[1] Comunicado desde Bagdad de las Brigadas contra la Guerra, a las manifestaciones del sábado 22 de marzo, publicado en CSCAweb.
[2] El único artículo escrito por una feminista, que pude encontrar sobre las torturas perpetradas por soldadas norteamericanas contra prisioneros iraquíes, es uno de Julieta Paredes titulado Torturas con enfoque de género y publicado en La Epoca. Mientras escribía el presente artículo, se comenzó a publicar en diversos medios un trabajo de Bárbara Ehrenreich titulado Un útero no sustituye una conciencia.
[3] Eve Ensler: Monólogos de la vagina, Bs. As., Planeta, 2001
[4] Tomás Maestro: ¿Cómo viven las mujeres de Irak?, <terra.es/actualidad/articulo/html/a...>
[5] Informe del International Study Team on the Gulf Crisis, integrado por 87 especialistas de distintas nacionalidades.
[6] Jamas: Las mujeres iraquíes en las cárceles de ocupación: objetos e instrumentos de violaciones, publicado por el Centro del Observatorio de la Ocupación en Bagdad el 28 de mayo del 2004 en CSCAweb.
[7] Id.
[8] Ibid.
[9] Documento de Amnesty International, Boletín de marzo 1995
[10] Id.
[11] López Segura: Millones de refugiadas y desplazadas olvidadas por el mundo;<cimacnoticias.com/noticias/03feb/s0...>
[12] Stefania Bianchi: Red de explotación sexual para soldados de OTAN y ONU.
[13] Aristófanes: La asamblea de las mujeres. Praxágora, esposa de Blépiro encabeza a las mujeres disfrazadas de varones en una asamblea en la que se decide entregar el gobierno a las mujeres. Habiendo ganado su moción, a través de este ardid, Praxágora explica a su marido Blépiro como será el gobierno por ella propuesto y encabezado por las mujeres.
[14] Ximena Bedregal: La feminización de los ejércitos ¿triunfo de la paridad o trampa del patriarcado?, La Jornada, 5/5/03
[15] Soldada capturada en Irak reabre debate sobre roles de género, Mujeres Hoy, 26/03/03
[16] Id.
[17] Ibid.
[18] Susan Baer: Inédito: combatirán cientos de mujeres, The Baltimore Sun, 06/03/03
[19] Linda Burnham: Dominación sexual de uniforme: un valor norteamericano, Znet en español
[20] Terry Spahr Nelson: Por amor a la patria: hacer frente a las violaciones y hostigamientos sexuales en el ejército de EE.UU.
[21] Sara Flounders: La mujer en Irak: enemigos diferentes, Espacio Alternativo
[22] Virginia Woolf: Tres guineas, Ed. Lumen, Bs. As.
[23] Barbara Ehrenreich: Un útero no sustituye una conciencia; www.rebelion.org
[24] Id.
[25] Liga por los Derechos de las Mujeres Francesas. Citado por Magdala Velásquez Toro en Anotaciones para una postura feminista en torno a las mujeres, la guerra y la paz. Publicado en www.creatividadfeminista.org
[26] Francesca Gargallo: El feminismo es pacifismo mientras soplan vientos de guerra, CIMAC
[27] Carmen Magallón Porolés: Las mujeres y la construcción de la paz, www.creatividadfeminista.org
[28] Id.
[29] Ximena Bedregal: La feminización de los ejércitos, ¿triunfo de la paridad o trampa del patriarcado?, La Jornada, 05/05/03
[30] Laura Kamienski: Un desafío para la comunidad feminista, en Feminista, The Journal of Feminism Construction, traducida en Panorama Internacional, www.ft.org.ar
[31] Id.
[32] Evelyn Reed, del Socialist Workers Party de EE.UU. tituló así uno de sus libros de la década del ’70, en el que analiza la cuestión de la opresión de las mujeres, desde una perspectiva marxista.
[33] León Trotsky: La guerra y la IV° Internacional, en Escritos de León Trotsky 1929-1940, editado en CD por el CEIP León Trotsky, Bs.As., 2000
[34] Carmen Magallón, op.cit.