La Presidencia Bush y el deterioro de la hegemonía norteamericana
24/11/2005
Las consecuencias políticas del desastre provocado en New Orleans por el huracán Katrina, en el marco de la fuerte pérdida de apoyo a la continuidad de la guerra de Irak, han golpeado fuertemente a Bush debilitando aun más su segundo mandato, a sólo un año de haber ganado rotundamente su reelección. Se suma a esto los crecientes escándalos políticos en Washington y las dudas sobre su presidencia en el movimiento conservador, la base social reaccionaria, su principal apoyo de su gobierno. Si en el corto plazo, el actual presidente no logra evitar la crisis de confianza que ya ronda sobre su capacidad de liderazgo, su presidencia puede quedar paralizada. Este escenario implicaría un salto en la crisis de hegemonía norteamericana, que ya venía deteriorándose como subproducto del error estratégico que significó la guerra de Irak, entrando la situación mundial en su conjunto en un periodo de extrema turbulencia al debilitarse la principal potencia que garantiza la estabilidad del sistema capitalista mundial.
El error estratégico de la guerra de Irak
La guerra de Irak fue la apuesta más fuerte de la presidencia Bush para redefinir el orden mundial, aprovechándose de la base social reaccionaria que habían creado los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001. Su objetivo era presionar a los países vecinos para que colaboren en la persecución de Al Qaeda, logrando un reordenamiento regional favorable a sus intereses y a los de su énclave sionista, a la vez que demostrar su poderío militar y voluntad imperial en el mundo musulmán, borrando la reputación de debilidad e indecisión que Estados Unidos se había ganado en esta región, en las dos décadas previas a los atentados del 11/9. Más estratégicamente, buscaba advertir a sus eventuales competidores regionales con aspiraciones mundiales (la Unión Europea, en particular Alemania y Francia; China y en menor medida Rusia) de que los EE.UU. están actuando en serio para ganar un “nuevo siglo americano”.
Sin embargo, en contra de las predicciones de los ideólogos neoconservadores que más fervientemente apoyaron esta estrategia, la guerra de Irak resultó un error estratégico para los objetivos de garantizar la supremacía incuestionada de los Estados Unidos. Mientras la operación de Afganistán contó con un amplio consenso internacional reaccionario, la guerra de Irak no sólo provocó la más grande oposición de las masas del mundo a una guerra de opresión contra un país semicolonial, sino que dividió a las principales potencias imperialistas, aumentando considerablemente la pérdida de legitimidad del dominio norteamericano. En otras palabras, fue una acción por fuera de la relación de fuerzas real del imperialismo norteamericano. Esta intervención, que se preveía como una operación rápida y sencilla, se ha transformado en una guerra larga y costosa en el plano político, económico y militar debido a que EE.UU. se ha mostrado incapaz de derrotar a la insurgencia. Como consecuencia de esto, lejos de imponer su voluntad, se ve obligado a aceptar compromisos, como fueron la constitución de un gobierno con mayoría chiíta y maniobrar políticamente en el armado de la futura constitución, cuyo contenido va en contra de los intereses de la minoría sunnita que históricamente gobernó Irak, lo que puede hacer fracasar el proceso político, al cual se abrazaba con el objetivo de mitigar los costos de la pérdida del control militar de la situación. A su vez, el creciente hostigamiento imperialista en esta zona da pasto ideológico a nuevas camadas de fanatismo islámico tanto en la región como en los países centrales donde viven millones de inmigrantes de origen musulmán, que han convertido a los países imperialistas en un nuevo teatro de operaciones de la “guerra contra el terrorismo”, que las guerras de Afganistán e Irak estaban destinadas a alejar, como demostraron los atentados en Londres.
El error estratégico de los Estados Unidos en la ocupación de Irak se debe a una falla de matriz en la política imperialista. Hoy día, a comienzos del siglo XXI y luego de las enormes luchas de liberación nacional que atravesaron el siglo XX, no se puede ejercer fácilmente una dominación neocolonial como en el pasado, como era el plan inicial del Pentágono de instalar un gobierno títere que permitiera asentar bases militares permanentes en este estratégico país de Medio Oriente. Es que a diferencia de un siglo o más atrás, los países ocupados ya no son de tradición campesina como las antiguas sociedades agrarias lo que incrementa las dificultades. Por su parte, la población de las potencias agresoras son cada vez más conscientes de cuánto cuestan las ocupaciones en términos de vidas y recursos. Sólo un aplastamiento del movimiento de masas como en su momento provocó el nazismo o un abroquelamiento reaccionario como el que se dio durante la guerra fría contra la amenaza comunista puede permitir que la población acepte los esfuerzos de guerra en forma duradera. Los ideólogos neoconservadores, subidos al caballo después de la debacle de la Unión Soviética y en una muestra de su arrogancia imperial, soslayaron todos estos aspectos encaminándose a una operación donde está cada vez más claro su carácter aventurero. La endeble justificación de la guerra, basada en la existencia de armas de destrucción masiva que resultaron inexistentes, el presupuesto de que las fuerzas iraquíes no pelearían, que las fuerzas de Estados Unidos serían bienvenidas o al menos no serían tratadas hostilmente por el pueblo iraquí y que la creencia con el fin del combate convencional acabaría la guerra, fueron sus errores de cálculos más groseros, que todavía están pagando. En consecuencia, Estados Unidos no ha alcanzado decisivamente los objetivos estratégicos que buscaba con la ocupación de Irak, sino por el contrario, la acción militar en Irak ha redundado en un deterioro de su hegemonía.
Signos del deterioro de la hegemonía norteamericana
A un año del inicio de la segunda presidencia de Bush, la persistencia del síndrome de Vietnam y la enorme pérdida de legitimidad son los elementos más visibles del deterioro de la hegemonía norteamericana, además de la continuidad de la dependencia financiera del resto del mundo que pone límites a sus proyectos neoimperialistas.
La persistencia del síndrome de Vietnam
Aprovechando la base social reaccionaria creada por los atentados del 11/9, los neoconservadores trataron de dar una muestra de la inigualable superioridad militar norteamericana invadiendo a Irak y destituyendo a Saddam Hussein como un objetivo fácil y vistoso que permitiera recomponer la autoridad militar norteamericana y revertir las secuelas de la guerra de Vietnam. Sin embargo, en contra de sus expectativas, las dificultades del ejército norteamericano para ocupar y mantener un territorio dejaron más expuesta la eficacia del aparato militar más poderoso de la tierra.
En términos estrictamente militares, los insurgentes iraquíes, a diferencia de los vietnamitas, no tienen armamento pesado ni una larga experiencia de lucha guerrillera en un ambiente natural favorable ni cuentan con el apoyo (aunque limitado) que una superpotencia como la ex URSS les brindaba. En otras palabras, como fuerza beligerante son un adversario mucho menos formidable que la resistencia vietnamita además de que la insurgencia está limitada a los sectores sunnitas y no constituye un verdadero movimiento de liberación del conjunto de las masas iraquíes. Por su parte, desde la trágica derrota en Vietnam, las fuerzas norteamericanas vienen sufriendo una reestructuración importante con el objetivo de superar las secuelas de este conflicto. Esta va desde la “profesionalización” de las Fuerzas Armadas buscando una tropa más preparada para el combate, superando los límites que tanto en la acción militar como en la disciplina implicaba un ejército dependiente de conscriptos. Estos cambios en el aspecto humano, fueron acompañados por un mejoramiento extraordinario del equipamiento militar, convirtiendo al ejército norteamericano en una fuerza más letal de la que había sido durante la guerra de Vietnam.
En otras palabras, la disparidad de fuerzas entre la insurgencia iraquí y el ejército norteamericano actual es enormemente más favorable a EE.UU. si comparamos la existente con la guerrilla vietnamita. Por eso los neoconservadores buscaron pegar aquí, pero su fracaso militar en derrotar a la insurgencia ha dejado más expuestas las vulnerabilidades y los límites del poderío militar de los Estados Unidos. Por el contrario, las dificultades de la ocupación militar en Irak junto a la continuidad de las operaciones en Afganistán han implicado una sobreextensión del ejército norteamericano, es decir una fuerte tensión entre los excesivos compromisos de seguridad de su dominio y las capacidades efectivas de sus Fuerzas Armadas. Esta disparidad se ha venido agravando en los últimos años por la caída del reclutamiento militar, expresión de la desmoralización de sus tropas y de la menor seducción que la profesión militar ejerce en los futuros aspirantes después del aumento de los riesgos y los sacrificios que ha entrañado para su personal militar la actual operación en Irak, comparada con las operaciones militares de la década pasada (Primera guerra del Golfo, Haití, Kosovo).
La pérdida de legitimidad de su hegemonía
La presidencia Bush y los neoconservadores, basados en la enorme distancia que separaba a los Estados Unidos del resto de las potencias, creían que era necesario que Norteamérica expresara su interés nacional y que el resto del mundo se terminaría acomodando a sus designios. Esta es la lógica que subyace en la operación unilateral en Irak, y que Clinton ya había llevado adelante en la operación de la OTAN en la ex Yugoslavia sin el respaldo de la ONU. La guerra de Irak empujaba las cosas aun más, ya que tampoco era necesario el respaldo de la OTAN.
En éste como en el plano militar, las consecuencias fueron en contra de lo esperado provocando, muy por el contrario, un creciente aislamiento hegemónico de los Estados Unidos. La profundidad del rechazo al liderazgo norteamericano no ha tenido precedentes desde que se estableció la hegemonía norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial. Previo a la acción militar no sólo provocó la formación de un eje de grandes potencias integrado por Francia, Alemania y Rusia que se opuso abiertamente a la guerra sino que la diplomacia y las presiones norteamericanas no pudieron lograr que países semicoloniales como Chile o aun México (enormemente dependiente de los EE.UU. por el NAFTA) se amoldaran a sus designios.
Posteriormente, y con el objetivo de cerrar las brechas abiertas tras la invasión, las Naciones Unidas votaron una Resolución el 16 de octubre de 2003 que le otorgaba alguna legitimidad jurídica a la invasión norteamericana y llamaba a los gobiernos del mundo a otorgarle su apoyo. Sin embargo, a pesar de las palabras, ningún país envió contingentes militares a Irak sino que por el contrario se incrementaron los retiros de tropas de la Coalición Pro-Norteamericana en Irak, siendo el de España el caso más resonante. Financieramente, la pobre recaudación de la Conferencia de Naciones donantes contrasta con los 54.000 millones de dólares extraídos de la primera guerra del Golfo, mostrando la devaluación de la influencia norteamericana.
Más aún, la guerra de Irak y las evidentes mentiras que la justificaron fueron un duro golpe para la legitimidad y la “autoridad moral” del poderío norteamericano, un plus entre las clases dominantes de los países aliados que preservaba a bajo costo la perdurabilidad de su hegemonía. Por el contrario, el antinorteamericanismo no sólo en sectores de la izquierda sino en la misma derecha es más extendido que nunca. Para terminar este punto veamos la devastadora opinión sobre la pérdida de credibilidad de Washington del celebre “think tank”, Francis Fukuyama, que cobró notoriedad al comienzo de los ’90 señalando “el fin de la historia” luego de la debacle de la ex URSS. Haciendo un balance del fracaso de la “doctrina Bush” que emergió como respuesta a los atentados del 11/9/2001, plantea: “El segundo aspecto de la doctrina Bush tenía que ver con su enfoque hacia los aliados y la legitimidad, también conocida como ‘unilateralismo’.No creo que la mayoría de los funcionarios de la Administración fueran despreciativos hacia la opinión pública mundial. Muchos sentían, sin embargo, que la legitimidad debería ser ganada a posteriori, antes que por la vía de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Funcionarios como Donald Rumsfeld creían, no de manera irracional, que los mecanismos colectivos de la ONU y de los Europeos estaban rotos, como se había evidenciado recientemente en los Balcanes donde sólo el liderazgo norteamericano había podido concluir los conflictos de Bosnia y Kosovo. Desde su punto de vista, la Administración Bush estaba jugando un rol de ‘hegemon benevolente’, proveyendo bienes públicos globales que el resto de la comunidad internacional no podía proveer. La Administración Bush fracasó en anticipar la casi uniformemente reacción hostil a su benevolente hegemonía, no sólo entre los países tradicionalmente hostiles a los propósitos de Estados Unidos, sino también entre los aliados europeos más cercanos a Estados Unidos. Así, no consiguió legitimarse ni antes ni a posteriori. Al nivel de la élite, los dirigentes podrían restaurar buenas relaciones con Washington debido a sus propios intereses, pero a nivel de las masas ha habido un cambio sísmico en la forma en que la mayoría del mundo percibe a los Estados Unidos, cuya imagen no es más la Estatua de la Libertad sino el prisionero encapuchado de Abu Ghraib” [1].
La dependencia financiera
Estratégicamente la invasión de Irak y su objetivo de redefinir el ordenamiento regional en forma más estrecha para los intereses norteamericanos tenía la finalidad de utilizar el control sobre esta estratégica región, rica en petróleo, como influencia para mejorar la posición económica de los Estados Unidos frente a sus competidores.
En este sentido, los resultados inesperados de la guerra de Irak no hicieron nada para fortalecer la situación económica de los Estados Unidos, quien desde hace más de 15 años, se ha transformado crecientemente en la principal nación deudora del mundo. Año a año su enorme déficit de cuenta corriente es financiado por los acreedores extranjeros, de capitales privados durante fines de los ’90, durante el auge de la llamada “nueva economía”, pero en lo que va del siglo XXI fundamentalmente por los gobiernos y los bancos centrales de los países asiáticos y los países productores de petróleo. Gozando del privilegio reservado a su condición de superpotencia de poseer el dólar como moneda de reserva mundial, los Estados Unidos han sido capaces de financiar estos enormes déficits. Es cierto que los gobiernos de los que depende financieramente no tienen un incentivo en una bancarrota de la economía norteamericana, lo que afectaría sus propios intereses, vendiendo masivamente sus enormes posesiones de dólares. Pero el abuso de la posición de “señoraje” puede precipitar una crisis financiera contra el dólar.
Sin embargo, y en otra muestra de negación de la realidad similar al plano militar y político, la autoconfianza de la clase dominante norteamericana en la perpetuidad de estos mecanismos no tiene límites, llevando al vicepresidente Cheney a decir que “Reagan demostró que los déficits no tienen importancia”.
Por el contrario, lo que muestran estos crecientes déficitis comerciales -que pese a la devaluación del dólar durante 2002/2004 no se redujeron sino que siguieron creciendo- es una debilidad estructural de la economía norteamericana: la erosión de su base manufacturera. La muestra más reciente ha sido la bancarrota de la autopartista Delphi -que en 1999 se separó de la General Motors para funcionar en forma independiente- y que constituye la 13ª bancarrota más importante en términos de activos de Estados Unidos y la más grande en la historia de la industria automotriz de ese país. Pero potencialmente más grave son los alertas que en el mismo sentido penden sobre los gigantes automotrices Ford y sobre todo General Motors, en el pasado símbolos del liderazgo industrial indiscutido de los Estados Unidos. Esto no es un hecho trivial para la salud de la economía norteamericana, acostumbrada, no hace mucho tiempo atrás, a decir “que lo que era bueno para GM era bueno para los Estados Unidos”. Estos casos, mucho más que los casos de Enron y WorlCom acusados de fraudes contables, muestran una pérdida de competitividad internacional de los Estados Unidos que no alienta la perspectiva de que el déficit comercial mejore, sino todo lo contrario, incluso que siga empeorando. Esto, en momentos en que los Estados Unidos están, como vimos en el punto anterior, cada vez con menos amigos en la arena internacional, no es una buena señal para el futuro de largo plazo del dólar, una de las patas centrales de la hegemonía norteamericana.
¿Podrá sostener Bush sus bases de apoyo?
Desde el segundo cuatrimestre de este año, el gobierno de Bush viene perdiendo rápidamente sus índices de popularidad. La continuidad de la resistencia de la insurgencia sunnita y la incapacidad de los Estados Unidos de alcanzar un acuerdo político con el conjunto de las fracciones iraquíes alrededor del texto de la nueva constitución lo ha golpeado duramente llevando sus índices de popularidad a un 42%. Posteriormente, el huracán Katrina y la percepción de que manejó mal la situación lo llevó más abajo, al 38% según algunas encuestas, al 40% según otras.
En Irak, la percepción cada vez mayor es que los Estados Unidos ha entrado en una guerra con objetivos no realistas. En otras palabras hay un sentimiento creciente de que el presidente no tiene una estrategia en la guerra que sirva al interés nacional. En la crisis del Katrina, donde Bush comenzó a moverse hacia la zona del desastre después de días de que el huracán golpeara New Orleans y Louisana, fue duramente cuestionada la que hasta ese momento era la principal fuente de su éxito político en el clima de terror posterior a los atentados terroristas del 11/9/2001: su pretensión de que gracias a su liderazgo, fortaleza y seguridad podía proteger a los norteamericanos. Esta cuestión, junto al aumento de los precios de la gasolina ha derrumbado su popularidad.
Lo que muestran los números es que Bush ha perdido el apoyo del centro político y que sólo se mantiene gracias a sus propias bases de apoyo. Si en las próximas semanas, el actual presidente no logra evitar la crisis de confianza que ya ronda sobre su capacidad de liderazgo, su presidencia puede quedar paralizada. Esta es una situación peligrosa para su mandato y para el rol de Estados Unidos en el mundo.
Como dice un analista conservador: “El vacilamiento de Bush desde que fue agarrado fuera de base y fuera de guardia por el huracán Katrina corre el velo a un modelo extendido de inatención recurrente de los deberes de gobierno, de lealtades inapropiadas a subordinados incompetentes y un rechazo atroz a mirar hacia atrás y aprender de los errores. No encuentro ningún placer en hacer tan dura evaluación. Yo nunca compartí la convicción de muchos de sus opositores partidarios de que Bush como líder nacional es ilegítimo, imbécil o ambas cosas. No lo es. Agreguemos que todavía le faltan más de tres años y debe concluir muchos cambios iniciados en su primer mandato. El ha sobrellevado un esfuerzo vital para establecer nuevos y muy necesitados fundamentos para la política norteamericana y la presencia de Estados Unidos en Medio Oriente. Apurarlo a que llegue al status de pato rengo, sin futuro antes de tiempo va a socavar este esfuerzo y dañar a la nación en otras formas” [2].
La debilidad de Bush ya está haciendo emerger todas las divisiones que atraviesan al Partido Republicano, que antes se mantenían unidas detrás de su firme liderazgo. Según The Economist: “Hoy el movimiento conservador está en agitación. Diferentes tipos de conservadores se están peleando. Todos sueltan oprobios al presidente. David Brooks, un columnista conservador del New York Times, declaró recientemente que a veces se pregunta si Bush es un candidato manchuriano -enviado a desacreditar al conservadurismo-. Los aullidos más fuertes vienen de los llamados ‘conservadores gobierno pequeño’ que están furiosos con el abultado gasto de Bush. Pero los llamados ‘conservadores de los negocios’ están furiosos con su affaire amoroso con la derecha religiosa [3] y los conservadores tradicionales están furiosos con su compromiso de sangre y dinero en la guerra de Irak” [4].
Políticamente, lo que está detrás de esta rápida erosión de la popularidad de Bush es el agotamiento del terror colectivo como herramienta política que fue la base que permitió la consolidación del intento bonapartista o semibonapartista de Bush en su primer mandato [5]. Este elemento ha permitido el resurgir del movimiento contra la guerra que ha realizado recientemente una exitosa movilización en Washington con una concurrencia que varía de 100.000 a 200.000 participantes, según las distintas fuentes. Esta es la marcha más importante desde el inicio de la guerra, y aunque alejada de los niveles de participación contra la guerra de Vietnam, no debemos olvidar que la actual guerra no cuenta con la participación de conscriptos de clase media. Cindy Sheehan, la madre de un soldado muerto en Irak, que realizó un campamento en las afueras del rancho de Bush en Texas durante sus largas vacaciones exigiendo que el presidente se reuniera con ella para darle explicaciones por la muerte de su hijo, se ha convertido en una figura nacional.
Pero las muestras de pérdida de apoyo doméstico a la guerra de Irak son más amplias de lo que muestra el sector movilizado. Para Immanuel Wallerstein: “El debate ha cambiado en Estados Unidos. Ya no es más sobre los méritos de la invasión a Irak. Ahora es sobre cuándo y cómo los Estados Unidos pueden retirar sus tropas de Irak, lo que es llamado la ‘estrategia de salida’” [6]. Los síntomas que señala son los siguientes: “Uno tiene que prestar atención cuando la voz quintaesencial del establishment en política exterior en los Estados Unidos, la revista Foreing Affairs, edita un artículo en el cual el autor está argumentando que ‘la doctrina Bush ha colapsado’ y que consecuentemente el gobierno no tiene alternativas sino ‘abrazar el realismo’ y dar un ‘giro pragmático’... Pero yo creo que uno de los signos más fuertes del cambio de estado de ánimo en los Estados Unidos es que uno de los candidatos para la nominación presidencial del Partido Republicano en 2008, el senador Chuck Hagel de Nebraska, dice que los Estados Unidos se encuentran ‘más y más empantanados en Irak’, que el presidente debe encontrarse con Cindy Sheehan, y que la Casa Blanca está ‘desconectada de la realidad y perdiendo la guerra’. No preocupa si Hagel está en lo correcto. La cuestión importante es que él está compitiendo por la nominación republicana, y él debe pensar que debe haber votantes que van a responder a la validez de su análisis” [7].
La oposición a la guerra de sectores del propio Partido Republicano es lo que realmente preocupa a Bush. Es que si éste quiere que su presidencia no termine en un fracaso debe conservar sus propias bases de apoyo. Hasta ahora Bush ha mantenido a este sector que no es fácil de quebrar, pero las presiones tanto externas como internas son enormes y crecientes.
En política exterior, el distanciamiento con la visión neoconservadora del rol de los Estados Unidos en el mundo, que incluye su apoyo no sólo a la “construcción de naciones” en Afganistán e Irak sino también a la transformación de Medio Oriente, es cada vez más fuerte. Según The Economist: “...los tradicionalistas le ponen obstáculos a la arrogancia de esta visión. ¿Cómo pueden los conservadores que creen que el poder del gobierno es falible, agruparse tras la idea de transformar una región entera? Esta clase de crítica estuvo una vez limitada a disidentes como Pat Buchanan. Pero ahora es corriente. William Buckley, uno de los fundadores del movimiento, ha declarado que la guerra de Irak fue probablemente un error. Antes de la elección, una figura veterana de la Casa Blanca confesó que su mayor preocupación no era la izquierda antiguerra (que siempre canta la misma canción) sino la posibilidad de que la élite intelectual conservadora se vuelva contra la guerra. Parece que el sector más conservador está cambiando de rumbo.” [8].
En el plano interno, las dudas sobre la actuación del presidente en la catástrofe del huracán Katrina aún siguen rondando sobre Bush. Aunque la tormenta ha sucedido unas semanas atrás, la magnitud de la cantidad de personas desplazadas por el huracán y la enorme, y a largo plazo, necesidad de ayuda deja un enorme espacio para nuevos problemas que pueden reabrir o agrandar los cuestionamientos hacia el presidente.
Bush también afronta otros desafíos. El enjuiciamiento del líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, Tom Delay, por un jurado de Texas acusado de financiamiento político ilegal, golpea a la segunda figura del Partido Republicano después de Bush. Delay era la figura clave en la construcción de una nueva maquinaria política totalmente integrada que unía a los comités del partido, a los lobbystas, recaudadores de fondos, corporaciones y organizaciones ideológicas en un nivel y una escala delincuencial nunca vista. Políticamente este golpe al Partido Republicano presiona en contra de recuperar el centro y abre también nuevos interrogantes sobre el mismísimo Bush. Como comenta un periodista: “Después de la catástrofe del huracán Katrina, periodistas y miembros del Congreso miran más cuidadosamente a las conexiones políticas de los que obtienen millones de contratos federales y de aquellos contratados para cargos federales claves. En un detallado informe de esta semana, la revista Time planteó importantes cuestiones sobre ‘si las conexiones políticas, no las calificaciones, habían ayudado a un número inusualmente alto de designados por Bush en trabajos vitalmente importantes en el Gobierno Federal’” [9].
Pero lo que parece haber precipitado una crisis de confianza entre la base conservadora de su partido y el presidente, es la nominación de Harriet Miers, una ex abogada personal de Bush, para la Suprema Corte. Esta decisión ha puesto furiosa a la derecha cristiana, una base social reaccionaria cuya movilización fue clave para la contundente reelección de Bush el año pasado. Esta base, que apoyó muchas de las políticas de Bush pese a sus suspicacias hacia él, lo hizo porque quería una cosa por sobre todas las demás: garantizar una Suprema Corte que revirtiera la histórica decisión sobre el aborto, el llamado caso Roe vs. Wade. La selección de Bush de esta jurista no claramente probada ha precipitado que gran parte de este sector se vuelva contra el presidente por primera vez desde el inicio de su presidencia. Esto es un primer síntoma peligroso de la erosión de su base social. Prominentes organizaciones de la derecha cristiana han realizado una campaña contra Miers, impulsando dos nuevas páginas web conservadoras, www.withdrawmiers.org y www.betterjustice.com, con el objetivo de evitar su confirmación. Mientras tanto, la decisión ha caído bien en los aliados empresariales de Bush, lo que muestra que tiene una creciente dificultad para agradar al conjunto de sus bases de apoyo, sea cual fuere su decisión.
Luego de estas fuertes presiones, la decisión de Miers de renunciar a su nominación el pasado 27/10 es un triunfo del ala más radical de los conservadores y una humillación personal de Bush, que debilita aun más su presidencia.
Sobre el caso Miers, William Kristol, editor del Weekly Standard, una revista emblemática de la derecha neoconservadora, describía su nominación “como una combinación de amiguismo y capitulación de parte de Bush” y se preguntaba: “¿Cuáles son las perspectivas de mantener a una sólida mayoría republicana en el Congreso en 2006 si los conservadores están desmoralizados?” [10]. Comienzan a verse síntomas de esto. En los estados donde los republicanos esperan derrotar a los senadores demócratas, sus candidatos más prestigiados están decidiendo no participar, por miedo a perder. La reversión de la situación de hace un año, donde después de la reelección de Bush, Karl Rove, el principal asesor de la presidencia y otros, ambicionaban reemplazar a los demócratas como partido natural de gobierno y construir una mayoría por décadas, es sorprendente [11].
Pero los signos de un creciente apartamiento de Bush también pueden verse en el Congreso, un mero “apéndice” del Ejecutivo en todos estos años según la queja del senador republicano Chuck Hagel. El hecho de que el senador republicano Mc Cain haya logrado para una resolucíon que prohíbe el abuso y las torturas de los detenidos, una votación de 90 contra 9 en el Senado norteamericano, es una derrota para la Casa Blanca que se había opuesto activamente a dicha medida.
Sin embargo, el tema que más preocupa a la Casa Blanca es la investigación del fiscal especial Patrick Fitzgerald, sobre la filtración criminal periodística de la identidad de Valerie Plame como agente encubierta de la CIA, debido a la venganza de Karl Rove y Lewis Scooter Libby (jefe de gabinete de Cheney), con el fin de liquidar la carrera del embajador Joseph Wilson (esposo de Valerie, puesta en riesgo de perder la vida por la develación pública) por no haber avalado la falsa venta de uranio por el país africano Níger al régimen de Saddam Hussein, que era la coartada que Bush y los neoconservadores buscaban para justificar la guerra con Irak. La gravedad de este caso es enorme ya que afecta al corazón del sistema de inteligencia norteamericano. Políticamente sus consecuencias también pueden ser onerosas para Bush: que dos de los máximos asesores del presidente y del vicepresidente hayan realizado esta acción choca con la creencia que tienen muchos republicanos que en cuestiones de seguridad el Partido Republicano es más confiable, lo que puede ser, según los hechos que se descubran y cómo se los presente, un duro golpe para su base social.
El 28/10, el fiscal Fitzgerald ha acusado de obstrucción a la justicia, perjurio y falso testimonio a Scooter Lobby, lo que supone un duro golpe para el Partido Republicano y la administración, en particular para Dick Cheney, afectando fuertemente el peso excepcional que el vicepresidente tenía en la Casa Blanca, para algunos el verdadero poder detrás de las sombras. Karl Rove, por ahora ha eludido la acusación pero sigue bajo investigación. Pero más allá del aspecto legal, el affaire Plame reabre la discusión de las razones que llevaron a la guerra de Irak, en momentos en que ésta se vuelve cada vez más impopular y ya ha causado la muerte de 2.000 soldados norteamericanos y más de 15.000 soldados heridos, además de la muerte de al menos 30.000 civiles iraquíes. A su vez, el caso se ha convertido en una guerra de feudos entre la CIA y las oficinas del vicepresidente y del Departamento de Defensa, una tensión que fue permanente en la política exterior de la Administración Bush post 11/9/2001, donde en su afán de justificar la guerra contra Irak, Cheney y sus acólitos desautorizaban todo informe de la CIA que contradijera sus intenciones. Por su parte, los leales a Colin Powell, el ex secretario de estado durante la primera presidencia de Bush, buscan aprovechar la situación para pasarle factura a Cheney y a Rumsfeld. Como vemos, fuertes signos de descomposición en lo más alto del poder norteamericano.
Todos estos elementos indican la profundidad de la crisis en la que está entrando la presidencia Bush. Para The Economist estamos presenciando “el desvanecimiento de la presidencia imperial” y dice: “La más apasionante serie de televisión de este otoño, ‘Roma’ de HBO, cuenta la historia, en detalles gráficos deliciosos, de cómo Julio Cesar endureció el control de su poder en la capital del imperio mundial más grande. En la nueva Roma, en las orillas del Potomac, está sucediendo exactamente lo opuesto: el puño de hierro de George Bush sobre el poder se está aflojando, en cuanto más y más washingtonianos se unen en la revuelta contra la presidencia imperial” [12].
Este no es un hecho menor para la suerte de la ofensiva reaccionaria que se impuso desde el 11/9, no sólo en el mundo sino al interior de los Estados Unidos, como grafica el cercenamiento de derechos democráticos elementales y la extensión del poder discrecional del Ejecutivo sobre la vigilancia y la persecución a través del Acta Patriótica. La presidencia Bush fue el intento más serio de liquidar las cláusulas que limitaban la acción presidencial desde el Watergate. Como “señala Andrew Rudalevige en ‘La nueva Presidencia Imperial’, todos los presidentes han tratado de erosionar los límites sobre ellos posteriores al Watergate; Bush no hizo mucho para erosionarlos sino para directamente dejarlos fuera de existencia” [13]. El desvanecimiento de este intento bonapartista o semibonapartista [14], de continuarse, puede transformarse en un aliciente que puede cambiar la relación de fuerzas al interior de los Estados Unidos.
Las consecuencias internacionales de una eventual parálisis de la presidencia Bush
En las próximas semanas, el presidente Bush se encontrará ante el enorme desafío de salvar su presidencia. Si fracasa en su intento puede abrirse una crisis de confianza, que deje totalmente paralizada a su presidencia. Con relación a la política exterior, esto puede significar que ya no sea capaz de realizar movimientos decisivos debido a la severa preocupación por los problemas internos o por la carencia de apoyo político. Una circunstancia de este tipo, al tratarse del presidente de la potencia hegemónica, tiene enormes consecuencias para el carácter de la situación mundial, al debilitar los márgenes de acción de los Estados Unidos en todos los frentes de la política mundial.
Esto afectaría primariamente la situación de los Estados Unidos en Irak. Un acuerdo de último momento permitió que importantes fracciones sunnitas llamaran a participar del referéndum del 15 de octubre, aunque, a pesar de la mayor votación en las áreas sunnitas con respecto a la elección de enero de 2005 no impidió el rechazo de la Constitución como quería la mayoría de este sector, que se pronunció en contra del nuevo texto constitucional. Sin embargo, más allá de los arreglos políticos que evitaron que los sunnitas se bajaran abiertamente del proceso político, las diferencias de intereses entre los kurdos, shiítas y sunnitas siguen siendo sustantivas. El arreglo alcanzado -a lo Oslo, según algunos analistas haciendo referencia al proceso de paz en Palestina que terminó en un fracaso y desató la última intifada- pospone la resolución de los problemas más candentes para los primeros meses de 2006. Las diferencias centrales entre las distintas facciones son las siguientes: los shiítas quieren un Irak federal en donde ellos controlarían el sur, donde se encuentran los principales pozos petroleros o un Irak centralizado con ellos como sector dominante. A lo que se oponen bajo todo concepto es a una garantía constitucional que permita el poder de veto de los sunnitas en temas de importancia, que es a lo que no se resigna este sector que dominó Irak en el pasado. Por su parte los kurdos, aprovechándose de la geografía y su poder militar, quieren por el medio que sea (constitucional o no) asegurarse el control de Kirkuk y Mosul y dominar de esta manera el petróleo y el comercio del norte del país. En estas circunstancias, los sunnitas son los que están más apretados entre la presión a no quedar por fuera del reparto de la torta, por un lado, la presión de la insurgencia tanto de sus alas nacionalistas como de los jihadistas, por otro, y por la presión de no ser vistos en la negociación como sirvientes de los Estados Unidos y sobre todo de los shiítas. En esta lucha de facciones, Estados Unidos se encuentra entrampado: apoyó a las fracciones shiítas para detener el avance de la insurgencia predominantemente sunnita, pero ahora se encuentra preocupado por el avance de este sector que podría constituir una región autónoma shiíta en el sur y centro del país y con el control de las mayores reservas petroleras del país y aliado a Irán. Agreguemos el hecho de que la mayoría de las reservas sauditas se encuentran en las provincias orientales de mayoría shiíta de este reino, lo que puede cambiar el equilibrio de poderes en el golfo Pérsico a favor de Irán, lo que pone nervioso a los sauditas. Por eso, el embajador de Estados Unidos en Irak está tratando de mitigar los costos para los intereses de Estados Unidos en esta estratégica región buscando una reconciliación entre sunnitas y shiítas en un Estado centralizado, como forma de contener el avance shiíta.
Este es el contenido de la negociación constitucional que propugna Washington. En otras palabras, los Estados Unidos están tratando de salvar la operación “divide y reinarás” que bajo la improvisada mano de los estrategas norteamericanos se ha vuelto en contra suya.
Para el éxito de esta operación política es crucial la existencia de un poder norteamericano fuerte, o para decirlo de otra manera, la voluntad de las partes para llegar a un compromiso depende en cierta medida de sus percepciones de la habilidad de Bush de garantizar los acuerdos y castigar a aquellos que los rompan.
En el marco de la actual debilidad de Bush, disminuyen las probabilidades de un arreglo, al menos en lo que depende de las garantías norteamericanas. Una brecha de este tipo puede ser aprovechada por la insurgencia para iniciar un nuevo periodo de enfrentamientos. Nuevas imágenes de violencia pueden hacer bajar aún más las encuestas en los Estados Unidos y abrir nuevas dudas sobre el poder de Bush. Esto podría incitar a un mayor ciclo de violencia, afectar sus bases de apoyo y destartalar la guerra en Irak en un punto que no tenga retorno.
Una evolución de este tipo alteraría toda la ecuación regional: Arabia Saudita, cuya posición en la guerra contra los terroristas islámicos viene siendo sostenida por el poder norteamericano desde 2003, podría reconsiderar su posición, al igual que Pakistán. Irán, sin el contrapeso norteamericano, podría incrementar la presión sobre los shiítas en Irak, que podrían caer más abiertamente en su órbita.
Pero no sólo en el Medio Oriente y en el mundo musulmán se abrirían potencialmente nuevos escenarios, sino que el conjunto de la situación mundial podría alterarse. Por ejemplo, Rusia podría reganar confianza para intentar recuperar su periferia, buscando recomponer su influencia frente al cerco norteamericano. En otras palabras, un salto en la crisis de la presidencia Bush abriría una situación mundial enormemente turbulenta donde las potencias regionales y países menores buscarían sacar partido de la inacción norteamericana. En un sentido, sería lo inverso a la situación post 11/9 donde lo determinante fue la fuerte presión ejercida por los Estados Unidos para modificar y moldear el comportamiento de los distintos actores de la política mundial.
Para el movimiento obrero y de masas a nivel mundial la apertura de una situación de este tipo sería enormemente provechosa. Es que no sólo la fortaleza norteamericana es el principal elemento de sostén de la mayoría de los gobiernos reaccionarios y sus políticas antiobreras y antipopulares, sino que también desde el punto de vista de su subjetividad, la percepción de invulnerabilidad de los Estados Unidos constituye uno de los elementos centrales de la relación de fuerzas favorable a la ofensiva capitalista en todos estos años. El cambio de este elemento puede fortalecer la confianza del movimiento obrero y de masas en sus propias fuerzas y preanunciar una renovada intensificación de los combates de clase a nivel mundial.
Repetimos, todavía no hemos entrado en esta situación. Otros presidentes norteamericanos han sufrido crisis similares y se recuperaron. Este fue el caso de los segundos mandatos de Reagan afectado por el Irangate o de Clinton por el affaire Mónica Lewinsky [15]. Pero los fuertes desafíos y presiones que están acorralando a Bush y poniéndolo a la defensiva, al menos coyunturalmente, hacen de ésta una perspectiva cada vez más probable. Como dice The Economist: “El presidente Ford una vez se quejó de que los Estados Unidos habían reemplazado una presidencia ‘imperial’ por una con un presidente que se encuentra ‘amenazado’. Bush todavía tiene una chance de recomponer su equilibrio, particularmente si puede convencer a los conservadores de que tienen más para ganar si golpean con él que volviéndose en su contra. Pero las chances de la historia repitiéndose a sí misma crecen día a día” [16].
Un balance provisorio de la presidencia Bush
Los neoconservadores quisieron a contramano de la historia, por medio de “un golpe de mano” asegurar las condiciones para la supremacía norteamericana en el siglo XXI. Por el contrario, a más de dos años y medio de la invasión a Irak, sus políticas han precipitado un aceleramiento de la declinación hegemónica de los Estados Unidos. Este es el balance provisorio de la presidencia Bush. Esto no sólo lo afirmamos nosotros sino que lo constata el geoestratega Zbigniew Brzezinski, quien una década atrás en su libro “El tablero de ajedrez mundial: la primacía de EU y sus imperativos geoestratégicos”, glorificó la “hegemonía indefinida” de la única superpotencia global.
Hoy, con tono sombrío y mucho más pesimista, el ex consejero de Seguridad Nacional del gobierno Carter plantea lo siguiente: “Hace 60 años Arnold Toynbee, en su monumental Estudio de la Historia, sentenció que la causa última del colapso imperial era el suicidio en el arte de gobernar. Tristemente para el lugar en la historia del presidente George W. Bush, así como en forma ominosa para el futuro de Estados Unidos, la frase del historiador británico se puede aplicar a las políticas seguidas por los Estados Unidos desde el cataclismo del 11 de septiembre” [17].
Con respecto a la desastrosa intervención militar en Irak, “propugnada por un círculo estrecho de tomadores de decisiones por motivos que todavía no han sido totalmente esclarecidos” es virulento y sostiene que “se ha vuelto más costosa en sangre y dinero de lo anticipado”, además de “haber precipitado una crítica mundial. En Medio Oriente le han puesto el sello a Estados Unidos como el sucesor imperialista de Gran Bretaña y el socio de Israel en la represión militar de los árabes. Correcta o no, esta percepción se ha diseminado ampliamente en el mundo del Islam”.
Más adelante plantea que: “Se requiere más que una simple reformulación de los objetivos de EE.UU. en Irak. La persistente reluctancia de la Administración de confrontar las bases políticas de la amenaza terrorista ha reforzado la simpatía de los musulmanes por los terroristas”. Rechaza el “autoengaño al que han sido llevados los estadounidenses sobre un muy abstracto ‘odio a la libertad’ de los terroristas y que sus actos son reflejo de una hostilidad cultural profunda”. Nombrando los atentados terroristas en Bali en Indonesia, Madrid, Tel Aviv en Isreal, el Sinaí en Egipto y Londres, sostiene que: “Hay una obvia intencionalidad política que conecta estos eventos: los objetivos son países aliados o clientes de los Estados Unidos en profundizar la intervención militar en el Medio Oriente” y agrega que “el odio político intenso a Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel atrae a los reclutas del terrorismo no solamente en Medio Oriente, sino también en sitios tan remotos como Etiopía, Marruecos, Pakistán, Indonesia y aun en el Caribe”. Refiere también que la “habilidad de Estados Unidos para lidiar con la no proliferación nuclear también ha padecido. El contraste entre el ataque al militarmente débil Irak y la indulgencia con Corea del Norte, armada nuclearmente, ha fortalecido la convicción de los iraníes de que su seguridad solamente puede ser mejorada con armas nucleares”. También critica la “reciente decisión de Estados Unidos de ayudar al programa nuclear de India, debido mayormente al deseo de obtener su apoyo en la guerra en Irak y como protección contra China, lo que ha hecho que Estados Unidos parezca un promotor selectivo de la proliferación de armas nucleares. Las dos pesas y dos medidas complicarán la búsqueda de una resolución constructiva del programa nuclear iraní”.
Brzezinski no deja de reconocer la “degradación de la posición moral de Estados Unidos en el mundo” citando las torturas de Guantánamo y Abu Ghraib. Más adelante sostiene que este “triste record de política exterior se ha complicado con tendencias económicas relacionadas con la guerra. Los presupuestos para los departamentos de Defensa y Seguridad Interior son ahora mayores que el presupuesto total de cualquier nación ... los déficit comerciales y presupuestales en escalada han transformado a Estados Unidos en la primera nación deudora del mundo”. Comenta que “países conocidos por su afecto tradicional a EE.UU. se han vuelto críticos abiertos de su política exterior. Como resultado, amplias regiones del mundo, incluyendo países del este de Asia, Europa y Latinoamérica han estado explorando tranquilamente maneras de reconfigurar asociaciones regionales menos ligadas a las nociones de cooperación transpacífica o trasatlántica o hemisférica con Estados Unidos. La alienación geopolítica estadounidense puede convertirse en una realidad amenazante y duradera”, lo que “beneficiará a los enemigos históricos de Estados Unidos y a sus futuros rivales.
Esperando a un costado y haciendo escarnio de la ineptitud de Estados Unidos se encuentran Rusia y China... (Esta) sigue pacientemente el consejo de su antiguo gurú estratégico: Sun Tzu, quien enseñó que la mejor manera de ganar es dejar que el rival se derrote a sí mismo”. Y por último concluye, en forma lapidaria, que el gobierno de Bush en los “pasados cuatro años ha socavado peligrosamente su segura posición en lo más alto de la simbólica cúpula global al transformar lo que era un manejable desafío de origen sobre todo regional, aunque grave, en una debacle internacional”. Que un miembro del establishment como Zbigniew Brzezinski plantee una cosa así [18] es revelador de la enorme fractura y polarización al interior de la élite dominante en Washington, una muestra de la descomposición interna y externa de la hegemonía norteamericana.
NOTASADICIONALES
[1] Francis Fukuyama, “The Bush doctrine, before and after”, Financial Times, 10/10/2005.
[2] Jim Hoagland, “A President in Need of a Blunt Friend”, The Washington Post, 29/9/05.
[3] La misma revista sostiene que: “Los empresarios conservadores están preocupados porque la gente religiosa ya ha tenido demasiado. La posición de Bush en investigación en células madres costará a los Estados Unidos su ventaja competitiva en biotecnología. Agregue a esto sus preocupaciones por la política fiscal imprudente de Bush y usted tiene la formación de una revuelta empresaria”. “America’s conservatives take another blow”, The Economist, 29/9/05.
[4] Idem.
[5] En el plano económico, esto se liga al hecho de que la importante recuperación de la economía va acompañada de un crecimiento raquítico en la creación de empleos y del ingreso de los trabajadores que no participan del boom consumista posibilitado por la burbuja inmobiliaria (parecida a la burbuja de Internet de fines de los ’90 pero más extendida y con consecuencias más ominosas) favorecido por la política de bajas tasas de interés de Greenspan.
[6] Immanuel Wallerstein, “Exit Strategy”, Commentary N° 170. 1/10/2005.
[7] Idem.
[8] “America’s conservatives take another blow”, The Economist, 29/9/05.
[9] E. J. Dionne Jr., “A Blow Against The Machine”, The Washington Post, 30/9/05.
[10] Lionel Barber, “Bush has lost the trust of the Republican rigth”, Financial Times, 9/10/2005.
[11] En junio de este año, Rove decía: “Cuatro décadas atrás los conservadores fueron relegados al ostracismo político, y hoy el conservadurismo es la filosofía dominante en la Casa Blanca, el Senado, la Cámara de Representantes, y en gobernaciones y legislaturas estatales a lo largo de Estados Unidos”. “Will the conservative coalition last in US politics?” , Holly Yeager y Caroline Daniel, Financial Times, 12/10/2005.
[12] “Et tu, Brute?”, The Economist, 20/10/2005.
[13] Idem.
[14] Lawrence Wilkerson, un marine de 31 años de carrera y jefe de equipo del ex secretario de Estado Colin Powell, entre 2002 y 2005, en un artículo de opinión en Los Angeles Times del 25/10, refiriéndose a la “camarilla Cheney-Rumsfeld” denuncia que “los trabajos insulares y secretos (de esta camarilla) fueron eficientes y rápidos, no muy diferente a la toma de decisiones que uno asociaría con una dictadura más que con una democracia”.
[15] Para algunos “esta comparación ignora tres importantes diferencias entre los escándalos del pasado y del presente, y disminuyen la potencial magnitud de la investigación sobre el affaire Plame tanto para la política doméstica como internacional”. Entre las razones enumeradas para tal afirmación se citan tres elementos: “Primero, a diferencia de las pruebas contra las administraciones de Reagan o Clinton, la presente investigación va al corazón del actual conflicto militar. El episodio Plame comenzó cuando un ex embajador norteamericano -Joseph Wilson, el marido de la Sra. Plame- públicamente cuestionó la integridad de las razones de Bush para invadir Irak ... En realidad, los informes sugieren que la investigación podría reenfocar la atención pública sobre documentos fraguados por la Administración para justificar sus razones para la guerra de Irak, que continúa reclamando vidas norteamericanas para un objetivo incierto. Segundo, los Estados Unidos están hoy más directamente involucrados en el manejo de importantes conflictos internacionales que en 1987 o 1998.
El escándalo Irán-Contra se enfocaba en una operación encubierta en un lugar remoto de la guerra fría en América Central, mientras enormes cambios estaban comenzando a tomar forma detrás de la Cortina de Hierro con poca intervención directa de los EE.UU.. El caso Lewinsky hizo poco para distraer los esfuerzos norteamericanos y franceses en detener a Slobodam Milosevic ante la agresión Serbia contra Kosovo. Pero el involucramiento directo de la Administración Bush en una serie de frentes internacionales -desde China e Irak a Irán y Corea del Norte- es crítico para la estabilidad política internacional ... Tercero, los índices de aprobación de Bush son mucho más bajos que aquellos de sus predecesores en la cima de sus escándalos de segundo término. En las audiencias del Irán-Contra, la popularidad de Reagan permaneció alrededor del 45% en las más respetadas encuestas nacionales. Los números de Clinton realmente subieron arriba del 60% durante su proceso de acusación.
Los índices de aprobación de Bush han caído al 39%”. Ian Bremmer, “White House crisis is just beginning”, Financial Times, 27/10/2005.[16] “Et tu, Brute?”, The Economist, 20/10/2005.
[17] Zbigniew Brzezinski, “A sorry foreing policy own goal”, The Australian,14/10/05.
[18] Digamos que no es el único. El pasado 20 de octubre, el coronel Larry Wilkerson, brazo derecho del entonces secretario de Estado Colin Powell, decidió romper el silencio y denunció que el secretario de Defensa y el vicepresidente crearon una “camarilla Cheney-Rumsfeld” que arrebató la política exterior de los Estados Unidos. En un foro de la New American Foundation en Washington planteó que la política exterior norteamericana está destruida: “Si uno va a declarar unilateralmente que el (Protocolo de) Kyoto está anulado, si uno declara que las Convenciones de Ginebra no son operativas, si uno hace una serie de cosas con las cuales el mundo no está de acuerdo y uno lo hace flagrantemente ... sin gracia, entonces uno tiene que pagar las consecuencias”. En el mismo discurso agregó que el resultado es que “estuvimos cerca del desastre en Irak, en Corea del Norte, en Irán, y generalmente en torno a crisis domésticas como Katrina”, advirtiendo que si ocurre otra crisis de seguridad nacional o una epidemia mayor, se verá como nunca en la historia la “ineptitud de este gobierno”. “Transcript: Colonel Larry Wilkerson”, Financial Times, 20/10/2005.