FT-CI

La lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa

La Unidad de Europa y los marxistas revolucionarios

24/11/2005

A modo de introducción

La Unión Europea luego del NO francés y holandés

Más que nunca, con el proceso de ratificación del Tratado Constitucional Europeo (TCE), el debate sobre el porvenir de la Unión Europea (UE) y qué tipo de Europa se pretende construir está en el centro del debate político. Saliendo de los pasillos de Bruselas, de las oficinas de los Comisarios o de los periódicos encuentros de ministros o jefes de Estado y gobierno, la discusión adquirió una magnitud sin precedentes, más allá del callejón sin salida que representaba para la clase trabajadora y la juventud tanto el voto SI como el voto NO. En los países en los cuales este proceso de ratificación tenía que ser decidido en las urnas, tal es el caso de Francia y Holanda, el debate no sólo dejó vía libre a la demagogia burguesa de los partidos de derechas e izquierdas y sus intelectuales orgánicos que pretendían que con la ratificación del texto giscardiano se fortaleciera una Europa política, de la paz, de los derechos sociales y de la democracia; sino que suscitó igualmente, en forma inesperada, un fuerte voto confuso de protesta popular de características policlasistas en el cual el discurso por otra Europa, menos liberal y más social hizo pie. Al mismo tiempo volvió también a despertar en forma contradictoria los viejos demonios del chovinismo, el racismo y el nacionalismo, presentes en los discursos de los partidos de izquierdas y derechas que pretendían defender a secas las especificidades sociales nacionales de los países imperialistas sometidos al voto, encubriendo una especie de soberanía nacional o la construcción de una Europa que representaría una tutela contra la llamada “globalización neoliberal”, la fuga de los empleos, las deslocalizaciones, el peligro del ingreso de Turquía en la UE o la competencia china y asiática. Lo cierto es que este debate polarizó y politizó la sociedad.

En la discusión se enfrentaron proyectos y planes “alternativos” a la UE actual. Sin embargo, los partidos del NO defendían en su mayoría -o al menos no cuestionaban- el carácter imperialista de los Estados que conforman la Unión. Este era el caso inclusive de los partidarios del NO de izquierdas que pretendían diferenciarse a buen precio del NO de derecha contentándose con llamar a entablar “otras relaciones con los países del Sur del mundo”. Por otra parte, los partidarios burgueses del NO defendían la lucha por una mayor tajada en el mercado mundial para sus monopolios nacionales más importantes a expensas de los bloques imperialistas competidores. En realidad, estos proyectos patronales alternativos a la UE actual sólo diferían con el TCE en cómo defender estos intereses y la forma en la cual construir un consenso entre las clases subalternas europeas para llevar adelante este proyecto imperialista, sea con un discurso abiertamente derechista o pseudo progresista.

El impacto del NO como la pérdida por parte de la Socialdemocracia alemana de su bastión histórico de Wesfalia y el empate electoral alemán luego de las elecciones nacionales de septiembre, tienen que medirse a escala continental en el marco de un estancamiento económico importante que golpea a cinco de los más importantes países del continente, estancamiento que está al borde de la recesión abierta en Italia.

Es cierto que la victoria del NO es sintomática. Es parte de un lento corrimiento de sectores de masas hacia la izquierda que se manifestó a nivel europeo en los últimos años desde 2001 tanto en el terreno electoral, últimamente con los resultados electorales de Respect en Inglaterra, del Bloco en Portugal y del Linkspartei -WASG en Alemania, como en el terreno social, con el peso que tuvo el movimiento antiglobalización en ciertos países y luego el movimiento contra la guerra, y también en el terreno de las luchas obreras, con fenómenos de vanguardia avanzados en Italia, luchas importantes en Francia en 2003 y 2004 y huelgas generales en la península italiana, Grecia u Holanda, para dar sólo unos ejemplos. Además, la victoria del NO vuelve a confirmar la tendencia a la crisis de los mecanismos de representación democrático-burgueses en los países centrales de Europa.

Lo que en realidad provocó el NO francés y holandés es una aceleración de los ritmos de la política que pusieron de relieve las contradicciones estructurales con las cuales se topan las burguesías imperialistas del continente y que son incapaces de superar a mediano plazo a pesar de la exacerbada lucha por el liderazgo de la UE que está llevando a cabo el eje renano por una parte -París y Berlín- y Gran Bretaña por la otra. Esta pelea implacable no sólo hace hincapié en el problema estratégico de la ubicación de la UE respecto a EE.UU. y la cuestión del ritmo de la profundización de las contradicciones entre ambos bloques, sino que destaca además la disensión interna y el coyuntural fortalecimiento del proyecto europeo de Blair contra el renano. Revela sin embargo que en el estado actual de las cosas, a pesar de las contradicciones objetivas existentes entre los bloques burgueses internos a la UE candidatos a su liderazgo, éstos no pueden salir del marco económico y político que fueron construyendo a lo largo de medio siglo de historia y que sirve hoy en día de plataforma defensiva aunque cada vez más ofensiva hacia los bloques antagónicos exteriores. No obstante, al mismo tiempo, los bloques imperialistas internos de la UE no pueden ponerse de acuerdo en cómo reforzar estructuralmente el andamiaje económico e institucional actual, si bien concuerdan todos en el hecho de que para llevar adelante la batalla externa por el mercado mundial -con ritmos e intensidad distintos-, es necesario aumentar los ataques en el frente interno, contra la clase obrera en su conjunto y la ofensiva contra su patio trasero -los países de Europa Central y Oriental (PECO)- y sus zonas de influencia en Asia, África y América latina. Más que nunca, la crisis actual que atraviesa la UE pone de manifiesto la integración relativa a la cual llegaron los países centrales de Europa occidental desde la génesis del proyecto europeo en la posguerra. Al mismo tiempo, pone también de manifiesto el carácter contradictorio y ficticio de esta integración.

Las tareas de los marxistas revolucionarios y la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa

Los marxistas revolucionarios venimos afirmando, retomando las banderas de la IIIª y de la IVª Internacional, que la única unificación genuina del continente la llevará a cabo la clase obrera de Europa, liquidando al mayor obstáculo para esta auténtica unión: los distintos capitalismos nacionales, atrincherados detrás de sus Estados que, hoy por hoy, acuerdan en unir sus destinos para mejor competir con los bloques imperialistas antagónicos, pero estos sólo conducirán, en última instancia, a las guerras y destrucciones que el continente tanto conoce. El capitalismo, decía Jaurès, entraña la guerra como los nubarrones negros la tormenta. Si bien en la fase actual del capitalismo sólo es de fuertes fricciones económicas entre bloques con disensiones geopolíticas directas e indirectas en distintos escenarios periféricos, la UE no sólo no unifica el continente sino que prepara los enfrentamientos de mañana.

Si la burguesía sigue profundizando, de una forma u otra, su proyecto de integración europea, para las masas trabajadoras significará más pérdidas de conquistas, más precariedad, desocupación y miseria. Para no dejar la vía libre a que la competencia imperialista actual se exacerbe cada vez más y nos lleve a mayores enfrentamientos en los cuales seremos víctimas, como ya lo fuimos en las dos guerras mundiales, debemos tomar en nuestras manos la tarea histórica de unificación del continente, lo que implicará una lucha implacable contra las burguesías, sus gobiernos y la lucha por el poder político en los países del viejo continente.

La burguesía no está construyendo la Europa de la paz, la democracia y los derechos sociales. La Europa de la paz que construyó es la que bombardeó Belgrado y Afganistán, la que lleva a cabo una guerra a muerte contra nuestros hermanos de clase en busca de una vida mejor, ahogándolos entre las costas africanas y el Sur de Europa. La Europa democrática que construyó es la de la lucha antiterrorista de colaboración de sus servicios de inteligencia, de negación sistemática de los derechos democráticos de los inmigrantes. La Europa de los derechos sociales que construyó es la de la liquidación del viejo pacto social del Welfare State y que cedió el paso hoy a una brutal ofensiva que significa precariedad, desocupación y miseria, ante todo para los estratos más expuestos de las clases subalternas y del proletariado.

Como lo recalcaba Trotsky en 1929, “la vanguardia del proletariado europeo les dice a los actuales gobernantes: ‘Para unificar a Europa es necesario antes que nada arrancar el poder de vuestras manos. Nosotros lo haremos. Nosotros unificaremos a Europa. Nosotros la unificaremos contra el mundo capitalista hostil. Nosotros la transformaremos en una poderosa base de apoyo del socialismo combativo. Nosotros la convertiremos en la piedra angular de la Federación Socialista Mundial”.

En este sentido, presentamos a continuación para la discusión, la propaganda y la acción a las otras corrientes que se reclaman de la revolución obrera y socialista, a la vanguardia obrera y juvenil, a los sectores más combativos de los oprimidos y de las oprimidas este programa -votado en la Tercera Conferencia de la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional reunida en abril de 2005 y actualizado luego de la victoria del NO francés y holandés-, un programa que aspira pelear por la única salida viable para el continente, el combate por los Estados Unidos Socialistas de Europa.

Septiembre de 2005

1. A modo de definición, contextualizar el posicionamiento histórico de la III Internacional y de Trotsky

La UE actual hunde sus raíces en la vieja Comunidad Económica Europea (CEE) que se fue transformando radical y cualitativamente a lo largo de sus más de tres décadas de existencia. Es un proyecto de acuerdo interestatal de los países imperialistas de Europa occidental para competir por el dominio de los mercados mundiales a expensas de los bloques imperialistas competidores, EE.UU. y Japón, en el marco del declive hegemónico de Estados Unidos que se profundiza desde la mitad de los años ’70. Este acuerdo interestatal entre burguesías imperialistas se da en un contexto bien preciso, en el cual las clases dominantes de los distintos países de Europa occidental son bien conscientes de que, solas y aisladas, las condiciones de posibilidad de lucha por los mercados contra sus mayores competidores son inviables. Esto no significa que la UE, en esta primera fase bélica de competencia pacífica por los mercados, constituya un sistema de alianzas definitivo detrás del cual las burguesías defenderán sus intereses contra sus rivales. Los cambios de alianzas entre los imperialismos durante la década previa a la Primera Guerra Mundial, durante la guerra misma y durante los años ’30 demuestran que el sistema de acuerdos es extremadamente complejo y que, en última instancia, entre imperialismos con intereses antagónicos luchando por el dominio y la hegemonía mundial, lo que prima es la defensa a toda costa de los intereses nacionales contra el competidor directo inmediato. No obstante, basándose en esta plataforma económica y política que constituye la primera fuerza económica mundial desde varios puntos de vista, las burguesías del continente se sienten en mejores condiciones para hacerle frente al coloso norteamericano. A esto es menester añadir la anexión formal, desde mayo de 2004, de ocho países del Este europeo que no son nada más que la cabecera de playa de la penetración capitalista imperialista de Europa occidental hacia el resto de los países semicolonizados que conforman el resto de los PECO y las ex repúblicas soviéticas limítrofes de la Federación rusa cuyas tendencias centrífugas son más evidentes que nunca ante el poder de atracción del capital occidental.

Frente a los intentos de las burguesías imperialistas de reorganizar el continente luego de la Primera Guerra Mundial como vía para salir del impasse de la crisis económica de la posguerra, y dada a la emergencia de EE.UU. como una potencia, la III Internacional de Lenin y Trotsky tomaba en cuenta que sólo el proletariado, junto a sus aliados de clase, podría llevar adelante esta tarea histórica inalcanzable para la burguesía en la era del capitalismo imperialista.

Hoy en día, sin embargo, estamos frente a un extraño animal, la Unión Europea, cuya realidad económica, política y social va más allá de los sueños utópicos de los congresistas burgueses paneuropeos de los años ’20, más allá de las meras uniones aduaneras multilaterales que la burguesía mundial construyó durante la segunda mitad del siglo XX. ¿La UE invalidará las aserciones históricas de la IIIª Internacional y de Trotsky? Por supuesto que no, y más que nunca, en el contexto actual de incremento de las tensiones y fricciones interimperialistas, sólo la clase obrera europea tiene la posibilidad de unificar real y genuinamente el continente. Sin embargo, el marco y la realidad actuales de la UE tanto como el debate europeísta -pregonado por las derechas y las izquierdas que tratan de ocultar el contenido profundo de la UE- hacen que los revolucionarios tengamos que responder políticamente a este desafío renovado, cuya expresión es más compleja que los proyectos europeístas a los cuales respondió adecuadamente la IIIª Internacional tomando como rumbo estratégico, hoy en día todavía vigente, la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa. Esta reivindicación está intrínsecamente ligada a la clase social que puede llevar adelante este proyecto. Los Estados Unidos Socialistas de Europa serán la coronación de un proceso revolucionario que empezará en uno o más países europeos y culminará con la unificación continental.

2. De la importancia de Mister Marshall y de los ’30 Gloriosos

2.1. De las Comunidades Europeas...

La UE actual se basa en las Comunidades Europeas, más precisamente en la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA, 1952) y la Comunidad Económica Europea (CEE, 1958). Lo llamativo y aparentemente paradójico es que lo que sirve hoy en día de plataforma política imperialista defensiva de los intereses de las burguesías centrales -en particular modo para el eje franco alemán- fue construyéndose al amparo y en cierto sentido bajo la tutela económica, militar y política del imperialismo norteamericano, que había salido hegemónico y victorioso de la Segunda Guerra Mundial.
La CECA representaba un intento de gestionar regionalmente dos producciones estratégicas claves para entender el estallido de la Primera y Segunda Guerra mundial en Europa. La CECA y luego la CEE no eran más que el producto indirecto del Plan Marshall (1948), la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE, 1950) y la voluntad de ver, por parte de EE.UU., la “constitución de un mercado único sin restricciones cuantitativas exteriores a los movimientos de mercancías”. El imperialismo norteamericano favoreció los proyectos europeístas de la posguerra ya que éstos respondían tanto a sus intereses como a la necesidad de estabilizar la situación mundial acorde al dogma político de Yalta-Potsdam. Una Europa occidental constituida tanto por los ex aliados como por los ex enemigos de EE.UU. y reconstruida tenía que responder a un triple desafío.

Washington y las agotadas burguesías occidentales pretendían constituir un glacis europeo frente al bloque oriental prosoviético. Si bien la burocracia moscovita, igualmente garante del orden de Yalta y Potsdam, no quería alentar el cambio del statu quo reaccionario negociado al salir de la guerra como lo demostró el actuar de Moscú desde el inicio de la ofensiva alemana hasta 1949, sí pretendía aumentar pasivamente y de forma estrechamente controlada su radio de influencia. Ante el COMECON (1949) y el Pacto de Varsovia (1955), las burguesías europeas necesitaban algo más que el paraguas atómico estadounidense de la OTAN.

En segundo lugar, a partir del Plan Marshall y a través de la CECA y de la CEE, se buscaba reconstruir un mercado capitalista europeo que pudiera sustentar el glacis occidental y salir del caos económico de la posguerra en el cual se debatían las economías europeas en pleno “año cero”. Washington pretendía además que este mercado actuara como receptáculo de las exportaciones norteamericanas.

Asimismo, las burguesías europeas necesitaban forjar un nuevo tipo de alianza y reconstruirse bajo la tutela norteamericana, luego de seis años de guerra total, a fin de evitar su balcanización y mayor debilitamiento -como había sido el caso luego de la Primera Guerra Mundial-. Además, la reconstrucción europea, en el marco de un crecimiento relativo de las fuerzas productivas, tenía como meta permitir que las potencias coloniales administraran en las mejores condiciones posibles la descolonización de su patio trasero para evitar, o al menos acolchonar, una dinámica revolucionaria permanentista que desde la periferia hasta el centro hubiera podido sacudir a unos países imperialistas extremadamente debilitados.

Estos tres ejes fundamentales que presidieron la construcción de las distintas Comunidades Europeas desde 1952 tanto como el panorama excepcional de los ’30 Gloriosos -época de crecimiento relativo de las fuerzas productivas- permitieron que los sectores más concientes de las burguesías europeas, mediante sus políticos democristianos más brillantes como Monnet, Schumann o Adenauer, utilizaran estas condiciones excepcionales para fomentar un proyecto que iba más allá del mero plan aduanero y arancelario de unión regional alentado por EE.UU.

Obviamente, el ritmo de la integración regional no fue lineal ni tampoco exento de mil contradicciones. Los intentos de integración fueron a veces obstaculizados incluso por sectores burgueses atrasados que no percibían la necesidad estratégica -destinada al fracaso a largo plazo- del intento de integración continental imperialista como manera de prepararse para épocas con un panorama internacional distinto. Varias veces los máximos representantes de la burguesía francesa vacilaron ante el fortalecimiento inexorable de Alemania en el ámbito europeo e internacional. Así actuó el gaullismo a inicios de los años ’50 o Miterrand frente a la problemática de la reunificación alemana luego de la caída del Muro. Mitterrand y los representantes más clarividentes de la burguesía francesa decidieron, sin embargo, profundizar la alianza franco alemana en provecho de Berlín, única vía para defender los intereses franceses en el tablero internacional.
Si bien la aceleración del proceso de integración se sitúa a mediados de los ’80 con el Acto Unico de 1986, es interesante notar que la gran mayoría de los elementos económicos y políticos proto-estatales que hoy en día rigen la Unión tienen sus orígenes en aquella época excepcional marcada por los ’30 Gloriosos.

2.2. ...a la Unión Europea

La transformación profunda del panorama internacional durante los años ’70 y ’80 dio una bocanada de oxígeno al proyecto europeísta. Lo relanzó en forma radicalmente distinta, llevando el continente otrora casi súbdito de imperialismo hegemónico estadounidense hacia la constitución de un bloque regional interimperialista autónomo y crecientemente opositor. Se pueden destacar cinco modificaciones claves en la situación internacional que favorecieron la transformación del proyecto europeísta.

Por una parte está el declive de la hegemonía norteamericana a partir de los años ’70, aunque Washington haya salido fortalecido y prestigiado de la caída de la URSS. Está, por otro lado, el rol creciente jugado por los ex socios imperialistas de los EE.UU., cada vez más solapadamente opositores, que acentúan su presión sin poder todavía reemplazar el viejo hegemón.

Por otra parte está la caída de la URSS y el desmembramiento del bloque oriental entre 1989 y 1991. Ya desde el inicio de la Perestroika en la URSS y la aparición de elementos de restauración capitalista en los países del Este -sobre todo a partir de la derrota del ascenso obrero de los ’70 e inicios de los ’80- la presión potencial ejercida por Moscú contra Europa occidental fue mucho menos fuerte. Progresivamente, las burguesías occidentales pudieron progresivamente tomar la iniciativa.

Ligado a los dos factores precedentes, es menester destacar como tercer elemento la reunificación alemana. Representó un salto cualitativo para el afianzamiento de Berlín en el tablero internacional y fue por ende un elemento central para la transformación del proyecto europeísta.

Es necesario también considerar a partir de los años ’80 la derrota de los proyectos nacionales en las semicolonias con la llegada al poder de gobiernos totalmente cipayos, fruto del fracaso del ascenso de la revolución anticolonial y de sus últimos embates a finales de los ’70 y durante los ’80. Esto dejó la vía libre al capitalismo europeo para una segunda penetración imperialista en su patio trasero tradicional. Como hemos visto, la reconstrucción de Europa bajo tutela norteamericana en la inmediata posguerra también tenía como meta amortiguar los golpes de la revolución colonial venidera. Una vez alejada la perspectiva de cualquier tipo de auténtica revolución nacional y social en la periferia y la implementación de un nuevo pacto poscolonial por parte de las direcciones nacionalistas burguesas tradicionales, el nuevo panorama en las semicolonias le dio una bocanada de oxígeno importante a la UE. Al mismo tiempo, el mundo semicolonial se convirtió en el terreno de crecientes roces entre bloques, a veces con fricciones bélicas en escenarios periféricos tal como se pudo ver en África a partir de los años ’90.

Por fin, es preciso destacar el elemento clave y en última instancia decisivo para analizar la evolución de la situación internacional: la intensidad del nivel de la lucha de clases. La burguesía supo derrotar, desviar, o al menos canalizar, el gran ciclo internacional de lucha de clases 1968-1981 -con sus últimas convulsiones en Europa en 1984, con la derrota de la huelga minera británica- que sacudió de forma particular todo el continente de Oeste a Este, abriendo una situación revolucionaria a escala continental. Esto permitió que la burguesía retomara la iniciativa descargando sus ataques en el asalariado y las clases subalternas para acolchonar los efectos de la crisis económica internacional y reforzar de esta forma el andamiaje político y económico que había construido (CEE) y que bien pronto habría de transformarse en la Unión Europea (UE).

Todos estos elementos permitían relanzar la ofensiva capitalista contra las clases subalternas en el ámbito interno y externo, ampliar el radio de expansión de la CEE/UE y acentuar la penetración imperialista del capital europeo en el patio trasero semicolonial tradicional.

Este proceso no se dio sin embargo sin que los bloques competidores reaccionaran. Un buen ejemplo de ello es el caso del desmembramiento de la Federación yugoslava y posteriormente la ofensiva contra Belgrado en 1998. La guerra de los Balcanes tuvo el objetivo de reafirmar el dominio de la OTAN y mantener a Europa como polo subordinado de la Alianza Atlántica evitando que la UE tomara, o al menos propusiera, un curso independiente de los Estados Unidos en la zona estratégica articuladora entre Europa y Asia. Gracias a ella Washington logró mantener militarmente una ligazón con Europa del Este en contra de un eje renano que domina económicamente los PECO.

La CEE se fortaleció y se transformó cualitativamente a partir de los inicios de los ’80, transformándose posteriormente en UE. En el marco de esta primera fase de fricciones de baja intensidad diplomática y roces más abiertos en el terreno económico y arancelario contra los bloques competidores que se están precisando hoy en día -lo que no excluye tendencias temporales al cierre de brechas ni estabilización relativa- el objetivo de la UE fue y sigue siendo reforzarse como plataforma defensiva y crecientemente ofensiva alrededor de tres ejes.

2.3. Cuando en Lisboa se resumen los objetivos estratégicos de la UE

Uno de los principales objetivos de la UE es profundizarse como bloque arancelario y aduanero relativamente compacto frente a la competencia exterior. Pretende también alentar y favorecer la concentración capitalista a nivel regional, uno de los principales motores del proceso de fusiones y adquisiciones de la época actual. Esto se traduce, bajo el impulso de los Estados predominantes de Europa occidental, en sectores bien precisos relativamente nuevos con relación a la historia de capitalismo industrial, como en la industria aeronáutica o armamentística de punta. Se ve también en otros sectores, como los servicios y la banca, sin excluir tampoco rubros tradicionales como en el sector industrial clásico, el siderúrgico o el petroquímico por ejemplo. Esto no significa que mecánicamente se esté creando un capitalismo unificado a escala europea con una progresiva fusión de las distintas burguesías europeas, se está muy lejos de eso. Sin embargo, en el marco de la competencia actual, la UE reúne las condiciones para las necesarias concentraciones capitalistas imprescindibles para resistir y conquistar nuevos mercados.

El segundo objetivo de la UE consiste en coordinar en el ámbito europeo el frente interno de las burguesías en los ataques que llevan a cabo contra sus proletariados y clases subalternas. Para resistir y combatir en el frente externo, es menester aumentar la productividad relativa del trabajo y bajar los costos laborales tanto a nivel nacional como continental. Estas ofensivas de carácter multifacético no se limitan únicamente a los ataques más visibles contra el asalariado. Abarcan también todas las políticas gubernamentales llevadas a cabo indirectamente, como por ejemplo el desmantelamiento del viejo Welfare State, para mejor redistribuir la renta nacional a favor del capital. Igualmente importantes son las políticas educacionales y de formación, investigación y desarrollo destinadas a aumentar la productividad relativa del trabajo.

Por fin, la UE pretende garantizar y facilitar la penetración imperialista en sus zonas de influencia de Asia, África y América Latina como forma de institucionalizar su dominio en los PECO y el Este europeo.

En la Cumbre de Lisboa de marzo de 2000, la mayoría de los gobiernos socialdemócratas europeos, como el de Jospin/Buffet/Voynet en el caso francés, volvieron a ratificar y destacar aquellos objetivos. Con la Agenda de Lisboa las burguesías europeas pretenden convertir el continente en la economía más competitiva del mundo. Estos preceptos que son sinónimos de mayor explotación y opresión, no sólo para las clases subalternas europeas sino también para los pueblos semicoloniales, representan hoy en día el programa más acabado de las burguesías europeas. Estas son las líneas directrices a las cuales se refieren tanto la socialdemocracia alemana como la derecha francesa e inclusive el “Proyecto para Italia”, el futuro programa político de Prodi y sus aliados del PRC para las elecciones de abril de 2006.

3. ¿Risorgimento europeo o unificación ficticia?

La UE es una coalición interestatal relativamente integrada de burguesías imperialistas con un patio trasero semicolonial cuya existencia no tiene comparaciones históricas ni tampoco actuales si nos remitimos al Tratado de Libre Comercio (NAFTA por sus siglas en inglés) o a la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN según sus siglas en inglés) por ejemplo. La CEE empieza a transformarse profundamente, mediante la firma del Acto Unico en 1986 primero y luego con el acuerdo de Maastricht en 1992. Sendos textos profundizan el proyecto inicial de Roma de 1958. Con todo esto, ¿la vieja CEE que pasó a ser UE se habrá transformado en un Estado, un proto-estado o incluso en un pos Estado como dicen los autonomistas? Claro que no. Sin embargo, es algo más que una mera unión aduanera regional de libre comercio. Más allá de las válidas aserciones del marxismo clásico respecto a la incapacidad de la burguesía, en la fase del capitalismo imperialista, de llevar adelante tareas de constitución de nuevas entidades nacionales que permitan o respondan a un crecimiento de las fuerzas productivas, podemos ver claramente por la negativa que la UE no es ningún Estado pero que al mismo tiempo, debido al carácter complejo de su estructura, representa algo más que un simple órgano de cooperación intergubernamental.

3.1. Consejo y Comisión, Bruselas y los gobiernos nacionales

Por más que la UE tenga todas las características aparentes de un Estado, con un mercado supuestamente unificado, un Banco Central y una moneda parcialmente común, un poder Ejecutivo y Legislativo compartido entre Consejo de Ministros, Jefes de gobiernos y Presidentes, Comisión y Parlamento, e inclusive un aparato judicial, no llega a ser un Estado. Estas instituciones supranacionales representan lo interrelacionado de las economías europeas, básicamente a través de una Comisión y un Parlamento que adoptan directivas y leyes que mediante el principio de subsidiaridad tendrían que estar aplicados en forma unificada en cada uno de los países. Sin embargo, lo que prima es el grado de consenso que existe en los distintos Consejos de Ministros que fijan la agenda económica, social, política y diplomática según lineamientos generales indicados por la misma Comisión.

En el entramado institucional que estructura la UE como acuerdo interestatal, el peso más importante lo tiene el Consejo Europeo que decide las orientaciones políticas generales a corto plazo. Viene luego el Consejo de Ministros que tiene un peso legislativo. Aunque en la Comisión Europea recae el poder ejecutivo y de propuesta de directivas y reglamentaciones, la Comisión depende estrechamente de las dos instituciones anteriores. Considerada muchas veces demagógicamente por la izquierda como la fuente de todos los males, la Comisión dista mucho de ser un órgano de decisiones omnipotente. El peso decisivo en la orientación de la política europea, es decir los ataques al proletariado y las clases subalternas, lo tienen los distintos gobiernos nacionales. Sin embargo, lo que prima en los Consejos desde la integración de los diez países semicoloniales en mayo de 2004 son los puntos de vista de los representantes de los gobiernos imperialistas. De ahí la importancia de la Constitución giscardiana para el eje renano, hasta hace poco líder de la construcción europea. El TCE afianzaba -aún más que el precedente Tratado de Niza- el peso central de Francia y Alemania, sin nombrarlos obviamente, en el complejo mecanismo de toma de decisiones centrales para la UE, en desmedro de los estados recién ingresados y de los países occidentales de menor peso.

Las distintas instituciones que están regidas por el conjunto de Tratados existentes desde la fundación de la CECA no son más que el marco en el cual las distintas burguesías imperialistas tratan de coordinar, tanto en el plano interno como externo, sus políticas reaccionarias. En este marco, Bruselas no es nada más que el lugar simbólico en el cual se toman las decisiones claves, siendo los distintos gobiernos nacionales occidentales los que las implementan soberanamente.

3.2. El Parlamento como cobertura “democrática”

A lo largo de su historia, las burguesías imperialistas quisieron conferirle al proceso de construcción un carácter consensual y democrático de cuya estructura participen pasivamente las mismas clases subalternas para dar más sustento al proceso de integración y construcción. Este discurso cobró más peso todavía con la integración de los diez nuevos ingresados. Si se compara la UE con los otros mercados integrados o las zonas de libre mercado a nivel mundial (NAFTA, ASEAN, etc.), esta estructuración política en la cual participan países imperialistas de primer y segundo orden y países semicoloniales en un aparente pie de igualdad es una excepción. Sin embargo, a diferencia de los proyectos utópicos de los federalistas burgueses de la primera mitad del siglo XX, los gobiernos europeos se rehusaron a convocar un proceso constituyente europeo como lo había hecho la burguesía, ya sea en forma activa o pasiva durante los procesos de constitución de las naciones durante los siglos XVIII y XIX. La construcción interestatal se hizo desde arriba, tratando posteriormente de buscar en el Parlamento una legitimidad democrática ficticia [1]

Originalmente, el Parlamento iba a ser un mero órgano consultivo. Si bien sus poderes se fueron poco a poco extendiendo, otorgándole el papel de “votar” el presupuesto europeo y “controlar” la Comisión, el Parlamento tiene tan sólo un mero poder consultivo y ‘co-decisional’ secundario respecto a la Comisión y al Consejo. En realidad, la institución que podría parecer más democrática no es nada más que el órgano de convalidación de las políticas consensuadas en los Consejos y la cobertura pseudo democrática de la relaciones de opresión imperialista hacia los PECO cuyos representantes ocupan un escaño junto con sus homólogos del oeste europeo. El Parlamento no es una entidad reformable, es un apéndice de las políticas nacionales y las bancadas burguesas en su seno, la mayoría de las cuales no representan corrientes políticas sino en última instancia, los intereses nacionales de sus burguesías. Que la UE no sea un Estado ni llegue a serlo no tiene sin embargo nada que ver con el déficit democrático de todas sus instituciones. Tampoco podría llegar a serlo mediante una Constitución que le diera al aparato económico un andamiaje político reforzado como lo pregona la socialdemocracia europea.

3.3. La utopía reaccionaria de la unificación burguesa

Más allá de estas contradicciones estructurales, para llegar a ser un Estado en sentido clásico, la UE tendría que estructurarse detrás de una burguesía hegemónica unificadora. El Estado moderno es la respuesta política burguesa frente a la necesidad de unificar un mercado interno en pos de la libre circulación de los capitales, las mercancías, los servicios y de la mano de obra a fin de favorecer el crecimiento de las fuerzas productivas. La idea proto-burguesa y burguesa de Estado se cristalizó durante los siglos XVIII y XIX como necesidad de unificación de un mercado nacional detrás de una nueva clase dominante para permitir el libre desarrollo de las fuerzas productivas. Esta idea de Estado chocó con la atomización del sistema económico basado en la renta feudal y los viejos obstáculos socio-económicos heredados del modo de producción feudal y posfeudal. Nació en el marco de grandes guerras libradas contra esta reacción interna y externa.

La constitución de los Estados modernos fue llevada adelante en la historia moderna y contemporánea -hasta las unificaciones alemana e italiana- por un sector burgués hegemónico que lideraba los demás sectores burgueses secundarios. Hoy en día, más allá de la importancia relativa del eje renano -cuya crisis salió a la luz después del descrédito electoral que sufrieron Schröder y Chirac- no existe en Europa ningún sector burgués que pueda actuar como polo hegemónico para ejercer su liderazgo sobre los demás sectores dominantes de los otros países imperialistas. El carácter irreductiblemente imperialista de los países de Europa occidental obstaculiza cualquier tentativa de unificación estatal. Lo que estructuraron hasta ahora los arquitectos de la UE no es más que un consejo de administración de las burguesías imperialistas soberanas de la región, cuya sede está en Bruselas, en el seno del cual toda decisión es el fruto de las negociaciones entre los representantes de las distintas burguesías imperialistas de la región.

Por ende, ni la burguesía francesa, ni la alemana, ni su alianza renana, ni tampoco Gran Bretaña son capaces de superar las contradicciones históricas de la era imperialista y llegar tardíamente a una unificación burguesa. Las corrientes y partidos políticos que dicen que es posible llegar a una Europa democrática y social superadora de los viejos Estados nacionales sin acabar con el capitalismo, que tampoco indican que sólo la clase obrera podrá llegar a dicha unificación, no son nada más que unos “garibaldinos” utopistas y reaccionarios de un proceso de unificación inexistente - pata izquierda de los Chirac o Schröder que ni llegan a la altura de un Cavour o un Bismarck.

4. Una Europa de los monopolios y del capital financiero

Plantea Barroso (Presidente de la Comisión Europea) que es menester persuadir a los europeos de que “las reformas que pretendemos implementar no tienen como meta (...) la de ‘americanizar’ Europa, sino preservar su modelo social. (...) La renovación del modelo social europeo de solidaridad [pasa por] una estrategia de crecimiento y de empleo articulada alrededor de tres ejes: la competitividad, la sociedad del conocimiento, la modernización del mercado laboral y del Seguro Social [viejo Estado de Bienestar]”. Para ser honesto, hubiera tenido que añadir “en provecho de los monopolios y del capital financiero europeo”.

No es ningún secreto para la vanguardia obrera en lucha y la juventud que se movilizó en las distintas marchas contra las Cumbres europeas que esta Europa la diseñan para satisfacer las necesidades de las multinacionales, de los monopolios y el capital financiero. Las privatizaciones, los recortes a los derechos sociales, las reformas laborales, son los “beneficios” que los trabajadores y las capas populares podemos esperar de Europa. Ellas libran una lucha despiadada contra el asalariado, refuerzan su peso en los PECO y el dominio semicolonial de los nuevos países ingresados a cambio de un puesto de Comisario y una bancada en un Parlamento. Estos son los dos frentes en los cuales se mueven las burguesías europeas en forma coordinada -a pesar de sus discrepancias estratégicas internas- con la colaboración de sus socios menores del Este y la inestimable ayuda de las burocracias sindicales para cumplir con los objetivos de Lisboa, es decir bajar los costos laborales y aumentar la productividad relativa del trabajo para convertirse en la economía más competitiva a nivel mundial en el marco de una guerra económica contra los otros bloques imperialistas. Empezaremos, antes de entrar en un estudio más profundo de la estructuración económica de la UE, con los sectores más golpeados por las políticas reaccionarias coordinadas por Bruselas.

4.1. La UE, ¿Un “continente de la democracia” y de los “pueblos” o una “Europa fortaleza” contra los inmigrantes, las mujeres y las nacionalidades históricas?

Lo que pone al desnudo el carácter profundamente reaccionario de la UE es el famoso modelo que Bruselas propone para los sectores más expuestos a los golpes del capital y de las patronales, en particular modo los inmigrantes y las mujeres y que tan grato le resulta a Barroso.

4.1.1. Una política migratoria reaccionaria

Uno de los problemas más candentes para las burguesías europeas sigue siendo la gestión de los flujos migratorios. Como lo plantea el vicepresidente de la Comisión, Franco Frattini, aunque “el volumen de admisión de los trabajadores de países extracomunitarios es una responsabilidad de cada Estado, la problemática debe ser considerada a nivel europeo (...) Sueño con que bajo mi mandato la UE pueda avanzar lo más posible hacia una gestión armoniosa de las migraciones económicas”. Una vez en Europa, los trabajadores inmigrantes, sus hijos y familias son tratados como trabajadores y ciudadanos de segunda categoría y son objeto de una doble explotación y opresión, blanco de los ataques racistas y del discurso demagógico imperante contra el plomero polaco o, peor aun, contra el trabajador turco, albanés o magrebí. ¡Como si fueran los proletarios inmigrantes los responsables de la crisis social que atraviesa el continente o del ataque al nivel de vida y a las condiciones de trabajo! ¡Como si fueran los hermanos inmigrantes, en especial los sectores más precarizados y pauperizados, las mujeres, la juventud los causantes del flagelo de la desocupación en Europa!

No basta con que la clase obrera europea se oponga a la gestión migratoria reaccionaria de los gobiernos europeos y a la doble opresión de la cual sufren los trabajadores inmigrantes o de origen inmigrante y sus familias instaladas en algunos casos hace dos o tres generaciones y en otros recientemente. Hace falta que el proletariado y la juventud peleen contra las presiones racistas y reaccionarias de las cuales son objeto. Tienen que luchar por la extensión para todos los inmigrantes de la totalidad de los derechos laborales, sociales y civiles de los cuales gozan los trabajadores nativos. Combinado con esto es la lucha por el derecho imprescindible a circular dentro y fuera de la UE para cualquier trabajador que así lo quiera.
Es necesario que luchemos no sólo contra el Tratado de Schengen sino también contra las políticas de gendarme de las fronteras europeas llevada adelante por los gobiernos de los países limítrofes de la UE, del Mediterráneo y del Este, que cumplen con el trabajo sucio de acechar contra la inmigración económica y política de centenares de miles de trabajadores y jóvenes en busca de un futuro mejor, condenándolos a dejar sus vidas en las pateras del canal de Gibraltar, morir en las playas del Adriático o pudrirse en los centros de detenciones antes de ser expulsados, como se vió trágicamente en Ceuta y Melilla. Es necesario que el asalariado europeo sea solidario, de manera concreta y con sus propios métodos, con los proletarios que quieran venir a Europa y residir aquí. Para eso tiene que pelear contra la presión racista que emane de los gobiernos y los medios de comunicación a sueldo de la burguesía, en particular modo contra la islamofobia imperante que intenta convertir a todos los musulmanes de Europa y acusar a los jóvenes arábigo musulmanes, hartos de tanta opresión racista, en terroristas potenciales. Junto a ello, el proletariado y la juventud de Europa tenemos que luchar de manera independiente, con métodos de autodefensa de la clase obrera y de forma irreconciliable contra las bandas racistas respaldadas por los partidos de ultraderecha europeos que acosan a los trabajadores inmigrantes o de origen extranjero.

De no ser así, siguiendo los discursos directamente chovinistas o pseudocaritativos de sus direcciones sindicales y políticas de centro izquierda, la clase obrera de Europa no podrá forjar la imprescindible alianza con los pueblos pobres de la periferia necesaria tanto a la unidad del continente, acabando con el yugo del capitalismo, como a su propia liberación como clase. Esta es la única forma de cimentar la alianza entre trabajadores de Europa, más allá de sus orígenes. Esta ubicación es necesaria para sustraer de la influencia nefasta y reaccionaria de las direcciones religiosas -que en última instancia defienden la conciliación de clase- a los millones de jóvenes arábigo musulmanes que son las primeras víctimas de las políticas racistas estatales y patronales y ganarlos para una perspectiva genuinamente revolucionaria y antiimperialista capaz de transformar la sociedad.

4.1.2. La UE como último bastión de la reacción religiosa cristiana...

Un aspecto del debate alrededor de la Convención de Giscard puso de relieve la cuestión de las raíces cristianas de Europa. En esta discusión, tanto el Vaticano como España o Polonia jugaron el rol de paladines de la reacción. Esta cuestión era obviamente instrumentalizada por los gobiernos de Aznar y de Miller para negociar en mejores condiciones de fuerza el peso de sus respectivos países -el primero un país imperialista de segunda categoría y el segundo una semicolonia aspirante al estatuto de potencia semicolonial regional- en las futuras instituciones de la Europa de los 25 frente al eje renano. Ambos jefes de gobierno habían adoptado una posición similar durante la formación de la coalición bélica antes de la invasión a Irak, ubicándose en el campo estadounidense para mejor negociar con Berlín y París. Durante el debate sobre las raíces cristianas del viejo continente, la discusión tuvo sin embargo el mérito de poner a la luz el carácter fundamentalmente reaccionario del conjunto de los Estados que conforman la actual UE. Si bien el TCE no reconoce la matriz cristiana común de Europa, ningún gobierno, por más “progresista” que sea, destacó la necesidad de que cualquier supuesta Constitución burguesa moderna había de ser, ante todo, laica.

Se pudo constatar que las distintas iglesias cristianas institucionalizadas, resabios insepultos del pasado, seguían más fuerte que nunca, interviniendo en el debate, revelando de esta forma su importante peso económico, social e ideológico inclusive en los países cuya constitución pretende ser laica. Las iglesias cristianas institucionalizadas siguen siendo el baluarte de la reacción -que las instituciones políticas europeas ni se atreven a cuestionar-, donde ni siquiera se llega a reconocer la aplicación de derechos democráticos fundamentales en ciertos países de la UE. En Irlanda, Portugal o Polonia, el derecho de las mujeres a disponer de su propio cuerpo está negado, condenando a decenas de miles de mujeres a poner sus vidas en peligro y al aborto clandestino, estigmatizándolas como criminales. Tampoco alude el TCE al derecho al divorcio.

Al mismo tiempo, mientras que en distintos países se intenta cooptar para una política de acción afirmativa a representantes de los sectores arábigo musulmanes laicos y religiosos entre las clases medias, los gobiernos llevan adelante una guerra a rabiar, racista y chovinista, en nombre de la lucha antiterrorista coordinada a nivel europeo, contra las clases subalternas arábigo musulmanas. Los marxistas revolucionarios, junto a la vanguardia feminista, obrera y juvenil, tenemos que ser los portavoces de los derechos democráticos tales como el derecho al aborto libre y gratuito o el derecho al divorcio como elementos nodales para levantar una política feminista anticapitalista y antipatriarcal como parte de un programa revolucionario de conjunto. Al mismo tiempo, tenemos por delante una lucha irreconciliable por el derecho a la libertad de conciencia junto a los sectores oprimidos de las clases populares, sobre todo entre los sectores arábigo musulmanes, contra la islamofobia estatal y mediática.

4.1.3. ...y de la opresión de las nacionalidades históricas

Con el discurso de la construcción de “la Europa de las regiones y de los pueblos” que hasta los grupos parlamentarios autonomistas burgueses catalanes o vascos defienden desde sus bancadas de Estrasburgo, la UE trata de hacernos olvidar que más que una Europa de los pueblos, la UE se asienta en Estados que históricamente se construyeron no sólo mediante una brutal explotación y expoliación de sus propias colonias de ultramar -que hoy en día siguen existiendo y forman parte del territorio comunitario como las Antillas francesas- sino también ejerciendo una opresión despiadada contra las nacionalidades históricas de Europa, sean éstas nacionales como en el caso de los irlandeses, vascos o corsos por ejemplo, o nacional culturales en el caso de los roms y rintis.

Contra la farsa de una UE de los pueblos, es imprescindible que levantemos el derecho a la independencia de todas las colonias de ultramar existentes como parte de nuestro combate antiimperialista, tanto como el derecho a la autodeterminación plena para las nacionalidades oprimidas de Europa como parte íntegra de la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa en los cuales podrán realmente desarrollarse y expresarse plenamente, tanto desde un punto de vista cultural como social, todas las riquezas de los pueblos que componen el continente.

4.2. La política económica y exterior de la UE

La UE es el marco en el cual las burguesías imperialistas y sus principales firmas concuerdan para luchar por el mercado mundial. Basta citar a Fiat, Volkswagen o PSA, en el sector automotor, EADS-Airbus en el sector aeronáutico, Philips, Alstom o Siemens en el sector electrónico y electromecánico, Sanofi-Synthélabo y Aventis en el sector farmacéutico, GDF, BP, Total, Repsol en el sector del gas y petrolero, EDF, E.On o EnBW en el sector energético-eléctrico, Telefónica, France Telecom, Vodafone o Deutsche Telekom en el sector de las comunicaciones, Air France-KLM en el transporte aéreo. Estas son algunas de las firmas que más presionaron para que se adoptara el TCE y colaboraron activamente durante su fase de redacción. Para ellas, como lo plantea Barroso, “reforzar la UE como actor mundial (...) constituye un elemento estratégico (...) ya que marca el grado de avance político del proceso de integración europea”.

4.2.1. El Banco Central Europeo y el Euro al servicio del gran capital

El Banco Europeo de Inversiones (BEI), pero sobre todo el Banco Central Europeo (BCE), son los símbolos vivos de los alcances de la relativa integración económica europea. En el BCE, la institución europea más reciente (1998), recae la ejecución de la dirección económica de la zona euro. Las políticas económicas que lleva adelante son el resultado del grado de consenso alcanzado entre los distintos gobiernos imperialistas, aunque más que nunca el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en su estado actual está parcialmente cuestionado por portavoces importantes del gran capital europeo. Esto no significa que el Tratado de Maastricht esté por ser desconocido por uno de los países fundadores de la CEE o que alguno salga de la zona euro.

Para muchos analistas reformistas, el problema del BCE y la política llevada adelante sería de índole democrática o de política económica. El problema, para ellos, no es el carácter “independiente” del BCE, el hecho de que supervise la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, o que tenga una orientación volcada hacia los mercados financieros. Esta es una característica central de los viejos Bancos Centrales nacionales y, el aspecto “independiente” del BCE, es obviamente ficticio, ya que es el resultado de un perpetuo compromiso entre las distintas burguesías y gobiernos nacionales para respetar criterios económicos necesarios a la supervivencia del euro como divisa internacional defensiva y alternativa frente al dólar. La aplicación de esta política económica y monetaria depende estrechamente de los gobiernos nacionales... y de sus cuentas públicas más o menos falseadas como lo demostraron últimamente los casos griego y portugués.

Por otra parte, ciertos analistas tienden a condenar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento como si éste fuera el principal responsable del estancamiento económico en el cual se encuentran los principales países fundadores de la UE respecto a los países “opting out” (que optan por quedarse afuera) que no son parte de la Unión Económica y Monetaria (UEM) -Gran Bretaña en particular- cuya orientación económica respaldada por un fuerte déficit público permite enfrentar en mejores condiciones la fase económica actual. Los trabajadores y las clases populares no tenemos nada que esperar de una reforma política keynesiana, más o menos profunda o de izquierdas del Pacto de Estabilidad, como lo proponen políticos importantes como Debré, el presidente de la Cámara francesa o el mismo Almunia, comisario “socialista” para los Asuntos Económicos. Tampoco tenemos nada que esperar de una salida nacionalista de la UEM como lo sugirió demagógicamente Maroni, ministro italiano de la Liga Norte, partido que integra la coalición gubernamental de Berlusconi. En ambos casos, seremos los trabajadores los que tengamos que pagar los costos de la crisis. Tenemos que imponer una salida, no reformando las instituciones existentes o criticando sus rasgos liberales, sino llevando adelante un combate anticapitalista contra el BCE y sus políticas que pasa por una pelea contra nuestras propias patronales y gobiernos nacionales.

4.2.2. Presupuesto europeo: Fondos estructurales y Política Agrícola Común (PAC)

La UE dispone de un presupuesto autónomo que sustenta las políticas comunitarias que se ponen en marcha. El carácter desigual de la recaudación en función de los países y la utilización de aquellos fondos representan una contradicción cada vez mayor que estalló más fuerte que nunca en la Cumbre de Bruselas de junio antes de que Blair asumiera la presidencia rotativa. Aunque tanto los Fondos estructurales como la PAC representan hoy en día casi el 80% del presupuesto comunitario, lo que no deja de crear tensiones entre los principales beneficiarios e inclusive con los mismos criterios de Maastricht, el conjunto de las políticas económicas llevadas adelante por la UE son el marco en el cual tratan de concordar los gobiernos imperialistas para reforzar sus posiciones hacia los países del Este y alentar el cumplimiento de los objetivos fijados por la Agenda de Lisboa.

Los Fondos estructurales

Por más que los políticos europeos afirmen lo contrario y tomen como ejemplo la importancia de las políticas económicas presupuestarias en el caso de los ingresados de los años ’80, en particular Grecia, Portugal y España, los trabajadores y las clases subalternas no sacaron ningún provecho de ellas. Actualmente, la UE trata de disfrazar los fondos estructurales en ayudas especiales para las regiones más pobres y rezagadas de la UE, en especial para los PECO. Sin embargo, los fondos estructurales destinados a los PECO no llegan ni a una décima parte de lo que se gastó en los ’80 en concepto de ayuda a la modernización de los países ingresados o para llevar adelante la absorción de la RDA por parte de Alemania occidental. La realidad es otra. Los fondos estructurales tienen como objetivo, como lo plantea la actual Comisaría para las Políticas Regionales, “cumplir con los objetivos de Lisboa. Para enfrentar este desafío, es menester concentrar los esfuerzos en los factores claves del crecimiento futuro: las infraestructuras de transporte y telecomunicaciones, los polos de competitividad y las redes, la educación y la formación (...)”. Todos éstos sirven por ende básicamente para acompañar las reformas estructurales preconizadas por Bruselas y de las cuales se benefician las multinacionales de Europa occidental. Sirven igualmente para incrementar la productividad relativa del trabajo y bajar su costo, es decir aumentar la tasa de explotación.

Los fondos estructurales no son ningún punto de apoyo para ayudar a las regiones más pobres o damnificadas del continente. Su reforma no permitiría reforzar la solidaridad entre los pueblos del continente. Es un arma en manos de las burguesías imperialistas y sus socios menores de los PECO.

La Política Agrícola Común (PAC). Un arma del agrobusiness y del saqueo semicolonial

Otro discurso ideológico que es menester contrarrestar es la reforma de la PAC pregonada tanto por derecha por Blair como por izquierda por ciertos sectores agrícolas cuyo portavoz más conocido es José Bové.

Originalmente, desde la Conferencia de Stresa de 1958, que fijó por primera vez los lineamientos de una política agrícola integrada en el ámbito europeo, la PAC habría de responder a tres objetivos básicos: estabilizar los mercados agrícolas y garantizar la seguridad alimenticia; asegurar precios de mercado razonables y un nivel de vida decente para la población agrícola - en realidad acompañar socialmente la transferencia de grandes cantidades de la población rural al mercado del trabajo según las nuevas necesidades de la industria y de los servicios en aquellos años de crecimiento económico; e incrementar la productividad en las zonas rurales.

La PAC, que sólo empezó a entrar en vigor en 1967, no sólo respondió parcialmente a estos objetivos. Logró por añadidura cooptar definitivamente para los regímenes burgueses una base social rural incluyendo a pequeños agricultores, sector que se caracterizó por protagonizar levantamientos en distintos países de Europa hasta el segundo tercio del siglo XX. Además, la PAC sirvió para reforzar la productividad agrícola europea y favorecer el agrobusiness y la agroindustria, tanto a nivel vertical -sometiendo al gran capital el conjunto del proceso de producción, desde la economía pastoral griega hasta los grandes cultivos cerealistas de Europa occidental, pasando por el apoyo a la industria de insumos y maquinarias para el agro, etc.-, como a nivel horizontal -concentración agrícola, modernización de las explotaciones, apoyo a la constitución de grandes trusts de la agroindustria, etc.-.

La PAC no sólo tuvo repercusiones en el plano interno. Hoy en día, como barrera arancelaria oculta, sigue siendo una de las herramientas centrales en la cual se apoyan los gobiernos imperialistas para sostener a sus multinacionales, hundiendo y condenando a la miseria a millones de pequeños productores del mundo semicolonial, a pesar de los discursos demagógicos de Chirac contra EE.UU. cuando pregona la abolición de los subsidios agrícolas en los países desarrollados.
La PAC no puede ser reformada ni en el sentido de Blair ni tampoco en el sentido preconizado por los altermundialistas vinculados al Foro Social Mundial y al Foro Social Europeo. Estos últimos, a la cabeza de los cuales se sitúa la Confederación Campesina Francesa ligada a la corriente internacional Vía Campesina, oculta detrás de un discurso tercermundista renovado una defensa incondicional de las “especificidades regionales agrícolas” y sus distintas medidas arancelarias disfrazadas con sus DOC y sus AOC (Denominación o Apelación de Origen Controladas), las cuales en última instancia están basadas en la competencia brutal contra el campesinado del mundo semicolonial. Por eso luchamos por una política agrícola integrada que satisfaga de la manera más adecuada las necesidades del conjunto de la humanidad, que brinde productos de la mejor calidad y diversos y que bregue por la defensa del medio ambiente y las poblaciones rurales. Esta política tiene que ser controlada por los trabajadores del agro y los consumidores y sólo puede implementarse empezando por la expropiación de los grandes pulpos europeos del agrobusiness, elemento central del cual se olvidan por completo las direcciones altermundialistas, basando meramente sus ataques en la cuestión de los Organismos Genéticamente Modificados, reclamando la intervención de los mismos gobiernos imperialistas contra los Monsanto y otros como DeNemours, multinacionales norteamericanas en su mayoría. Sólo una Europa de los trabajadores podrá asegurar una política productiva agrícola racional y solidaria hacia los países del llamado “Sur del mundo”.

4.2.3. ¿Competencia libre y no falseada o ley de los monopolios?

Numerosos opositores de izquierda al TCE se basan en el concepto de “competencia libre y no falseada” inscripta en el Tratado para afirmar que la misma simboliza la vuelta a la competencia salvaje de todos contra todos -como si la explotación y la opresión fueran privativas del llamado “neoliberalismo”-. Siguiendo con su lógica neokeynesiana que no difiere de muchos políticos y patrones agregan que esta cláusula impediría que el Estado intervenga y apoye a las empresas amenazadas con quebrar o deslocalizar, lo que incrementaría la desocupación.

En realidad, en nombre de la “competencia libre y no falseada” y de la “economía social de mercado”, piedras angulares no sólo del TCE sino del conjunto de los Tratados desde la fundación de la CEE, las grandes multinacionales que supervisaron la redacción de la “Constitución” europea defienden una regla del juego consensuada y negociada a nivel europeo a partir de la cual puedan defender sus derechos monopólicos contra sus competidores en el mercado mundial y mercado interno. Lo que plantea el enmendado Tratado de Roma en su tercer artículo es que la CEE tiene que poner de pie “un régimen que garantice que la competencia no será falseada en el mercado interior”. Como lo explica el mismo Monti, ex comisario para la Competencia, las instituciones económicas internacionales requieren “una Europa unida para contrarrestar los comportamientos desleales o ciertas infracciones, mediante, por ejemplo, medidas antidumping o cláusulas de salvación como se hizo para la construcción naval contra Corea. Y sólo una Europa más fuerte puede imponer la ley europea a las multinacionales más grandes. Lo vimos en el caso de Microsoft o de General Electric”. Monti hubiera también podido citar el caso, contrario esta vez, de Airbus contra Boeing.

La “competencia libre y no falseada”, lejos de ser un arma de Bruselas para destruir las economías nacionales como pretenden los euroescépticos y los demagogos de todos bandos, defiende en realidad en forma negociada, es decir de manera falseada y monopólica, los intereses de las multinacionales de Europa occidental sin diferir de la fase actual del capitalismo, el imperialismo. Como lo atestigua Kroes, actual comisaria europea para la Competencia, “el 93% de las subvenciones estatales [a las empresas] notificadas a la Comisión son aceptadas”, es decir que la Comisión no es nada más que un órgano regulador que convalida las subvenciones estatales a las patronales con las cuales la burguesía genera pingües ganancias sin impedirle cerrar o abrir empresas y fábricas según sus intereses.

Los trabajadores no tenemos ningún interés en luchar a secas contra el principio de “competencia libre y no falseada”, que está hecho a imagen y semejanza de una Europa patronal y no trae ningún beneficio para los trabajadores. No podemos caer en la trampa ideológica del debate sobre la cuestión del modelo, económico o social que defiende el TCE o la UE, como si nuestra explotación y opresión, la desocupación y la flexibilidad dependieran de un grado mayor o menor de intervención del Estado burgués en la economía. A diferencia de lo que preconizan los partidarios del “NO de izquierda” al TCE, tenemos que luchar por la expropiación definitiva y sin pago bajo control de los trabajadores y de los usuarios de todas las grandes multinacionales europeas que acá nos explotan y al mismo tiempo saquean los países semicoloniales realizando superganancias.

4.3. El intento de la UE de establecer una política exterior común

Bruselas, con el respaldo de los gobiernos de la UE y sus respectivos ministerios de Asuntos Exteriores, proclama que para “preservar y compartir los beneficios del modelo europeo, [su] política de relaciones exteriores es determinante”. ¿Qué tipo de beneficios del modelo europeo sacaron los marfileños bombardeados por las tropas francesas apoyadas por la UE en Abidjan en noviembre de 2004? Puede ser que la comisaria austríaca para las Relaciones exteriores, Ferrero-Waldner, se refiera precisamente a aquel modelo, el modelo despiadado de un polo imperialista. Juntándose a este coro, Rehn, comisario para la Ampliación, proclama que “la ampliación [de la UE] es uno de los instrumentos de política exterior más potentes del cual dispone Europa que extendió progresivamente su zona de paz y democracia”. ¿Los países imperialistas de Europa occidental extendieron su zona de paz y de democracia hacia Europa del Este o se hicieron más bien con los principales recursos económicos de unos países semicolonizados por Berlín, París, Londres, Roma y compañía, condenando a millones de proletarios a la desocupación, la flexibilidad laboral, y hundiendo a otros tantos en la pobreza y la miseria?

4.3.1. La anexión de los PECOS, una forma de semicolonización sui generis

La última etapa antes de la redacción de la “Constitución” giscardiana para Europa fue la integración en mayo de 2004 de diez nuevos países, ocho de ellos ex Estados obreros deformados (Polonia, Hungría) o subfracciones (República Checa, Eslovaquia, Eslovenia y los países bálticos). Bruselas piensa integrar dos más (Bulgaria y Rumania) para 2007. Tomando en cuenta que ya desde 1991 con la explosión del COMECON estos países pasaron bajo la órbita económica de Europa occidental, en especial de Berlín y en menor medida París, la UE de los 15 hubiera podido contentarse, una vez adquiridos y controlados los sectores económicos claves de estos países hoy en día capitalistas, con dejarlos afuera en vez de integrarlos con todos sus problemas económicos, políticos y sociales latentes y los riesgos subsecuentes que esto conlleva.

En parte, esta integración es síntoma de la potencia de los sectores capitalistas occidentales más concentrados pero a la vez del déficit de hegemonía en el tablero mundial de la UE hoy en día.

Por una parte, si bien los sectores económicos claves pasaron a manos del capital europeo, quedan todavía sectores que no están directamente bajo el control del capital imperialista europeo, principalmente alemán y francés. Para terminar de semicolonializar los PECO, no bastan las inversiones europeas. Resulta necesario, mediante su integración y la aplicación de las directivas europeas, desmantelar y adquirir los sectores económicos todavía dependientes de la maquinaria estatal o de las nacientes burguesías locales en el poder. En ciertos sectores, las directivas europeas -modernización del aparato productivo, normas ecológicas y sociales, etc.-, con las cuales no podrán cumplir las patronales del sector privado y público de los PECO, crearán las condiciones legales para que las inversiones europeas occidentales terminen de hacerse con la totalidad de la economía de aquellos países o acaben liquidando inclusive ciertos sectores económicos.

En este sentido se puede hablar de una relación contradictoria entre la potencia del capital europeo que permitió la penetración imperialista que empezó en 1991 y culminó durante la segunda parte de los ’90 y por otra parte su déficit hegemónico que lo obliga a llevar adelante una anexión con ciertas concesiones formales y políticas.

Por otro lado, la integración de los PECO resultó ser necesaria ya que en el marco de la lucha en el Este europeo entre la OTAN, los designios estadounidenses, la UE y las veleidades rusas de conservar algo de influencia en aquella región, la UE necesitaba institucionalizar el dominio de su patio trasero, como si tuviera que marcarlo mediante nuevas fronteras formales. Sin embargo, el déficit hegemónico europeísta -que por otra parte es revelador de las contradicciones internas del proyecto europeo- se vio claramente durante el conflicto iraquí ya que una burguesía cipaya como la polaca sacó provecho no sólo de las fricciones interimperialistas sino también de la falta de hegemonía del núcleo central de la UE para imponer una política exterior propia en pos de buscar mejores condiciones para negociar con la UE ubicándose detrás de Washington.

Por ende, la forma en la cual se viene llevando a cabo la profundización de la semicolonización de los PECO es bastante inaudita. Detrás de un discurso ideológico que pretende haber afianzado la paz y la democracia en Europa oriental -argumentos falacios que en gran parte encuentran su sustento en la forma en la cual cayeron los regímenes estalinistas del Este, a través de levantamientos o procesos antiburocráticos desviados por medio de la reacción o contrarrevolución democrática, a cambio de un desmantelamiento casi total de las economías nacionalizadas- la implementación de las reglas sociales, económicas y hasta ecológicas impuestas por los imperialistas mediante Bruselas responde a un solo objetivo. Los pueblos de Europa del Este salen de una década y media, luego de los procesos de 1989-1991, sin haber podido sacar lecciones de más de cuarenta años de dictadura política y policíaca estalinista ya que todos los intentos de revolución política fueron ahogados en sangre por los tanques soviéticos -Berlín 1953, Budapest 1956, Praga 1968 o Polonia a finales de los ’70 e inicios de los ’80- lo que llevó al fracaso el último proceso de movilización popular antiburocrático. Apoyándose en las ilusiones creadas entre las clases subalternas de los PECO, según las cuales la UE es sinónimo de crecimiento económico y mejoras de las condiciones de vida, las burguesías occidentales utilizan sus socios menores del Este como agentes del desmantelamiento de los viejos aparatos económicos y al mismo tiempo la rigidez de las nuevas reglas que han de incorporarse a las legislaciones nacionales tienen como meta hacer pasar definitivamente las fracciones más rentables del aparato productivo a manos de capitales imperialistas extranjeros e impedir el reforzamiento en el mercado local de las burguesías orientales -por su incapacidad inversionista estructural- y transformarlas en mero agente entre los capitales extranjeros y las clases subalternas locales y el mercado europeo y mundial.

Desde el punto de vista del proletariado del Este europeo, los revolucionarios tenemos que encarar el problema de estos nuevos países semicoloniales desde una visión profundamente dialéctica de las categorías marxistas clásicas. Por ende debemos responder desde un marxismo revolucionario férreamente anti-estalinista a las necesidades de las masas del Este europeo que vivieron medio siglo de dictadura política llevada a cabo en nombre de los mismos Marx, Engels y Lenin. Por otro lado, no podemos dejar la lucha por la nueva independencia nacional y la ruptura con los pactos de la UE en manos de los partidos de extrema derecha, xenófobos y populistas que influencian buena parte de la vida política y las clases subalternas de los PECO. Las tareas democráticas y económicas que sólo el proletariado y sus aliados del Este podrán resolver, constituirán el primer punto de apoyo práctico para responder, desde una perspectiva marxista revolucionaria, al liquidacionismo estalinista al cual se asimiló el marxismo. La respuesta a las aspiraciones democráticas y de mejoras de las condiciones de vida para las masas del Este europeo que no pertenecen a la UE todavía -los países de la ex Yugoslavia por ejemplo o los países del límite occidental de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) como Moldavia, Ucrania o Bielorrusia- no la darán las saqueadoras burguesías imperialistas y sus discursos demagógicos sino las mismas masas en lucha contra el capital occidental y los ex oligarcas, ayer aliados de Moscú y hoy negociadores con Berlín, París o Washington.

4.3.2. La política exterior de la UE, ¿una alternativa al “unilateralismo” yanqui?

Uno de los mayores sustentos ideológicos de la CEE y posteriormente la UE fue y sigue siendo la reconciliación pacífica y democrática de un continente martirizado por dos Guerras Mundiales. Como lo plantea el ex ministro belga de Relaciones Exteriores y actual comisario para el Desarrollo y la Ayuda Humanitaria, “Europa conlleva en sus mismos fundamentos el universalismo”. Esta ideología difusa se reforzó a lo largo de los ’90 luego de la caída de la URSS, el estallido del COMECON, la integración posterior de los PECO y la perspectiva de incorporación de los Balcanes orientales e inclusive occidentales a la UE. El eje renano y sus intelectuales orgánicos profundizaron aquel discurso con la guerra en Irak encabezada por Estados Unidos. Según Negri, Europa es “el continente de la democracia absoluta” y para Derrida y Habermas la identidad europea se contrapone con creces al bélico imperio estadounidense.

Como ya lo hemos visto, aunque las distintas burguesías europeas tienen intereses contrapuestos a nivel internacional, tratan sin embargo de buscar una mínima base común que les permita competir en mejores condiciones por el mercado mundial en desmedro de sus socios y cada vez más rivales imperialistas. Esto llevó a los gobiernos europeos, desde la conformación de las primeras entidades comunitarias, a buscar profundizar su integración a nivel diplomático y militar. Este proceso tortuoso no tuvo menos contradicciones y dificultades que en el plano meramente económico. Con el TCE, el eje renano pretendía afianzar esta tentativa de constituir una plataforma ofensiva a nivel externo, a pesar de las contradicciones existentes entre el capital francés y alemán, mediante el nombramiento de un verdadero ministro de Relaciones Exteriores de la UE que hubiera encarnado una política extranjera común. También pretendía permitir el reforzamiento de la colaboración bilateral existente a nivel diplomático, industrial y militar entre los países que lo desearan.

Los orígenes de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC)

La PESC, dirigida por el socialdemócrata español Javier Solana, fue creada luego de la adopción del Tratado de Maastricht. Hunde sus raíces en la Unión de Europa Occidental (UEO-1954). No obstante, la PESC, con su aspecto militar, la PESD (Política Exterior de Seguridad y Defensa), tiene mucho más que ver con el proyecto de Comunidad Europea de Defensa (CED) de 1952, inspirado en la Declaración Schuman. La CED preveía la creación de un ejército europeo integrado con la participación de la República Federal Alemana, respaldado por los atlantistas, es cierto, pero que constituyera a su vez un reforzamiento político autónomo de Europa a nivel federal. El gaullismo, al oponerse a semejante proyecto por estrechez de vista temiendo el renacer del militarismo alemán, lo condenó al fracaso. Sin embargo volvió a nacer cuarenta años más tarde como PESC bajo el impulso del eje renano. Trata de acabar con las reticencias de los distintos países con mayor grado de apego a su “soberanía” nacional o más atlantistas y considerar en común todas las cuestiones de seguridad exterior, inclusive bajo sus aspectos militares. Destaca ya no la necesidad de reforzar la UE como polo autónomo sino como polo militar crecientemente independiente del imperialismo yanqui. Como lo planteó el mismo Chirac durante la Cumbre de la OTAN de febrero de 2005, “frente a los nuevos desafíos, el mundo necesita una Alianza [OTAN] fuerte, en la cual americanos y europeos [mediante la PESC y la PESD] puedan conjugar sus esfuerzos al servicio de la paz”. La PESC y la PESD serán la base de una Europa ya no que acate a EE.UU. sino que pueda decidir a la par, siempre en el marco de la OTAN obviamente, con Washington.

Sin embargo, a pesar de los discursos de Chirac o Schröder, este proyecto se topa con contradicciones internas entre los gobiernos de la UE, no obstante las numerosas operaciones militares exteriores europeas que se llevaron adelante en forma coordinada desde los años ’90, a veces sin mucho éxito.

¿Una alternativa frente a Washington?

Ninguna política exterior, tanto diplomática como militar, que trate de conciliar los intereses de los distintos imperialismos europeos, puede representar una alternativa ante el llamado “unilateralismo” estadounidense, a diferencia de lo que dejan creer ciertos altermundialistas como Cassen o la nueva fuerza política reformista alemana, el Linkspartei-WASG.

Desde esta perspectiva, nos oponemos tanto a la PESC y su reforzamiento, como a las experiencias embrionarias militares de coordinación bélica representada por el Eurocorps o las presiones gubernamentales europeas que pregonan un incremento de los presupuestos militares nacionales y alientan la constitución de polos militares industriales más integrados todavía bajo el modelo de EADS, Thales y Bae Systems.

El discurso pacifista europeísta que encumbre intenciones bélicas le permite a Barroso afirmar que “Europa ampliada puede ser un actor en el tablero internacional para promover la paz, la estabilidad y la solidaridad en nombre de nuestros valores”. Bien saben los pueblos y los trabajadores del mundo semicolonial, aunque no exista ningún superimperialismo integrado europeo, lo que son los “valores” de los imperialismos europeos: neocolonialismo, intromisión, saqueo, apoyo a las dictaduras y guerra.

Por el contrario, la clase obrera europea y la juventud tienen que luchar por la única política exterior alternativa posible, la del internacionalismo proletario. Parte de esto es la lucha por el retiro de las tropas europeas estacionadas en todo el mundo en forma permanente -Gabón, Djibuti, Chad o Costa de Marfil por ejemplo en el caso de las tropas francesas en África- o participando de operaciones militares, en particular modo en los Balcanes, Afganistán, Irak, el Caribe, Congo-Kinshasa, etc. Es imperativo además luchar por la independencia definitiva de todas las colonias y la abolición de todos los lazos coloniales existentes como en el caso de las Antillas británicas, holandesas y francesas, Guyana francesa, islas del Océano Índico o Nueva Caledonia por ejemplo. Estas tareas se complementan con la lucha por la anulación inmediata e íntegra de la fraudulenta deuda externa de todos los países semicoloniales oprimidos por las potencias imperialistas europeas y sus financieros reunidos en el Club de París que oprimen y saquean, mediante el pago de intereses exorbitantes desde hace más de dos décadas, la periferia del mundo capitalista.

4.4. Contra la UE de la explotación, precarización y desocupación

¿Cuál es el verdadero rostro de la UE para la vida cotidiana de decenas de millones de trabajadores de Europa, sus hijos y familias? Según Barroso, “dos principios de acción rigieron desde sus inicios el desarrollo de la construcción europea: la reconciliación y la solidaridad”. Ya hemos visto lo que significa la “reconciliación” para estos señores. Cuando hablan de solidaridad, es de esperar que la realidad sea igualmente bien distinta.

¿Cuáles son los Servicios de Interés General (SIG) que nos brindarán en el marco de una liberalización total de los mercados internos de los servicios y las industrias básicas? ¿Qué respuesta tendremos que aportar los trabajadores de Europa ante el flagelo de la desocupación y desregulación del mercado laboral preconizada por Bruselas? ¿Cuál es el porvenir del sistema educativo y de formación para los estudiantes y la juventud de Europa, amenazados por el sombrío futuro de la precariedad y la desocupación? Estos son los interrogantes que abordaremos en los siguientes párrafos, desenmascarando las mentiras ideológicas difundidas por Bruselas y destacando las responsabilidades reales de nuestros gobiernos nacionales en las dos décadas de ofensiva antipopular y antiobrera implementada en nombre de la ortodoxia de Bruselas pero llevada a cabo por los socialdemócratas de Londres, Madrid, Lisboa, Berlín o los derechistas de París, Roma o Atenas.

4.4.1. ¿Servicios de Interés General (SIG) o Servicios Públicos de clase bajo control de los trabajadores y de los usuarios?

Las grandes multinacionales europeas son los mismos grupos que presionaron para alentar la desregulación de los mercados y el desmantelamiento de los servicios públicos -electricidad y energía, transportes públicos, agua, etc.-. En el TCE, la UE trata de ocultar estas privatizaciones, que en realidad son ataques brutales al salario indirecto de los trabajadores y a las condiciones de vida de las clases populares. Todo esto hecho bajo un supuesto apoyo a la constitución de los SIG, cuando lo que harán será sólo proveer servicios públicos mínimos de los sectores menos rentables a cargo de los Estados y los gobiernos locales. Estas políticas fueron llevadas adelante y defendidas en la segunda mitad de los ’90 por la mayoría de los gobiernos socialdemócratas que dirigían trece de los quince países que constituían en aquel entonces la UE. Estas políticas pudieron ser adoptadas muchas veces gracias al beneplácito indirecto de las burocracias sindicales en nombre de la tregua social y otras veces, como en Francia o Italia, con la colaboración activa de los PC.

Estas reformas, que representan un ataque indirecto al salario, forman parte de un plan de conjunto llevado a cabo por los gobiernos europeos. La homogeneización de la UE a nivel político como lo plantea Barroso tiene como objetivo adicional reforzar la plataforma defensiva y crecientemente ofensiva en la cual se apoyan las grandes multinacionales europeas en su lucha por el mercado. La política que defienden las patronales europeas, y defendidas por sus gobiernos coordinados por la Comisión, es privatizar las ganancias haciéndose con los sectores más rentables de los servicios o industrias básicas, otrora en manos del Estado, y dejar al Estado, a las comunidades o gobiernos locales las ramas del aparato económico no rentable necesarias para la reproducción del capital.

Las patronales europeas, como lo venimos planteando, necesitan aumentar la productividad relativa del trabajo y bajar su costo. Esto no pasa solamente por una intensificación de la explotación y una reducción del salario directo e indirecto sino también por una amenaza constante que pesa sobre el asalariado: los despidos, la precariedad y la desocupación. Los gobiernos cubren los llamados “planes sociales”, llevados a cabo tanto en el sector público como en el privado, amparándose a veces detrás de la excusa de Bruselas, de los imperativos económicos, del Pacto de Estabilidad. Este fue el típico discurso que tuvo el gobierno socialdemócrata de Zapatero ante los despidos en el Astillero Izar. Esto contribuye, con la colaboración de las burocracias sindicales, a confundir a los trabajadores, como si los responsables directos de estos planes fuera Bruselas y no sus propias patronales -privadas o públicas- y los gobiernos que están a su servicio. En Europa occidental, la lucha contra los planes y las directivas antipopulares y antiobreras de Bruselas pasa ante todo por una lucha contra Madrid, París o Londres. Del mismo modo, la lucha contra las deslocalizaciones hacia el Este implica luchar al lado de nuestros hermanos de clase de los PECO pertenecientes o no a la UE con un claro programa antiimperialista solidario.

Ante los recortes y las privatizaciones, es menester no sólo pelear por la defensa de todos los servicios públicos sino también por la renacionalización de todos los servicios básicos bajo el control de los trabajadores y de los usuarios. Tenemos que luchar igualmente porque estos servicios públicos sean realmente servicios de clase, al servicio de las capas populares como lo tendió a indicar la vanguardia de los trabajadores de la electricidad de Francia en 2003, reconectando la luz en hogares pobres. Cuando las capas populares sientan que los trabajadores de los servicios, sean públicos o no, cuentan con la determinación de poner estas empresas al servicio del conjunto de la población, se podrá constituir un bloque social suficientemente fuerte para llevar a cabo la defensa y la transformación de estos servicios básicos, generalizar y hacer victoriosas las peleas que están dando los trabajadores estatales en defensa de sus puestos de trabajo, salario y condiciones de vida.

4.4.2. Cierres de empresas y despidos

El problema de los cierres de empresas es una cuestión acuciante para los trabajadores, sus familias y a veces para zonas o regiones enteras. Bien por quiebra o por deslocalización, numerosos centros de trabajo bajan la persiana, a veces incluso reconociendo beneficios. Durante 2004 varias firmas anunciaron despidos: para dar sólo unos ejemplos, SAP redujo 1.350 puestos de trabajo de los 8.500 que tiene en Alemania; Volkswagen otros 600; el grupo anglo-holandés Unilever tiene previsto cerrar su planta de productos congelados de Grimsby, en el este del Reino Unido, lo que supondrá suprimir 600 empleos. Peligran unos 10.000 puestos de Saab y Opel. Según las mismas estadísticas oficiales, la desocupación en la UE es de un 8,6%, con picos de un 17,5% en Polonia. Estas cifras ocultan realidades más terribles aun. En ciertas regiones como el Mezzogiorno italiano, la desocupación de los jóvenes trabajadores es de un 36%; de un 33% en Eslovaquia. Las mujeres trabajadoras son igualmente más golpeadas, con un 24% de desocupadas en Andalucía, o un 14% en el noreste de Francia. No basta con plantear que es menester prohibir los despidos como lo hace una parte de la izquierda. Es preciso plantear cómo y qué sector social puede concretizar un programa que termine con el flagelo de la desocupación.

Es necesario que los trabajadores tengan acceso directo a la contabilidad de sus empresas para poner a la luz cuáles son los ingresos de las patronales generados por la explotación de su trabajo aboliendo el secreto comercial de las empresas. Este es el primer paso para que los trabajadores controlen efectivamente los resortes de la industria y de los servicios, partiendo de su unidad productiva y extendiéndolo a la rama. Más aun, en el momento en que un empresario privado o una empresa pública quiera cerrar o recortar plantilla debemos lanzar la consigna de la apertura de la contabilidad de la empresa. En caso de peligro de cierre, para no tener que luchar espalda contra la pared afuera de la fábrica, nuestra única medida de combate posible es la ocupación del lugar del trabajo y luchar por la expropiación y nacionalización bajo el control de los trabajadores. Esta lucha nada tiene que ver con las nacionalizaciones de la posguerra en Italia o de los años de Mitterrand en Francia que en última instancia sólo sirvieron para salvar sectores enteros de la patronal, nacionalizando las pérdidas para mejor privatizar posteriormente las ganancias. Sin esperar, ante amenazas de cierres, hay que defender la inclusión en todas las empresas de mecanismos de control obrero para poner a la luz los mecanismos de fraude, quiebra provocada, despilfarro, etc..

El fantasma de la deslocalización es utilizado también como amenaza para abaratar los costos de la fuerza de trabajo. Si bien sólo es un pequeño porcentaje de la producción el que se deslocaliza -en general empresas con una tasa importante de mano de obra poco cualificada-, los medios y los gobiernos lo instrumentalizan como si fuera una fatalidad ante la cual los trabajadores sólo pueden reaccionar reforzando su colaboración con el capital y la patronal nacional. Esto se ve facilitado por la falta de política, más allá de la conciliación y el pacto, de las direcciones sindicales ante los problemas de cierres por deslocalización. Sólo mediante un programa ofensivo como el que hemos explicado más arriba los trabajadores nos sentiremos con confianza y fuerza para no ceder al chantaje, pues aun en el caso de que la empresa cumpla las amenazas existe una alternativa para mantener la fuente de trabajo. Para no caer en la pelea entre hermanos de clase de diferentes países debemos organizar la lucha en común con los otros trabajadores de la empresa, sean del país que fuere.

4.4.3. Contra el paro y la precariedad

La problemática del desempleo es estructural del capitalismo. La patronal necesita una reserva de mano de obra para reducir los costes. Sin embargo, la desocupación, el subempleo, la precariedad laboral aplicados a veces por los gobiernos en nombre del respeto de la ortodoxia del Pacto de estabilidad son males más importantes que nunca que golpean sobre todo a los sectores más débiles del asalariado: las mujeres trabajadoras, la juventud y los inmigrantes. Como lo plantea Almunia, Comisario “socialista” por los Asuntos económicos, “aunque las políticas [laborales] dependen de los Estados, Europa tiene que ayudarlos, (...) promoviendo y alentando, [es decir coordinando] las reformas estructurales que son absolutamente necesarias para preservar un modelo social como el nuestro”. En realidad, este famoso modelo social, mezcla de conquistas obreras y concesiones preventivas hechas por la burguesía durante el período excepcional de la posguerra y de los ’30 Gloriosos ya no es más funcional a la hegemonía y el dominio del capital europeo ni tampoco a la fase económica actual en la cual el capital busca abaratar por todos los medios posibles los costos laborales.

Lo demuestran, para dar tan sólo unos ejemplos, las reformas llevadas a cabo por Schröder y los Verdes alemanes a través de la Agenda 2010, las políticas llevadas a cabo por Raffarin en Francia, pero también la orientación defendida por el Premier portugués Sócrates que copia a su predecesor, actual presidente de la Comisión.

Extensión de la jornada laboral, reducción del seguro social y del seguro desempleo, reforma del sistema de pensiones y de la legislación laboral, en fin una reforma profunda del mercado laboral, es lo que pretenden imponer o reforzar las burguesías europeas. Al mismo tiempo en el cual coordinan estos ataques y pregonan construir una Europa cada vez más unida y homogénea, no pueden garantizar un salario mínimo digno equivalente en todos los Estados ni tampoco una cobertura médica y social similar. ¡Ni hablar de condiciones laborales y de vida medianamente equivalentes en cada país! Todo lo contrario, los gobiernos y las grandes empresas tratan de beneficiarse de las diferencias existentes para atacar el salario y las conquistas obreras y sociales.

Para combatir victoriosamente estas contrarreformas es necesario pelear por extender las conquistas que pretenden recortar a los sectores asalariados que no están abarcados por ellas o que ya fueron excluidos de su amparo por la ofensiva liberal de los ’80 y ’90. En Francia por ejemplo, el gobierno Raffarin logró en 2003 aumentar la edad jubilatoria para los trabajadores del sector público como ya lo había hecho Balladur para los del privado en 1993. La reforma Fillon pudo aplicarse después de haber derrotado a los trabajadores estatales, dejados a su suerte por la burocracia sindical que en ningún momento llamó a una huelga general indeterminada hasta el retiro de la reforma, mientras existía un ánimo de lucha. Los trabajadores estatales tenemos por delante el combate por la abrogación de las leyes Fillon sobre las pensiones. Junto a esto tenemos que luchar porque los trabajadores del sector privado de planta permanente y precarios, franceses y extranjeros, vuelvan a gozar de los mismos derechos, luchando por una jubilación íntegramente paga por la patronal y el Estado -sin aumento de las cotizaciones laborales- por la indexación de estas pensiones sobre la inflación y un techo máximo de la edad jubilatoria con derecho a una pensión íntegra sin que importen la cantidad de años trabajados -reivindicación de particular importancia para los trabajadores inmigrantes o los precarios o desocupados que no tienen cómo llegar a la antigüedad laboral necesaria para cobrar una jubilación digna y condenados a pensiones de miseria-. Sólo de esta forma podremos pelear por la defensa de nuestras conquistas luchando por revolucionarlas y crear el bloque social en el seno del asalariado, entre sector público y privado, precarios y efectivos, inmigrantes, mujeres, nativos y jóvenes para resistir victoriosamente ante el incremento de las embestidas patronales.

4.4.4. Una integración cada vez mayor del sistema educativo en función de los intereses de las patronales europeas

La UE hace alarde de sus políticas de promoción de los intercambios culturales y pretende alentar el conocimiento respectivo de los pueblos que componen la Unión mediante la movilidad de los estudiantes en las universidades europeas. La realidad dista mucho de esto. Aunque siguen siendo parte de las competencias de los gobiernos nacionales, las políticas educativas y de formación, son una pieza clave de las políticas propatronales de la UE para alentar la reforma del mercado laboral y formar una mano de obra calificada cuya competitividad sea mayor a la de los otros polos imperialistas. Como lo define el mismo Mario Monti, ex comisario europeo para la Competencia, “la importancia del capital humano, de la formación y de la investigación es cada vez más evidente”. En boca de Janez Potocnik, comisario europeo para la Investigación, no queda lugar a dudas: “la creación del conocimiento mediante la investigación, su difusión mediante la innovación, su trasmisión a través de la educación han de ser de ahora en adelante los tres pilares en los cuales debemos apoyarnos para transformar Europa en una sociedad y una economía dinámicas y competitivas a corto pero también largo plazo”. Las políticas educativas son una variante central del dispositivo de reformas estructurales pregonadas por la UE y aplicadas por los distintos gobiernos nacionales.

Los que se conocen como proceso de Boloña -armonización de la enseñanza superior mediante las reformas LMD (Licencia, Máster y Doctorado)- y proceso de Brujas y Copenhague -armonización de la enseñanza profesional- están íntimamente ligados a la estrategia de Lisboa y a la “Estrategia europea por el empleo” definida en Amsterdam en 1997.
Estas reformas educativas llevan a los distintos gobiernos de la UE a “privatizar” cada vez más la educación y aumentar los aranceles universitarios mientras se crean polos de enseñanza elitista acompañados de una red de formación primaria y secundaria cada vez más ligada a las necesidades de las patronales nacionales. Más allá del discurso oficial que se jacta de “europeizar cada vez más a la Unión” mediante planes educativos y culturales, la meta de los procesos de Boloña-Brujas-Copenhague consiste en coordinar las políticas educativas y de formación para mejor vincularlas a las necesidades de la reforma del mercado del trabajo europeo, aumentando la empleabilidad de la mano de obra mediante una formación continua del asalariado ligada a las necesidades cambiantes del mercado laboral en el marco de una flexibilización creciente de este mismo mercado. Estas políticas aplicadas por los distintos gobiernos nacionales fue uno de los ejes de campaña electoral de Berlusconi en 2001 e intentó llevarlas a cabo la actual ministra italiana de la Educación Letizia Moratti definiendo las necesidades educativas para la patronal italiana como las “tres I”: “Internet, Inglese, Impresa [Internet, Inglés, Empresa]”.

Esto no significa que estas políticas de coordinación de las estrategias educativas, de formación y de investigación no se topen con contradicciones estructurales. El creciente desempeño estatal del sistema educativo -reducción del número de funcionarios, docentes y no docentes, degradación de las condiciones de estudio, etc.- entra en contradicción con las recomendaciones de la Comisión que preconizan un compromiso mayor del Estado en términos presupuestarios en el campo de la formación, la investigación y desarrollo, lo que a su vez entra en contradicción con los criterios de Maastricht sobre los déficit públicos. Ocurre lo mismo en el terreno económico cuando se pretende crear polos industriales de excelencia altamente concentrados y competitivos. Los mismos comisarios, guardianes de la ortodoxia de Maastricht, se dan cuenta del déficit de inversiones estatales en el terreno educativo y de la formación. Esto no es sin embargo más que una de las tantas contradicciones que recorre los países de la Unión y sus políticas de austeridad contra las cuales los mismos representantes de la burguesía reclaman una modificación sustancial y una vuelta a políticas de índole más keynesiana.

Los estudiantes del Estado Español, italianos y franceses estuvieron a la vanguardia del combate contra la contrarreforma universitaria coordinada por Bruselas que se fue implementando paulatinamente. Esto no significa que el estudiantado y los trabajadores han de luchar contra estas reformas propatronales del sistema educativo defendiendo el viejo sistema educativo tal como lo puso en pie la burguesía desde hace más de un siglo, lo que le permitió contar con una mano de obra que se encuentra entre las más calificadas del mundo. La lucha contra esta ofensiva no significa la defensa del viejo sistema educativo autoritario e igualmente propatronal, antidemocrático y reaccionario. En el caso de la universidad por ejemplo, tenemos que luchar por el derecho de todos los estudiantes del continente, de Riga hasta Porto, a desplazarse y estudiar donde quieran pero luchando por una verdadera universidad gratuita, democrática y pública en la cual estudiantes, docentes y no-docentes decidan real y democráticamente la suerte de las unidades educativas en pos de luchar por universidades al servicio de la clase trabajadora y no del capital.

5. ¿Qué pretenden los euroescépticos?

Hemos visto cuán reaccionario es histórica y políticamente el proyecto europeo defendido por los partidarios de la UE y los gobiernos europeos. Al mismo tiempo, son igualmente reaccionarios los proyectos burgueses alternativos a la UE, ‘nacionales’ o ‘autárquicos’. Los sostenedores de este tipo de proyectos en los países imperialistas son, en general, los representantes de la extrema derecha populista y xenófoba o sectores de centroizquierda soberanistas igualmente reaccionarios. Son los representantes de sectores patronales de segunda categoría, pequeñoburguesía y propietarios que salen perdiendo con la UE, en comparación con los sectores capitalistas más concentrados. Estas corrientes capitalizan al mismo tiempo por derecha una bronca obrera y popular, y construyeron a lo largo de los años una base electoral reaccionaria de características populares entre los sectores que fueron más golpeados por la ofensiva capitalista de los años ’80 y ’90.

Los representantes de estos sectores derechistas o soberanistas hacen demagogia diciendo que con la UE llegan hordas de “extranjeros” que “robarán nuestros trabajos” ofreciéndose a bajo precio, o que se “llevarán” los puestos de trabajo a los nuevos miembros de la UE. Estos sectores llegan al extremo de criticar la directiva Bolkenstein sobre los servicios en defensa de una extraña alianza de las pequeñas patronales nacionales y del asalariado. Pero esto es sólo un discurso electoral. Con esta misma lógica eximen a los gobiernos y a las patronales nacionales de la culpa de los pesares de los trabajadores acusando a la “burocracia y los tecnócratas de Bruselas”, gratos a De Villiers en Francia, como si a Londres, París o Berlín se les impusiera desde allí la política. Dejan entrever la nostalgia por los viejos imperios coloniales perdidos, como Le Pen cuando reclama “recuperar la hegemonía en los países francófonos”. El nuevo caballito de batalla de estos euro-escépticos -aunque no el único- es el rechazo al ingreso de Turquía en la UE, estimulando más o menos abiertamente la islamofobia. Además de racistas o chovinistas, estas corrientes son profundamente antiobreras. En su agitación defienden a los sectores burgueses de segunda categoría que son las primeras víctimas del proceso de concentración capitalista, pero una vez en el gobierno, como en el caso de la Liga Norte italiana, terminan defendiendo los intereses capitalistas nacionales más concentrados, presionando por los derechos de sus monopolios nacionales en el seno de la UE y en el exterior.

Una eventual salida de la UE de algún país importante -hoy en día inimaginable- no le quitaría su carácter capitalista e imperialista. Si este país llegara a perder los mercados de Europa, lo primero que haría sería atacar salvajemente aún más a su propia clase obrera para bajar el costo del trabajo para poder competir en mercados más cerrados, y continuar la pelea por los mercados mundiales desde una posición más débil. En el marco de la competencia debido al incremento de las rivalidades interimperialistas, éstas no se suspenderían si asumen gobiernos burgueses euro-escépticos. Como ya lo hemos destacado, europeístas abiertos o encubiertos -que son los portavoces de los sectores burgueses mayoritarios- y euro-escépticos -tengan o no un discurso chovinista, soberanista de izquierda, patriota, etc.- tienen en común la defensa del carácter imperialista de sus Estados y la lucha por una mayor tajada en el mercado mundial para sus monopolios. Sólo difieren en cómo defender sus intereses.

6. Otra vez sobre la clase obrera de Europa

La única clase capaz de unir genuinamente al continente es la clase obrera acaudillando a sus aliados, lo que implicaría la transformación revolucionaria socialista del continente. La burguesía, pese a más de cincuenta años de “construcción europea” no ha avanzado hacia la creación de un Estado común, ya que hoy como ayer los Estados nacionales siguen defendiendo a sus burguesías nacionales aunque hoy lo hagan en el seno de instituciones europeas. La UE no es un Estado, ni está en proceso de serlo. Es una alianza hoy en día defensiva en pos de transformarse en ofensiva con relación a los EE.UU. y otros competidores imperialistas. Esto no significa que los países imperialistas de Europa occidental no tengan fundamentalmente intereses contrapuestos. Sus contradicciones pasan a un segundo plano para posicionarse mejor frente a los otros bloques rivales. Si bien existe un andamiaje de instituciones económicas y políticas extremadamente complejo, no existe ningún super-Estado o pos-Estado europeo que se encargue de aplicar esas leyes o directivas a pesar del principio de subsidiaridad que no representa más que la herramienta de aplicación de los acuerdos negociados entre las grandes potencias. Son los mismos Estados nacionales los que aplican dichos acuerdos, leyes y directivas. Los trabajadores no tienen ningún interés en mantener las fronteras anacrónicas de la vieja Europa ni en mantener las instituciones europeas donde las distintas burguesías continentales se alían de acuerdo a las relaciones de fuerza entre ellas y según lo que les permite el nivel de la lucha de clases.

La UE es una asociación de países con intereses antagónicos a los de los trabajadores, no tiene ningún rasgo progresivo ni es reformable. Las instituciones que la sustentan no son “reformables desde adentro” ocupando “espacios”, con “diputados revolucionarios”, o presionando desde afuera mediante “movimientos sociales”, sean éstos dirigidos por la burocrática Confederación Europea de los Sindicatos (CES) o sectores más combativos. Las instituciones están organizadas de manera que el asalariado de un continente altamente industrializado no tenga posibilidad de dirigir los destinos de la sociedad. Frente a esta maquinaria de guerra del capital los revolucionarios decimos que no hay nada reformable en la misma. Por ello no nos planteamos como partidos a la izquierda del régimen, donde lo único que se denuncia es la falta de democracia en las decisiones o su carácter neoliberal, como si fuera posible mejorar la UE sin cambiar su contenido de clase.

En este sentido, toda propuesta de “democratizar” y/o “reformar” la UE sólo sirve para desorientar a los trabajadores y desviarlos de su tarea histórica, la lucha por lo Estados Unidos Socialistas de Europa. Para unificar realmente el continente tenemos que abatir las parasitarias burguesías y sus Estados. La Europa Unida será socialista, dirigida por la clase obrera, o jamás llegará a unificarse.

Unidad de las filas obreras

Para defender este programa va a ser necesario no sólo enfrentar la resistencia de la burguesía sino también la de sus sirvientes: los burócratas sindicales. Mientras luchamos por el frente único obrero, tendremos que combatir por echar a las burocracias sindicales en cada país (CGIL-CISL-UIL en Italia, CGT-FO-CFDT en Francia, UGT, CCOO en España, Ver.di y DGB en Alemania, Solidarnosc y estalinistas en Polonia, etc.) y recuperar las direcciones de las organizaciones obreras para la lucha, unificando los sindicatos por rama para luchar contra la fragmentación sindical de la cual saca provecho la patronal. La coordinación en el ámbito continental sólo será efectiva si expulsamos a la parásita burocracia conciliadora de la CES e iniciamos un proceso democrático y asambleario por la base. La pelea por este programa y su imposición a las direcciones actuales será el primer paso para empezar a concretizarse.

Sin embargo, las tareas que los trabajadores y la juventud nos planteamos supera el marco estrecho de lucha que ofrecen los órganos sindicales, inclusive los más combativos. Para contrarrestar los designios patronales que nos separan en el terreno objetivo con estatutos y categorías distintas y mediante la fragmentación sindical en ciertos países, nuestra respuesta será la construcción de organismos que sirvan para la lucha y que planteen la unidad de las filas obreras. Las luchas de noviembre-diciembre de 1995 en Francia dieron vida a algunos organismos de este tipo. En ciertas “interpro”, en las cuales trabajadores del sector público y del privado, nativos e inmigrantes, afiliados o no a un sindicato, trabajadoras, trabajadores y estudiantes luchaban codo a codo coordinándose democráticamente. Tenemos que combatir por la creación de comités de fábrica y empresa democráticos, con libertad de tendencias de todos aquellos que se sitúen en el terreno de la clase. Estos comités nos permitirían organizar a todos los obreros sean afiliados o no a cualquier sindicato, de plantilla permanente o precarios, nativos o inmigrantes. Coordinados a escala local, regional y nacional los mismos trabajadores, y ya no los burócratas sindicales de turno, decidiremos nuestro futuro. Es menester que esta lucha prosiga en el terreno social, abarcando la gran mayoría del pueblo trabajador y los oprimidos, coordinando estos comités con todos los sectores combativos, empezando por la juventud y el estudiantado.

Por gobiernos obreros y populares

Los revolucionarios peleamos sistemáticamente por una estrategia soviética que sea un punto de apoyo para la autoorganización de la clase y le ayude a tomar conciencia de su fuerza y su rol histórico. Los organismos de autoorganización son una constante subversiva de todas las situaciones revolucionarias a la cabeza de las cuales se pusieron la clase obrera y sus aliados. Sólo la lucha unificada y coordinada en las fábricas, empresas y lugares de trabajo nos permitiría desarrollar la fuerza de los obreros hasta el final. En esta pelea por la autoorganización de las masas trabajadoras, los consejos obreros en cada fábrica y la coordinación de los mismos servirán como espacio donde las masas puedan discutir sus problemas apremiantes, sus necesidades y la forma de llevar adelante la organización de la sociedad. Organizándose en consejos que prefigurarán la organización de la nueva sociedad, la clase obrera podrá decidir qué tipo de Europa unida; para nosotros la única viable y realizable es la de los trabajadores y los pueblos.

Los trabajadores en lucha, que tenderán a expresarse en plena autonomía junto con sus aliados, necesitamos pelear por este programa contra todos los ataques antiobreros y antipopulares. Sin embargo, en Europa occidental, la lucha contra Bruselas, sus designios y sus directivas es ante todo una lucha contra los gobiernos nacionales que son los que negocian, impulsan y aplican las políticas preconizadas por la UE. Este es el elemento central que pretende enmascarar tanto la burocracia sindical al echar la culpa sistemáticamente a Bruselas -mientras participa en su gran mayoría de la CES...- como el centroizquierda socialdemocrático opositor y el Partido de la Izquierda Europa que agrupa a los ex-PC del continente.

La lucha contra la UE es una lucha contra nuestros propios gobiernos de turno, sean de derechas o de izquierdas. Esto no pasa a través de una propaganda antipatronal abstracta como lo hace por ejemplo Lutte Ouvrière en Francia que sigue pregonando que el horizonte de las futuras luchas será un nuevo junio del ’36 o mayo del ’68 franceses combinado con un “programa de urgencia”. En este sentido es clave que los marxistas revolucionarios peleemos en la propaganda y en la acción, a través de las luchas, por la constitución de organismos independientes de la clase y por la perspectiva de gobiernos obreros y populares que serán los únicos que podrían tomar medidas radicalmente rupturistas con la lógica del capital imperialista.

En los PECOS sometidos al capital imperialista a través de sus patronales nacionales y gobiernos -cuyo personal político proviene en su mayoría de la vieja burocracia estalinista represora-, la lucha contra Bruselas no puede quedar en manos de los partidos de derecha, xenófobos y populistas. Buscan un mayor margen de maniobra para las fracciones de la burguesía que representan frente al peso del capital extranjero. Para luchar contra Bruselas necesitamos un programa antiimperialista claro, que sirva para que el pueblo trabajador de las nuevas semicolonias del Este rompan con las presiones de la UE, el FMI y el BM. Esto implica también luchar contra el capital imperialista que expolia a sus países de los recursos naturales, las industrias y los servicios a la vez que peleamos por la renacionalización de los mismos bajo el control de los trabajadores y de los usuarios. Es clave la lucha por gobiernos obreros, campesinos y populares que distarán mucho de la experiencia estalinista que expropió el poder político a la clase trabajadora a partir de la posguerra hasta 1989. Nos permitiría terminar definitivamente con este oscuro pasado dictatorial, enjuiciando a todos los responsables políticos, policíacos y militares que llevaron estos países del autoritarismo estalinista a la desastrosa restauración capitalista.

La lucha por estos gobiernos obreros y populares en los distintos países del continente abrirá el camino y acelerará el combate por una gran federación de las distintas naciones estructuradas a través de los Estados Unidos Socialistas de Europa.


Por la reconstrucción de la IVª Internacional y sus secciones en Europa

En Europa occidental y oriental, la canalización y/o derrota del ascenso obrero y de la lucha de clases 1969-1981 -que prosiguió con sobresaltos según los países hasta 1984 en el viejo continente- tuvo un impacto tremendo. No fue solamente la base de la contraofensiva liberal de los años ’80 sino también de la contrarrevolución democrática en Europa del Este. Desde este punto de vista, el movimiento de 1994 en Italia y sobre todo las luchas industriales del verano de 1995 y luego de noviembre y diciembre en Francia signaron una tendencia a la reversión de la relación de fuerzas entre clases luego de años de duros golpes y ataques antiobreros y antipopulares. Para canalizar activa o preventivamente este posible reverdecer de la lucha de clases en Europa, las burguesías prefirieron apostar por recambios gubernamentales en la mayoría de los países de la UE. Confiaron las riendas de los países a la llamada Tercera Vía que gobernó -tanto nacional como localmente- con el apoyo directo o indirecto del aparato político del estalinismo y la estrecha colaboración de las direcciones sindicales.

Debido tanto al debilitamiento de las históricas mediaciones del movimiento de masas y obrero como a la creciente transformación de la socialdemocracia y sus variantes en agente directo del capital, si bien la Tercera Vía supo canalizar las luchas que se dieron a partir de fines de los ’90 -atomizándolas y canalizándolas-, ciertos sectores obreros y sobre todo juveniles no quedaron bajo la tutela de sus direcciones tradicionales. Estos sectores entraron en escena en distintos países de Europa a partir de la guerra contra la Federación Yugoslava y crecieron sobre todo luego de las manifestaciones de Seattle en 1999. Cuestionando los aspectos más brutales, pero parciales, de la explotación capitalista y opresión imperialista en su fase actual -denominada por estos movimientos “globalización”-, surgió el llamado movimiento no global o altermundialista con sus fracciones anticapitalistas minoritarias. En general, sin embargo, este movimiento se mantuvo fundamentalmente separado de los mayores batallones del movimiento obrero más concentrado de la industria y de los servicios, a excepción de algunos sectores más radicalizados aunque minoritarios.

Para canalizar estos nuevos movimientos que no respondían a las mediaciones tradicionales del movimiento de masas -que en su conjunto seguía canalizado por inercia por los gobiernos socialdemócratas de turno y sus aliados sindicales- la Tercera Vía tuvo que crear nuevas mediaciones indirectamente ligadas a los viejos aparatos socialdemócratas y estalinistas para evitar que esta nueva generación de jóvenes convergiera con el movimiento obrero. Un amplio espectro de nuevas mediaciones surgieron para responder a esta necesidad. La Tercera Vía terminó canalizando este movimiento en el callejón sin salida del radicalismo verbal y del reformismo político mediante el Foro Social Mundial -estructurado ideológicamente alrededor de ATTAC y en forma solapada por la socialdemocracia internacional- y a través de sus aliados, las variantes de izquierda de estas mediaciones, desde el neoautonomismo, cuyo vocero es Toni Negri, hasta el sindicalismo de base. A pesar de todo, estos nuevos sectores que despertaron a la vida política en las marchas contra la OTAN o la OMC, en las calles de Londres, Tesalónica o Niza, jugaron un papel importante en términos de reversión ideológica y política de la situación imperante. Llegaron inclusive a confluir puntualmente, como en la lucha callejera por las avenidas de Génova en julio de 2001, con sectores importantes del movimiento obrero tradicional.

Este movimiento que resistió parcialmente ante el giro reaccionario de la situación mundial luego del 11 de septiembre de 2001 conformó la columna vertebral del movimiento antiguerra que surgió posteriormente durante las agresiones contra Afganistán e Irak, a pesar de todos los límites de su programa pacifista y el europeísmo de sus direcciones que se expresó claramente durante la ofensiva contra Bagdad.

En el marco de una situación económica crítica en cinco de los principales países de Europa, entre todos estos sectores que hicieron su experiencia con las expresiones tradicionales de la socialdemocracia, la mayor desventaja es el nivel de subjetividad existente en estos movimientos. Sin embargo, a diferencia de la gran mayoría de la izquierda radical que participó del movimiento no global y antiguerra, no pensamos que la recomposición y estructuración de una nueva subjetividad obrera e internacionalista de esta vanguardia pase a través de las instancias policlasistas y reformistas del FSM y del FSE.

Al mismo tiempo, desde 2001, asistimos al surgimiento de experiencias embrionarias pero crecientemente conflictivas del movimiento obrero. Si bien los trabajadores de la energía franceses, los obreros alemanes de Opel, de los astilleros españoles, los choferes de los transportes públicos en Italia no lograron revertir la correlación de fuerzas actual, siquiera localmente, sí son síntomas de las luchas por venir y forman parte de movimientos de conjunto masivos aunque menos radicalizados que enfrentaron los planes antipopulares y antiobreros de los gobiernos europeos en los últimos años.

El movimiento obrero europeo fue hegemonizado sobre todo en la segunda posguerra por dos grandes mediaciones reformistas, la socialdemocracia y el estalinismo, que hoy en día se encuentran debilitadas y tienen una relación electoral más oscilante con sus bases. Esta tendencia se reforzó en el curso de los últimos años por las razones que enumeramos arriba, la dinámica generada por los movimientos no global y antiguerra y las experiencias obreras a las cuales asistimos en el último período. De esta nueva situación para el viejo continente, común a la gran mayoría de los países, surge un espacio reformista a la izquierda de las dos grandes mediaciones tradicionales. Aparecen también propuestas de “partidos anticapitalistas”, o a veces inclusive meramente “antiliberales”, de la “izquierda radical pero no revolucionaria”, impulsados por dos de las mayores corrientes que se reivindican trotskistas en Europa, la Liga Comunista Revolucionaria en Francia (LCR, ligada al SUCI) o el Socialist Workers Party inglés (SWP, núcleo central de la IST). Con este proyecto de nueva fuerza política de izquierda no delimitada estratégicamente concuerdan la mayoría de las corrientes menores que se reivindican trotskistas.

En nombre de la convergencia con sectores combativos del movimiento obrero y la juventud crecientemente opositores frente a sus direcciones históricas - aunque esto se traduce más que nada en un terreno electoral- estas corrientes que se reivindican trotskistas no pelean por alentar la ruptura total y definitiva de los trabajadores con sus tutores tradicionales y por su expresión autónoma, tanto en el terreno electoral como el de las luchas. Al contrario, se ubican detrás de figurones y políticos provenientes de sectores críticos de la socialdemocracia -como es el caso de George Galloway en Respect- o de los aparatos estalinistas para no romper el “frente antineoliberal” que en los hechos contribuyen a construir. De esta forma, aportan una bocanada de oxígeno inesperada a estos “nuevos” sectores críticos a “izquierda de la izquierda” que tarde o temprano volverán a reanudar con las mismas “viejas” recetas del pasado: colaboración de clases en el marco de gobiernos de unión de las izquierdas que terminan implementando, al servicio del capital, los planes antiobreros y antipopulares que la derecha no puede aplicar. Es lo que demostró el gobierno Jospin entre 1997 y 2002 con sus ministros Buffet (PC) o Mélenchon (PS) que fueron los principales portavoces del “NO de izquierda”. Anticipando lo que puede suceder en Francia dentro de dos años, el PRC de Bertinotti, grato a Callinicos o Besancenot, cuyos diputados votaron NO a la ratificación parlamentaria de la “Constitución” europea, se prepara a apoyar y tal vez cogobernar con Prodi, ex-presidente de la Comisión Europea y ex-Premier italiano de siniestra memoria para los proletarios, los trabajadores inmigrantes y la juventud de la península. Puede ser que las corrientes “trotskistas” que pretenden reemplazar la perspectiva estratégica de la revolución obrera y socialista por el objetivo a corto plazo del antineoliberalismo obtengan algún éxito electoral. Le dará seguramente la impresión de acompañar los movimientos sociales opositores y puede ser que crezcan puntualmente entre sectores críticos del movimiento obrero y la juventud. Pero lejos de armarlos frente a las futuras artimañas políticas de sus mediaciones tradicionales, los están maniatando a ellas.

Más que nunca, en las futuras luchas de clases, es a través del combate por una expresión autónoma de los explotados y de la juventud en sus peleas - comités de base, de huelga, de lucha, antiburocráticos, antipatronales y coordinados a escala local, nacional y europea- como se va a recomponer la subjetividad obrera. La vanguardia obrera y juvenil que se fogueó en las luchas contra los despidos y las privatizaciones, contra los ataques a las conquistas obreras y el nivel de vida, contra la guerra, la “globalización” capitalista y la Europa del capital, ya hizo su experiencia con la Tercera Vía y sus variantes. No necesita ninguna nueva fuerza reformista de izquierda que sólo la volverá a llevar hacia el callejón sin salida de la colaboración de clases. Para que tenga la fuerza que atraiga al grueso del movimiento de masas, los sectores obreros más concentrados que vacilan entre sancionar a los gobiernos de derecha y a la patronal confiando en el mal menor -las alternativas socialdemócratas en las elecciones y las direcciones sindicales en las luchas-, es menester luchar por construir un partido que no actuará en última instancia como pata izquierda del régimen, luchar por construir un partido radicalmente distinto del Linkspartei-PDS-WASG alemán, el PRC italiano o Synaspismos griego que actualmente cogobiernan localmente con la socialdemocracia y cuyos resultados electorales la LCR o el SWP miran con envidia.

Es necesario reconstruir el partido que defienda hasta el final el programa que pugne por la única salida viable para el viejo continente, los Estados Unidos de Socialistas de Europa, a la vez que plantee construir una alternativa en las luchas. Lucharemos por la reconstrucción del partido que en los futuros combates de clase forjará la prefiguración democrática preparándose para el poder obrero y de los oprimidos. Desde la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional estamos dispuestos a luchar para llevar adelante este programa y poner todas nuestras fuerzas para trabajar en común una alternativa radical e internacionalista con los sectores de vanguardia que participarán de las futuras luchas, por el partido de la Revolución Mundial, la IVª Internacional en Europa y sus secciones nacionales.

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  • [1Como primer elemento, dicho sea de paso, el problema del carácter antidemocrático de las instituciones europeas ya empieza a nivel nacional. Una parte de los Estados que conforman la UE siguen siendo regidos por monarquías constitucionales. Estos resabios de un pasado todavía insepulto juegan un rol clave en la estabilidad institucional y política de muchos países -en el caso del Reino Unido, los Países Bajos o Bélgica por ejemplo-. Estas son instituciones contra las cuales los marxistas revolucionarios deberían llevar una campaña de agitación permanente en aquellos países.

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