FT-CI

Elecciones primarias en EE.UU.

La carrera Clinton-Obama

05/03/2008

El único resultado certero que arrojó la jornada electoral del 4/3 se dio del lado de los republicanos, dejando a John McCain como candidato. El triunfo de Clinton en Texas, Ohio y Rodhe Island, tras doce victorias consecutivas de Obama, dejan en suspenso el resultado del lado demócrata.
Si hay algo que constataron estas primarias es el repudio al gobierno de Bush y el malestar con la difícil situación económica que abrió la crisis de la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, dentro del Partido Demócrata se vino expresando también un creciente hastío con la política de Washington en general, y ha sido Barack Obama quien ha venido capitalizando ese descontento.

Las primarias demócratas: ¿celebración de la democracia?

Las internas en dos importantes estados, Texas y Ohio, permiten que Hillary Clinton se mantenga en carrera, aunque Obama siga llevando la delantera en la cantidad de delgados votados. Después de 12 victorias consecutivas, parecía casi imparable el “fenómeno Obama” y el senador por Illinois se acercaba cada vez a la nominación como candidato presidencial.

Sin dudas, las internas del Partido Demócrata han suscitado un gran interés dentro y fuera de EE.UU., y existen motivos reales para ese interés.

Primero, la carrera demócrata terminó debatiéndose entre un afroamericano y una mujer: Barack Obama y Hillary Clinton (luego del retiro de John Edwards a fines de enero). Por primera vez en la historia del partido y de EE.UU., ninguno de los candidatos es un hombre blanco.

Segundo, las expectativas de que el Partido Demócrata llegue a la Casa Blanca después de ocho años republicanos, han provocado una participación superior en las elecciones, muy por encima de las lacónicas internas de 2004 y superior a la media. Se destacan entre los sectores que más participaron la juventud, especialmente universitaria., pero también afroamericanos y latinos.

Es significativa la participación de los jóvenes, sobre todo teniendo en cuenta que vienen siendo uno de los sectores que vienen expresando más el repudio a los republicanos: en las elecciones de 2000 (Bush-Gore) los jóvenes apoyaban de igual forma a ambos partidos, en 2004 (Bush-Kerry) el 54% votó por los demócratas (45% por los republicanos), y en las elecciones parlamentarias donde triunfaron los demócratas, la proporción fue 60% para el partido demócrata y sólo un 38% para el republicano (datos de National Journal, 29/2).

Pero a menudo los que ensalzan la “fiesta cívica” de las internas demócratas se olvidan del elefante escondido debajo de la alfombra. Voten 1.000 o 100.000 personas en las internas, quienes tienen la última palabra son los 796 “super delegados” elegidos por... nadie.

Al ser complicado que Obama o Clinton alcancen los 2.025 delegados votados que se necesitan para ganar la nominación, adquieren cada día más importancia los superdelegados que podrían definir la carrera interna. Los super delegados son funcionarios del partido, ex presidentes, gobernadores y legisladores que tienen el poder de decidir si se respeta o no el voto de quienes participan en las internas. Sólo le deben lealtad a las grandes empresas, que hace tiempo se han decidido por los demócratas.

Por eso la victoria del 4/3 es importante para Clinton, porque le permite prepararse mejor para un posible escenario donde superdelegados tengan que decidir quién es el mejor candidato, a pesar de la diferencia en la cuenta de delegados.

Pero al margen de las ilusiones que ha despertado la interna demócrata, ilusiones que muchos analistas refuerzan hablando del ejemplo que son los debates de ideas de los candidatos, el largo proceso de selección donde supuestamente cualquier persona puede decidir con su voto, suelen olvidar un aspecto central. Estas internas, como sucedió en otros momentos de la historia de EE.UU., son utilizadas por el régimen bipartidista norteamericano como una válvula de escape, haciendo especialmente que el Partido Demócrata actúe como canalizador del descontento.
El Partido Demócrata ha cumplido ese rol incluso cuando el descontento se expresó de manera mucho más activa o cuando sectores críticos de la sociedad se colaron en los procesos electorales, como en la Convención Demócrata de 1968 que terminó con la represión de los jóvenes anti-guerra que llegaron a Chicago a apoyar a su candidato, Eugene McCarthy [1] .
Sin ir tan atrás en la historia, recordemos las expectativas que despertó el apoyo a Howard Dean en las internas demócratas de 2004 y la supuesta existencia de un movimiento democrático “on-line” [2].

Pero ni en esos casos, ni tampoco hoy (a pesar de la renovada participación) se ha puesto en cuestión jamás el sistema birpartidista norteamericano que alterna sucesivamente gobiernos demócratas o republicanos. Un sistema político donde es imposible que gane otro partido, incluso es virtualmente imposible desafiar las millonarias campañas y salvo alguna excepción anecdótica, nunca hay otros candidatos que no sean de los dos partidos que gobiernan el país hace siglos.

Mucho menos se cuestiona el hecho de que Estados Unidos es un país donde el presidente se “elige” por voto indirecto, para no mencionar los casos donde directamente el Colegio Electoral elige un presidente que ni siquiera tiene apoyo mayoritario, como George W. Bush en 2000.

Tanto Clinton como Obama son candidatos de un partido que no ha sido otra que uno de los dos pilares de la democracia imperialista, que tortura prisioneros en Guantánamo, que bombardea y asesina en Irak, que no duda en militarizar la frontera con México y levantar una gigantesca muralla contra los inmigrantes.

Y es importante señalar que aunque un gobierno de McCain no sería exactamente lo mismo, es equivocado alentar cualquier ilusión de que un gobierno demócrata no hará lo necesario para imponer los intereses imperialistas.

Fenómeno Obama: ¿el verdadero cambio?

A pesar del traspié del martes 4/3, Barack Obama viene siendo un canal de expresión del descontento que mencionamos más arriba y de las expectativas de varios sectores demócratas e independientes.
Es innegable el peso simbólico que tiene el hecho que un senador afroamericano con una experiencia relativamente corta compita por la presidencia en un país donde la segregación racial fue ley hasta hace menos de 50 años, cuando se votó el Acta de los Derechos Civiles en 1964. Este hecho ha despertado muchas ilusiones dentro de la comunidad negra y más allá de ella.

Su discurso ha sembrado enormes expectativas entre la gente que participa de las internas, pero también causó estragos dentro del partido, ganando importantes respaldos de quienes tomaron nota, como el senador Ted Kennedy, y entre los que aportan la sangre de la campaña electoral: las grandes empresas.

Durante los últimos días se han abierto algunos interrogantes acerca de la candidatura de Obama, sobre todo si les permitirá a los demócratas llegar a la Casa Blanca. Entre los superdelegados y los funcionarios crecen las especulaciones y los cálculos electorales, en medio de una contienda muy peleada.

Es significativo el apoyo a su discurso de “cambio” dentro las franjas más jóvenes, sobre todo universitarios, además de avanzar en sectores medios (tanto hombres como mujeres) en incluso entre algunos trabajadores. Muchos analistas destacaron el importante apoyo a Obama entre los votantes menores de 30 años (que vienen siendo su “motor” electoral), cuyas vidas -cabe señalar- transcurrieron casi por completo bajo el gobierno de las familias Bush y Clinton.

Sin dudas, Obama viene capitalizando el hastío que existe entre la población luego de ocho años de gobierno de Bush y el establishment político, pero, ¿es Obama un cambio?

¿Enfrentará Obama a las grandes corporaciones que se enriquecen mientras los trabajadores y el pueblo pobre viven en carne propia las consecuencias de una crisis que recién comienza? Los cheques que firman las empresas dicen lo contrario. Más allá del discurso, la carísima campaña de Obama es financiada por millonarios y grandes empresas, igual que la de Clinton. Sólo en enero Obama recaudó 32 millones de dólares, y durante febrero otros 35 millones. “Obama se ve como diferente”. Esto lo dijo Bill Ericson, socio general de la empresa de capital de riesgo Mohr Davidow Ventures, de Sillicon Valley, sede de importantes empresas como Google, Yahoo y Microsoft, cuyos ejecutivos aportaron a Obama, salvo Microsoft que se definió por Clinton (Reuters, 4/2). Parece que en Wall Street también ven que Obama es el cambio: el CEO de UBS Americas, Robert Wolf, el mismo George Soros y el banquero Steve Koch del Credit Suisse aportaron para la campaña del “cambio” (Wall Street Journal, 22/2). Obama dice que eliminará los recorte de impuestos al 1% más rico, pero alguna expectativa deben tener estos empresarios que no se caracterizan por su altruismo.

¿Terminará con la repudiada guerra en Irak? Es verdad que Barack Obama no votó para autorizar la guerra en Irak en 2002 como Clinton, pero ha votado junto a ella todas y cada una de las leyes que financian la aventura militar yanqui en Irak. Ambos candidatos coinciden en frenar tanto la sangría presupuestaria que significa la ocupación de Irak, así como aminorar los costos políticos que la invasión le han significado a la deteriorada hegemonía norteamericana. Por eso no tienen grandes diferencias en cuanto al retiro de tropas, ambos tienen cronogramas y ninguno apoya un retiro total. Obama critica el indiscutible “guerrerismo” de Clinton, pero no tartamudeó al decir que él bombardearía Pakistán si tuviera información de que ahí hay terroristas. Entonces, el cambio del que habla Obama, ¿sería sólo de agencia de información?

¿Obama representará un cambio para América Latina?
Varios gobiernos de nuestro continente, incluso los que ensayan discursos anti-norteamericano, depositan esperanzas en un cambio de personal en la Casa Blanca a favor de los demócratas. Veamos que diferencias existen entre los candidatos en carrera.

Aunque existen algunas diferencias en cuanto a los Tratados de Libre de Comercio entre demócratas y republicanos, el primer gran acuerdo que tienen ambos y partidos es sostener las medidas de expoliación imperialista sobre nuestro continente. Clinton y Obama, igual que los republicanos, han sostenido durante los ’90 las políticas neoliberales sobre América Latina, han apoyado las medidas de austeridad y apertura económica.

Hoy, a diferencia de Clinton, Obama dice que se sentaría a dialogar con Chávez de Venezuela o con Raúl Castro de Cuba, pero si uno pregunta si levantaría el bloqueo económico a Cuba, Clinton y Obama responderían lo mismo: no.

Tanto Clinton como Obama ven que los ocho años de la administración Bush han deteriorado las relaciones con América Latina, sobre todo las posibilidades de negocios para las empresas norteamericanas, que ven como otros países imperialistas como España, Francia, incluso países como China han sacado ventaja de esta situación. Por otro lado están los gobiernos posneoliberales que han surgido en el contexto de ese deterioro de las relaciones que también son una preocupación para demócratas y republicanos. Así lo expresó Obama en el debate de Texas hablando sobre el “abandono” de América Latina, “No es ninguna sorpresa, entonces que gente como Hugo Chávez y países como China avanzar en el vacío, porque nosotros hemos sido negligentes” (New York Times, 28/2).

Obama, al igual que Clinton y todos los demócratas, se opone al TLC con Colombia, pero sus razones tienen más que ver con los intereses y los negocios de EE.UU. en la región que con las duras condiciones que imponen los TLC a los pueblos de América Latina, como recientemente denunciaron trabajadores y campesinos en México. Por esa razón coinciden también en sostener a Colombia como un aliado clave en la región, por eso, a pesar de mantener algunas diferencias sobre su “eficacia”, ambos candidatos apoyan el Plan Colombia [3] (al igual que el republicano McCain).

Podemos seguir buscando pero no encontraremos grandes diferencias. Porque más allá de los debates calientes por televisión, las acusaciones y reproches cruzados, Obama y Clinton son candidatos del mismo partido demócrata que en cada uno de sus gobiernos ha garantizado los negocios de las grandes empresas y ha utilizado la fuerza militar siempre que fue necesario reafirmar la dominación imperialista.

Ante la perspectiva de un posible gobierno de McCain, cualquier candidato demócrata parece el mal menor. Pero ni Obama ni Clinton son más que una de las dos variantes miserables de la democracia imperialista que no tiene otra cosa que ofrecer más que explotación y opresión para los trabajadores, la juventud y las minorías en EE.UU., y los pueblos oprimidos del mundo.

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  • [1En la Convención de 1968 finalmente resulta electo el candidato Hubert Humphrey, que perdió las elecciones nacionales frente a Richard Nixon. También se puede recordar la discusión abierta por el reconocimiento de los delegados afroamericanos del Mississipi Freedom Democratic Party en la Convención Demócrata de 1964, resultado de la amplia participación de afroamericanos en las primarias de ese año que fue parte de la campaña de activistas por los derechos civiles y estudiantes universitarios.

    [2La campaña de Howard Dean (hoy al frente del Partido Demócrata) gozó del apoyo de la juventud universitaria y sectores medios por su oposición a la guerra. Mucho se especuló sobre el apoyo que existía a su campaña, que contaba con una gran red de apoyo en Internet, pero que una vez empezada la campaña no se tradujo en apoyo efectivo a su candidatura. Además, su posición crítica de la guerra no fue bien considerada por el establishment y apoyó a John Kerry como nominado por el Partido Demócrata con un perfil de “seguridad nacional” para competir con George W. Bush.

    [3El Plan Colombia empezó sus operaciones en el año 2000. Desde ese año, EE.UU. gastó alrededor de 3.500 millones de dólares en entrenamiento de las FF.AA., “guerra contra el narcotráfico”, métodos de anti-insurgencia, entre otros gastos. Colombia es el mayor receptor de ayuda extranjera de EE.UU. fuera del Medio Oriente. Aunque desde hace meses los demócratas en el Congreso han trabado el TLC con Colombia, se ha mantenido esta “ayuda”. Hasta el momento el gobierno de EE.UU. ha mantenido su apoyo al presidente Uribe.

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