La revuelta de las banlieues [1]

El hambre, desocupación, represión, racismo de las periferias francesas produjo la explosión de los miserables de las periferias

Desde el 28/10, después de la muerte de dos jóvenes de origen inmigrante [2] que escapaban de la policía que pedían documentos (en ese momento había varios “sin papeles”), se ha ido extendiendo progresivamente por toda Francia un levantamiento de los jóvenes de las periferias. Los jóvenes combaten contra la policía, y como muestra de descontento, queman autos, centros comerciales y edificios que tengan alguna relación con el Estado, como comisarías, cuarteles de bomberos hasta escuelas. La enorme mayoría de los participantes de la revuelta son menores de 20 años, inmigrantes, hijos o nietos de inmigrantes, sin trabajo y que abandonaron la escuela o están en camino de hacerlo. Al día de hoy y después de trece noches de levantamiento en más de 300 ciudades francesas, la revuelta continúa. Pero, después de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el primer ministro de Villepin comunicó el “Estado de Emergencia Nacional” (que no se aplicaba desde la guerra de Argelia, en donde Francia se hizo famosa por sus torturas) y dio vía libre para que cada comisario decida en su circunscripción si debe o no imponer un “toque de queda” para los menores, y los pena con 2 meses de prisión y una multa para quien no lo respete. Esta ley fue aplicada por última vez en una colonia del Pacífico, Nueva Caledonia, durante el levantamiento independentista de 1984. En el caso actual se puede hablar de una especie de “colonia interna”, las “banlieues”, donde viven en su mayoría los inmigrantes o sus descendientes. Pero lo más provocativo de esta decisión es que muchos de los padres o abuelos de estos jóvenes sufrieron esta misma “ley” en Argelia. Aún antes del “toque de queda” la represión fue enorme: hoy la cifra de detenidos es imprecisa pero ya supera ampliamente los 1.500. Muchos ya fueron “condenados” a prisión de cumplimiento efectivo en parodias de juicio “veloz”. Cabe recordar que han sido detenidos incluso niños de 10 años. Pero todo esto no logró aplacar la revuelta ya que las razones son muy profundas.

Una revuelta nacida de la explotación y la discriminación

Las causas de la revuelta son simples: en la Francia del 2000 los inmigrantes africanos o árabes y sus descendientes siguen siendo ciudadanos de segunda clase. La política de los imperialismos (entre ellos y con un rol importante el francés) de saquear las semicolonias produjo un inmenso flujo migratorio hacia estas mismas potencias producto de la miseria. A estos mismos inmigrantes, no sólo se los explota mucho más que a los nativos (peor aún si son “sin papeles”) sino que se los condena a vivir en verdaderos ghettos. Debido al racismo, deben vivir forzosamente en las periferias insalubres de las ciudades (es casi imposible conseguir un alquiler en el centro de una ciudad, aunque puedan pagarlo) y son sistemáticamente discriminados en el trabajo, el estudio, etc. El otro punto de discriminación es que muchos de ellos son de religión musulmana, porque pese a la demagogia de la “laicidad”, no es lo mismo ser cristiano que musulmán en Francia. Y como es obvio, sufren el acoso y humillaciones diarias de parte de las “fuerzas del orden”.

Las palabras del reaccionario Ministro del Interior Nicolas Sarkozy, que dijo que iba a “limpiar” las periferias de “gentuza” (pocos días antes de las muertes en Clichy-sous-bois), caldearon el clima en las periferias, y las muertes de los chicos desencadenaron una bronca que se arrastra de generaciones. Hoy agregó que quiere “expulsar inmediatamente” a todos los extranjeros detenidos por la revuelta. En su afán de hacer demagogia “securitaria” está echando leña al fuego. No olvidemos que alrededor del 10% de la población es de origen musulmán, y que los extranjeros y sus descendientes representan aproximadamente el 25% de la clase obrera en Francia. Y el sentimiento anti-Sarkozy entre los jóvenes que se enfrentan a la policía no es diferente del de sus padres.

La burguesía (de derecha y de ”izquierda”) se une contra la revuelta

Pero en su “Cruzada” contra la juventud de las periferias, Sarkozy no está solo. Hay una “unión sagrada” en la burguesía, sea de derecha (UMP, UDF, FN) o de “izquierda” (PS, PCF, Verdes), en que el primer objetivo es apagar la revuelta. En el gobierno hoy hay unidad total para enfrentar la revuelta, la portavoz del PS sobre seguridad, Delphine Batho, dice que “es imperativo restaurar el orden” y en el PC afirman “El Partido comunista condena la violencia, sea cual sea su origen... La policía de proximidad había permitido progresos importantes, pero fue suprimida... Hace falta otra política que actúe sobre las causas, por la prevención y la seguridad de todas y todos, respetando la ley de le República” [3]. Llamativamente, los principales partidos que han llamado a votar NO en el referéndum de mayo, de derecha (FN, MPF) o de izquierda (PCF, ala “crítica” del PS), no difieren en los que votaron SI en que la solución a la revuelta es la represión. Aún más a la “izquierda”, en una declaración común el PCF, la LCR y los Verdes condenan al “Estado de Emergencia” pero afirman que “detener las violencias y reestablecer las solidaridades en las banlieues es una necesidad”. O sea, reprimir “dentro de la ley”.

La revuelta exige una salida de fondo

Con la brutal represión de estos últimos días, la revuelta viene disminuyendo. Al mismo tiempo, la falta de perspectivas, y el hecho de que quemen los autos de los vecinos o las escuelas del barrio, hacen que gran parte de la población (aún obrera) comience a pedir orden. Pero si no se le para la mano al gobierno, las consecuencias serán durísimas para el conjunto de la clase obrera y los pobres urbanos. Los principales sindicatos (CGT-CFDT-FO, etc.) en primer lugar deben encabezar una gran movilización por acabar con el “Estado de Emergencia”, por la libertad de los miles de detenidos y por el retiro de la policía de la banlieue.

En segundo lugar se impone una lucha por la legalización inmediata de los “sin papeles”, que son utilizados como mano de obra esclava para bajar el salario al conjunto de la clase obrera, y después se los persigue y estigmatizan con el mote de “gentuza”. También es inadmisible que mientras que en la región Ile-de-France hay dos millones de departamentos vacíos, en las periferias los inmigrantes vivan hacinados o directamente sin techo. Por la confiscación inmediata de todas las habitacones vacías y un plan de construcción de viviendas populares dignas. Indisolublemente hay que luchar contra la desocupación.

Francia es una potencia industrial con gran cantidad de pobres y desocupados. Las organizaciones que se reivindican parte del movimiento obrero deben llevar adelante una gran lucha por el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, manteniendo el mismo salario. Por otro lado, hay una gran cantidad de empresas que cierran con la excusa de los “altos costo del trabajo” o que “deslocalizan” hacia países con menores salarios. Nuestros enemigos no son los trabajadores del “Tercer Mundo”, sino los patrones que nos explotan y después nos tiran. Hay que luchar por la expropiación y puesta bajo control obrero de todas las fábricas que cierren o despidan. Estos puntos son los básicos para unir a los trabajadores con los jóvenes oprimidos de las periferias. Estas medidas no podrán ser aplicadas si no se llevan adelante grandes luchas, con una gran huelga general, que tire abajo al gobierno derechista de Chirac-de Villepin-Sarkozy. Esta perspecticva se la debemos imponer a nuestras direcciones sindicales, y si se resisten destituirlos de sus cargos.

Los partidos de la llamada “extrema izquierda” (LCR y LO) han jugado un triste rol en esta revuelta. Jamás han proclamado abiertamente la justicia de este levantamiento. LO ha llegado a decir que uno de los problemas es la “falta de una policía de proximidad”. Deben cambiar su actitud. Si estas corrientes no pelean por un programa como éste en el interior de las organizaciones obreras y de masas, la extrema derecha (que es muy fuerte en Francia) impondrá el orden de la burguesía sobre la cabeza de los trabajadores.