EL PAIS.COM - 06-02-2011
Los Hermanos Musulmanes se unen a las conversaciones para la transición en Egipto
06/02/2011
Suleimán comienza contactos con la oposición, que exige una rápida reforma constitucional y elecciones libres. El Gobierno pretende normalizar la vida de El Cairo y abrir la plaza de la Liberación, pero nadie quiere moverse de ahí.
Todo esto ocurre mientras se espera la reunión entre Mubarak y el principal grupo opositor a su régimen, los Hermanos Musulmanes, después de que anoche anunciaran que se incorporarían a las conversaciones para terminar la crisis política.
Los Hermanos han asegurado a Reuters que su intención es dictaminar hasta qué punto el Gobierno está "dispuesto a aceptar las demandas del pueblo". Para calmar las reticencias que demuestran tanto Occidente como los sectores laicos de la oposición, el grupo insiste en que no tiene la intención de convertir Egipto en un Estado islámico. Más allá de estas consideraciones, la llegada a las negociaciones de los Hermanos, oficialmente proscritos en Egipto, puede suponer un avance importante en la resolución del conflicto. Dejando a un lado al Ejército, no parece que haya ningún otro colectivo con la influencia suficiente como para negociar cara a cara con los cientos de miles de egipcios que continúan tomando las calles.
Muchas figuras de la oposición insisten en que ahora la prioridad debe ser cambiar las reglas electorales mediante la formación de un nuevo parlamento que modifique la constitución y permita concurrir a las urnas con unas reglas que no hayan sido creadas exclusivamente para favorecer al partido de Mubarak, como viene ocurriendo en los últimos 30 años.
En cualquier caso, Egipto empezó ayer a respirar. Las estructuras del régimen han resistido sin desmoronarse el tremendo empuje de la revuelta, pero se saben condenadas a una profunda reforma ya sin Hosni Mubarak. Los manifestantes, y la mayoría de la sociedad, han comprobado su enorme fuerza, pero son conscientes de que empieza una fase de forcejeos y negociaciones. Tras 12 días estremecedores, la sociedad egipcia intenta recuperar el pulso en el inicio de una nueva era, aún muy confusa.
La dimisión de la cúpula del hegemónico Partido Nacional Democrático (PND), con Gamal Mubarak al frente, confirma que el cambio es imparable. Más allá de los tanques que dominan la ciudad, de los manifestantes que mantienen el bastión de la plaza de la Liberación (destinados a un lugar de privilegio en la épica árabe y en la historia mundial del progreso), de una inevitable tensión colectiva, El Cairo muestra deseos de trabajar y volver a sus embotellamientos y a su caos cotidiano. En cierta forma, eso favorece al régimen. Es decir, al Ejército, que gana tiempo mientras organiza algún tipo de salida para Mubarak.
La salida de Gamal Mubarak es trascendental al no poder tomar el testigo de su padre en la presidencia, ya que la Constitución exige que los candidatos tengan un puesto en el partido. Además, este movimiento político se produce en un contexto de acercamiento a la oposición, entre cuyas exigencias está la petición expresa de que el equipo de fieles de Mubarak desaparezca del mapa político.
Fin de ciclo
El cambio se perfila difícil, tal vez tumultuoso. El Ejército procura estrechar el teórico "cerco de protección" en torno a la plaza de la Liberación para limitar al máximo los vínculos entre el corazón de la protesta y el resto del país. El jefe del Estado Mayor, como en la víspera el ministro de Defensa, acudió al lugar para pedir a los manifestantes que se retiraran y delegaran su fuerza en representantes políticos; como era de esperar, la multitud no le creyó y se quedó. Se registran ocasionales detenciones arbitrarias y actos de hostigamiento. Pequeños grupos de fieles a Mubarak pululan aún con banderas y protegen su propia barricada, al norte de la plaza.
El cambio es, sin embargo, inevitable. La nación entera, 80 millones de egipcios, ha contraído una deuda eterna con los héroes de Tahrir , las decenas de miles de hombres y mujeres que están resistiendo furiosos embates de la policía, primero, y después de los matones del régimen, en buena parte policías de civil. Es un grupo heterogéneo de jóvenes, profesionales, obreros y Hermanos Musulmanes que siguen atrincherados en la plaza, dispuestos a vencer o morir, y están animando con su valor a millones de egipcios que perdieron el miedo y, tras el inicial martes de esperanza, han seguido manifestándose hasta persuadir al régimen de que su violencia era inútil. Las imágenes de los matones cargando contra la multitud a lomos de caballos y camellos, entre tanques y pedradas, han de perdurar en la memoria como una metáfora de las fuerzas en conflicto.