India
Los atentados de Bombay abren una caja de Pandora regional
03/12/2008
NUEVO TEST PARA OBAMA: SE COMPLICA LA SITUACION DE EE.UU. EN LA GUERRA DE AFGANISTAN
El crecimiento del terrorismo islámico en la India tiene raíces internas A pesar de que el gobierno de la India siempre acusa de todo atentado a Islamabad, la capital de Pakistán, el crecimiento del terrorismo islámico en la India no se debe principalmente a fuerzas externas. Por el contrario, es una consecuencia del comunalismo hindú que promociona la clase dominante india: una especie de “sectarismo” no sólo religioso sino también de discriminación étnica, como lo muestra el ascenso de un partido hindú, supremacista y de derecha, el Bharatiya Janata (BJP por sus siglas en inglés) que gobernó India de 1996 a 2004 y hoy es la principal fuerza de oposición al gobierno del partido del Congreso Nacional que gobernó al país desde su independencia.
El crecimiento del terrorismo islámico en la India tiene raíces internas A pesar de que el gobierno de la India siempre acusa de todo atentado a Islamabad, la capital de Pakistán, el crecimiento del terrorismo islámico en la India no se debe principalmente a fuerzas externas. Por el contrario, es una consecuencia del comunalismo hindú que promociona la clase dominante india: una especie de “sectarismo” no sólo religioso sino también de discriminación étnica, como lo muestra el ascenso de un partido hindú, supremacista y de derecha, el Bharatiya Janata (BJP por sus siglas en inglés) que gobernó India de 1996 a 2004 y hoy es la principal fuerza de oposición al gobierno del partido del Congreso Nacional que gobernó al país desde su independencia. Los 140 millones de musulmanes (el segundo grupo religioso del país, 14% de los 1.100 millones de habitantes) sufren una discriminación sistemática y la hostilidad policial, constituyen además el estamento más bajo de la sociedad india abrumadoramente pobre y fuertemente desigual. Esto es lo que intenta ocultar la búsqueda de chivos expiatorios en Pakistán. Como explica un artículo del Financial Times: “Aunque un ‘bajo mundo’ dominado por los musulmanes juega un rol en facilitar y llevar adelante atentados terroristas, esto es sólo una parte de la historia. A pesar de cuatro años de un importante crecimiento, hay todavía cientos de millones de personas viviendo en la mayor de las miserias, que prácticamente no tienen ningún derecho en una sociedad que, por otra parte, generó un sector que se ha enriquecido y ganado confianza en los últimos años. De todos los grupos que se han beneficiado de este crecimiento espectacular, sin contar a los llamados ‘dalits’ [literalmente ‘oprimidos’, es una casta social baja de Asia del Sur, también conocida como los ‘intocables’) y los tribales, a nadie le ha ido tan mal como a los musulmanes (...) Los sociólogos describen la relación de los musulmanes de la India con el resto de la sociedad india como ‘inclusión de una clase alta y exclusión de las masas’. Mientras que una pequeña elite prospera en una nueva India, una enorme cantidad de musulmanes, en muchos casos originalmente provenientes de una casta baja convertidos del hinduismo, sufren marginalización de manera frecuente. Un informe del gobierno sobre las condiciones socioeconómicas de la comunidad encontró que los musulmanes de la India se enfrentan constantemente a los estereotipos que los perciben como ‘anti-nacionales’, ‘antipatrióticos’ o ‘pertenecientes a Pakistán’ y bien se retiran o son empujados a los guetos. Las señas de su identidad, como la burka, la reclusión, la barba y el salacot (sombrero usado en Filipinas que sirve como protector del sol y el calor) son motivo de burla y hostilidad racial. Los hombres que llevan barbas declaran que cotidianamente son arrestados para interrogatorios, y que las mujeres que llevan hijab tienen muchos problemas para encontrar trabajo” (“Radicals threaten India’s global ambitions”, 27/11). En este marco, muchos sectores marginalizados que se radicalizan ven en el terrorismo islámico una salida a sus padecimientos.
Una caja de Pandora regional
El atentado ha puesto al gobierno de Nueva Delhi, capital de la India, frente a una presión insoportable que lo obliga a reaccionar fuertemente contra Pakistán, abandonando la política de moderación de los últimos años en las relaciones entre los dos países, si no quiere caer en los próximos días o meses. Es que la cercanía de elecciones, la debilidad que ya venía sufriendo, consecuencia de la disminución del crecimiento por la crisis económica mundial, la ruptura de la histórica pata fundamental en la coalición de gobierno, el PC, por el entreguista pacto nuclear firmado con el imperialismo norteamericano y fundamentalmente las acusaciones del BJP de su “manejo suave” de los problemas de seguridad, lo han dejado con poco margen de maniobra frente a la bronca que ha creado el atentado. El BJP publicó una serie de avisos de una página en los principales diarios del país que acusan al partido gobernante del fracaso en la defensa de la nación. En uno de los avisos con un fondo de sangre se lee: “El terrorismo brutal golpea a voluntad. Gobierno débil. Incapaz y sin voluntad. Luche contra el terror. Vote BJP”. A su vez, como ya lo hizo en el pasado este partido derechista, puede recurrir a pogromos contra la población musulmana que avivará el caos intercomunal para aumentar aún más la presión.
Esta situación repercute en el gobierno de Pakistán, el eslabón más débil de la región. Éste está atravesando una fuerte crisis económica que lo obligó a pedir una ayuda de emergencia al FMI a cambio de un duro ajuste y una creciente tensión entre el nuevo gobierno civil y las FF.AA., el verdadero factor de poder en Pakistán. En este marco, la posibilidad de un nuevo conflicto con la India llevó este fin de semana a los mandos militares paquistaníes a filtrar a la prensa un alerta enviado a EE.UU. y la Unión Europea de que dejarían descubierta la frontera afgana para trasladar tropas a la frontera con la India. Esto sería un duro contratiempo para Washington. Es que una de las patas principales del plan del general Petraeus (el mismo que dirigió el aumento de tropas en Irak) y Obama podría colapsar. La expectativa de EE.UU. de una mayor cooperación pakistaní en la frontera afgana desaparecería conjuntamente con las tropas. Esto liberaría a los talibanes de los que fueran los límites impuestos por el ejército de Pakistán y aumentaría su capacidad de combate, mientras que la motivación de algunos de los talibanes de entrar en conversaciones - como sugirió el actual presidente de Afganistán, Hamid Karzai - declinaría. Las fuerzas norteamericanas, ya sobreextendidas al límite, enfrentarían una situación cada vez más difícil, mientras la presión a Al Qaeda en las áreas tribales sería menor.
Este potencial escenario de pesadilla para Obama al inicio de su presidencia es lo que explica que Washington, a diferencia de los últimos tiempos cuando utilizaba las crisis en la India como un juego de tenazas para exigirle más acciones al régimen de Pakistán, ahora esté llamando a poner paños fríos sobre las amenazas belicosas de la India, como muestra el desesperado viaje de Condoleezza Rice, la actual secretaria de Estado.
La magnitud del atentado y la posibilidad de que se repita, en el marco de la presión de la derecha hindú, deja poco margen de maniobra a Nueva Delhi para que EE.UU. convenza a sus dirigentes de no responder a la situación, a menos que obtenga firmes garantías de Pakistán de tomar medidas como el desmantelamiento de los servicios de inteligencia (ISI), algo impensable.
Como vemos, el atentado abrió una caja de Pandora en la región que puede desequilibrar aún más la fuerte debilidad interna del gobierno de Pakistán y los esfuerzos del actual y futuro gobierno de EE.UU. en la guerra “contra el terrorismo”.
No a una nueva guerra reaccionaria entre India y Pakistán
El sur de Asia está atravesado por fuertes antagonismos y conflictos de clase. Los mismos hunden sus raíces en la dominación colonial del subcontinente indio, la traición y desvío de las nacientes burguesías de la India y Pakistán de los movimientos antiimperialistas que convulsionaron a la región en la primera mitad del siglo pasado. Así se demostró desde el comienzo de su vida independiente con la partición de la India británica en una India predominantemente hindú y un Pakistán predominantemente musulmán, que ha generado varias guerras y enfrentamientos comunales con casi 2 millones de muertos, además de las migraciones a uno y otro lado de las fronteras. Es la expresión más patente de la incapacidad de la burguesía de resolver las tareas democráticas elementales como la unidad de los pueblos del subcontinente, la liquidación del latifundio, la abolición del sistema de castas, por su dependencia del imperialismo y el temor a desatar la revolución proletaria que cuestione a su vez su dominio.
El resultado histórico de esto es que el sur de Asia es hoy una de las regiones más pobres de la tierra. Mientras que Pakistán se hunde en la miseria, la India intentó en el último tiempo, aprovechando la vasta cantidad de jóvenes educados que hablan inglés, salvarse como base de outsourcing (tercerización/ externalización) en la rama de servicios en la división mundial del trabajo, hoy cuestionada por la crisis mundial, mientras el sector agrícola del cual depende la mayoría de la población caía en el estancamiento, llevando a miles de campesinos desesperados al suicidio y dando nuevo ímpetu a las direcciones guerrilleras (maoístas). En este marco, incapaces de dar una salida progresiva a las aspiraciones de las masas, la burguesía de ambos países ha utilizado respectivamente el hostigamiento al “enemigo externo” como válvula de escape social a sus crecientes contradicciones. En Pakistán, EE.UU. jugó un rol directo en este proceso, armando a su ejército y alentando sucesivas dictaduras militares, en especial después de la invasión soviética a Afganistán en 1979, en la cual intervino con Pakistán como su aliado regional. En India, la crisis histórica del nacionalista burgués Partido del Congreso, en su momento guía del Movimiento de No Alineados en la periferia capitalista en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se expresa en el giro neoliberal de éste desde 1990 y más agudamente en el fuerte crecimiento del hinduismo supremacista del BJP, una fuerza política totalmente marginal durante las tres primeras décadas de la independencia de la India. Con este trasfondo, una nueva guerra entre los dos países sólo tendría un carácter reaccionario y debe ser rechazada por la clase obrera de ambos países.
Sólo una intervención independiente de la clase obrera pakistaní y del proletariado de India, como caudillos de la nación explotada y oprimida puede ofrecer una salida progresiva a las masas de la región, expulsando al imperialismo de la región, en primer lugar de Afganistán.