Francia: elecciones presidenciales
¿Por qué ganó Sarkozy?
09/05/2007
Francia es la quinta potencia imperialista mundial. Además, históricamente ha sido uno de los centros de la lucha de clases en los países capitalistas avanzados con repercusiones a nivel internacional, como hace casi cuatro décadas las jornadas de Mayo de 1968 que preanunciaron la oleada obrera y de agitación estudiantil en los ‘70, la huelga general de los estatales de 1995 que marcó un punto de inflexión a la ofensiva neoliberal en todo el mundo o más recientemente las multitudinarias marchas contra el Contrato de Primer Empleo (CPE), una medida que buscaba flexibilizar las normas que regulan el primer contrato de trabajo y que fue derrotado por la reacción de estudiantes y trabajadores. Por eso, lo que pase en los próximos meses frente a la asunción presidencial de la derecha dura y neoliberal de Sarkozy tiene implicancias para todos los jóvenes y explotados del mundo entero.
El triunfo de Sarkozy en las recientes elecciones presidenciales se debe en primer lugar a la renovación exitosa de la UMP [1]en una derecha dura, amiga del orden y de la autoridad y promotora de reformas neoliberales. Sarkozy, miembro del gobierno saliente, tuvo la capacidad de aparecer como un opositor a la presidencia de Chirac y del gobierno de Villepin, su competidor en la UMP que fue herido de muerte luego de su retroceso frente al CPE. Pero aparte de esta maniobra, Sarkozy logró cohesionar una franja importante del electorado de derecha. En el terreno ideológico, y cuando la política neoconservadora está en ocaso en los EE.UU. después de la debacle de Irak, Sarkozy utilizó todo el arsenal reaccionario de esta corriente durante su campaña electoral. Ese es el sentido de su ataque a “la ideología del 68” acusándola de haber hecho apología del “asistencialismo, el igualitarismo, las 35 horas”. Ella “le dio la espalda a los trabajadores de nuestro país”. En el terreno del nacionalismo chauvinista y antiinmigrante, tomó toda la retórica de la extrema derecha de Le Pen, como su propuesta de crear un ministerio de la Identidad Nacional y la Inmigración, continuidad de su política represiva frente a los jóvenes de los suburbios (banlieues). Y en el terreno económico, propuso una reforma del mercado laboral, recorte de impuestos y la reestructuración del gasto estatal. Su caballito de batalla fue la necesidad de “rehabilitar el valor del trabajo”, introduciendo incentivos fiscales para trabajar más horas, liquidando la dualidad entre contratos de trabajo permanentes y temporarios, introduciendo un solo contrato flexiblizador, apretando las condiciones para los que reciben subsidios de desempleo así como la reducción de los trabajadores del Estado.
Pero a pesar de los méritos de la derecha, la explicación central de su triunfo reside en el giro a la derecha del Partido Socialista, el Partido Comunista y otras variantes pequeñoburguesas como los Verdes en las últimas décadas. La misma Ségolène Royal condujo una campaña fuertemente inclinada hacia la derecha, referenciándose parcialmente en el primer ministro británico Tony Blair y compitiendo con Sarkozy en el chauvinismo y en ser duro con respecto al crimen. La gran fortaleza de Sarkozy es la enorme cobardía y el carácter derechista de la llamada izquierda: su campaña electoral de “reformas” social-liberales legitimaba en los hechos todas las propuestas del candidato de la derecha, pero dichas con mayor personalidad y energía que la candidata del PS.
Lo mismo puede decirse de las direcciones sindicales del movimiento obrero y estudiantil, que luego de montarse sobre la ola de la lucha anti CPE sostuvieron al gobierno y no hicieron nada para dar una salida obrera a la crisis, inseguridades e inquietudes que agitan a millones de trabajadores, jóvenes y campesinos en Francia. O más criminalmente dejando solos a los jóvenes de las banlieues en vez de proponer un programa que unificara las fuerzas de la clase obrera con sus sectores más explotados y discriminados, como el reparto inmediato de las horas de trabajo con un salario igual a la canasta familiar, que resolviera la alta tasa de desocupación de la juventud que alcanza el 22%.
En este marco de total oportunismo de las direcciones oficiales del movimiento obrero y estudiantil y en un contexto de desempleo crónico, de abultada deuda estatal, de las presiones de la llamada “globalización” y de la “deslocalización” de importantes sectores de la industria a países de mano de obra barata, las propuestas demagógicas de Sarkozy como no gravar las horas extras o su promesa de resolver el problema del empleo en cinco años aparecían como una respuesta reaccionaria pero concreta a padecimientos reales que sufren los trabajadores y los jóvenes. En última instancia, es la total incapacidad de la llamada izquierda de presentar una mínima alternativa progresista frente a las miserias del capitalismo imperialista francés, lo que explica el triunfo de la derecha.
Prepararse para grandes combates
El triunfo de Sarkozy representa un claro peligro para los trabajadores y la juventud. Es que, a diferencia de los presidentes de las últimas décadas, tiene un claro mandato para atacar, debido al carácter directo de su campaña, además de las fuertes presiones que recibe en ese sentido de la central patronal, MEDEF y de los principales magnates del capital más concentrado.
Pero esto no significa que el triunfo de sus planes antiobreros está asegurado. Que frente a la falta de opciones la derecha haya ganado no significa que los trabajadores y jóvenes van a resignar alegremente y sin luchar muchas de las conquistas que la burguesía francesa se vio obligada a dar en otros períodos históricos para evitar un triunfo revolucionario, como a fines de la Segunda Guerra Mundial o después del Mayo del ‘68. Lo que ya está claro es que ya ha anunciado que va a limitar el derecho de huelga para tener las manos libres para pasar el conjunto de su ataque.
Frente a esta fuerte ofensiva burguesa que se prepara no podemos esperar de brazos cruzados a lo que hagan las direcciones sindicales y estudiantiles. Estas se han limitado a saludar el triunfo del nuevo presidente y a decirle que no se precipite y que la clave será el método que utiliza para implementar sus políticas. Estos lugartenientes del capital no rechazan el ataque de conjunto, sino que lo único que les interesa es ser tenidos en cuenta por el Estado patronal. Pero a pesar de arrastrarse de esta manera, sólo han recibido como respuesta que los sindicatos, cuyos afiliados representan sólo a un 8% de los trabajadores, no pueden oponerse a lo que decidió la mayoría electoral.
Por eso, es fundamental que los trabajadores y los jóvenes en sus lugares de trabajo y en los sindicatos, en los establecimientos educativos o en los barrios comiencen a organizarse para frenar los próximos ataques. Un ejemplo de esto ha sido la asamblea de 800 estudiantes de la Universidad parisina de Tolbiac, que votaron una huelga estudiantil y el bloqueo de las instalaciones contra la futura reforma del financiamiento universitario, en contra de la posición del presidente de la UNEF [2] que les salió al cruce diciendo: “No se puede cuestionar una reforma que no existe. Es el mejor medio de restar credibilidad al futuro trabajo de los sindicatos en las negociaciones”.
Sólo la más estrecha unidad en los lugares de trabajo y la adopción de un pliego de reclamos que suelde la unidad entre las distintas capas de trabajadores puede constituir una sólida fuerza que derrote la ofensiva capitalista. Frente a la política de Sarkozy que buscará dividir a los trabajadores para hacer pasar sus planes y enfrentar a unos con otros para aumentar la tasa de explotación del conjunto de la clase obrera, es criminal toda política corporativa que sólo puede redundar en un aislamiento de las luchas. Es necesario un pliego único de reclamos que contemple demandas como el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles y un salario igual a la canasta familiar frente a la carestía de la vida, un plan de obras publicas para generar millones de puestos de trabajos y solucionar el problema de la vivienda que afecta a millones, la legalización inmediata de los sin papeles, impuesto a las grandes fortunas y la eliminación de todo impuesto al consumo y a los ingresos salariales. En síntesis, sólo un programa que cuestione la ganancia de los grandes capitalistas, puede dar una salida a los padecimientos de la Francia obrera, campesina y popular en la perspectiva de la expropiación de las grandes empresas y de un gobierno obrero y popular.
A su vez, estará planteado exigir a las organizaciones obreras medidas de acción que culminen en la huelga general política para derrotar el plan antiobrero de Sarkozy y los capitalistas. Los incidentes aislados pero numerosos el mismo día del triunfo electoral de Sarkozy y durante el día siguiente en las banlieues parisinas, de los jóvenes en La Plaza de la Bastilla y en numerosas ciudades de Francia como Lyon, Toulouse, Rennes, uno de los bastiones del movimiento anti CPE, son una muestra que puede estar anticipando el clima social de los meses por venir.
Las implicancias del triunfo de Sarkozy para Europa y para el mundo
Aunque lo central en el próximo año para Sarkozy será afirmarse en el plano interno, su triunfo ya ha generado repercusiones más allá de Francia. Estratégicamente, el abandono de la escena del viejo gaullismo que encarnaba el actual presidente Chirac, significa la adopción por parte de Francia de una política más pragmática lejos de sus ambiciones de construir una fuerte Unión Europea, dirigida por el eje franco-alemán, que se transformara en un polo contrahegemónico contra los Estados Unidos. Este sueño se fue haciendo trizas con las divisiones generadas durante la guerra de Irak donde los nuevos miembros del Este se alinearon con los EE.UU. y posteriormente por el fracaso en la aprobación del Tratado Constitucional Europeo (TCE). Es por eso que la eliminación del panorama europeo de Chirac, férreo opositor a la guerra de Irak y la asunción de Sarkozy fue saludada con alegría por Washington.
Esto no significa una total concordia con los planes de EE.UU. ni que se vuelva al viejo “atlantismo” anterior a 2003, sobre todo teniendo en cuenta el desprestigio de Bush en Europa y la aceleración de la decadencia hegemónica norteamericana después de Irak. Pero sí puede significar una mayor alineación con la Casa Blanca en relación a Irán (en esto incluso Ségolène Royal tenía una política aún más dura que los norteamericanos), al rol de la OTAN en Afganistán o en presionar más duramente al régimen de Putin en Rusia. Sin embargo, este mayor alineamiento con EE.UU., puede ser trastocado si Washington no toma en cuenta las pretensiones francesas en la región Mediterránea, en el Medio Oriente o en la región sub sahariana, como muestra su llamado a una “Unión Mediterránea”. Tampoco significa, a pesar de los gestos de Sarkozy, que París va a renunciar a jugar un rol en los asuntos mundiales como ya lo adelantó el presidente electo en su discurso triunfal. Por ejemplo, Francia va a poner el calentamiento global y las cuestiones ambientales en el centro de la agenda. En esto, París, Berlín y Londres tratarán de ganar una hegemonía a nivel internacional, presionando y buscando concesiones de EE.UU. en este terreno. En lo inmediato, el triunfo de Sarkozy fortalece al polo más ofensivamente neoliberal de gobiernos europeos y el intento de la canciller alemana, Angela Merkel, de pasar una versión modificada y light del TCE (Sarkozy ha planteado un minitratado) que ponga de nuevo en movimiento el proyecto de construcción europea. Esto, luego de la importante crisis abierta en el seno de la Unión Europea (UE) después del NO francés y holandés, sería un importante avance burgués, lo que el triunfo de Sarkozy alienta no sólo por la contundencia de su victoria electoral sino porque, a diferencia de Royal, plantea la aprobación parlamentaria del nuevo texto y no un nuevo referéndum. En este sentido, el triunfo de Sarkozy favorece el proceso de construcción europea relanzado sólo hasta ahora por la presidencia alemana de la UE, aunque con un contenido geopolítico (menos contrahegemónico a los EE.UU.) y político (menos federal, es decir, supraestatal y más intergubernamental) distinto al que en su momento impulsaron Chirac y Schröder, ex canciller de Alemania. Por eso, su triunfo ha sido saludado en todas las capitales europeas. Sin embargo, esto no significa que no haya choques con las instituciones y gobiernos de la UE, como las críticas abiertas de Sarkozy contra el Banco Central Europeo (BCE) durante la campaña electoral; el planteo velado de imponer barreras proteccionistas frente a los países que emiten gases contaminantes como China; o la defensa de los “campeones nacionales” (como fue el caso cuando era ministro de Chirac de su hostilidad a la compra por parte del megagrupo alemán de alta tecnología Siemens de la empresa francesa Alstom, fabricante de los trenes de alta velocidad TGV) como preanuncia su nueva política industrial francesa que puede chocar con la ortodoxia monetarista de los tecnócratas del BCE y de los intereses de la misma Alemania, el país imperialista más fuerte de Europa.
El imperialismo francés ha venido sufriendo una pérdida en su ubicación internacional, proceso que se ha acelerado luego de la Guerra Fría y del fracaso del proyecto europeo como polo contrahegemónico de EE.UU. y el consecuente fortalecimiento del imperialismo alemán (que luego de la reunificación y de un período de zozobra volvió a ocupar el lugar central en el concierto europeo). A esto hay que sumar que Francia ha perdido influencia en muchas de sus viejas zonas coloniales como Medio Oriente o Europa del Este. En este contexto, el espacio y recursos que podrá dedicar Sarkozy a mejorar esta ubicación de Francia en el plano internacional, dependerá de cuánto haya podido domesticar el más peligroso de sus desafíos: el frente interno de los trabajadores, los jóvenes y los estudiantes.