Argentina: A 6 años de las jornadas revolucionarias
Carta a la izquierda obrera y socialista
18/12/2007
La siguiente carta fue discutida y votada en la Conferencia Nacional realizada por el PTS el 16 de diciembre, con más de 100 delegados de todo el país. Ha sido entregada el 18 de diciembre a las direcciones del Partido Obrero, Izquierda Socialista y el MAS, a quienes hemos solicitado entrevistas para conocer sus opiniones respecto a la propuesta aquí formulada.
A los compañeros del Partido Obrero y de las organizaciones que formamos el Frente de Izquierda y los Trabajadores por el Socialismo, a Izquierda Socialista, al MAS, a todos los grupos y militantes de la izquierda obrera y socialista; a los trabajadores clasistas y estudiantes de izquierda. Abramos el debate para la construcción de un partido revolucionario en común.
Nuestro partido, el PTS, considera urgente buscar la unidad entre quienes nos consideramos de la izquierda obrera, socialista y revolucionaria.
Nuestra preocupación es que mientras ya hay signos que preanuncian tiempos de nuevas crisis económicas, políticas y choques de clases más violentos, estamos retrasados en la preparación de una dirección política, un partido revolucionario que pueda intervenir decisivamente en los acontecimientos. Esta es para nosotros, la principal conclusión con la que deberíamos rendirle “homenaje” a las jornadas revolucionarias del 2001.
Cristina Kirchner, en su discurso de asunción, las definió como “hechos trágicos”. La principal “tragedia” de aquella crisis fue que los trabajadores no contaron con una dirección política que impidiera que la catástrofe económica fuera descargada sobre sus espaldas, mediante la devaluación del peso con que pagan los salarios mientras el dólar alto significó la más alta rentabilidad para los grandes empresarios exportadores de la industria y el campo.
La crisis financiera internacional -que comenzó en el gran centro del sistema capitalista, los propios EE.UU,- no sólo pondrá límites al crecimiento económico sino que puede generar nuevas convulsiones agudas. Aunque es prematuro predecir cuáles serán los ritmos, las crisis volverán, con su secuela de miseria para los trabajadores y el pueblo. Empieza a terminarse una etapa de desvío de las jornadas del 2001, en base a que millones creen poder mejorar evolutivamente su nivel de vida, y se viene otra donde reaparecerán los signos de la crisis capitalista.
En segundo lugar, los gobiernos latinoamericanos que expropiaron políticamente el odio de masas contra el “neoliberalismo”, también pasaron una primera etapa y ya dan muestran de desgaste y cierto agotamiento.
En Venezuela, mientras la derecha -que fogoneó el No en el referéndum- se estancó en el mismo caudal de votos de las últimas presidenciales, una franja de millones de trabajadores que apoyaban a Chávez rechazaron -mediante la abstención y, en menor medida, el voto nulo- su reforma constitucional, hastiados de las promesas no cumplidas por “el socialismo con empresarios”;. y el régimen chavista prepara acuerdos y pactos con la derecha pronorteamericana que, fracasado su intento golpista en el pasado, arremete ahora con ropajes “democráticos”.
En Bolivia, la derecha -fortalecida por años de conciliación de parte de Evo Morales- directamente apela a acciones en las calles, proclamando la autonomía de las regiones que gobierna, para dar su salida reaccionaria contra la emergencia campesina y obrera que iniciaron los levantamientos del 2003, lo que preanuncia enfrentamientos de fondo, tendencias larvadas a la guerra civil.
En este marco, en los primeros días del gobierno de Cristina ya hay muestras de tensiones que anuncian lo que viene. El segundo mandato de los Kirchner será más descaradamente reaccionario que el primero. El Pacto Social que quieren imponer desde arriba incluye más tarifazos, topes salariales, mayor explotación obrera vía cláusulas de productividad, represión, persecuciones y matonaje contra la vanguardia de nuevos delegados y luchadores, mientras Kirchner intentará montar una fuerza política oficialista que apoye estas “políticas de Estado”. Particularmente, esto último tiene especial importancia: lejos de suponer que el crecimiento económico será eterno, se preparan para futuras crisis con el intento de reconstruir un partido que pueda actuar de “contención” como lo hizo el viejo PJ luego de las jornadas revolucionarias del 2001.
En tercer lugar es un hecho decisivo que en la clase trabajadora se está fogueando una nueva generación que empezó una experiencia con el kirchnerismo. La incorporación de más de 3 millones de nuevos trabajadores al mercado de trabajo, la pérdida del miedo al desempleo, la inflación y los bajos salarios en que se basa el “éxito” del modelo de los Kirchner ha llevado a la recomposición de la clase trabajadora que se expresa en una mayor disposición de lucha y en nuevas organizaciones. La clase trabajadora ha comenzado un camino de aprendizaje, incorporando crecientemente a la actividad a franjas de casi todos sus sectores que, con desigualdades, ensayan formas de lucha y organización, empiezan a elegir nuevos dirigentes y van ganando experiencia. En este marco las actuales luchas económicas tenderán a transformarse en luchas políticas que terminen enfrentando al gobierno y su Pacto Social.
Por último, pero no menos importante, ante próximas crisis también se preparan variantes de centroizquierda que se presentan como novedosas pero vienen a reeditar viejas recetas del pasado. Como cuando comenzó el declive del menemismo, empiezan a aparecer “disidentes” de las mismas cúpulas de los partidos patronales que volverán a traer nuevas frustraciones. Los 8 diputados del ARI intentan desempolvar las viejas banderas de Elisa Carrió, cuya trayectoria también comenzó con su ruptura con la UCR y “contra la corrupción” de De la Rúa, pero terminó siendo la vocera del Obispo Bergoglio y armando una “coalición cívica” para ocupar el lugar del viejo partido gorila. O reaparece el discurso “nacional y popular” de Pino Solanas, que ya con un programa parecido fue fundador del Frente Grande de Chacho álvarez y Graciela Fernández Meijide, antecesor del FrePaSO, que se presentaron como progresistas ante el menemismo pero solo sirvieron para ayudar a subir al gobierno de De La Rúa que terminó hace 6 años con el corralito de Cavallo y la represión a sangre y fuego contra la multitud de Plaza de Mayo el 20 de diciembre. Importantes dirigentes de la CTA, como De Gennaro (promotor de Lozano y Solanas) o Marta Maffei (hoy “disidente” del ARI), apoyaron a la Alianza como alternativa al menemismo, presentándola como una opción “realista” en el camino de “humanizar el capitalismo”. Toda variante de conciliación de clases que lleva a subordinar a los trabajadores a alianzas con partidos patronales que se presentan como “progresistas”, termina generando “alternativas” útiles para los capitalistas y desastrosas para el pueblo trabajador.
Dos peligros
Ante estos escenarios, vemos dos graves peligros en las orientaciones de la izquierda, y los dos conspiran contra la necesidad de preparar una dirección revolucionaria.
La primera es la que cede a los nuevos proyectos de centroizquierda. La encarnan los que hablan de “nuevas izquierdas” sin delimitación de clase, “partidos amplios” que promueven la “unidad entre reformistas y revolucionarios” o “frentes antineoliberales” permanentes con la centroizquierda. Son los que rebajan el programa obrero y socialista; y transforman tácticas indispensables como la participación electoral o la conquista de puestos de lucha en los sindicatos en todo su norte estratégico. Una suerte de reedición de la vieja idea que ya a principio del siglo pasado surgía en el movimiento obrero como la “estrategia de desgaste” planteada en la socialdemocracia alemana, mediante la cual la clase trabajadora se transformaría en dominante por vía pacífica y evolutiva, sólo conquistando sindicatos y “mayorías parlamentarias” por el peso de su número, sin necesidad de una estrategia que condujera a destruir el Estado de los capitalistas. Una estrategia que no prepara partidos revolucionarios para la lucha de clases sino para la participación dentro del régimen que aproveche los “espacios” que se abren en los flancos izquierdos de los actuales gobiernos, como lo intenta el PSOL en Brasil o sus imitadores locales del MST de Vilma Ripoll.
Creemos que el otro peligro es que -quienes nos reivindicamos de la estrategia revolucionaria- no demos pasos de acercamiento para agrupar todas las fuerzas posibles o clarificar las diferencias que retrasan la construcción de un verdadero y gran partido revolucionario.
No basta con mantener “claridad política” en soledad esperando que las futuras crisis den como resultado un fortalecimiento de nuestras corrientes por separado. Insistimos: las crisis no quieren decir automáticamente un fortalecimiento de la izquierda revolucionaria si no se llega preparado con decenas de miles de militantes insertos en las principales concentraciones obreras, populares y estudiantiles.
Nuestro llamado no tiene nada que ver con cierta “rutina”, impuesta por el régimen, de abrir debates en la izquierda sólo ante escenarios preelectorales. Nuestra urgencia se debe a que llamamos a tomar conciencia que ese partido no se construye de la noche a la mañana ni se puede improvisar en medio de las crisis, sino que debe ser fogueado previamente en las más variadas formas de lucha, desde las actuales huelgas económicas tomadas como una “escuela de guerra” hasta ensayos de autodefensa contra la represión estatal y distintas experiencias preparatorias para los combates decisivos.
Por supuesto que cada organización considerará que está llevando esta tarea adelante. Pero es evidente que estos esfuerzos están lejos de cubrir la enorme brecha que existe entre el marxismo revolucionario y los sectores avanzados de la clase obrera. Creemos que un partido revolucionario común, construido sobre sólidas bases estratégicas, multiplicaría enormemente la eficacia de nuestra acción.
Toda otra opción sería caer en un nefasto espontaneísmo y lleva inevitablemente a mantenernos, quiérase o no, apenas como “sociedades de propaganda” que no se preparan para vencer en las nuevas oportunidades que darán próximas crisis revolucionarias. Por eso es que llamamos, desde hoy, a poner manos a la obra en esta tarea que debe ser conjunta entre quienes nos reivindicamos de una misma estrategia. Dar pasos en este camino sería recibido con entusiasmo por miles de militantes y simpatizantes de la izquierda clasista.
El test del chavismo
El crecimiento económico de los últimos cuatro años y el alto consumo de las clases medias ha recreado ilusiones de masas en que no volverán las crisis capitalistas, y que las soluciones vienen desde arriba y en el marco del mismo régimen social. Esta realidad impactó fuertemente sobre sectores de la izquierda donde se fortalecieron las tendencias reformistas en todo el continente en base a la falsa ideología que estos gobiernos o Estados pos-neoliberales son un territorio de “disputa” en las que las organizaciones obreras y de masas pueden resolver a su favor la relación de fuerzas en su interior. Hoy en todo el continente la teoría de los “gobiernos (y Estados) en disputa” es patrimonio de un amplio arco político que va desde la centroizquierda a una “nueva izquierda” que se reivindica “socialista” pero se confunde con el reformismo.
La versión más derechista la representan las burocracias sindicales semi-oficialistas como la PIT CNT en Uruguay detrás del pronorteamericano Tabaré Vázquez, los sectores de la “izquierda” del PT de Brasil o la dirección oficial de la CTA en la Argentina que empuja por un lugar “con personería gremial” en el Pacto Social y llega a integrar el gabinete del gobierno municipal de Neuquén dirigido por los radicales K.
Pero también están las versiones “antigubernamentales” como el Proyecto Sur de Pino Solanas y Claudio Lozano de la CTA, que plantean un programa de “recuperación del petróleo nacional”, sin expropiación ni administración obrera, y una “democracia participativa” dentro de un “Estado nacional fuerte” al estilo del venezolano.
La vertiente “socialista” de dicha estrategia la esgrime en la Argentina el MST de Vilma Ripoll, que ha girado de la autoproclamación de “una nueva izquierda” sin delimitación de clase alguna, a llamar, directamente, a “la unidad de la izquierda con la centroizquierda” de Solanas u otros por el estilo.
En su actual versión latinoamericana esta política de mezclar las banderas del socialismo con el “nacionalismo burgués” tiene su coronación en Venezuela donde están por integrar el partido del “socialismo con empresarios” del presidente Chávez (PSUV); es decir el partido del gobierno del capitalismo de empresas mixtas entre el Estado y las petroleras extranjeras.
Esto lejos de expresar el imprescindible deber de los revolucionarios de estar en primera fila, como en abril del 2002, de las acciones contra cualquier intento de la reacción golpista y los ataques proimperialistas en Venezuela, representa una completa subordinación política y programática al chavismo que pacta con la derecha y permite su sobrevivencia.
Ubicados desde esta óptica de modificar las relaciones de fuerzas en el seno del mismo Estado burgués, el MST afirmó ante el referéndum en Venezuela: “La consigna de ‘Patria, Socialismo o Muerte, Venceremos’ se resume acá en: para vencer hay que combatir y sacar de sus puestos a todos los burócratas y corruptos” (Marea Clasista y Socialista- vocero y aspirante del PSUV, noviembre 2007). Luego de la derrota de Chávez profundizan dicha orientación: “Todos los sectores socialistas bolivarianos esperamos que se avance a un cambio profundo y urgente del equipo de gobierno... Hay la necesidad de que el presidente le meta la lupa a esta situación que pesó enormemente en la decisión de votar no y abstenerse” (Declaración 6 de diciembre).
Coincidiendo con el discurso oficial del chavismo, el MST y sus corrientes aliadas en Venezuela no sólo llamaron a apoyar la reforma constitucional del gobierno sino que ahora pugnan por una especie de “limpieza” del aparato de Estado que conserva las relaciones sociales capitalistas.
Tanto nuestra corriente internacional, la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, como aquellas a que pertenecen Izquierda Socialista (UIT-CI), el PO (CRCI) y el MAS, ante el referéndum convocado por Chávez hemos coincido con fundamentos similares, aunque con formas políticas de voto diferentes, en rechazar la reforma constitucional denunciando su carácter capitalista (defensa de la propiedad privada) y bonapartista frente a las organizaciones de la clase trabajadora (negando sus derechos democráticos), y su negativa a combatir seriamente la dominación imperialista y la gran propiedad terrateniente. A su vez, coincidimos en impulsar la construcción de un partido de los trabajadores, que exprese la independencia política de clase frente al PSUV de Chávez.
Programa y estrategia revolucionaria
La experiencia de Venezuela muestra que es particularmente nocivo que organizaciones que dicen pertenecer al movimiento fundado por León Trotsky, lo utilicen para embellecer el bonapartismo burgués de Chávez y renieguen de sus consejos: “Sería un error desastroso, un completo engaño, afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria, sino por la nacionalización que haga el estado burgués en algunas ramas de la industria (...) Para los marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía” [1].
Ante esta “nueva izquierda” que habla de “construir el socialismo con las manos de la burguesía”, el PTS propone a los compañeros del PO, de Izquierda Socialista, el MAS y a todos los grupos y militantes de la izquierda clasista, hacer todos los esfuerzos por presentar ante los trabajadores un partido en común que sostenga -como vuelve a demostrar la experiencia de Venezuela- que las tareas nacionales de liberar a las semicolonias de la opresión imperialista y la liquidación de la propiedad terrateniente, que ya no pueden garantizar la burguesía nacional y su Estado, será obra del gobierno obrero y de la mayoría explotada y su estado de transición al socialismo.
La “nueva izquierda” se hace eco de una de las máximas de Chávez: “no queremos la dictadura del capitalismo, tampoco queremos la dictadura del proletariado que decía Marx. Queremos democracia, socialismo” dijo el presidente de Venezuela. El régimen capitalista no produce pobreza porque sea antagónico con esta “democracia” sino porque una clase minoritaria se apropia de la riqueza social. Esta es la verdadera “dictadura” imperante; opuesta a la de Marx en la que las mayorías ejercerían su “dictadura” sobre la minoría explotadora, y por ello, cualitativamente más democrática.
No había en Marx ni en Lenin, Trotsky y quienes pusieron en práctica la “dictadura del proletariado” hace 90 años en Rusia la más mínima asociación con la idea del mando de unos pocos o de uno solo, sino, por el contrario, era la forma política en que las masas se dotaban de sus propios órganos de autogobierno como la Comuna de París o los soviets de la Revolución Rusa.
Las connotaciones en que ha derivado el término de “dictadura del proletariado”, luego de la experiencia stalinista, requiere de la más resuelta defensa y clarificación por parte de quienes nos reivindicamos de la estrategia revolucionaria. Sólo ese nuevo Estado de los trabajadores que sustituirá las actuales Fuerzas Armadas por el armamento de todo el pueblo y se basará en un sistema de consejos de delegados obreros, puede iniciar un camino al socialismo y al mismo tiempo combatir la corrupción estatal en base a disponer la remuneración de todos los funcionarios administrativos y del gobierno obrero nunca superior al salario normal de un trabajador.
El PTS llama a los compañeros del Partido Obrero y a quienes conjuntamente formamos el Frente de Izquierda y los Trabajadores por el Socialismo, a presentar una reivindicación de la estrategia revolucionaria ante las distintas variantes del reformismo imperantes en la izquierda. Unifiquemos esfuerzos en un bloque por un partido revolucionario en común, para abrir en debate ante toda la militancia y la vanguardia obrera con qué programa y métodos construir el partido acorde a esa estrategia.
Tres ejes para abrir el debate
A partir de ese primer gran punto de acuerdo, no ocultamos nuestras diferencias, ni con los compañeros del PO, ni con el resto de las fuerzas. Pero pensamos que todos los debates que hemos hecho durante estos años hay que ponerlos en función de una nueva perspectiva.
Sin duda, la formación de un verdadero partido revolucionario común debe ser democráticamente centralizado y no una suma de tendencias permanentes que se contrarresten unas a otras, anulándose a la hora de las acciones de combate. La ideología de las “nuevas izquierdas” que promueven partidos con un funcionamiento laxo, donde conviven por siempre disímiles orientaciones políticas, es la confirmación que buscan partidos que puedan actuar solo en el terreno electoral. En cambio, aún para intervenir en las más elementales luchas sindicales y reivindicativas, es inconcebible actuar con dos o más posiciones ante una huelga, es decir ante los comandos centralizados de la patronal, la burocracia sindical, el ministerio de Trabajo o la policía. Menos aún si de lo que se trata es de vencer sobre ese Estado, que no duda en utilizar los métodos represivos a su alcance para aplastar todo intento revolucionario. Lo que los marxistas llamamos el “centralismo democrático” no es un dogma, sino que surge de la necesidad de la propia lucha de los trabajadores y del rol del Estado de los capitalistas. Pero esto no se consigue en un acto, sino que debe ser el resultado de un proceso de debate franco, leal y abierto, y de una práctica y experiencia común en la lucha de clases.
Apuntamos en esta Carta, sin intención de agotar la agenda, algunos puntos que creemos centrales para iniciar ese camino.
– 1 Un programa de reivindicaciones transitorias y la lucha por organismos que tiendan al doble poder
La actual recomposición de la clase obrera argentina se desarrolla aún en las aguas relativamente calmas del crecimiento económico burgués, lo que le imprime su sello al actual movimiento sindical. El veneno en la conciencia de clase de los trabajadores es considerar que este desarrollo evolutivo y medianamente pacífico durará para siempre. Imaginar una Argentina económicamente estable por años sólo es posible si se hace abstracción absoluta de la realidad internacional del capitalismo.
El actual auge de la producción industrial colocará ante las próximas crisis, -distinto que el 2001 que se produjo luego de años de recesión y cierre de fábricas- a la clase trabajadora de las grandes concentraciones en el centro de los acontecimientos.
Un programa de transición que partiendo de las más elementales necesidades cuestione la propiedad privada y tienda un puente hacia el poder de los trabajadores, volverá a estar a la orden del día. Las ocupaciones y administraciones obreras de las empresas -como las que los revolucionarios del PTS impulsamos en Zanon y Brukman- podrán ser planteada en más amplia escala que en la anterior etapa: en los ferrocarriles y subtes, en los grandes servicios privatizados de la energía, en las comunicaciones y la gran industria. Ya hay que plantear medidas transicionales en relación a la inflación, haciendo agitación masiva y proponiendo a los sindicatos la demanda de la escala móvil de salarios, al mismo tiempo que, para superar los marcos sindicales, luchar por comités populares de vigilancia de los precios.
En nuestra opinión, cada lucha parcial por el salario, así como la tarea de agrupamiento del activismo obrero en oposiciones clasistas en los sindicatos que superen a las cúpulas burocráticas de la CGT y la CTA, debe ser abordada como parte de pequeños ensayos para la formación de una dirección revolucionaria de la clase trabajadora que dé una salida favorable a las mayorías ante futuras catástrofes como la de 2001. En ese camino, el acercamiento de nuestras fuerzas ayudaría a proponer ya a la nueva militancia obrera de activistas, delegados, comisiones internas y seccionales sindicales combativas y antiburocráticas, un reagrupamiento en la perspectiva de una tendencia sindical clasista en los sindicatos.
De la misma manera, la cuestión de la lucha contra el genocidio de la pasada dictadura debe ser abordada de esta misma perspectiva revolucionaria; con un programa que combata el intento de “limpieza del viejo aparato represivo” que ensaya el kirchnerismo, como una campaña por desprestigiar ante los ojos de millones al conjunto de las Fuerzas Armadas y debilitar lo máximo posible el poder de fuego del pilar del Estado capitalista, que volverá a actuar como última salvaguarda del orden burgués ante próximas crisis revolucionarias.
En ese marco de acción y organización unitaria de la izquierda obrera y socialista, tenemos que abrir una discusión estratégica entre toda la militancia y la vanguardia obrera: la cuestión más importante del método del programa de reivindicaciones transitorias es que -dicho programa- no puede ser entendido sino como una guía de acción que desborde los límites de la propiedad privada y el régimen burgués. De allí que el PTS pone especial énfasis en impulsar las organizaciones de autodeterminación de los trabajadores y las masas en lucha (desde comités de fábricas hasta coordinadoras, o las formas que adquieran según su propia experiencia) en perspectiva hacia la formación de consejos obreros que superen los marcos gremiales y formen sus propias milicias volviéndose irreconciliables con el Estado capitalista. Esta cuestión, sin duda, debe ser parte de un debate clave en camino a la formación de un partido revolucionario común.
– 2 La lucha por la independencia de clase y la propuesta de un gran partido de trabajadores
Si entre el 2001 y 2003, fueron los movimientos de desocupados y las fábricas tomadas el actor predominante junto a las asambleas barriales, desde hace 3 años son los trabajadores de los servicios y la industria los que salen a la lucha para recuperar el salario perdido con la devaluación y la creciente inflación, contra las condiciones precarias de empleo y casi en ninguna parte se aceptan ya despidos sin resistencia obrera, al tiempo que son extendidos los intentos de reorganización en los lugares de trabajo que durante años no tenían vida sindical. Al mismo tiempo, se dan fenómenos populares, como la enorme lucha en Gualeguaychú u otros movimientos ambientalistas que chocan contra aspectos del capitalismo, o sectores que se inclinan a la izquierda en el movimiento estudiantil universitario y secundario, a los que es necesario dirigirse, desde la independencia de clase, para lograr una alianza obrera y popular.
El PTS viene intentando establecer un diálogo con esos miles que comienzan una experiencia política, mediante una consigna que ayude a acelerarla: la formación de un gran partido de la clase trabajadora. Somos conscientes que aún no hay claras tendencias a la independencia de clase en franjas significativas de los trabajadores, salvo molecularmente en sectores minoritarios de vanguardia, producto del actual grado de maduración de la acción obrera, que apenas recién comienza. ¿Cómo puede conquistarse la independencia de clase de sectores de masas sin que los trabajadores ocupados tengan sus gestas como fue el Cutralcazo para los desocupados, rebeliones contra el capital que empiecen desde adentro de las grandes industrias y empresas, hasta insurrecciones urbanas como el Cordobazo? No vemos que una ruptura de clase de sectores de masas con los lazos que todavía los atan al peronismo y su burocracia sindical u otras variantes patronales, se de en forma evolutiva y pacífica. Sin embargo, entendemos que la consigna de un gran partido de trabajadores ya puede jugar un rol educativo en amplias franjas que comienzan una experiencia política y es de enorme utilidad ante variantes de frentes de conciliación de clases como la que ensayan sectores al interior de la CTA y ATE con el “movimiento político y social” con patronales de las pequeñas y medianas empresas y la Federación Agraria, o el agrupamiento de centroizquierda entre Claudio Lozano y Pino Solanas. Al interior de la CTA se está procesando una crisis que es eminentemente política y los revolucionarios tenemos que intervenir en ella dirigiendo a todas aquellas internas y seccionales de sus sindicatos que rechacen el Pacto Social una propuesta de este tipo.
Con los compañeros de Izquierda Socialista, actualmente coincidimos en Venezuela en proponer la construcción de un partido de trabajadores basado en las organizaciones sindicales que mantengan su autonomía del Estado. Sin embargo, en el terreno nacional, los compañeros tienen como lema central “la unidad de la izquierda”, a menudo sin una clara definición de clase.
Por su parte, los compañeros del MAS adoptaron un planteo parecido al nuestro que definen como “un movimiento político de los trabajadores” aunque, nos parece, reducen su formación a un acto de voluntad de las actuales fuerzas organizadas de la izquierda, subvaluando el trabajo sistemático, paciente y profundo de construcción de verdaderas tendencias clasistas en la vanguardia obrera.
Nosotros consideramos que aún si nos uniéramos las organizaciones de la izquierda clasista y socialista, estaría planteada una gran batalla política por conquistar franjas significativas de los trabajadores para la independencia de clase, empezando por instalar este planteo político en forma amplia. Consideramos nuestra propuesta de un partido de trabajadores para ser dirigida, por empezar, a todas las organizaciones sindicales combativas y antiburocráticas, y un punto de enorme importancia táctica para no ceder al sindicalismo, una rama del pensamiento burgués según Lenin, en la lucha por construir un partido verdaderamente revolucionario.
– 3 En defensa del marxismo y la estrategia para la revolución obrera y socialista
Como ya señalara Lenin, siguiendo a Engels, junto a la lucha económica y la lucha política, los marxistas deben dar importancia a la lucha ideológica, indispensable para forjar un partido y una dirección conscientemente revolucionaria que se prepare para derrotar a la burguesía.
Partiendo del hecho que no se producen revoluciones con peso decisivo de la clase obrera desde hace más de 30 años, y especialmente después del 89-91, con la caída del “socialismo real”, los intelectuales de la burguesía han desarrollado una verdadera sobreproducción de ideologías reaccionarias contra el marxismo como teoría y programa para la liberación de la clase trabajadora, que se transforman en “sentido común”, y son adoptadas por la centroizquierda y las “nuevas izquierdas” influyendo negativamente en la vanguardia obrera y juvenil.
La unidad revolucionaria de nuestras fuerzas debería permitir la defensa de los “núcleos duros” de la teoría marxista que son el fundamento de la lucha por construir partidos revolucionarios anclados en la clase trabajadora: a) la definición de la época de “crisis, guerras y revoluciones” contra las reediciones del evolucionismo burgués que son la base del reformismo; b) El rol de la clase obrera como sujeto de la revolución socialista, dirigente de la alianza de las clases explotadas y oprimidas; c) la dictadura del proletariado basada en organismos de autoorganización de las masas (soviets) como única fase transicional posible entre la dictadura de la burguesía y la desaparición de las clases y el Estado en el comunismo.
El gran punto acuerdo planteado anteriormente alrededor del test de Venezuela y la estrategia revolucionaria de la cual nos reivindicamos las organizaciones de la izquierda obrera y socialista, no implica agotar el debate de nuestras diferencias en el terreno de la teoría y el programa para la revolución. No las ocultamos. Por ejemplo, entre los debates que hemos tenido con los con los compañeros del Partido Obrero, está el rol que le asignan a la llamada táctica del “frente único antiimperialista”. De la misma manera, son claras nuestras diferencias con los compañeros de Izquierda Socialista en cuanto a la teoría, a nuestro modo de ver equivocada, de la “revolución democrática” en “los marcos del Estado burgués” ante dictaduras o regímenes fascistas. Ambas posturas, de ser llevadas consecuentemente a sus conclusiones programáticas, pueden conducir, a nuestro entender, a la subordinación al nacionalismo burgués o los sectores burgueses “antifascistas” respectivamente. Es por eso que debemos abordar la discusión sobre estas cuestiones teórico-programáticas, y las que surjan en el desarrollo del debate, si nos proponemos construir un partido marxista revolucionario común.
Compañeros y compañeras:
Miles de militantes de la izquierda clasista son parte de las luchas cotidianas, en los gremios docentes, entre los activistas y delegados de base de telefónicos, ferroviarios, subterráneos, de los hospitales; y hasta en la industria militantes obreros de la izquierda intentan organizar los lugares de trabajo en la alimentación, en textiles, gráficos o metalúrgicos, frente a una persecución doble: de la dictadura patronal y de los burócratas sindicales a la vez. Cientos de jóvenes trabajadores y de los colegios secundarios están abiertos a tomar las ideas de la izquierda. En las universidades una amplia franja de estudiantes de izquierda participa activamente en la lucha contra el caduco régimen universitario de prebendas, acomodos y pactos entre el gobierno y la derecha académica. Son las fuerzas de izquierda el principal motor de la lucha contra los secuestradores de Julio López y por encarcelar a los genocidas. Aún siendo una minoría numérica en la clase trabajadora y la juventud, la izquierda puede ser un claro polo de oposición de clase que se dirija a millones que aún confían en el gobierno de los Kirchner.
Proponemos dar pasos formando ya un Comité de Enlace por un partido revolucionario, que empiece por intervenir en común en la lucha de clases, que desarrolle conjuntamente campañas internacionalistas y organice el debate sobre los puntos programáticos y las áreas de diferencias planteadas.
Les hacemos llegar nuestros saludos revolucionarios,
Conferencia Nacional del PTS
Buenos Aires, 16 de diciembre de 2007
NOTASADICIONALES
[1] León Trotsky, en ‘La industria nacionalizada y la administración obrera’