A tres semanas de las elecciones en Bolivia
Evo Morales: El “Jefazo” y las claves de su liderazgo
25/09/2014
La cómoda marcha a la reelección de Evo Morales contrasta con las dificultades de Dilma Roussef o Tabaré Vázquez rumbo a las urnas de octubre. Página 12 (21/09) entrevistó sobre el “liderazgo único de Evo” al periodista y sociólogo Martín Sivak, autor de “Jefazo”, biografía del presidente.
En la nota Sivak dice que “Muchas de las miradas caricaturescas sobre el proceso boliviano dirían que como Evo es un indígena tiene el apoyo incondicional de las mayorías bolivianas y eso no es así. Sin esta situación de tanto bienestar económico no se explican los altos niveles de popularidad. Es una combinación de políticas del gobierno, como la nacionalización de los hidrocarburos, que las empresas paguen más impuesto, que los precios de los commodities bolivianos hayan mejorado, la diversificación de la economía, la mejor administración de los recursos y la mayor presencia del Estado. Y también la búsqueda del equilibrio fiscal y el déficit bajo.”
Efectivamente, desde 2005 la economía boliviana viene creciendo a un 5% anual, al calor de circunstancias internacionales favorables (buenos precios para los minerales, la soja y el gas). A ello se suma un gran aumento de los recursos estatales, vías regalías e impuestos a los hidrocarburos, que financia el gasto público y los planes sociales, al tiempo que ha habido un alivio parcial de la pobreza extrema.
Pero no se trata sólo de economía. Hay que subrayar el cambio en las relaciones de fuerza sociales impuesto por la lucha de masas con el extraordinario proceso de movilizaciones que vivió Bolivia entre 2000 y 2005 y cuyo hito mayor fue el levantamiento insurreccional de Octubre de 2003, que volteó al neoliberal Sánchez de Losada. Con su lucha, demolieron al régimen de la “democracia pactada” de los partidos tradicionales, pusieron límites al programa neoliberal y a la penetración yanqui y obligaron a la clase dominante a aceptar un cambio en las reglas del juego político. En las elecciones generales adelantadas de 2005 triunfó el MAS llevando al gobierno a un presidente de extracción indígena y trayectoria sindical combativa.
Los límites del “proceso de
cambio”
Evo llegó al Palacio Quemado el 22 de enero de 2006 bajo la consigna de “pasar de la protesta a la propuesta” lo que expresaba bien la estrategia de contener y canalizar el proceso de masas a una política de reformas parciales, sin transformación radical del orden social.
El “proceso de cambio” se funda en la pretensión de que es posible “vivir bien” en el capitalismo conciliando los intereses de los de abajo con los de arriba. Pero esto lleva a la postergación de las demandas populares y a dejar irresueltas las tareas democráticas estructurales, como la reforma agraria o la ruptura con las transnacionales, para no “aislarse” de la burguesía y poder “asociar” al capital extranjero al desarrollo nacional, planteo al que Evo le encontró otra fórmula efectiva en su frase “Bolivia necesita socios, no patrones”.
La Asamblea Constituyente adoptó a fines de 2007 una nueva constitución. En 2008, tras la derrota de la reacción autonomista de la “media luna”, su vigencia se aseguró mediante un pacto con la derecha parlamentaria que introdujo garantías suplementarias para la clase dominante. Así se fue consolidando el régimen del Estado Plurinacional de Bolivia, que reconoce constitucionalmente a los pueblos originarios y enuncia derechos sociales; pero al mismo tiempo garantiza la propiedad privada burguesa de los medios de producción así como la vigencia del “mercado”, o sea, el orden capitalista.
Pese a algunas nacionalizaciones parciales, persiste la fuerte dependencia del capital extranjero con sus gravosos costos para el país. Tomemos la llamada nacionalización de los hidrocarburos. En verdad, se limitó a la renegociación de los 44 contratos con las transnacionales, que siguieron operando a cambio del aumento de las regalías e impuestos para el fisco. Junto a ello, se recompraron algunos activos de YPFB malbaratados en la “capitalización” de las empresas públicas de los 90, para reconstruir la petrolera estatal en un esquema donde REPSOL, Petrobras y otras siguen teniendo un papel decisivo en la producción. En cuanto a la política minera, es completamente favorable a las transnacionales que dominan el sector con sus megaemprendimientos como San Cristóbal y otros.
No ha habido una real reforma agraria, pese a la enorme concentración de tierras, con las más fértiles monopolizadas por un centenar de clanes terratenientes (La constitución garantiza la intocabilidad de la gran propiedad de la tierra anterior a su puesta en vigor.), mientras la crisis histórica de la economía campesina con sus secuelas de miseria y emigración. Aún los proclamados derechos a la autonomía indígena están severamente recortados.
En estas condiciones, siguen vigentes la precarización laboral y los bajos salarios para la mayoría de los trabajadores, tanto como la extendida “informalidad urbana” con sus diversas formas de autoexplotación.
Si pese a la falta de transformaciones estructurales, la estabilidad se mantiene y Evo mantiene una popularidad que contrasta con el declive de Maduro, Rousseff o CFK, es por una situación excepcional en que se combinan el debilitamiento de la hegemonía norteamericana sobre Sudamérica; economía en crecimiento, relación de fuerzas sociales favorable y derrota política de la derecha tradicional, lo que ha amortiguado temporalmente las agudas contradicciones económicas y sociales del país.
A Evo no le faltan razones cuando se presenta como garante de esa estabilidad. En sus propias palabras: "Lo escuché de algunos empresarios, de manera institucional de la Confederación de Empresarios de Bolivia y otras federaciones, que este Gobierno garantiza la estabilidad política. Si hay estabilidad política, hay estabilidad económica y crecimiento económico", según despacho de la agencia oficial ABI (07/09/14).
El “jefazo” insustituible
El secreto de su estilo de “liderazgo” radica en utilizar la popularidad y ascendiente personal, como caudillo de masas, indígena y salido de las filas del movimiento cocalero, para arbitrar entre las clases nacionales y negociar con el imperialismo, aprovechando una base económica favorable y una fortaleza política que le permiten bastante “juego”. Por un lado contiene las aspiraciones populares y “pasiviza” al movimiento de masas apoyándose en la cooptación de los sindicatos y movimientos sociales. Por otro, mientras preserva la gran propiedad privada de la tierra, las minas, fábricas y bancos, regatea y pacta con el empresariado, los terratenientes y el capital extranjero buscando ampliar el cauce de un mayor desarrollo capitalista nacional.
Para afirmarse en ese rol de árbitro, Evo Morales viene acentuando los rasgos bonapartistas de su gobierno, profundizando sus acuerdos con sectores empresariales -como los agroindustriales cruceños- y con los “factores de poder” -como las Fuerzas Armadas-. Al mismo tiempo, se endurece ante las presiones obreras y campesinas.
Este rumbo, que se acentuó desde 2010, se expresó en medidas antipopulares, respondidos por sonoras protestas sociales. Entre ellas, la lucha contra la apertura de una ruta a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS), que alcanzó gran proyección nacional; el enorme descontento que obligó a archivar el “gasolinazo” de Navidad en 2010; la huelga de la COB de mayo-junio de 2013 reclamando reformas al sistema de pensiones; además de varias huelgas y movilizaciones fabriles, docentes y de la salud.
Con viento a favor en la economía y habiendo podido recuperar base social pese al desgaste de las expectativas de cambio entre sectores de base, Evo llega a estas elecciones enfrentando a una oposición de derecha dividida, sin nuevos líderes ni un programa que oponerle. Por otra parte, tampoco enfrenta desafíos por izquierda, ya que la disidencia de sectores obreros y populares no encontró expresión política independiente del gobierno ni de la oposición burguesa. El MAS logró reforzar la cooptación de los sindicatos, como ocurre con la COB, vuelta al seno del oficialismo y boicoteando el surgimiento de un partido de trabajadores, como habían resuelto anteriores congresos sindicales.