Medio Oriente
Israel elige gobierno entre criminales de guerra
12/02/2009
El pasado 10 de febrero se realizaron las elecciones parlamentarias en Israel. Al cierre de esta edición, con el 99% de los votos escrutados, el partido oficialista Kadima, de la actual ministra de relaciones exteriores, Tzipi Livni, obtenía 28 bancas de las 120 del Knesset (Parlamento); el Likud de Benjamin Netanyahu, 27; 15 el partido de extrema derecha Yisrael Beitenu (Israel Nuestra Casa) de Avigdor Lieberman, esto es cuatro bancas más de las que tenía; y el Partido Laborista del ministro de defensa Ehud Barak, sólo 13 diputados, lo que implica una pérdida de 6 representantes. El resto se reparte entre otros nueve partidos que han superado el piso del 2% de los votos, entre los que se encuentra el centroizquierdista Meretz y el más a la izquierda Hadash (Frente Democrático por la Paz y la Igualdad, en el que participan partidos árabes y el Partido Comunista Israelí), partidos religiosos como el Shas y otros partidos de extrema derecha. Será Primer Ministro quien logre una mayoría simple de 61 bancas.
Tanto Livni como Netanyahu se adjudicaron la victoria. Debido al escaso margen y a la gran fragmentación política del sistema parlamentario israelí, estos resultados dejaron por el momento indefinido el signo del próximo gobierno. La mayoría de los analistas señalan que, si bien Livni obtuvo una mayor cantidad de votos, es Netanyahu quien está en mejores condiciones para formar gobierno, ya que lo que se considera el bloque de la derecha –definido globalmente como los que se oponen a reanudar negociaciones de “paz” con los palestinos-, encabezado por el Likud y dentro del cual se incluye a Lieberman, tendría 64 diputados, mientras que el llamado “centro” o mejor dicho, derecha moderada, que se pronuncia por retomar las negociaciones con la Autoridad Palestina, encabezado por Kadima y el Partido Laborista, sólo obtendría 56 bancas.
El partido ultraderechista y antiárabe de Lieberman se ha transformado en una pieza indispensable para el futuro gobierno, ya que sin el apoyo de sus al menos 15 diputados, parece prácticamente imposible formar un gobierno estable.
Están abiertas todas las opciones. El mismo día de las elecciones ya había comenzado una febril carrrera de negociadores del Likud y Kadima para conseguir los socios necesarios para formar gobierno. Tampoco se puede descartar la posibilidad de un “gobierno de unidad nacional”, aunque por el momento Netanyahu rechazó la propuesta de Livni. Según el semanario The Economist “si Netanyahu es capaz de consolidar su bloque de derecha, presumiblemente intente convencer a Livni de dejar de lado sus sueños de transformarse en primera ministra y entre a un gobierno amplio de centro-derecha”. Incluso pueden pasar semanas hasta que se defina quién será el nuevo Primer Ministro y con él cuál será la orientación del próximo gobierno israelí.
En última instancia, estas maniobras no son otra cosa que decidir qué criminal de guerra va a quedar a cargo de gobernar el estado sionista.
Giro a la derecha
Las elecciones reflejan el profundo giro a la derecha de la política israelí. La campaña electoral desde Livni hasta Lieberman, se realizó sobre los escombros de Gaza y los cadáveres de más de 1.400 palestinos que dejó la operación “Plomo fundido” y que fue apoyada por más del 80% de la población.
Según una encuesta publicada por el diario Jerusalem Post, realizada el mismo día de las elecciones, “cuando se les preguntó a los encuestados sobre sus inclinaciones políticas, un 30% dijo ser de derecha, un 13% de centroderecha, un 23% de centro, un 13% de centroizquierda y sólo un 6% de izquierda, un 15% no contestó”.
El Likud, que venía de un retroceso producto de la ruptura de Kadima a fines de 2005, tuvo un avance notable y su bloque parlamentario pasó de 12 a 27 diputados. Su candidato, Netanyahu, se ha transformado en el abanderado de la derecha israelí que rechaza retomar cualquier negociación con los palestinos que implique la devolución de territorios ocupados. Incluso Netanyahu fue crítico de los acuerdos de Annapolis, auspiciados por el ex presidente Bush. En campaña prometió oponerse terminantemente a la división de Jerusalén, a la devolución a Siria de las alturas del Golán y a la evacuación de asentamientos de colonos en la Cisjordania.
El otro gran ganador de las elecciones fue Lieberman quien hizo una campaña profundamente racista dirigida contra los árabes que viven en Israel, proponiendo quitarle su ciudadanía si no juran lealtad al estado judío (“Sin lealtad no hay ciudadanía” era su consigna) y realizan el servicio militar obligatorio, del cual por razones obvias están exceptuados. Para fundamentar esta posición se basó en las movilizaciones de repudio a la masacre en Gaza realizadas por los árabes-israelíes. Este sector, que compone alrededor del 20% de la población, ya sufre la discriminación “legal” del Estado y del establishment político sionista que estuvo a punto de quitarle todos sus derechos políticos y proscribir sus partidos.
El Partido Laborista está en una crisis profunda, al punto que un columnista del diario Haaretz sugiere que “ya no tiene sentido su existencia como partido independiente” y que debería fusionarse con Kadima que ha pasado a hegemonizar el centro del espectro político, ya que “no hay entre ellos diferencias ideológicas” y “ambos partidos combinan la moderación política con la dureza en cuestiones de seguridad” (Aluf Benn, For the sake of peace, Labor and Kadima must merge, Haaretz, 11-02-09).
Las elecciones también mostraron la debacle del Partido Meretz, tradicionalmente identificado con el pacifismo pero que apoyó abiertamente la masacre del Estado de Israel en Gaza, y obtuvo sólo 3 diputados.
Todos los líderes sionistas favorecieron así este giro político a la derecha en un estado-enclave basado en el racismo contra los árabes y la opresión colonial.
El peso logrado por la derecha en las elecciones israelíes será un argumento que usará el próximo gobierno, más allá de quien lo encabece, para reducir al máximo cualquier eventual concesión y aumentar las exigencias hacia los palestinos. Varios analistas han planteado que el mapa político surgido de estas elecciones dificultaría una supuesta política “dialoguista” del presidente norteamericano Barak Obama no sólo hacia el conflicto palestino-israelí, sino también hacia Siria y, sobre todo hacia Irán. Sin embargo esta es una gran hipocresía: Obama justificó la ofensiva israelí sobre Gaza y sigue permitiendo el brutal bloqueo económico israelí. Su “plan de paz” está basado en la supuesta solución de “dos estados”, es decir, en negociar con la Autoridad Nacional Palestina (y eventualmente con Hamas, que hoy está excluido de las mesas de diálogo) la renuncia del pueblo palestino a sus derechos nacionales elementales, naturalizando la existencia de ciudades-gueto sin unidad territorial, a cambio de algunas concesiones menores como la detención de la construcción de asentamientos de colonos.
Con la masacre de Gaza todavía presente, queda claro que los únicos aliados del pueblo palestino son los trabajadores y explotados del Medio Oriente y de todo el mundo.