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Elecciones en Israel

Triunfo de Netanyahu sobre la coalición laborista

18/03/2015

Triunfo de Netanyahu sobre la coalición laborista

El 17 de marzo se realizaron las elecciones generales en Israel. A pesar de que se auguraba un resultado más parejo, con el escrutinio casi final Benjamin Netanyahu está obteniendo una clara victoria sobre su principal rival, el laborista Isaac Herzog. Triunfo de Netanyahu sobre la coalición laborista.

Como era de esperar, ninguna de las fuerzas alcanzó la mayoría propia de 61 bancas en el Knesset (parlamento) y ahora se abre la negociación para ver quién podrá formar gobierno. El resultado expresa la polarización y fragmentación que viene caracterizando el escenario político israelí en los últimos años. Las elecciones se dan en un momento particularmente turbulento para la región de conjunto y para el propio Estado de Israel.

Con la población dividida entre la preocupación por la suba del precio de los alquileres y el costo de vida y las amenazas a la seguridad nacional, el resultado electoral favoreció al partido de derecha Likud, que hasta el momento estaría obteniendo 30 bancas, contra 24 de la lista Unidad Sionista. Al conocerse los resultados casi definitivos, Herzog admitió la derrota.

Aunque en los próximos días, el presidente Reuven Rivlin hará las consultas entre los partidos para encargar a Netanyahu o a Herzog formar gobierno, a esta altura está claro que el candidato del Likud continuará en su cargo por otro mandato. Está descontado que recibirá el apoyo de lo que está a su derecha: el partido de Hogar Judío de Naftali Bennett, que representa a la derecha religiosa y a los colonos, y otros partidos más pequeños ultra ortodoxos a quienes Netanyahu les prometió mantenerles el privilegio de estar exentos del servicio militar, algo que irrita particularmente a las clases medias ilustradas y liberales.

Quien podría sumarse al nuevo gobierno de Netanyahu como ministro de Finanzas es Moshe Kahlon, un popular exdirigente del Likud que obtenía unas 10 bancas.
Pero esta coalición, no solo tendrá una mayoría muy estrecha, sino que también podría durar lo que un suspiro. Desde hace algunos años, producto de la crisis de los dos partidos tradicionales –el Likud y el Laborismo-, el rasgo distintivo de la política israelí es la fragmentación y su resultado lógico la inestabilidad de las coaliciones de gobierno. Esta precariedad es producto de que entre los socios, por lo general partidos más pequeños, siempre hay alguno que no coincide con el núcleo duro de las políticas del partido mayoritario.

Pasaron solo 26 meses de la última elección, sin embargo, la situación parece haber dado un vuelco con respecto al giro a la derecha consistente de los últimos años. El gobierno anterior se disolvió el pasado diciembre, cuando Netanyahu, expulsó a Tzipi Livni y Yair Lapid, al ala centro de la coalición gubernamental. Los motivos: el presupuesto 2015 y la oposición de estos dos ministros al polémico proyecto de ley proclamando el carácter judío del Estado de Israel, lo que obviamente deja marginada a la minoría de árabes, que componen el 20 % de la población israelí.

Con el adelantamiento de las elecciones, Netanyahu pretendía consolidar un gobierno de la derecha pura. Sin embargo, desde diciembre hasta marzo algo cambió el timing y lo que parecía que iba a ser una autopista hacia la victoria de la derecha terminó en una carrera electoral pareja, aunque sobre el final Netanyahu fortaleció su perfil de derecha y amplió la diferencia sobre Herzog.

La oposición liberal al Likud, el laborismo y otras fuerzas de centro (decirle de centroizquierda sería demasiado) olió el hartazgo con Bibi e hizo lo que tenía que hacer: una gran alianza –la llamada Unidad Sionista- para desalojarlo del poder, encabezada por el laborista Isaac Herzog.

El ascenso electoral de Herzog responde en gran medida a su adecuación programática a las preocupaciones del electorado. Prometió gastar 1.750 millones de dólares en vivienda, salud y otros programas sociales dirigidos a los jóvenes de las clases medias urbanas, a los que llamó la “generación sandwich”.

Un dato de la elección es que el Partido Laborista parece haberse recuperado, tras años de crisis y fragmentación. Desde 1992 no conseguía tantas bancas en el parlamento.

Hubo otras novedades. A instancias del canciller ultraderechista Avigdor Lieberman se subió el piso necesario para ingresar al parlamento a 3.25 % para dejar afuera a los partidos más pequeños. Sin embargo, lo más interesante de esta medida fue su efecto colateral: por primera vez los cuatro partidos árabes (comunista, nacionalista, e islamistas) fueron en una lista común, lo que dio un motivo a la minoría árabe para asistir a votar en números que no se veían desde 1969. Si se mantiene la tendencia, la lista única de partidos árabes será la tercera fuerza en el parlamento con 13 bancas.

Está claro que el Likud y el laborismo son dos alas del mismo proyecto colonial contra el pueblo palestino. Pero eso no significa que no haya diferencias tanto en el plano doméstico como en la política exterior.

La clave de la campaña de Netanyahu fue ubicarse como el líder de la extrema derecha. Ignoró las demandas sociales –cada vez más audibles y con expresión en las calles- y tomó como única bandera la seguridad del estado de Israel.

En esa carrera, probablemente sobreactuó. En el plano internacional primero desairó al presidente francés, F. Hollande, que le había pedido expresamente que no fuera a la movilización luego de los atentados contra Charlie Hebdo y un supermercado judío, para no alienar aún más a los 5 millones de árabes que viven en Francia. Bibi no solo se puso en primera fila sino que, además, se hizo ovacionar en la puerta de una sinagoga.

Luego desafió nada menos que al presidente Obama en Estados Unidos, aceptó la invitación de los republicanos para visitar el país pasando por encima de la Casa Blanca y hablar en el Congreso contra el acuerdo que Estados Unidos y otras cinco potencias (Gran Bretaña, Francia, Rusia, China y Alemania) están negociando con Irán.

En el cierre de la campaña electoral, dijo por primera vez de manera más abierta que nunca iba a haber un estado palestino mientras él fuera primer ministro, en abierta oposición a la salida de “dos estados”, una de las principales políticas de la Casa Blanca para solucionar el conflicto del Medio Oriente. Por si todo esto fuera poco, el día de la elección arengó con argumentos abiertamente racistas a la derecha para que vaya a votar. Dijo los árabes –que son ciudadanos israelíes- están participando como nunca en las elecciones.

En el último mandato de Netanyahu el Estado de Israel empeoró cualitativamente su imagen internacional. Ha perdido legitimidad para sus permanentes agresiones militares contra los territorios palestinos, como mostró la enorme impopularidad de la operación Margen Protector, la última ofensiva guerrerista contra Gaza. A esto se suma su persistente política provocadora de extender los asentamientos de colonos en territoriso palestinos. Cada vez más estados europeos están dispuestos a reconocer a la Autoridad Palestina como entidad estatal en las Naciones Unidas, de ahí a presentar una moción para poner fin a la ocupación puede haber un paso. Esto, que significa poco y nada para terminar con la opresión colonial a la que se encuentra sometido el pueblo palestino, tiene sin embargo algunas consecuencias indeseables para el estado sionista. El 1 de abril, Palestina se unirá formalmente a la Corte Penal Internacional, donde el presidente, M. Abbas podría presentar cargos por crímenes de guerra contra Israel.

Este aislamiento internacional hace que Israel dependa cada vez más del sostén diplomático de Estados Unidos, en particular de su veto en las Naciones Unidas.

No es ningún secreto que la Unidad Sionista contó con la simpatía de Obama que, como se sabe, tiene una relación cada vez más tensa con Netanyahu y hubiera preferido un nuevo gobierno con una orientación menos disfuncional para sus planes más de conjunto en el Medio Oriente. El Likud y la derecha sionista, aliados a los republicanos norteamericanos, son un obstáculo para los planes de la Casa Blanca, cuya principal prioridad es la derrota del Estado Islámico, que aún ocupa un tercio de Siria e Irak, es decir, un territorio de un tamaño equivalente a Gran Bretaña. Para esto es indispensable la colaboración de Irán.

Indudablemente la continuidad de Netanyahu en el cargo augura tensiones y roces con el presidente norteamericano, aunque de ninguna manera estará en cuestión la alianza estratégica entre el Estado de Israel y Estados Unidos.

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