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Laclau y su imposible sujeto popular

Izquierda nacional, posmarxismo y populismo

16/04/2014

Izquierda nacional, posmarxismo y populismo

El 13 de abril, a los 78 años, falleció Ernesto Laclau, uno de los más influyentes teóricos políticos argentinos de las últimas décadas. De renombre internacional, Laclau se destacó en pensar la filosofía y la política contemporáneas y se transformó en el intelectual argentino de mayor notoriedad, tanto en ámbitos académicos, como en los debates políticos para un público progresista y de izquierda. En Argentina Laclau se volvió conocido más ampliamente a partir del a poyo del filósofo a los gobiernos kirchneristas.

La larga trayectoria de Laclau, más de cinco décadas, pueden ordenarse alrededor de su búsqueda por articular teóricamente los sucesivos proyectos políticos y teóricos a los que adscribió: de la izquierda nacional en los ‘60 y su política de apoyo al peronismo; a una crítica y un alejamiento creciente del marxismo, que comenzó en los ‘70 y lo condujo al intento de sintetizar teóricamente el “posmarxismo” en los ‘80 y políticamente con la búsqueda de una “democracia radical” dentro de los marcos de los regímenes capitalistas existentes; para retomar finalmente sus orígenes “populistas” en la izquierda nacional, elaborando la lógica de articulación política del “populismo” como una teoría para comprender los antagonismos en la historia y un programa político que encontró encarnadura en los gobiernos progresistas latinoamericanos a los que apoyaba.

Sus años formativos

Nacido en el seno de una familia politizada, Laclau siempre señalo que su ingreso a la vida política e intelectual fue precoz bajo el influjo de su padre Ernesto Laclau, abogado radical, militante de Yrigoyen y cercano al grupo Forja, lo que le permitió la influencia temprana del intelectual nacional-popular Arturo Jauretche. Su padre también escribió libros de historia política, despertando un amplio interés intelectual en el joven que en 1954 ingresó en la UBA para estudiar Historia. Sin embargo su entrada a la universidad encontraría al joven Laclau (que se licenciaría en 1964) trabajando junto a José Luis Romero, figura renovadora de la historia social argentina, y a Gino Germani, el fundador de la carrera de sociología que intentó comprender la modernización de la argentina de posguerra y que interpretó el fenómeno político del peronismo como algún tipo de fascismo. Inicialmente Laclau compartiría con este tipo de influencias el rechazo al peronismo, prefiriendo la perspectiva de un socialismo liberal e ingresando a militar en el Partido Socialista Argentino. En su actividad política universitaria llegó a presidir el Centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA y a participar activamente de la candidatura de Romero para rector (quien también militaba en el PSA). Posteriormente se desilusionó de las posibilidades para el socialismo liberal dentro del régimen libertador, y pasada la ilusión en el Frondicismo, Laclau participaría de las sucesivas escisiones de la juventud del PSA influenciadas por la revolución cubana y crecientemente por la resistencia peronista.

Durante 5 años Laclau militó en las filas de la corriente de la izquierda nacional de Abelardo Ramos y Spilimbergo, participó en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional fundado en 1962, y dirigió el periódico Lucha Obrera en el cual escribió bajo seudónimo para resguardar su actividad académica. El grupo de Ramos había derivado de su trotskismo inicial en el grupo Octubre, a una colaboración política con el peronismo. La corriente izquierda nacional, independiente organizativamente, orbitó constantemente alrededor del peronismo y la ilusión de una revolución nacional que la condenaba a la impotencia.

Ruptura del vínculo teoría y política

A inicios de 1968 Laclau rompió con el partido, precisamente denunciando que esta “impotencia” y el raquitismo de la organización, a la que veía como muy doctrinaria, sin embargo se dedicó a la carrera académica y abandonó la militancia. Como intelectual varias de las ideas de ese periodo de formación lo marcarían para siempre, teórica y políticamente, como nunca dejó de resaltar el mismo Laclau alrededor de los conceptos de hegemonía y de pueblo. Sin embargo el alejamiento de la militancia práctica traería muchas consecuencias: “cuando leo los escritos de Lacan los ejemplos que se me vienen a la mente no son textos filosóficos o literarios, son recuerdos de una discusión en un sindicato argentino, de un choque de eslóganes opositores durante una manifestación, o de un debate durante un congreso partidario”. Ese alejamiento dejaría los problemas de la clase obrera y la política socialista como una pura herencia teórica, casi un recuerdo, de una lógica de la práctica política.
Por el apoyo del historiador inglés Eric Hobsbawm desarrolló su carrera en Inglaterra a partir del ’69 y desde ahí participó en el ámbito de debates del marxismo anglosajón. De ese periodo se destaca la compilación de ensayos Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo y populismo, entre los cuales se puede observar el desplazamiento de su interés historiográfico y económico inicial, como los debates sobre las características de la economía latinoamericana contra las teorías de la dependencia, o en el debate sobre el modo de producción feudal o capitalista con Andrew Gunder Frank en el cual haría uso de algunas ideas que traía consigo de los debates militantes en los ’60, y que constituían un preámbulo marxista obligatorio para poder caracterizar la dinámica de la revolución. Sin embargo, en sus contribuciones a los debates sobre el Estado y la política, que tenía un punto alto en el debate Milliband-Poulantzas, como son los ensayos “La especificidad de lo político” y “Hacia una teoría del populismo” ya se puede leer como Laclau avanza hacia una lectura idealista de la política, donde su lectura de la teoría de la hegemonía de Gramsci operaría como el vehículo principal hacia un abandono de cualquier perspectiva materialista, clasista y marxista.

Neoliberalismo y posmarxismo

La figura de Laclau adquirió reputación internacional a mediados de los ‘80 en plena ofensiva neoliberal. En esos años elaboró, junto a su esposa, la filósofa feminista belga Chantall Mouffe, una revisión del marxismo que se propuso abandonar lo que para ellos eran postulados “objetivistas” y “clasistas” que impedían pensar la política en un periodo para ellos claramente post-revolucionario producto del fin del ascenso de la lucha de clases del ’68. La hegemonía ideológica del triunfalismo burgués en los años de Thatcher y Reagan trajeron para Laclau una acelerada descomposición de todas las certidumbres de la política socialista, un derrumbe teórico llamado “crisis del marxismo” y el comienzo del fin de la experiencia histórica de la revolución rusa con la crisis que llevó posteriormente a la caída de la URSS.

En su libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia ya están las principales operaciones teóricas por las cuales Laclau considera que el giro lingüístico operado en la filosofía del siglo XX obligaba a repensar y revisar los conceptos marxistas fundamentales. El marxismo era entonces abandonado en función de una lectura que abrevaba en la fenomenología, la filosofía analítica, el estructuralismo y el post-estructuralismo. Laclau leía una sofisticada literatura filosófica, lingüística y psicoanalítica, bajo el signo del eclecticismo. Así las principales figuras de este giro filosófico, que por cierto son leídas como rivales, como el llamado “segundo Wittgenstein”, Heidegger, Derrida y Lacan, son tomadas conjuntamente por Laclau para reforzar las bases de una teoría de la política y del discurso como constitutivo de lo social, de manera contrapuesta al marxismo, y como una alternativa a lo que consideraba desvaríos metafísicos y deterministas.
Incluso las más sofisticadas versiones del marxismo althusseriano y gramsciano, con los cuales Laclau se formó, fueron abandonadas porque todavía conservaban un apego a los esencialismos de la economía y la clase obrera. La idea clave para esta revisión era dar cuenta del desarrollo de la teoría de la hegemonía, que había nacido en el seno del marxismo, con los debates de la II internacional y el marxismo ruso, y que tenía en la obra de Trotsky primero, y más aún de Gramsci luego, una evolución hacia pensar la política más allá de los fundamentos históricos y de clase. Una relectura que abandonaba la articulación de aspectos objetivos y subjetivos en la historia, como la que intentó Gramsci con la teoría de la hegemonía, o la que desarrolló Trotsky con su teoría de la revolución permanente. Laclau quebrando esta relación, se proponía descubrir una nueva lógica política, que llevada hasta el final, implicaba que las determinaciones materiales debían ser abandonadas para poder pensar las articulaciones discursivas.

Laclau y Mouffe llamaron a su reconstrucción teórica inicialmente “posmarxismo”, un nombre que luego irían abandonando, ya que la referencia al marxismo perdería sentido para ellos. La obra de Laclau posterior, oscila en responder a las críticas de los marxistas, como en el debate con Norman Geras en las páginas de la revista New Left Review, o en libros como Nuevas reflexiones sobre la revolución en nuestro tiempo, con en desarrollar la misma perspectiva teórica a la que llegó a mitad de los ‘80, como en Emancipación y diferencia, y otras obras y ensayos. Más cerca en el tiempo Laclau debatió con Zizek, Butler, Badiou y Negri entre otros sobre la filosofía y la política contemporáneas, casi siempre ubicado más alejado de los coqueteos radicales, anticapitalistas o anti-sistémicos de éstos últimos. Anunciado por la editorial Verso para mayo de este año, The rhetorical foundations of society será su último libro preparado en vida, una compilación de ensayos donde se anuncia la continuidad teórica de una melange de fenomenología, post-estructuralismo, filosofía analítica y retórica al servicio de comprender los antagonismos políticos mediante la ausencia deliberada de un análisis económico y social materialista.

El populismo vacío (y el kirchnerismo casi populista)

En 2005 Laclau, al calor de la política latinoamericana, retornó al tema del populismo, y escribió La razón Populista. Construyó allí una teoría formal de la lógica política del populismo, al que consideraba una “concepto neutro” según sus palabras. Laclau teoriza cómo la “lógica política” inscripta en los fenómenos populistas da cuenta de la constitución de lo político como tal y constituye además la apuesta política por la cual luchar actualmente: “La verdad es que mi noción del pueblo y la clásica concepción marxista de la lucha de clases son dos maneras diferentes de concebir la construcción de las identidades sociales, de modo que si una de ellas es correcta la otra debe ser desechada, o más bien reabsorbida y redefinida en términos de la visión alternativa”.
El concepto de populismo de Laclau tiene las virtudes que un concepto “catch all” puede tener, su des-historizado formalismo le permite utilizar la malla teórica del populismo para aplicarla a los más variados fenómenos políticos, siempre y cuando existiera una interpelación a los de abajo para la política. Poco importa que esta tuviera una base campesina como el populismo ruso, pequeñoburguesa como el fascismo italiano, de base trabajadora como el peronismo, o basada en los pobres y el aparato militar como el chavismo actual. Obviamente Laclau tenía una preferencia por los populismos nacionales y populares o progresistas, pero considera que había llegado a una teoría que le permitía también explicar también los fenómenos de derecha en Europa, como Marine Le Pen y otros conservadurismos y fenómenos de de la derecha anti-imigrante y xenófoba. A los que enfrentaba oponiéndole un apoyo a los proyectos reformistas de Die Linke, Syriza o el Front de Gauche.

Su búsqueda de una radicalización de la democracia se mantuvo, pero ahora Laclau consideraba que la única forma de democracia en la que hubiera participación de las masas era el populismo. Para él en América latina los regímenes liberales fueron históricamente refractarios a la democracia política, y la inserción de las masas a la política fue de la mano de los “populismos” de Vargas, Perón y el MNR boliviano. En la historia latinoamericana de Laclau había nulo lugar para la acción autónoma de las masas, las cuales debían ser interpeladas por algún líder para poder dar lugar al forjamiento de identidades populares.

Laclau estaba sin embargo resignado a los marcos de la democracia liberal. Solía citar a su mentor Abelardo Ramos, según el cual la sociedad no se polarizaba entre el cementerio del orden y el manicomio del caos y la revolución. Laclau fue fiel a esta herencia conservadora de Ramos (el cual Laclau consideró “el mejor pensador político argentino de la segunda mitad del siglo”, y nosotros preferimos recordar que su subordinación al peronismo lo llevó al triste lugar de embajador menemista). La mayor aspiración de Laclau en su actual apoyo el kirchnerismo era la conciliación entre movilizaciones democráticas que lograban avances en los marcos del mismo régimen capitalista liberal y participación y mantenimiento de las condiciones de institucionalidad de estos regímenes.

Para él, el kirchnerismo era una “oportunidad de populismo”, así Correa en Ecuador, Evo Morales y el chavismo y su objetivo era una pugna democrática dentro del régimen. Igualmente de algún modo en Argentina el proceso le daba gusto a poco, la crisis del campo lo había dejado en off side por su incapacidad de concitar una mayor movilización popular. Durante esa crisis señalamos que Laclau justificaba la política gubernamental: “Los objetivos del gobierno K consisten en mantener “cierto equilibrio” entre “dos políticas”, de tal forma que la cosa “se doble pero no se rompa”, so riesgo de ir a parar al “manicomio”. El conflicto viene bárbaro para
rearmar el discurso medio deshecho de la “vuelta a la política”, pero la polarización debe resguardarse de romper la unidad de las clases dominantes. Su presentación del conflicto es superficial y completamente afín a las clases dominantes. Total, las “diferencias” sociales bien pueden disolverse en la “construcción populista del pueblo”, aunque parece que las “equivalencias capitalistas” son irreductibles para la teoría política “populista””.

Ahora, ese pronóstico de un kirchnerismo que paradójicamente no llegaba a completar un concepto vacío de populismo porque compartía lo esencial de la política capitalista se muestra palmariamente. Laclau mencionaba últimamente cómo las dificultades de la transición política en el fin de ciclo establecerían la permanencia o no del kirchnerismo, o si desaparecería del mapa político. Con este temor Laclau llegó a pronunciarse por la reelección indefinida de CFK, antes que ésta perdiera las elecciones legislativas y comenzara una transición con devaluación y ajuste.

En este contexto en Argentina, todos los medios dieron cuenta de su deceso y rememoraron aspectos de su obra y de su influencia política e intelectual, desde el kirchnerista Página 12, a las detracciones liberales de los columnistas de La Nación y Perfil. Es que en los últimos años Laclau había adquirido notoriedad pública, más allá de los ámbitos académicos, por su apoyo al kirchnerismo, especialmente en la crisis con el campo del 2008 y el apoyo a la ley de medios y la ley de identidad de género, y porque ciertamente quiso ofrecer una lectura de la situación política más reciente.
Esto le valió que los medios antikirchneristas, le atribuyeran algún rol ideológico creador de las pugnas entre el kirchnerismo y la oposición republicana. Llegando a ridículas denostaciones, en las cuales, “filosofando a ras del piso” como diría otro importante filósofo argentino, se acusa a Laclau de mentor intelectual del “autoritarismo” de la presidenta, por haber desarrollado la idea de que la política debe ser pensada como un antagonismo que se constituye delimitando discursivamente campos que permitan diferenciar “amigos de enemigos”. Si hay una reflexión teórica sustantiva en la obra de Laclau su rol como intelectual político lo llevó a perderse en la “grieta” de la pugna mediática.

Del otro lado, el panorama no es mejor. Su adhesión prácticamente acrítica al gobierno, le supuso las alabanzas y glorificaciones del personal político gubernamental, para quienes las más sofisticadas ideas de Laclau le son completamente ajenas y bien pueden ser mencionadas al “uso” para darle alguna retórica más a izquierda a un gobierno embarcado en el ajuste y el creciente enfrentamiento con los luchadores sociales y la izquierda. Y por cierto las actividades públicas más recientes de Laclau en sus viajes a Argentina incluían charlas con lo más granado del aparato político k como el chino Zannini o brindar conferencias para la burocracia no docente de la UBA conocida por golpear estudiantes al servicio de la gestión privatista de la universidad no ayudaban a evitar el patetismo.

En última instancia cuanto más Laclau regresaba a la política concreta más se mostraban los límites políticos que una inflación de sofisticación teórica no podían subsanar. La búsqueda de un sujeto popular disociado de las contradicciones de clase se volvía una empresa “imposible”, que al tiempo que lesionaba crecientemente su rol como intelectual crítico, acompañaba la degradación de la política de los partidos capitalistas al autoimponerse el límite de su proyecto a los marcos de la sociedad burguesa.

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