Medio Oriente
La pieza del depósito
03/04/2010
¿Usted sellaría las paces con una banda de ladrones armados que lo echaron de su casa dejándolo por años en la miseria, a cambio de que quizás, como “compensación”, le devuelvan la piecita del depósito? La historia del pueblo palestino ilustra el cinismo de esta alegoría propia de los sionistas y el imperialismo, que revela toda su crudeza en las historias de vida de las familias palestinas. Historias de vida como la de la familia de Maizun El Kurt, la que procedía de Haifa, pero en 1948 se vio obligada a escapar junto a un millón de palestinos expulsados de sus tierras originarias, producto de la guerra de conquista que dio lugar al nacimiento del Estado de Israel. A diferencia de otros refugiados que debieron partir al exilio, la familia de Maizun consiguió una pequeña vivienda en el barrio de Sheik Jarrah de Jerusalén oriental, sin embargo, el año pasado fue desalojada violentamente por la policía israelí, gracias a una orden de la justicia. La vivienda fue entregada a los colonos judíos que se adjudicaron la propiedad porque “se trataba de tierra de un antiguo poblado judío”, mientras Maizun encima fue conminada a pagar una factura de U$4.000 por el “servicio” de desalojo. Una historia de vida “normal” como la de miles de familias palestinas que soportan a diario los mismos padecimientos en otros barrios de Jerusalén oriental, como Ras Al Amud, Abu Dis, Silwan o Yabel Mukaver, azotados por el gobierno de Netanyahu bajo la fantástica idea de consagrar en “patrimonio nacional judío” los sitios religiosos citados en el Antiguo Testamento para “restaurar el Gran Israel de hace 3.000 años”. Un absurdo histórico para justificar esa brutal política colonialista. Si ya en antaño, para cualquier palestino, era remota la posibilidad de conseguir un permiso de construcción en Jerusalén -aunque de obtenerlo ni de milagro lograba el permiso legal para habitar la vivienda-, la irrupción masiva de los colonos judíos ilustra, sin ningún tipo de ambigüedades, la fisonomía de un Estado artificial construido para aplastar al pueblo palestino y amenazar a los pueblos árabes, gracias al financiamiento del imperialismo norteamericano, más allá de las actuales fricciones entre Netanyahu y Obama.
El anuncio del gobierno de Netanyahu de construir 1.600 viviendas como parte de un plan de 50.000 viviendas destinadas a instalar un nuevo contingente de miles de colonos judíos en Jerusalén oriental, se propone extender el sistema de colonias hasta Maale Adumim -una de las tres ciudades, colonias más importantes-, y así partir el territorio palestino de Cisjordania en dos regiones, norte y sur, imposibilitando el paso de los palestinos. De realizarse significaría un salto cualitativo en la fragmentación de las vías de comunicación entre las ciudades palestinas, que ya constituyen auténticos bantustanes rodeados de puestos de control del ejército, carreteras vedadas al tránsito palestino, un Muro del Apartheid con sus torretas y alambradas de púas y más de medio millón de colonos armados instalados en cientos de asentamientos.
Amén de “congelar” los nuevos asentamientos y liberar algunos prisioneros -en las cárceles israelíes hay más de 10.000 presos palestinos-, ¿cómo es posible sellar las paces con ese Estado racista, el que junto al imperialismo propone la creación de un “Estado palestino independiente” en una Cisjordania repleta de colonias sionistas, desvinculada territorialmente de una minúscula Franja de Gaza, el guetto más densamente poblado del mundo con 1,5 millones de palestinos hacinados? Sería un Estado de caricatura constituido en “la pieza del depósito” de la Palestina histórica, ocupada predominantemente por el Estado de Israel. Esa no es ninguna paz genuina, es la paz sionista, la paz regada de cementerios. El legítimo derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino sólo puede lograrse sobre las ruinas del Estado sionista mediante una “Palestina Obrera y Socialista”, en todo su territorio histórico, la única forma efectiva que garantizaría la convivencia en paz entre árabes y judíos, enterrando definitivamente 62 años de guerras.