Internacional
Libertad a los presos activistas de Greenpeace
06/10/2013
Piratería. Ese es el principal cargo que enfrentan 30 activistas de Greenpeace que fueron reprimidos y detenidos el 19/9 en aguas rusas del mar ártico. Este cargo es considerado como grave a nivel internacional y en Rusia tiene penas de entre 5 y 15 años de cárcel. ¿Cuál fue el “delito”? intentar trepar a una plataforma petrolera para colgar un cartel contra la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la contaminación en esa región. Entre los activistas se encuentran dos argentinos Camila Speziale y Hernán Pérez. Luego de arrestados, fueron inmediatamente incomunicados y encerrados en celdas individuales. Sólo el Consulado argentino ha podido verlos y tiene permitido llevarles comida una vez al día. Ni siquiera se les ha permitido comunicarse telefónicamente con sus familias. En estas condiciones deberán esperar durante semanas hasta que se realice el juicio.
No es la primera vez que la organización es atacada por las fuerzas de seguridad rusas. De hecho, pocos días antes de la acción del 19/9 el barco de Greenpeace (el ‘Artic Sunrise’) había sido abordado por las fuerzas especiales desde helicópteros y su tripulación había sido obligada a arrodillarse largo rato mientras registraban todo el barco.
Un asunto de Estado
La desproporción de la represión frente a una acción meramente mediática y simbólica como acostumbra a hacer esta organización, se explica centralmente por dos problemas: el primero es la importancia económica que tiene la actividad petrolera para el Estado ruso y las exorbitantes ganancias que obtienen los grandes capitales involucrados tanto nacionales como extranjeros. Rusia es uno de los mayores exportadores mundiales de gas y petróleo y el crecimiento de su PBI se basa mayoritariamente en la exportación de estos recursos. Es por eso que para Rusia esta cuestión es de carácter “estratégico”. Tal es así que Rusia viene reforzando considerablemente su presencia militar en la región desde hace años y recientemente en septiembre de 2013 Putin reabrió la base naval de la costa de Siberia que estaba cerrada desde 1993.
Las aguas territoriales rusas en el mar ártico, es una región donde el Estado, a través de sus empresas Gazprom y Rosneft en asociación con grandes capitales nacionales y extranjeros como la Shell, está comenzando a explotar el petróleo bajo el subsuelo marino. De hecho la plataforma que intentaba “escrachar” Greenpeace es la primera de su tipo en la zona donde hay un altísimo riesgo de contaminación de las aguas debido a las condiciones extremas en que se debe trabajar en esas latitudes y a grandes profundidades.
Además de la muy rentable actividad petrolera, Rusia planea convertir el mar ártico en una ruta estratégica de transporte (mucho más corta y rentable que las tradicionales) para alimentar a China y Europa haciendo uso de grandes rompehielos atómicos. Es importante aclarar que el calentamiento global está facilitando desde hace años estas actividades de explotación de los vastos recursos naturales que se conservan en toda la zona.
La Rusia de Putin
El segundo elemento que explica la “mano dura” aplicada a estos activistas es el carácter sumamente represivo y antidemocrático del régimen político ruso. Su principal arquitecto, el ex espía de la KGB (servicio secreto de la burocracia stalinista) y actual presidente Vladimir Putin, se mantiene en el poder desde 1999 maniobrando con la alternancia en los cargos de Presidente o Primer Ministro. En aquél año llegó a la máxima investidura lanzando una guerra sangrienta contra el pueblo de la República de Chechenia, de la cual logró salir airoso tras innumerables crímenes de guerra y magnicidios y la colaboración de los líderes chechenos “moderados”.
Los largos años de crecimiento económico ruso motorizado por los altos precios de las materias primas y la energía, le dieron una importante fortaleza política a Putin. Internamente, esta situación, junto a fraudes electorales o la inhabilitación de partidos y candidatos opositores molestos, le permitió mantener a raya a la oposición política. Así fue en las elecciones de 2011 y 2012 cuando en una de sus peores coyunturas políticas (habiendo perdido gran parte de su electorado) pudo superar las masivas movilizaciones que se produjeron contra el fraude. Como consecuencia de este movimiento en el último tiempo intentó una suerte de “apertura” con la reinstauración de la elección de los Alcaldes (gobernadores) por sufragio universal que había sido eliminada en 2004 (desde entonces los elegía Putin a dedo) y una mayor “tolerancia” hacia la oposición.
En los recientes comicios para la Alcaldía de Moscú, principal distrito electoral con más de 7 millones de votantes, logró la reelección de su candidato Serguéi Sobianin aunque con una gran abstención (votó apenas el 33% del electorado) y un mucho menor porcentaje que el obtenido por alcalde anteriormente elegido por el voto (51% contra 75% de aquél entonces). Hubo denuncias, además, de que se “tocaron” los resultados para que Sobianin no tuviera que afrontar una segunda vuelta ya que estaba levemente por debajo del 50%.
La relativa estabilidad del régimen bonapartista de Putin también le ha permitido reprimir la protesta como fueron las mencionadas movilizaciones contra el fraude en 2011 y 2012. La imagen de las compañeras de Pussy Riot encarceladas y juzgadas por realizar una protesta pacífica en una Iglesia Ortodoxa (y cuya figura más conocida, Nadezhda Tolokónnikova, ha sido recientemente hospitalizada a consecuencia de la huelga de hambre que realiza contra las aberrantes condiciones carcelarias), ilustra claramente la situación que describimos. En síntesis, la acción de Greenpeace encontró al régimen bonapartista de Putin atravesando una situación de relativa fortaleza política.
Así mismo, la profunda debilidad norteamericana como “policía del mundo”, que dio un salto con los fracasos guerreristas en Afganistán e Irak y que se hace evidente día a día en los más diversos asuntos de la geopolítica mundial (el proyecto nuclear iraní, las guerras civiles de Libia y Siria, las relaciones con Corea del Norte, los escándalos de espionaje que llevó por ejemplo a deteriorar la diplomacia con Brasil, etc.) le ha permitido a la Rusia de Putin recobrar relevancia en la diplomacia internacional como mostró la resolución momentánea de la crisis en Siria
Greenpeace
Es una Organización No Gubernamental internacional fundada en los años ’70 que trabaja en el ámbito de la ecología y el medio ambiente. Hoy es la más grande y conocida en todo el mundo y tiene oficinas en más de 40 países con alrededor de 3 millones de socios y aportantes que le permite manejar anualmente cientos de millones de dólares.
Reivindica la lucha en general contra el cambio climático, contra la contaminación a nivel planetario y por la preservación de la biodiversidad. En particular contra la proliferación nuclear y por el uso de energías limpias (eólica, solar, etc), contra el uso de agrotóxicos en la agricultura, contra los desmontes de bosques y selvas, entre otros. En Argentina han sido noticia reiteradas veces, parándose frente a las topadoras que desmontan el bosque chaqueño, contra la instalación de la pastera Botnia en Fray Bentos – Gualeguaychu o contra algunas mineras a cielo abierto.
Como ya mencionamos su método se basa en acciones simbólicas y pacíficas contra las empresas o estados que realizan alguna explotación contaminante o agresiva contra el medio ambiente y que se caracterizan por su gran repercusión mediática. Es notoria la predisposición y sacrificio de muchos de sus activistas que como Camila y Hernán viajan miles de kilómetros para participar de una acción de la que no conocen ningún detalle pero en la que saben que pueden ser reprimidos, sufrir lesiones, ir presos, afrontar juicios penales en otros países, etc.
Sin embargo, esta suerte de “militancia” o activismo ecologista, aparentemente muy contestario, tiene tras de sí una estrategia completamente utópica. Difunden la falsa idea de que los crecientes problemas ecológicos que afronta la humanidad pueden resolverse con regulaciones de los gobiernos o entidades supranacionales como la ONU o reformando las legislaciones a favor del cuidado medioambiental. Así, por ejemplo, han apoyado y siguen impulsando después de más de 20 años el tratado de Kioto firmado en los ’80 (al que EEUU nunca suscribió) destinado supuestamente a reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono, que no dieron ningún resultado (hoy se tira mucho más CO2 a la atmósfera que en aquél tiempo) y hasta generaron un aberrante mercado de compra y venta de “permisos de contaminación” o “bonos verde” entre empresas y Estados.
Su lógica es profundamente reformista, intentar “mejorar”, “humanizar”, hacer “ecológicamente amigable” el capitalismo y la explotación imperialista es en última instancia una concepción reaccionaria. Confunde a la juventud indignada y a todos aquellos/as que quieren luchar por un cambio social, con que este sistema es reformable, que puede haber empresarios o políticos burgueses “conscientes y comprometidos”. Mentiras. El capital por su necesidad permanente de maximizar ganancias y acumular más y más capital, está impedido desde su génesis de ser cuidadoso con la naturaleza. De sus políticos corruptos y enriquecidos ni hablemos.
La única forma de salvar la vida en el planeta es combatiendo y acabando con el sistema capitalista, expropiando a los grandes monopolios y empresarios para poner toda esa riqueza al servicio de los trabajadores y el pueblo, que son los únicos que estarán interesados en mantener una relación armónica con la naturaleza. Es una tarea titánica pero la única realista.
05/10/2013