Frente al asilo de Zelaya en la embajada de Brasil
¿A qué se juega Lula en Honduras?
24/09/2009
El regreso de Zelaya a Honduras puso a Brasil en el centro de la tensión que recorre el país de Centroamérica. Afuera de la embajada brasileña, el ejército comandado por los golpistas reprimió salvajemente la movilización popular que rodeaba la casa, oficialmente territorio brasileño, dejando militarizada la embajada. El saldo de la ofensiva de los golpistas de Micheletti fue centenares de personas detenidas y muchos heridos con balas de goma y con bombas de gas lacrimógeno. Más tarde se anunció que los golpistas cortarán la luz de Tegucigalpa durante 48 horas, en un nuevo intento de terminar con la heroica movilización del pueblo hondureño. La brutal represión durante la madrugada del 22/9 dejó un saldo de 2 personas muertas, además de numerosos heridos. El 23/9 una muy importante movilización volvió a ser reprimida (ver nota).
Hasta el momento, el golpista Micheletti afirma que no invadirá la embajada brasileña, y que “Zelaya puede vivir en la embajada durante 5, 10 años o el tiempo que quiera”, afuera de la embajada y los alrededores se encuentran militarizados. Sin embargo, sigue exigiendo al gobierno brasileño que entregue a Zelaya al gobierno golpista, cuya intención es encarcelarlo, o que Brasil le de asilo, cuestión que es negada tanto por el propio Zelaya como por el gobierno de Lula. Ante esta situación, cabe preguntarse qué hay detrás de la política de Lula para América Latina ante este episodio, después del refuerzo de la capacidad militar acordada con Francia hace pocas semana atrás y luego del anuncio de la instalación de nuevas bases militares norteamericanas en Colombia.
Con una ayudita de Lula…
La versión oficial dada por el gobierno de Lula es que Zelaya volvió solo a Honduras y tocó la puerta de la embajada brasileña, y que su gobierno, simplemente, autorizó su entrada. Según la ministra de la Casa Civil y candidata a la presidencia del PT, Dilma Roussef, se trató de una acción de “derechos humanos” que no tuvo ninguna relación con el intento de proyección del liderazgo regional de Lula.
Sin embargo, es muy difícil creer que Lula haya sido tomado por sorpresa por el regreso de Zelaya y difícilmente este último hubiera concurrido a la puerta de la embajada sin un acuerdo previo con el gobierno brasileño.
La política imperialista expresada en la mediación de Oscar Arias y los Acuerdos de San José, era encontrar una salida negociada con Micheletti y, en ese marco, la restitución condicionada de Zelaya a la presidencia, que entre otras cosas, garantizaba la amnistía a los golpistas y la renuncia a la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Mientras Zelaya había aceptado todas las condiciones impuestas por los Acuerdos de San José, los golpistas de Micheletti, apoyados por sectores de la derecha republicana norteamericana, rechazaron el acuerdo. Aunque tanto la OEA como el gobierno norteamericano se habían negado a reconocer las elecciones convocadas por el gobierno de facto para el 29 de noviembre, Oscar Arias venía de hacer una reunión con los candidatos de los partidos golpistas cuya política era seguir el proceso electoral esperando que una vez que se realicen las elecciones, éstas sean legitimadas.
Es probable que si esta variante se concretara, el papel de mediador del gobierno de Lula en la región se debilitara, cuestión que pude haber motivado la decisión de Lula de alojar a Zelaya en la embajada brasileña en Honduras.
Lula se juega así a cumplir el papel que no podrían cumplir ni el imperialismo norteamericano ni el chavismo: el de forzar una salida negociada a la crisis de Honduras que implique la salida de Micheletti del gobierno. En ese sentido fue su discurso de apertura en la 64 Asamblea de las Naciones Unidas, en el que volvió a plantear la restitución inmediata de Zelaya en su puesto.
Frente a la derecha golpista y al bloque del ALBA, Lula aprovecha las contradicciones agudizadas por la situación latinoamericana en general, y hondureña en particular, para proponerse como un líder capaz de estabilizar los conflictos regionales y recomponer su autoridad desgastada en las reuniones de UNASUR, donde quedó clara su impotencia frente al imperialismo norteamericano en la cuestión de las bases militares en Colombia. De esta forma, Lula pretende presentarse como una garantía de estabilidad, aunque en lo inmediato la situación abierta en Honduras está marcada por grandes tensiones.
Lula y la trampa de la salida negociada
Lula intenta capitalizar esta imagen de “actor independiente” que le atribuyen varios analistas, en un momento marcado por muchos interrogantes en el escenario latinoamericano, en el que aún queda por definirse qué relación de fuerzas se establecerá. Y en el propio escenario nacional, donde atraviesa un año pre electoral con un clima de campaña presidencial por parte del gobierno de Lula. Ante el papel del gobierno de Lula para el retorno de Zelaya, la oposición burguesa, a través de los senadores del PSDB y del DEM, salió rápidamente a decir que Brasil tomó una medida “chavista”, y que habría dejado de ser imparcial. Con esto buscan no sólo desgastar al gobierno sino capitalizar también el apoyo de los sectores más de derecha, los mismos que apoyan el endurecimiento de la represión contra los trabajadores, como sucedió en la huelga de la Universidad de Sao Paulo y al pueblo pobre de las favelas de San Pablo. Los senadores del PSDB y del DEM, que a pesar de llamarse “demócratas”, apoyan más o menos abiertamente, a los golpistas hondureños, expresando a la derecha latinoamericana, de la que los golpistas de Honduras son el ala más determinada.
La política de Lula es que los organismos regionales o internacionales como la ONU y la OEA intervengan para resolver la cuestión de Honduras, mostrando que no desea y ni podría caer en una situación en la que tenga que enfrentarse directamente con el gobierno golpista. La intervención de Lula en Honduras no responde a una “preocupación por defender al pueblo de los golpistas” -que no recibió del gobierno Lula ni del canciller Celso Amorim una declaración siquiera en el sentido de terminar con la represión y condenar la acción del ejército-, sino a una política que garantice la influencia regional de Brasil y continúe la negociación planeada por el imperialismo y otros medios. A su vez, presionando por una salida negociada, busca evitar que la acción de masas se radicalice y tome una dinámica revolucionaria, poniendo en jaque a todo el régimen hondureño.
Sin embargo, en lo inmediato, hay una distancia entre la propia motivación estratégica de Lula de emerger como pacificador de los conflictos y moderador regional y la situación abierta en Honduras. El hecho de que Zelaya haya regresado por fuera de un acuerdo acabado con los golpistas abrió una situación en la que, hasta el momento se han profundizado las tensiones, y la propia de resistencia popular que enfrenta los embates del ejército y las fuerzas de seguridad. Así, los discursos moderados que llaman al diálogo –como el del propio Zelaya- contrastan vivamente con la dinámica de enfrentamientos abierta en Honduras.
Hay que llamar a los trabajadores y las masas populares hondureñas a no caer en la trampa de las variantes negociadas que auspician tanto el gobierno de Obama con el de Lula. Sólo la clase trabajadora y las masas, con su acción independiente, pueden derrotar a los golpistas y avanzar en la resolución de sus demandas más sentidas. Es necesario ahora redoblar el apoyo a la resistencia con todas las fuerzas, en la lucha para que el fin del golpe sea una conquista de la clase trabajadora y de las masas, y no un desvío de su lucha.