México
Aportes para una lectura crítica de “Ensayo sobre un proletariado sin cabeza”, de José Revueltas
25/11/2005
Introducción
Considerar críticamente el pensamiento político de José Revueltas en la actualidad, cuando la mayoría de los intelectuales reniegan de la perspectiva revolucionaria, debe reconocer su vocación por transformar la realidad, por lo cual fue perseguido y pasó largas temporadas en las cárceles del priato. La primera de ellas, en su temprana juventud, recluido en el penal de las Islas Marías (donde compartió la cárcel con los primeros militantes trotskistas), y la última cuando había pasado sus 50 años de edad, después de los sucesos de 1968, preso político por casi tres años en la cárcel de Lecumberri, donde escribió su obra literaria El Apando.
Desde fines de los años ’20, Revueltas militó en el Partido Comunista Mexicano (PCM), y fue delegado al VII Congreso de la Internacional Comunista, en 1935. Fue expulsado en 1943, después de una lucha interna en torno a su tesis de que el “verdadero y auténtico partido de la clase obrera” se realizaría a partir de la unificación de los distintos sectores de “marxistas” (entre los cuales ubicaba a la corriente de Vicente Lombardo Toledano, ex dirigente de la Central de Trabajadores de México) y en 1947 se integró al Partido Popular (PP) liderado por Lombardo. En 1950, su novela Los días terrenales, que criticaba a la dirigencia del PCM en el periodo 1929-1934, fue atacada por Lombardo y por la dirección del PCM, como expresión de “existencialismo pequeño burgués” y “trotskismo”. Ante esta crítica, Revueltas renegó públicamente de su obra literaria. En 1955 abandonó el PP y rompió con Lombardo Toledano, convirtiéndose desde entonces en uno de sus más acérrimos críticos, y logró reingresar al PCM. Con el comienzo del llamado “proceso de desestalinizacion” (iniciado por Kruschev con el “Informe Secreto” leído en el XX Congreso del PCUS en 1956), Revueltas retomó muchas de las tesis que había desechado en su “autocrítica”, en las cuales sostenía que el PCM no era aún el partido de la clase obrera. Con confianza en que el “proceso de desestalinización” generaría mejores condiciones para la reforma del PCM, sostuvo la necesidad de unificar a todos los marxistas, proponiendo particularmente que “el PCM iniciara pláticas con el Partido Obrero y Campesino Mexicano y con todos los marxistas”. En 1959 se agregaron a esta discusión las discrepancias que Revueltas manifestó con el balance oficial sobre la derrotada huelga de los ferrocarrileros.
En 1960, en ocasión de la VIII Convención del PCM, Revueltas y un grupo de seguidores fueron expulsados. Al poco tiempo ingresaron en el Partido Obrero y Campesino Mexicano (POCM), al cual rápidamente renunciaron, a inicios de septiembre, por “el deseo de este partido de aproximarse a Lombardo Toledano y unirse con él en un partido popular socialista” [1]. El 4 de septiembre de 1960, Revueltas y sus compañeros fundaron la Liga Leninista Espartaco (LLE), y decidieron editar la revista Espartaco.
Con su última y definitiva salida del PCM (y del POCM) se da un primer quiebre en su evolución política. Es en este período en que escribe Ensayo sobre un proletariado sin cabeza: después de décadas de militar discontinuadamente en el comunismo oficial, adoptando un curso errático que lo llevó a confluir con otras formaciones estalinianas, comenzó a dejar atrás varios de los postulados del estalinismo.
El segundo momento de cambio radical en su trayectoria lo encontramos después de su expulsión de la LLE en 1963, cuando profundizó su acercamiento a vertientes por fuera de los PC’s y en particular al trotskismo [2].
Esto último fue un salto de cualidad en su evolución: en 1967, a pesar de su pesado legado estalinista, Revueltas escribió el ensayo “La guerra fría entre las potencias socialistas: parte del contexto de la tercera guerra mundial” [3], donde retomó explícitamente muchas de las concepciones clásicas del trotskismo y rindió un homenaje a Trotsky, mientras se distanciaba de las ilusiones que la mayoría de los grupos espartaquistas tenían en la dirección de Mao Tse Tung.
En el contexto del movimiento de 1968 (en el cual militó a través del Comité de Huelga de la Facultad de Filosofía y Letras), se acercó a los trotskistas que, provenientes de la Liga Obrera Marxista (LOM), fundarían el Grupo Comunista Internacionalista (GCI), luego Liga Comunista Internacionalista (LCI) [4]. Tanto Manuel Aguilar Mora como Andrea Revueltas (editora de las obras completas de su padre), afirman que Revueltas participó en las reuniones que llevaron a la creación del GCI. Desde la cárcel de Lecumberri, en su carácter de preso político, declaró su pertenencia al GCI y envió una carta al Congreso realizado por uno de los sectores que se autodenominaban la IV Internacional [5].
Al salir de la cárcel, se alejó del trotskismo y, en un proceso de revisión del leninismo, se acercó a ideas espontaneístas, sosteniendo que el centralismo era la base de la burocratización de las organizaciones partidarias, cuestión que pensaba plasmar en un nuevo prólogo a una reedición de Ensayo, el cual nunca escribió.
Elegimos Ensayo sobre un proletariado sin cabeza porque nos interesa la revalorización crítica de aquella etapa del pensamiento político de José Revueltas que arranca con su última salida del Partido Comunista, y es en esta obra donde se concentran partes fundamentales de las elaboraciones que hoy son reivindicadas por intelectuales y organizaciones de la izquierda mexicana. En este periodo, su pensamiento político fue contradictorio y ecléctico, como se mostró cuando, después de acercarse al trotskismo, giró hacia tesis espontaneístas. O en que su crítica de los postulados estalinistas sobre la revolución mexicana y su explicación de la enajenación del proletariado convivieron con una visión semietapista, muy por detrás del planteamiento de Trotsky y sus seguidores a finales de los años ’30 [6].
Nuestro objetivo es aportar a la necesaria recuperación de la tradición revolucionaria del movimiento obrero en México. Son parte de esta tradición Flores Magón y el anarcosindicalismo de las primeras décadas del siglo XX, así como los primeros grupos de la oposición de izquierda fundados por, entre otros, Félix Ibarra, Octavio Fernández y el cubano Sandalio Junco con la colaboración internacionalista de los trotskistas norteamericanos (y probablemente, según afirman responsables historiadores marxistas, el joven dirigente cubano Julio Antonio Mella).
En esa perspectiva, la obra política de Revueltas requiere de un riguroso ejercicio crítico. A través de casi 50 años evolucionó de una militancia estalinista (que lo enfrentó a los fundadores del trotskismo mexicano) a convertirse en un acérrimo crítico de la burocracia soviética, defensor de la generación del ’68 (contra de la dirección del PCM y del PPS) y de la lucha por la independencia política de la clase obrera. Por ello, partiendo de la crítica sin concesiones de su pasado estalinista, deben recuperarse sus mejores elaboraciones, para aportar al aprendizaje teórico y político de una nueva generación que se acerque al marxismo revolucionario de nuestros días, el trotskismo. Por ello, no se encontrará aquí una reverencia incondicional, sino un ejercicio crítico y polémico.
La importancia de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza
“En México se produce un fenómeno del que difícilmente puede darse un paralelo... la conciencia de la clase obrera ha permanecido enajenada a ideologías extrañas a su clase, y en particular a la ideología democrático burguesa, desde hace más de cincuenta años, sin que hasta la fecha haya podido conquistar su independencia. O sea, su enajenación ha terminado por convertirse en una enajenación histórica. Esto quiere decir que aún aquello que aparece en México como ideología proletaria no constituye otra cosa que una deformación de la conciencia obrera, una variante sui generis de la ideología democrático-burguesa dominante. La clase obrera mexicana, de este modo, se proyecta en la historia de los últimos cincuenta años del país como un proletariado sin cabeza, o que tiene sobre sus hombros una cabeza que no es la suya” (pág. 75).
Esto tuvo gran trascendencia. Aguilar Mora lo llamó “el libro marxista más importante de los ’60” [7]. Desde los ’30, sólo los trotskistas osaron cuestionar la dominación del PRI sobre las organizaciones obreras, cuando la mayoría de la izquierda acomodaba su análisis para que cuadrasen con el carácter supuestamente “progresista” de la burguesía nacional propugnando la estrategia de presionar a ésta para que fuese hasta el final en la “revolución democrático-burguesa inconclusa”.
Es en ese contexto que Revueltas definió que el problema fundamental era la falta de independencia política del proletariado respecto a los gobiernos de la burguesía nacional y la enajenación de su conciencia. Su análisis es clave para comprender los mecanismos en que se basó la estabilidad de la dominación burguesa durante décadas en México, y planteó las vías por las que la burguesía enajenó y transformó al proletariado en “una clase sin cabeza”. Distinguiéndose de los historiadores burgueses y estalinistas, estableció que el sector dominante del Estado mexicano era la burguesía nacional, “la clase que pudo imprimir al proceso del desarrollo ideológico su propio sello como clase dirigente de una revolución democrático-burguesa...”, para lo cual logró “negarse a sí misma como clase y confundirse con la revolución mexicana” (págs. 80-81).
Partiendo de esto, Revueltas polemizó con el PCM, que consideraba que la burguesía nacional siempre jugaba un rol progresivo y que la clase obrera debía ir a su rastra en un bloque antiimperialista y democrático: “...se esfuerzan por presentar dichas contradicciones (entre la burguesía y el imperialismo, N. del A.) como si se trataran de contradicciones absolutas y antagónicas. .. la burguesía aparece entonces como una clase revolucionaria y cuando no se conduce revolucionariamente esto se atribuye al hecho de que no puede serlo, a pesar de sus buenas intenciones, lo que debe obligar al proletariado a sacrificarse y a no crearle al gobierno ningún genero de dificultades”. Y, cuando no podía negar el carácter reaccionario de la burguesía en el gobierno, realizaba una trampa teórica, identificando al gobierno con “los sectores pro-imperialistas de la burguesía” para propugnar la alianza del proletariado con la burguesía nacional “opositora” contra el gobierno “reaccionario”.
Explicando la política del “nacionalismo revolucionario”, Revueltas planteó la dialéctica entre las medidas progresivas que pudiera tomar un gobierno burgués (como Cárdenas) y que pueden tener efectos negativos para el proletariado si se utilizan en menoscabo de su independencia de clase; y cómo determinadas medidas reaccionarias, aunque en lo inmediato golpeen al proletariado, pueden permitirle a la larga visualizar mejor a su enemigo de clase en el gobierno.
Una síntesis final de su crítica se ve en la siguiente frase: “Conforme a los ideólogos de la enajenación, el desideratum de la clase obrera se resuelve, cada vez, en el hecho de que las masas trabajadoras “apoyen” a los gobiernos progresistas o “combatan” a los gobiernos reaccionarios, pero sin que en ningún momento la propia clase obrera esté en condiciones de poder tomar conciencia de su propia perspectiva histórica como clase independiente, que debe colocarse, por imperativo del desarrollo, a la cabeza del proceso social” (págs. 87-88).
Para concluir, podemos decir que el análisis de la falta de independencia política del proletariado no sólo fue el aspecto más importante de la elaboración de Revueltas, sino que marcó una ruptura con la “teoría” clásica del estalinismo y su postulado de que el proletariado debe ir tras la burguesía nacional democrática y revolucionaria.
PARTE I
Revueltas y el estalinismo
En su crítica al PCM, Revueltas se basó en la palabra de los partidos comunistas extranjeros, apelando a documentos como a la Declaración de los partidos comunistas y obreros y contraponiéndolos a la política del PCM. Revueltas llegó a reivindicar la línea del Frente Popular, planteando que el PCM la interpretó equivocadamente en la política de “unidad a toda costa” del sexenio cardenista.
Su valoración positiva de los partidos comunistas extranjeros fue acompañada de críticas a la dirección soviética. Para Revueltas el socialismo en un solo país “no pudo ser de otro modo en virtud de las circunstancias objetivas que impidieron la propagación de la revolución de octubre por toda Europa” (pág. 60-61). Y el estalinismo surgió “como resultado de la necesidad de establecer el socialismo en un solo país... no se trata de un fenómeno antisocialista, contrarrevolucionario, sino que se produce dentro de los cuadros y los límites del socialismo...”, siendo una de sus características “la sustitución del carácter revolucionario del proceso por una tendencia conservadora dominante dentro del mismo” (págs. 60-61). Afirma que es “un fenómeno que se origina en la esfera del conocimiento, un padecimiento específico del partido” (pág. 62).
I
En primer lugar, Revueltas dejó de lado que las raíces del estalinismo estuvieron en la burocratización del Estado obrero surgido de la revolución de 1917, que afectó el carácter revolucionario del partido bolchevique y de la III Internacional, los cuales se convirtieron en formaciones políticas primero centristas y, después de 1933, contrarrevolucionarias.
Los dirigentes bolcheviques eran concientes que el atraso social obligaba a utilizar a una camada de técnicos y especialistas provenientes del aparato zarista para administrar el nuevo Estado. Y que ese atraso aparejaría tendencias a la burocratización, que sólo serían superadas con la extensión de la revolución a los países avanzados. Sin embargo, la situación interna posterior a la guerra civil y el aislamiento resultante del fracaso de los alzamientos revolucionarios en Europa Central, aceleraron el encumbramiento de la nueva burocracia, una capa social que inicialmente sirvió al Estado obrero en funciones técnicas y progresivamente se independizó de unos soviets debilitados por años de guerra civil. Al concentrar el partido las funciones de administración del Estado, la burocracia expresó sus intereses al interior de éste y encontró en el secretario general Stalin a su representante y correa de transmisión.
La dirección bolchevique comenzó a expresar el interés conservador de esta capa social: mantener los privilegios del monopolio de la administración estatal, lo que estaba en contradicción con la extensión de la revolución mundial y el restablecimiento de la democracia obrera. Después de la muerte de Lenin, su política preservó la expropiación política del proletariado y evitó el resurgimiento de los soviets, con una orientación pragmática y zigzagueante que pasaba del oportunismo al ultraizquierdismo y llevó a desastres nacionales e internacionales, lo que fue combatido por León Trotsky y un sector de dirigentes y militantes del partido agrupados en la oposición de izquierda.
En segundo término, era incorrecta la interpretación del “socialismo en un solo país” realizada por Revueltas, que absolutizaba las determinaciones externas y planteaba que “no pudo ser de otro modo”. Si las tendencias iniciales al surgimiento de la burocracia estuvieron dadas por el aislamiento de la revolución, desde 1923 aquella se transformó en factor subjetivo y principal responsable de desastres y derrotas de distintos procesos revolucionarios.
Y, en tercer lugar, considerar al estalinismo como un fenómeno localizado en “la esfera del conocimiento”, y una “deformación” que no afectaba el carácter supuestamente revolucionario de los partidos comunistas, era un embellecimiento de la casta de Stalin y sus continuadores. Revueltas dejó de lado que ésta adquirió un carácter concientemente contrarrevolucionario, lo que Trotsky alertó después de que la defección sin lucha del Partido Comunista Alemán ante el ascenso de Hitler no despertó cuestionamiento alguno en la Internacional, carácter que se confirmó en la revolución española, provocando la derrota del proletariado y actuando como fuerza policial al servicio del orden burgués, asesinando a militantes del POUM, anarquistas y de la IV Internacional. Y se evidenció en el asesinato de Trotsky y en la realización de los Procesos de Moscú (donde fue aniquilada la mayor parte de los miembros de la dirección bolchevique de 1917), en el fusilamiento de miles de militantes opositores (muchos de los cuales integraban la oposición bolchevique leninista) prisioneros en los campos de trabajos forzados de Siberia, y en las revoluciones de posguerra donde el Kremlin actuó para frenarlas y mantener el orden burgués.
Ante ello, surgió un sector en el partido bolchevique y en la III Internacional, bajo la dirección de Trotsky, que lejos de considerar que “no pudo ser de otro modo”, luchó por recuperar la democracia obrera y fortalecer el Estado obrero, y por una política internacionalista para extender la revolución.
II
Revueltas, al no considerar al estalinismo como una dirección contrarrevolucionaria, apoyó su crítica del PCM en la reivindicación de la política internacional de los PC. En Ensayo se verifica una identidad entre considerar como socialista con “deformaciones” a la dirección soviética y aceptar su política internacional.
La línea del Frente Popular era parte de una estrategia de colaboración de clases y de subordinación de la clase obrera a “la sombra de la burguesía” (es decir a quienes llevaban adelante un programa para preservar la propiedad privada) y fue un trágico ejemplo del accionar de la burocracia soviética para frenar la revolución social. Pero, en contra de lo que sostenía Revueltas, no había diferencia sustantiva entre la política de “unidad a toda costa” aplicada en México y el frentepopulismo impulsado por el Partido Comunista Uruguayo o el Partido Comunista Francés. Si el PCM arrastró una existencia marginal que contrastó con los “éxitos” cosechados por sus partidos hermanos, esto se debió a que el nacionalista burgués PRM, funcionando como un “frente popular en forma de partido”, controló las organizaciones obreras e impidió un fuerte partido estalinista.
La suposición de que el estalinismo se define por sus “rasgos conservadores”, tuvo como consecuencia la confianza, después de la muerte de Stalin, en la “desestalinización” encabezada por Kruschev en 1956 como la vía para reformar los partidos comunistas, obviando que esto era una maniobra para descomprimir el odio de las masas de la URSS y el este europeo contra Stalin y preservar las bases de dominio de la burocracia.
En síntesis, aunque cuestionó parcialmente la política del PCM, la gran limitación de Ensayo es que no atacó su estrategia política. Concebir al estalinismo como una simple “deformación" fue la base de sus zigzags, expulsiones y reingresos en el PCM, y de la idea de que aquel podía ser reformado. Aunque en Ensayo ya no lo consideraba “recuperable", su crítica se restringió al terreno metodológico e ideológico.
III
Después de su expulsión de la LLE, esto cambió sustancialmente. Desde 1963 avanzó en una ruptura definitiva con el estalinismo, como lo expresó en “La guerra fría entre países socialistas” y en superar varias de las definiciones de Ensayo.
Allí afirmaba “La victoria del estalinismo en la URSS y en escala internacional sentó las premisas -desarrolladas después hasta su expresión máxima- de la abolición de la democracia interna y de la lucha de tendencias dentro del partido y de la sociedad, a favor de la dictadura de un grupo -y luego de una persona- en el seno del propio partido y de un creciente fortalecimiento del aparato del Estado y de sus instrumentos represivos, con la consiguiente pérdida de libertad e independencia de clase del proletariado”. “La derogación de los principios leninistas del partido y la hipertrofia del Estado hicieron posible que se aceptaran como naturales, lógicos y consecuentes los procesos de Moscú, entre 1930 y 1937, por medio de los cuales el estalinismo liquidó física y políticamente a todos los cuadros de la vieja guardia revolucionaria que habían sido sus opositores... La realidad interna de los procesos de Moscú ponía de relieve, sin lugar a dudas, la transformación contrarrevolucionaria peculiar y sin precedentes históricos de un Estado proletario...”.
Y en otro pasaje afirmaba “Sólo hay un calificativo con el que le resulta a Stalin imposible en absoluto caracterizar la tendencia de Trotsky, pero que en realidad, también, es el único que le corresponde y que merece: el calificativo de leninista, la tendencia que de no haber muerto, Lenin mismo sin duda representaría dentro de las nuevas circunstancias históricas.”
En un pasaje dedicado al estalinismo después de Stalin, afirmaba “se hace evidente que el XX Congreso del partido soviético no condujo la lucha contra el ya desde entonces mediatizado concepto del culto a la personalidad, en la forma real de una lucha a fondo, histórica y leninista contra el estalinismo... (y es que) una lucha a fondo, real activa y hasta sus últimas consecuencias contra el estalinismo, representa la vuelta al camino internacionalista y revolucionario de Lenin y Trotsky.”
Con relación a la dirección maoísta, sostenía: “La corriente que representa Mao Tse Tung no está en condiciones históricas de seguir una política consecuente con el internacionalismo proletario ni con las necesidades de la revolución mundial”. A la vez, sostenía que “las democracias populares que aparecen al finalizar la segunda guerra mundial son fruto del reparto de zonas de influencia entre el imperialismo aliado y el Estado representante del socialismo en un solo país...” [8] .
He aquí el gran mérito de José Revueltas, insuficientemente reconocido o directamente silenciado. Después de un largo pasaje por las filas del estalinismo, que no apagó completamente la llama de su pensamiento crítico, superó gran parte de sus posiciones (aún de aquellas contenidas en Ensayo) y se acercó a las ideas de Trotsky a fines de los años ’60.
IV
Sin embargo, su crítica del estalinismo aún estaba enfocada sobre la liquidación de la democracia interna y el carácter conservador de una ideología que “considera el fracaso de la revolución europea como la necesidad soviética de construir su propio socialismo nacional”, y continuaba dejando de lado las bases materiales y sociales del estalinismo.
Esta falencia lo llevó a minimizar que la condición para el surgimiento de un Estado obrero revolucionario es la existencia de un poder obrero basado en los organismos de autodeterminación de la clase. Y que el carácter revolucionario de una dirección política estaba dado por su voluntad política y programática de impulsar los organismos de autodeterminación de la clase obrera en una perspectiva de poder, como fue el programa del partido bolchevique en vida de Lenin. Esta falencia se expresó en sus expectativas en la dirección de Fidel Castro; sosteniendo que la revolución cubana “se convierte en el centro de gravedad de la lucha histórica universal por el rescate y las vigencia del internacionalismo proletario”, sin plantear que ello estaba vinculado al desarrollo de la democracia obrera, a lo cual era contraria la dirección de Castro, de carácter pequeño burguesa y con un sesgo claramente burocrático-militarista.
Por ello es que en toda su reflexión desaparecen los organismos de autoorganización de las masas como organismos claves en la lucha contra el capital, en la toma del poder y en la construcción del nuevo Estado obrero. Aunque reivindica a Trotsky, deja de lado que el norte de su lucha fue el restablecimiento de los soviets como la base de las decisiones políticas del Estado obrero y de la planificación democrática de la economía, y como el cimiento de la liquidación de la camarilla burocrática y su reemplazo por el régimen de la democracia soviética, en la que el partido debería convencer de su programa a la mayoría de la clase obrera y los campesinos y disputar políticamente con otros partidos soviéticos representantes de distintos sectores de la clase obrera y el campesinado pobre. Al soslayar esta clave del marxismo, que busca la confluencia de las tendencias a la autoorganización de las masas con la construcción de la herramienta política del proletariado, su valiente crítica de los postulados estalinistas no pudo ir hasta el final en dar forma a una propuesta estratégica alternativa.
V
Esta falencia fue característica del pensamiento de Revueltas. Se expresó primero (por ejemplo en Ensayo) como un sobredimensionamiento de la idea del partido concebido como “conciencia colectiva” y la falta de valoración de las tendencias a la acción espontánea de las masas, y luego de ello, en los últimos años de su vida, en su opuesto: una sobreestimación de la espontaneidad.
Revueltas desarrolló una riquísima elaboración sobre la cuestión del partido y la conciencia de clase del proletariado. En Ensayo, la “desenajenación del proletariado” y el alcance de la “conciencia de clase”, expresada en la construcción del “cerebro colectivo” que es el “partido de clase”, es un proceso eminentemente teórico. La conciencia de clase en el proletariado sólo es concebida a través de la construcción del partido, entendido éste como “el agrupamiento de un cierto número de cerebros”. Creemos que Revueltas exacerbó la primera concepción leninista presentada en el ¿Qué hacer? En esos años, para Lenin la clase obrera sólo podía alcanzar, por sí misma, una conciencia sindicalista y economicista, y la labor del partido era introducir en su seno la conciencia socialista. La clase en sí avanzaría a clase para sí con la acción, desde afuera, del partido revolucionario.
Pero posteriormente Lenin avanzó a una concepción más dialéctica de la relación entre espontaneidad y conciencia, y en particular de la relación entre clase y partido. La experiencia de la revolución rusa de 1905, con el surgimiento de los soviets como organismos amplios para la lucha y la utilización de la huelga general y la insurrección como métodos de lucha política, fue concluyente para el dirigente bolchevique. El avance del leninismo se expresó, en esos años, en las discusiones contra quienes pretendían que los soviets ingresasen al partido. Pero este desarrollo de la concepción de Lenin (compartida por Trotsky en 1917, lo que permitió su confluencia en el Partido Bolchevique) no fue incorporada por Revueltas.
En sus últimos años, Revueltas dio un giro de 180 grados en sus concepciones, sosteniendo que la organización partidaria era la base de la burocratización del movimiento de masas. Si bien parte de la causa está en el pesado fardo que supuso la larga historia de frustraciones de su militancia en el estalinismo, también tiene fuertes bases teóricas. Si antes minimizaba la relación dialéctica entre el partido y la acción y subjetividad proletaria expresada en sus organismos (que Lenin planteó muy bien al decir “sin movimiento revolucionario no hay partido revolucionario”), al final de su vida invirtió los términos. Dejando de lado que el partido -lejos de ser un obstáculo para el desarrollo de las tendencias a la espontaneidad de las masas-, es imprescindible para dotarlas de una perspectiva de triunfo. Esa fue la experiencia del bolchevismo ruso. La experiencia de los “partidos revolucionarios” como herramientas de opresión contra la espontaneidad fue en cambio el fruto de la larga noche estalinista.
PARTE II
Revueltas y la revolución mexicana
La concepción estalinista sostenía que la revolución de 1910/17 era democrático-burguesa y había quedado inconclusa, y que la tarea del proletariado era presionar a la burguesía nacional para su culminación. Discutiendo estas tesis, Revueltas elaboró su posición en torno a: a) el carácter de la revolución mexicana de 1910/17, y b) el nexo interno, las alianzas de clases y el carácter de la próxima revolución.
Revueltas planteó un elemento fundamental en relación al siglo XIX mexicano: mientras que una ideología democrático burguesa cobró ímpetu, los intentos por avanzar en la revolución burguesa (la revolución de independencia, la reforma liberal juarista) no superaron las formas precapitalistas y se reforzó el latifundismo.
En ese contexto, analizó el carácter social de la burguesía durante la segunda mitad del siglo XIX, planteando que ésta “se ha tratado siempre de un núcleo social reaccionario” (pág. 139), distinto a la concepción estalinista y del nacionalismo revolucionario que postulaban una burguesía “revolucionaria” en oposición a las “fuerzas feudales”.
Planteó también una cuestión nodal: la contradicción entre los objetivos de una revolución históricamente progresista (encarnados en la ideología democrático-burguesa) y la incapacidad de la burguesía nativa para llevarla adelante. Una de las causas de esta contradicción era el “enorme retraso con que el país entra al proceso general del desarrollo histórico.” (pág. 146 y 147). Revueltas proyectó esto hacia adelante, considerando que en el movimiento de 1910/17 “la ideología democrático-burguesa puede devenir en fuerza material, aún cuando la clase a la que teóricamente le corresponde representarla, la burguesía nacional, no se encuentre todavía madura ni integrada por completo como clase social, sino apenas en vía de convertirse en dicho clase. Esto no es sino el producto del atraso de un país respecto al nivel universal de desarrollo” (pág.170).
Partiendo de estas consideraciones, definió que:
– 1 La revolución iniciada en 1910 tuvo un carácter democrático-burgués. Ante la carencia de un partido de clase, la burguesía actuó a través de sus ideólogos.
– 2 México estaba en un estado pre-burgués de su evolución, una fase semifeudal a la vez que oprimido por el imperialismo. Aunque emerge “como gigante ciego” la cuestión agraria, las masas del campo son “incapaces de llevar a cabo ninguna acción independiente y, por cuanto a la clase obrera, sin una conciencia propia, como tal clase, que la pudiese situar en las condiciones de aliarse a los campesinos y disputarle a la clase burguesa la hegemonía”. Para Revueltas “existe un hecho insuperable en la presente etapa histórica: la imposibilidad de que la clase obrera se plantee, como su objetivo inmediato, el de la lucha por el establecimiento del socialismo en México” (pág. 183).
– 3 El resultado de esta revolución burguesa “induce a la ideología burguesa a comprender que los resultados de la crítica armada no pueden reducirse a un simple cambio en el modus político, como lo preconiza Madero.” (pág. 153). Ante ello, “el partido de burguesía nacional funciona como una especie de “extensión social” del Estado, que de este modo hace penetrar sus filamentos organizativos hasta las capas más hondas de la población e impide con ello una concurrencia política de clase...” (pág.169).
I
Revueltas abordó con lucidez, apelando a un método dialéctico, las contradicciones del desarrollo burgués en México, superando el análisis vulgar y mecánico del estalinismo. Su tesis del “retraso nacional respecto al nivel universal del desarrollo” nos acerca al carácter que adquirió, en la etapa posterior a la revolución de independencia y en particular en las últimas décadas del siglo XIX, el desarrollo nacional, combinando la modernización capitalista con el reforzamiento del latifundio y la preservación de formas de producción precapitalistas. Este “atraso histórico” fue, para él, la causa de que la revolución burguesa transcurriese por carriles distintos a Francia, Inglaterra o Estados Unidos.
Si bien se acercó a una visión totalizadora y dialéctica del proceso histórico y del desarrollo desigual y combinado de las estructuras económico-sociales, a la hora de analizar la revolución de 1910/17 no aplicó este método y se quedó a mitad de camino, preso de una concepción con rasgos etapistas, según desarrollaremos a continuación.
II
Para entender el proceso histórico de México debemos partir de que la poderosa extensión de las relaciones de producción e intercambio capitalista al conjunto de globo, desde el último cuarto del siglo XIX, incorporó a los países de desarrollo atrasado al mercado mundial, sin repetir las etapas del desarrollo histórico de los países avanzados y sin haber realizado su propia revolución democrática burguesa. Esto constituyó una expresión de lo que León Trotsky denominó la ley del desarrollo desigual y combinado del proceso histórico, bajo el capitalismo. Y es que, al calor de las leyes del capital, la estructura económica y social de estos países preservó las atrasadas formas precapitalistas (que fueron llamadas “semifeudales”) mientras incorporaba elementos modernos y propios del capitalismo (desarrollo industrial acelerado, avances técnicos como el ferrocarril y el telégrafo), imbricando y adecuando las distintas formas sociales para insertar al país en la división internacional del trabajo.
Bajo el porfiriato, México era un país retrasado en su desarrollo histórico que, sin haber concretado su reforma agraria, entraba, “acicateado por el látigo del progreso”, a la esfera del capitalismo mundial, combinando formas arcaicas (como la hacienda) con los adelantos de la producción capitalista en la ciudad y el campo. En el terreno social, este proceso significó que, mientras de las filas del artesanado y de los campesinos inmigrantes comenzó a surgir una nueva clase obrera en la industria de transformación y particularmente en la minería (en la cual hicieron pie ideas comunistas y socialistas utópicas), no logró surgir una burguesía revolucionaria al estilo de la revolución democrática en la Europa de los siglos XVII y XVIII.
En ese sentido era incorrecto sostener que México estaba en la fase preburguesa o semifeudal de su desarrollo histórico, sin considerar la determinante vinculación de su estructura económico-social a una estructura superior: la economía mundial en su fase imperialista. Y esto fue la base estructural de la dinámica y del resultado del proceso revolucionario. Bajo la internacionalización creciente de las relaciones capitalistas y la subordinación de las clases dominantes locales al capital extranjero (como fue el caso de la burguesía y los terratenientes bajo el porfirismo), los países de desarrollo atrasado sólo resuelven sus tareas históricas no realizadas (como la revolución democrática y la cuestión agraria) comprimiendo y combinando etapas, en una dinámica de supresión del régimen burgués.
III
Hacer realidad las demandas democráticas “Abajo Haciendas, arriba pueblos" y “Tierra y Libertad" alrededor de las cuales emergieron las masas agrarias, cuestionaba el régimen de propiedad terrateniente de los grandes hacendados asociados al Estado porfiriano y al capital extranjero insertado en todos los órdenes de la economía capitalista. Estas demandas alimentaban el temor de la clase dominante -tanto porfiristas como antireeleccionistas- ante las fuerzas sociales en movimiento y la hacía reaccionaria en cuanto a la resolución de las mismas. Eso fue la base de los intentos desesperados de Francisco I. Madero para desarmar a los zapatistas; del golpe contrarrevolucionario de Victoriano Huerta; de los intentos de Carranza y Obregón por domesticar a los líderes campesinos y apartarlos de la joven clase obrera anarcosindicalista.
De esa forma, la imposibilidad de la burguesía para resolver las tareas históricas no realizadas de la revolución burguesa, expresadas en las demandas motoras de la revolución agraria, posibilitó que ésta se enlazase y adquiriese, en los hechos, una dinámica anticapitalista como el único camino abierto para imponerlas.
Y aún a pesar de que no había ninguna dirección con una perspectiva concientemente anticapitalista, dicha dinámica se mostró en el hecho de que la revolución no se detuvo en la abdicación de Porfirio Díaz (1911) y que -en el transcurso del corto interregno maderista- cobró fuerza el alzamiento campesino, contra lo cual se preparó el golpe contrarrevolucionario pro-yanqui de Victoriano Huerta y Félix Díaz en febrero de 1913, que intentó frenar a sangre y fuego el ascenso revolucionario. Se mostró también en la fuerza arrolladora de los ejércitos campesinos -cuya fortaleza se basó en sus aspiraciones sociales-, que aniquilaron al desmoralizado ejército federal de Huerta en la batalla de Zacatecas (junio de 1914), desarticulando al viejo Estado burgués y destruyendo a su institución pilar, mostrando la convicción del México bronco de que, para imponer las reivindicaciones motoras de la revolución, había que barrer con todo. Esa dinámica que planteamos es lo que explica también la confrontación entre el ala campesina radical y el liderazgo constitucionalista y el desarrollo de la Convención Militar de Aguascalientes, donde la delegación zapatista arrastró a la izquierda al villismo, votando como programa el Plan de Ayala.
Si la revolución de 1910/17 puede ser considerada -por sus tareas iniciales y por sus primeras fases-, como una de las últimas revoluciones burguesas, la dinámica de las clases y fuerzas sociales en pugna permite establecerla como una revolución eminentemente contemporánea.
Pero Revueltas, al definir el carácter de la revolución mexicana por sus tareas, la encasilló en límites democrático-burgueses, sin aprehender en toda su magnitud su dinámica. Por ello es que llegó a afirmar que hay “una coincidencia cabal, completa, entre los intereses mediatos de la burguesía como clase, y los intereses, el objetivo inmediato del desarrollo: iniciar la solución del problema agrario.” (pág. 179-180). Al disociar las condiciones internacionales para la revolución socialista en los países atrasados y la incapacidad de las burguesías nacionales, olvidó que la “solución del problema agrario” era una tarea “burguesa” que la burguesía ya no podía resolver íntegra y efectivamente (como se demostró incluso en el gobierno de Lázaro Cárdenas con el limitado reparto agrario), y que la lucha por imponer esta tarea abría una dinámica anticapitalista y de carácter permanentista de cuestionamiento al dominio burgués.
IV
Revueltas señaló correctamente los límites del campesinado para encabezar un proyecto alternativo a la burguesía, y que por ello requería del concurso del movimiento obrero. Esta definición no niega que, bajo la dirección zapatista (y en su fase donde estaba más volcado hacia la izquierda), las acciones del campesinado tuvieron un carácter tendencialmente independiente de la burguesía, como lo demostró la Ley Agraria zapatista de 1915, el Plan de Ayala (que proponía la expropiación de todos los latifundistas y la restitución de las tierras bajo el resguardo del pueblo en armas) y los intentos por hacerlo realidad en la “Comuna de Morelos”, donde se comenzó a avanzar en el camino de un trastrocamiento radical y una reorganización social a nivel regional. Pensamos que esto fue en cierta medida minimizado en la elaboración de Revueltas, lo que tal vez obedezca a que esa tendencia del campesinado confirmaba que la revolución fue más que una revolución democrático-burguesa y que después de la derrota de Huerta se enfrentaron dos programas, el de la reorganización capitalista del país, y el programa radical regional encarnado por el zapatismo.
Para desarrollar esa tendencia era imprescindible la alianza con la clase obrera y la lucha por conquistar el poder político. El liderazgo campesino radical, preso de la visión regionalista derivada de su origen social, no podía impulsar esta perspectiva (como lo mostró el abandono de la ciudad de México en 1915 por parte de Villa y Zapata). Si se mide desde el punto de vista del campesinado pobre, una alianza triunfante con el movimiento obrero bajo una perspectiva de ruptura con la burguesía habría extendido geográficamente el programa del Plan de Ayala y habría realizado las aspiraciones campesinas. La concentración del poder político en manos de un gobierno obrero y campesino y la concreción por parte de la clase obrera de medidas socialistas como la expropiación de los capitalistas y los terratenientes, el control de los bancos, el comercio exterior y la socialización de la industria y los servicios bajo control obrero, hubiera garantizado el crédito necesario para una real reforma agraria y para el desarrollo técnico del campo en provecho de los campesinos y productores agropecuarios. Se enlazarían así las tareas democráticas y socialistas de la revolución, echando al traste la divisoria artificial entre la revolución democrática y socialista.
Para Revueltas esa perspectiva estaba vedada y la clase obrera estaba “incapacitada históricamente”. El autor enfatizaba que “no se podían saltar las etapas”, mostrando su cercanía con la concepción estaliniana. Visto en retrospectiva, la clase obrera efectivamente no fue alternativa a la reorganización burguesa de la nación. Pero esta verificación contrafáctica no es lo mismo que afirmar una “incapacidad histórica” por causas objetivas.
El factor de mayor peso para impedir la alianza obrero campesina fue que el proletariado no alcanzó la madurez política para superar la influencia de dirigentes oportunistas y lograr dicha alianza; aún tendencias políticas como el anarcosindicalismo carecieron de la perspectiva histórica para ello (recordemos que Zapata le ofreció a Flores Magón que se instalase en Morelos para editar Regeneración, ofrecimiento que fue declinado).
En cambio, la burguesía logró a un sector del movimiento obrero, quebrando la posibilidad de una alianza obrera campesina, creando los batallones (obreros) rojos que combatieron a la “contrarrevolución villista zapatista", lo cual, importante es decirlo, no impidió que sectores obreros simpatizaran con el zapatismo.
V
Retomando a importantes análisis marxistas [9] y sintetizando: si la revolución tuvo tareas motoras democráticas y fue esencialmente agraria, fue adquiriendo una perspectiva tendencialmente anticapitalista. Este nexo interno está en la base de la dinámica de la guerra civil, con la confrontación social de las dos facciones del campo revolucionario, y se expresó en la fuerza militar y política de los ejércitos campesinos en la fase ascendente, desde la caída de Huerta a la Convención de Aguascalientes.
Esta revolución, que no pudo adquirir un carácter concientemente socialista por la incapacidad de la clase obrera para asumir un rol dirigente (y por la inexistencia de una dirección revolucionaria), fue contenida y desviada; su vanguardia (los ejércitos campesinos) aniquilados como fuerza social y muchos de sus dirigentes integrados a un nuevo orden que institucionalizó sus demandas.
En la dinámica de la revolución de 1910/17 se confirmó tempranamente una gran lección para la lucha de las masas mexicanas durante el siglo XX: que sus demandas más elementales sólo serían impuestas mediante la quiebra del régimen burgués y la dominación imperialista.
VI
Revueltas en Ensayo critica, respecto a la próxima revolución, la política del PCM y del PPS de subordinar a la clase trabajadora a las alas “progresivas” de la burguesía.
Partiendo de ello sostenía que la futura revolución se desarrollaría sobre tareas democrático-burguesas que tal sería su carácter. Ante la siguiente revolución, “¿Qué clase debe y puede encabezar la lucha por la obtención de las metas señaladas?... la clase obrera.” (pág. 183-84). Revueltas se distanció de la idea de “apoyar a la revolución mexicana e impulsarla hacia adelante”, y sostuvo ir “al encuentro del proletariado sobre la base de apoyarse en sus acciones independientes y desarrollando las premisas teóricas de la independencia de clase, dentro de un programa proletario de la revolución mexicana democrático burguesa” (pág. 211). Esta idea de la clase obrera encabezando la próxima revolución democrático-burguesa, surgía de su concepción de la revolución en los países atrasados. Aunque internacionalmente transcurría “la etapa de realización universal del socialismo”, sostenía que “la primera fase de la realización de la conciencia proletaria con la toma del poder, en los países dependientes o de economía atrasada, aparezca entonces como poder obrero popular -o alianza de varios sectores y capas revolucionarias de la población bajo la hegemonía de la clase obrera- y no ya de inmediato como la dictadura del proletariado, en que se transformará más tarde necesariamente” (págs. 71-72). Planteaba una etapa previa al socialismo y un gobierno previo a la dictadura del proletariado.
De esa forma, al disociar el proceso nacional de la maduración de las condiciones internacionales para la revolución socialista, Revueltas quedó constreñido a una concepción semietapista, 40 años después de la revolución de 1910/17 y cuando el proletariado se había extendido y fortalecido como clase en sí. Aunque reconoció a la burguesía como clase reaccionaria, persistió en definir el carácter de la revolución por sus tareas iniciales, obviando las lecciones de la primera revolución y que, para garantizar las demandas democráticas, la clase trabajadora debería imponer su dictadura de clase, en alianza con el campesinado pobre y adoptar un curso socialista [10].
Esto que planteamos se muestra aún más vigente en la actualidad. La clase obrera mexicana, de las más grandes de América Latina, concentrada en las maquiladoras, automotrices, telecomunicaciones y servicios, puede dar una salida a las tareas pendientes, que lejos de ser resueltas, se agravaron con la expoliación imperialista, como muestra la situación del campo a once años del TLC. Concentrando el poder político, y tejiendo una poderosa alianza con el campesino y el indígena pobre (sin los cuales es imposible siquiera pensar en una transformación revolucionaria de la sociedad), el proletariado puede garantizar la resolución de las aspiraciones ancestrales de las masas del campo y la ruptura de los pactos que nos subordinan al imperialismo y avanzar en tareas de corte socialista, comenzando por la expropiación y nacionalización de las propiedades de las grandes transnacionales, los capitalistas y terratenientes.
NOTASADICIONALES
[1] Citado en Andrea Revueltas, Prólogo a José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Ediciones Era, 1984, pág. 7 y ss.
[2] Citado por Andrea Revueltas en su prólogo a José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, op. cit. El espartaquismo, corriente política mexicana de los años ’60 y ’70, nunca superó el estadío de pequeños grupos de propaganda, aunque dio luz a numerosos grupos, la mayoría de los cuales tuvieron un perfil antitrotskista y maoísta. Para más información ver Paulina González Christlieb, El espartaquismo en México, México, Ed. El Caballito, 1978. Como aclara la autora, el espartaquismo mexicano no tenía ninguna cercanía con las tesis de Rosa Luxemburgo y el Grupo Espartacus.
[3] Publicado en José Revueltas, Escritos políticos III, México, Ediciones Era, 1984.
[4] El GCI-LCI fue uno de los sectores que en 1976 dio origen al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
[5] Ver Manuel Aguilar Mora, Huellas del porvenir, México, Juan Pablos Editor, 1989.
[6] Todas las citas de Ensayo indican entre paréntesis el número de página y corresponden a la siguiente edición: José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, op. cit.
[7] José Revueltas, Ensayo, op. cit., pág. 119.
[8] José Revueltas, Escritos políticos III, op. cit., pág. 175 y ss.
[9] Ver por ejemplo Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, varias ediciones; y Manuel Aguilar Mora, El bonapartismo mexicano, México, Juan Pablos, 1984.
[10] Revueltas se apoya para esto en el Lenin previo a 1917, cuando Lenin consideraba que la clase obrera rusa no podía saltar la etapa democrática burguesa y que ésta permitiría un "ensanchamiento del campo para la (posterior) lucha por el socialismo". Sin entrar en la discusión de esta tesis, su aspecto más revolucionario era definir la incapacidad de la burguesía para realizar la revolución, y que la dictadura democrática del proletariado y el campesinado barrería los resabios del feudalismo y realizaría tareas como la reforma agraria. En la convulsionada Rusia de abril de 1917, Lenin modificó su concepción, comprendió que no existía una etapa intermedia y que las tareas de la revolución democrática sólo serían resueltas por la clase obrera junto a los estratos pobres del campesinado, en un transcrecimiento de la revolución democrática en revolución socialista.